ARGENTINA CAMINOS DE MONTAñA
Desde la Patagonia y hasta la Puna, seis fascinantes circuitos de montaña –algunos de asfalto, otros de ripio– permiten asomarse a la colorida aridez de los Andes en La Rioja y San Juan, descubrir la Puna jujeña, el vértigo de la selva tucumana y los bosques de araucarias en Neuquén.
› Por Julián Varsavsky
Salir a recorrer un país por sus caminos de altura, ya sea en vehículo todo terreno o en un auto común, permite a los viajeros modernos recuperar algo del espíritu explorador de sus antepasados, que avanzaban a veces sin mapa de ruta ni un calendario demasiado fijo. En tiempos de turismo rápido y fugaz, muchos buscan volver a experimentar un viaje con la aventura de antaño: para ellos, seis propuestas para salir a rodar entre llamativos paisajes algo desolados y poco transitados de la Argentina.
BELLEZA NEUQUINA Al poblado neuquino de Villa Pehuenia se puede llegar por dos caminos, uno más corto y otro más largo. Si se viaja en verano lo normal es tomar el camino más largo, el Rahue, que en temporada estival es el más colorido por la exuberancia de los bosques patagónicos. Pero en invierno lo más recomendable es tomar el camino más corto, por Primeros Pinos. Para poder hacerlo hay que tener un vehículo 4x4 –no hay asfalto– y también suerte, ya que es muy común que esté cerrado por exceso de nieve y haya que tomar igualmente el Rahue. Pero aquellos que tengan la suerte de llegar a Villa Pehuenia por el camino de Primeros Pinos recorrerán uno de los paisajes más asombrosos y menos visitados de toda la Patagonia.
Esta ruta alternativa para ir o volver de Villa Pehuenia, que es la RP13, le debe su particularidad a los paisajes de la Pampa de Lonkoluan, una planicie casi perfecta que en invierno se cubre con un liso tapiz de nieve sin una sola mancha, donde no sobresale un solo árbol ni arbusto, extendido por varios kilómetros en el horizonte a cada costado de la ruta.
Al detener el vehículo en la Pampa de Lonkoluan, el viajero se siente parado en el centro de un universo blanco; una muestra de desolación patagónica en su máxima expresión.
El Camino de Primeros Pinos asciende de a poco y comienzan a aparecer esas esbeltas coníferas llamadas araucarias (pehuén, en lengua mapuche) que tienen 70 millones de años de existencia en la Tierra y llegan a vivir 1500 años. Estos colosos de hasta 60 metros de altura, con las ramas arqueadas y el tronco aparasolado, se ven por centenares al borde de la ruta. Contemporáneas de los dinosaurios, sobrevivieron a terremotos y erupciones volcánicas. Sin embargo, la única catástrofe que ha puesto en jaque la continuidad de la especie fue la llegada del hombre blanco a la Patagonia, que en apenas dos siglos de depredación estuvo cerca de borrar de un plumazo 200 millones de años de historia. Ahora están protegidas por ley y no se las puede talar.
CORDILLERA SANJUANINA El cruce a Chile por el Paso Internacional Agua Negra en la RN 150, atravesando la cordillera de los Andes, es una de las excursiones más coloridas de San Juan. El camino es de tierra consolidada, y aunque carece de complicaciones lo ideal es recorrerlo con una camioneta 4x4 (en un auto común se debe ir con mucha precaución).
La ruta sube hasta más de 4000 metros sobre el nivel del mar, donde las montañas carecen absolutamente de vegetación. A simple vista, no hay indicio alguno de vida sobre la Tierra. Desde la altura, al borde de la cornisa, se capta la dimensión real de la inmensidad del paisaje. La noción del espacio se pierde a medida que se agranda el horizonte visual, y se recupera de pronto cuando mil metros más abajo aparece un puntito negro avanzando sobre cuatro ruedas en cámara lenta por la ruta.
La aridez deja al descubierto la compleja diversidad geológica de las montañas, reflejando un abanico multicolor de minerales amarillentos, verdosos, rojizos, violetas, ocres y anaranjados, cubiertos a veces por solitarios manchones de nieve. Además aparecen varios glaciares de altura.
Dos kilómetros antes del cruce a Chile encandila a los viajeros un brillo blanquecino detrás de una curva. A simple vista parece un glaciar que llega hasta el borde de la ruta, pero se trata en realidad de una serie de penitentes, esa extraña formación de hielo que surge por la acción combinada del sol y el viento a partir de grandes acumulaciones de nieve en los terrenos de extrema aridez.
La tentación de tocar el hielo de los penitentes seduce a todos, y nadie duda en detener la marcha para bajarse a jugar en ese laberinto blanco. De cerca se descubre que los penitentes son más grandes de lo que parecen, y forman una compacta pared de 200 metros de largo con hielos de cuatro metros de altura. En la parte superior son puntiagudos y parecen una sucesión de torres con punta de aguja que se levantan una junto a la otra escalando la ladera. En ciertos lugares los penitentes forman pequeñas cuevas de hielo con estalactitas bajando del techo.
El camino trepa hasta los 4770 metros, donde está el mojón que señala el límite con Chile. Allí se puede seguir hacia tierras chilenas o regresar a la ciudad de San Juan. Y prácticamente al borde de la ruta se levanta el escarpado pico San Lorenzo, con sus descomunales 5600 metros de altura, muy bien disimulados por su cercanía con los otros gigantes cordilleranos.
CAMINO A IRUYA En un viaje a Iruya, como a tantos otros pueblos de montaña en Salta, el trayecto vale tanto como el destino mismo. Por empezar, se cruza toda la Quebrada de Humahuaca en Jujuy. Al abandonar la famosa Quebrada se acaba el pavimento y comienza un ripio en muy buen estado, primero por la RN 9 y luego la RP 133. En total son 70 kilómetros, que también se pueden hacer en colectivo gracias a la línea diaria que une Humahuaca con Iruya.
El camino sube hasta los 4000 metros en el Abra del Cóndor, justo el límite entre Salta y Jujuy. Entonces la ruta comienza a bajar en zigzag mientras se encienden los colores vivos de los cerros y tras la ventanilla se ven senderitos que trazan líneas diagonales en la montaña. A lo lejos proliferan pircas rectangulares y circulares, y aparecen manadas de llamas, cabras y ovejas con su pastorcito atrás. También hay grupos de dos o tres casitas con alguna iglesia, o casas que directamente están solas en la nada, todas de adobe.
Hasta Iruya son 19 deslumbrantes kilómetros bajando a los 2800 metros, la altura del pueblo. Al costado de la ruta también baja el río Colanzulí, mientras Iruya se hace desear. Después de cada curva el viajero espera encontrarse la famosa iglesita de 1753, pero siempre falta una vuelta más. Hasta que aparece, iluminada por el sol, en la parte baja de un valle muy cerrado, una especie de anfiteatro descomunal con gradas multicolores. En el medio, la parte más baja del valle, pasa el río, de modo que el único lugar para las casas es la ladera misma de las montañas.
LA CUESTA DE LIPAN Partiendo del pintoresco pueblito jujeño de Purmamarca por la RN 52, comienza la famosa Cuesta de Lipán, que sube caracoleando desde los 2000 metros hasta los 4170 del Abra de Lipán, su punto más alto. A los costados de la ruta las llamas pacen en libertad y los cardones con brazos de candelabro parecen subir la montaña alineados como soldados.
Después del Abra de Lipán empieza un descenso por escarpadas cornisas. Al fondo de los valles se ven los caseríos de adobe con paneles solares y una iglesia blanca, también de adobe, con cúpula redondeada. En los senderos que rayan la montaña se suele distinguir a lugareños llevando mercaderías a lomo de burro rumbo a otros parajes.
La ruta es bastante transitada, ya que va hacia el cruce a Chile llamado Paso de Jama, que a su vez conduce a San Pedro de Atacama (380 kilómetros desde Purmamarca). Hay incluso dos líneas de colectivos que van a Atacama desde San Salvador de Jujuy y la ciudad de Salta. En el trayecto se suelen ver grandes camiones que transportan dos pisos de autos, usados en China y Japón y ahora exportados a Paraguay para su reventa, vía Argentina por el paso de Jama.
Desde los distintos miradores de la Cuesta de Lipán se pueden contemplar los caracoleos y las zetas que traza el mismo camino en la Puna occidental. Finalmente, tras una lomada, la ruta se convierte en una recta larguísima que divide por la mitad ese “mar blanco” de las Salinas Grandes. La llegada a la salina es deslumbrante. Allí no hay un solo arbusto, ni una rama seca, ni vestigio aparente de vida. Es una planicie perfecta donde sólo se vislumbra un suelo liso y radiante, con resquebrajamientos en forma de pentágono que se reproducen con la exactitud matemática de una telaraña. La única excepción son unos misteriosos conos de sal, acumulados por los trabajadores de la salina, y unos piletones naturales de forma rectangular llenos de agua que reproducen el celeste del cielo. Difícilmente otro paisaje norteño pueda transmitir mejor la idea de la nada más absoluta.
LAGUNA BRAVA La excursión de montaña que más se realiza en la cordillera riojana, 520 kilómetros al oeste de la capital provincial, es la que llega hasta la Laguna Brava. Prácticamente todos los que se aventuran en esta travesía, ya sea en excursión o con vehículo propio, alcanzan la increíble laguna sin mayores dificultades. Pero en este caso no se trata de un simple paseo. Por un lado hay que llevar un guía conocedor de la zona porque no es difícil perderse. Y los preparativos antes de la salida dan la pauta de que la excursión viene en serio: tubos de oxígeno por si falta aire en las alturas, dos camionetas 4x4 que se ayudarán una a la otra si alguna se atasca en la arena, dos llantas de repuesto para cada vehículo, un handy onda corta, medicamentos para el apunamiento y equipo de GPS satelital.
La Laguna Brava está a 4200 metros sobre el nivel del mar, cerca del límite con Chile, rodeada de inhóspitos y desérticos paisajes con un aura virginal perfecta de lugar intocado. Luego de una travesía de varias horas se llega a un gran valle en cuyo centro está la Laguna Brava, rodeada por majestuosos volcanes nevados que promedian los 6000 metros de altura. La camioneta avanza a campo traviesa hacia esa laguna azul zafiro que duplica en su superficie las siluetas invertidas de los flamencos rosados, inmóviles frente a una playa de sal. Y un viento helado sacude sin pausa los escasos pastos dorados de un ambiente árido al extremo pero colorido como pocos, que predispone a sumergirse en ese espejismo azul que irradia una desconcertante bellezaz
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