BOLIVIA. A COROICO POR EL “CAMINO DE LA MUERTE”
Un viaje a los pueblos de Coroico y Mururata, entre los bosques subtropicales de altura de las Yungas bolivianas, donde la cultura aymara convive con los descendientes de los esclavos de la colonia. La ruta más peligrosa del mundo, y la increíble historia del rey negro que vive en la región.
› Por Julián Varsavsky
Cuando se recorre el llamado “Camino de la Muerte” que conduce al poblado de Coroico, en el Oeste de Bolivia, se ve gran cantidad de cruces con flores y epitafios en diferentes idiomas. Hay citas en árabe, sentencias con ideogramas chinos y estrellas de David que aparecen después de cada curva de esta ruta serpenteante, al borde de abismos de mil metros de profundidad. Aunque hoy existe una forma alternativa de llegar a Coroico, de todos modos los viajeros suelen adentrarse al menos un poco en este camino de vértigo por mera curiosidad.
Hasta hace unos años se la consideraba la ruta “más peligrosa del mundo”, un título fundamentado en estadísticas: entre 200 y 300 personas morían cada año al desbarrancarse sus vehículos. El Camino de la Muerte surgió a comienzos de la década del ‘30 del siglo XX, construido por prisioneros de guerra paraguayos para unir a las localidades indígenas de la zona. Era un viaje de seis horas desde La Paz, en el que todo el mundo llegaba con el corazón en la boca después de transitar al borde de precipicios en un ángulo recto perfecto. El camino era, y sigue siendo, todo de tierra y de unos tres metros de ancho. Por eso, cuando dos autos estaban frente a frente, uno debía dar marcha atrás hasta algún lugar donde se ensanchara el espacio. Además es zona de derrumbes y es normal que las nubes anden por el camino, abajo y a los costados. Por si fuera poco, por esa ruta pasaban líneas regulares de colectivos y camiones de carga.
Actualmente, una nueva carretera de asfalto trazada en otra montaña une la capital boliviana con Coroico en tres horas de relajado viaje, con modernos túneles, puentes y miradores frente a un paisaje colosal semiescondido entre las nubes. Enfrente, del otro lado del precipicio, se ve de todas formas el Camino de la Muerte, utilizado aún para tránsito local y por algunas agencias que promocionan una vertiginosa excursión en bicicleta para bajar a toda velocidad por ese trazado donde cualquier mínimo error podría ser fatal (y aparentemente ahí está la gracia). Al final del paseo le entregan al viajero una remera como souvenir, con una curiosa inscripción: “Sobreviviente de la Ruta de la Muerte”.
BOLIVIANOS Y AFRICANOS En lengua aymara, coroico significa “perdiz de oro”, un nombre que parece hablar de ese pueblito encantador levantado en la punta de un cerro entre una exuberante vegetación tropical. Desde la ruta se observa una variada gama de ambientes que nacen en la falda de montañas de cumbres nevadas, en plena Cordillera Real de los Andes. Cerca de allí, del otro lado de los cerros, comienza la Amazonia boliviana, que se esconde tras los cordones montañosos de la provincia de Nor Yungas, donde está Coroico.
El pueblo surgió a comienzos del 1700 como base para el trabajo en las minas de oro. Más tarde, a la población indígena se le sumó la negra, llevada a las plantaciones como mano de obra esclava. Al caminar por las calles aparecen todavía los restos de aquella fiebre del oro, con fastuosas casas de arquitectura colonial y republicana en decadencia, pero siempre con llamativos balcones y jardines.
Trepando por las empinadas calles empedradas, de angostas veredas, se comienza a tomar contacto con la mezcla de las culturas africana y aymara, un fenómeno que se da en una serie de pueblitos de toda la zona. En las caóticas ferias de Coroico se ve a las típicas cholas con largas trenzas y coloridas polleras, y también a dulces negritas de andar cadencioso que venden toda clase de tejidos, especias, frutas y verduras.
En la animada Plaza de Armas, junto a la iglesia de San Pedro y San Pablo, brotan cada tarde las manifestaciones de la fusionada cultura popular de Coroico. Allí se ve la timidez aymara para con el blanco, contradiciéndose a sí misma con exultantes ritmos bailables como la saya y el caporal, ritmos de origen negro que ahora ya son de todos. Alrededor de los músicos y bailarines, numerosos turistas de todo el mundo observan el espectáculo sin atreverse a participar desde los pubs y restaurantes que rodean la plaza.
EXUBERANTES YUNGAS El Valle de Nor Yungas está en una zona de transición entre el Altiplano y la selva. El clima es agradable todo el año, con una leve humedad subtropical que alimenta una tupida vegetación surcada por ríos torrentosos, cascadas y una variada fauna.
Las actividades al aire libre en esos paisajes están entre los atractivos principales del pueblo. Un buen comienzo puede ser el circuito de trekking autoguiado que va a la zona de las cascadas por un sendero que sube hasta la antigua Capilla del Calvario, con una de las mejores vistas de la ciudad. Luego se continúa por la ladera del cerro Uchumani, atravesando plantaciones de coca, café, cítricos y plátanos. Y tras una hora de caminata se llega a la zona de las cascadas, que se van sucediendo con imponentes saltos que ofrecen un baño energizante a quienes se atrevan a sus cristalinas pero gélidas aguas.
Un trekking alternativo es el que va hacia las pozas de Piedra del Vagante, junto al río Santa Bárbara. Son dos horas de caminata entre campos de flores silvestres, donde revolotean mariposas gigantes y aves endémicas como el Gallo de la Roca, emblema de Coroico. Y además del Camino de la Muerte, otra alternativa vertiginosa para abordar estos paisajes son las excursiones de rafting y kayak por los rápidos del río Coroico.
PUEBLOS NEGROS En los alrededores de Coroico hay varios pueblos que concentran a casi toda la población negra de Bolivia, estimada en unos 35 mil afrodescendientes. Uno de esos pueblos es Tocaña, a 17 kilómetros de Coroico, donde el Centro Cultural del municipio es escenario todos los fines de semana de shows de música y baile al ritmo de la saya, interpretada con cajas y raspadores. Según algunos estudiosos, existen todavía algunos campesinos en Angola que interpretan un ritmo similar a la saya con un nombre muy parecido. Tocaña vive de la producción de coca y café, y tiene una única posada donde pasar la noche.
A 19 kilómetros de Coroico se encuentra Mururata, donde casi la totalidad de la población tiene la piel de color azabache. Y lo curioso es que allí vive un rey negro, muy respetado por la población.
Los pobladores negros fueron llevados a las Yungas desde Potosí porque eran esclavos que se vendían y compraban, a diferencia de los indios, que no tenían un valor de cambio. Fue así que para no perder la inversión, al decaer el negocio de las minas, los negros fueron vendidos a los hacendados de las plantaciones en las Yungas alrededor de 1760. Y resulta que entre los negros llevados a la zona había uno llamado Bonifacio I, príncipe de una tribu zemba de Senegal que, al morir su padre en Africa, fue reconocido en América como su sucesor. Los mismos esclavos les propusieron a sus amos trabajar una hora más por día a cambio de liberar de esas labores al rey: aceptada la petición, Bonifacio se convirtió en una suerte de delegado y pasó a ocuparse de la problemática cotidiana de sus súbditos. Al rey se le construyó incluso una especie de castillo, y al finalizar las Pascuas se ofrecía en su honor una ceremonia con fiesta popular.
Bonifacio I siguió siendo propiedad privada del marqués Bonifaz, aunque con cetro y corona. La dinastía de los Bonifacio fue aceptada con precaución por los sucesivos hacendados, y el baile zemba de cada Semana Santa se convirtió en una tradición festiva que nadie quería perder. Pero, en 1951, la dinastía de los reyes negros de Mururata se interrumpió con la muerte de Bonifacio Pinedo, coronado en 1932. Tuvo un hijo varón, Genaro, pero falleció antes que él, y así se perdió la tradición.
Con el paso de los años, el propio dueño de la principal hacienda de la zona, junto con otros pobladores, le propuso a Julio Pinedo, nieto del último rey Bonifacio, retomar la tradición. No fue fácil convencerlo, pero finalmente aceptó y fue coronado en abril de 1992. Y hasta el día de hoy sigue representando a los negros de su pequeño reino, donde vive sin grandes lujos. “Mi objetivo es difundir los reclamos de nuestra comunidad a nivel nacional, para que podamos salir de la exclusión en que hemos vivido siempre. Bolivia no es sólo indígena, también es negra”, afirmó una vez el rey Julio Pinedo, que habla poco y les escapa a las entrevistas y los grandes discursos. El día de su coronación lució una capa roja y túnica blanca de gamuza diseñada por Beatriz Canedo Patiño, la misma que elabora la ropa para Evo Morales. Pero el rey más pobre de la Tierra vive con lo justo, de su pequeña plantación de coca y cítricos donde él hace todo, en su casita de siempre. Cualquier viajero indiscreto, si le place, puede ir a tocarle la puerta al reyz
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