IRLANDA. MATICES URBANOS DE DUBLíN
La vieja Dublín siempre parece estar de moda. Tradición y espíritu contestatario son algunos de los condimentos de la capital irlandesa, que se levanta en el paisaje europeo con perdurable originalidad: con orgullo, desde allí se irradian las bases de una cultura difundida en todo el mundo de la mano de la inmigración.
› Por Astor Ballada
Laguna negra. Eso significa Dublín, y eso era en un principio esta ciudad... o por lo menos fue lo que destacaron de ella los normandos que ocuparon esta ancestral posesión vikinga entre los siglos XII y XVII. Una laguna negra formada por la confluencia de los ríos Liffey y Poddle. Sin embargo, con el paso del tiempo la suerte de ambos cursos de agua se bifurcó: el Poddle se convirtió en un afluente que apenas discurre subterráneamente, mientras el Liffey demarca el perímetro que divide Dublín en dos, norte y sur.
Cercana a la costa este de Irlanda, la capital cuenta en su núcleo urbano con más de medio millón de habitantes y sabe de los auges y pesares irlandeses: del éxito mercante anterior a la era industrial hasta el posterior declive; de la dominación británica a la rebeldía separatista; y entretanto las divergencias entre católicos y protestantes. Por si fuera poco, de ejemplo exitoso de economía de mercado a un presente donde la crisis mundial pegó con fuerza. Pero más allá de estos vaivenes, o tal vez precisamente para sostenerse ante tantas encrucijadas, Dublín muestra una fisonomía personalísima.
DOWNTOWN Con el Liffey como delimitador geográfico, atravesado por numerosos puentes, es posible adentrarse en la zona norte de Dublín, auténtico downtown de abundante actividad comercial, donde se erigen edificios públicos como el Correo Nacional y se concentra gran parte de las industrias que se extienden hacia las afueras del condado. Además del río, aquí la referencia es la muy ancha O’Connell Street, una arteria que homenajea a un líder nacionalista católico del siglo XIX: en uno de los extremos de la calle, lo recuerda una estatua. Eso no impide que en la otra punta, reflejando la sostenida dicotomía política y religiosa irlandesa, haya otro monumento, esta vez del líder protestante Charles Stewart Parnell, como si fuera una suerte de súplica de convivencia o un empate salomónico. Pero hay más. Por esta calle céntrica de cinco cuadras, que en un tramo se hace peatonal, hay otro monumento con el que la ciudad dio la bienvenida al nuevo milenio: se trata del Millenium Spire, un enorme cono metálico de 120 metros con pretensiones futuristas. Raro ejemplo de la evolución de los obeliscos, es el eje de no pocas bromas entre los dublineses, que no terminan de adoptarlo.
Y si bien O’Connell tiene su propio y muy ancho puente, esta arteria conduce a otro más emblemático y que es casi el más antiguo: oficialmente llamado Wellington, popularmente se lo conoce como el Ha’Penny Bridge. En criollo, puente del medio penique, que era el monto que costaba atravesarlo desde su inauguración en 1816 hasta 1919. En sus márgenes, hoy vibra la incansable actividad de los artistas callejeros, pero el lugar también es un buen escenario para las protestas por la crisis y el desempleo.
REINO DE BARES No muy lejos, pero ya en la zona sur, se respiran aires menos urgentes de obligaciones, aunque igual de intensos. Aquí el ritmo lo marcan los bares, donde es muy común ver fútbol cerveza en mano. Estos bares, que se replican con dudosa originalidad en el resto de las urbes occidentales, confirman que estamos en la ciudad más fiestera de Europa (aunque mucho se les debe a los turistas, que se prenden a la marcha y muchas veces son quienes realmente la generan). Sea como fuere, vale y existe. Tal es la movida que algunos barrios se identifican por el pub de referencia, como la zona denominada The Temple Bar. Aquí se desarrolla lo principal de la vida nocturna de la ciudad y cuesta creer que hasta hace poco más de una década haya sido una de las áreas más relegadas. Es un compendio de bares tan sobrios como vitales, pero también hay restaurantes, cines, teatros y mercados al aire libre, como el de Moore Street, donde se hacen sentir los inmigrantes de Asia y Europa del Este. Tampoco faltan en The Temple Bar los barrios residenciales, donde el estilo georgiano parece prolongarse en el tiempo, independientemente de todo auge o declinar económico. Este estilo debe su nombre a los reyes Jorge o George, en el poder desde 1714 hasta 1830, y en su momento significó la salida del Barroco para regresar al reconocimiento renacentista de lo clásico y sus proporciones en clave sajona. Sin embargo, tanta sobriedad y armonía contrastan con el colorido de las puertas hogareñas, que se explica con dos teorías: se dice que tiene que ver con la necesidad de reconocer la casa propia en el momento de llegar beodo, aunque otros retrucan que a la muerte de la reina Victoria el imperio dominante impuso el luto de las puertas... y la ancestral rebeldía irlandesa hizo el resto.
Pero si se habla de sofisticación georgiana, tal vez el mejor ejemplo sea el rincón que conforma el pequeño parque Merrion Square junto a las sobrias casas circundantes. Y de yapa, en el espacio verde, la oportunidad de apreciar un monumento de Oscar Wilde, cuya figura –ataviada como dandy sobre una roca– mira la casa paterna donde creció.
CATEDRALES Y CALLES Dos catedrales medievales anglicanas establecen también la tradición de la ciudad, en directa y paradójica relación con el enfrentamiento religiosopolítico latente frente a la mayoría católica. Así, en los alrededores de The Temple Bar surge la más antigua de estas catedrales, la de la Santísima Trinidad, construida por un rey vikingo en el siglo XI. Por su parte San Patricio, también en el sur, le gana en fama mundial por la ya globalizada celebración del 17 de marzo en homenaje al santo. En esta iglesia, cuenta la leyenda, San Patricio bautizaba a los conversos del paganismo al cristianismo.
Del otro lado de la ciudad, la calle Grafton es la otra arteria principal de Dublín, en este caso enteramente peatonal. Aquí están los locales y marcas más sofisticadas, acompañados en las inmediaciones por el centro comercial The Powerscourt Centre, cuyas vidrieras tientan con joyas, diseño, perfumes, alta cosmética y vestidos de novia.
En una ciudad tan literaria como Dublín, no llama la atención que un amplio personaje, Molly Malone, sea reseñado en la calle Grafton con una animada estatua de bronce, de generoso escote. Molly proviene de una canción popular que evoca a una vendedora ambulante de berberechos y mejillones, que de noche se convertía en prostituta y murió repentinamente a causa de una sorpresiva fiebre. Esta estatua marca el fin de la calle y el inicio hacia otro clásico de Dublín: el gran rectángulo verde con lagos que es el parque St. Stephens’s.
TRINIDAD COLEGIADA Siempre en la zona sur, es el turno del mítico Trinity College. A diferencia de otras universidades europeas o norteamericanas, esta prestigiosa casa de estudios no se encuentra en un enclave aislado sino en el centro mismo de la ciudad, a pasos de la peatonal Grafton y la zona de Temple Bar. Creado en 1592, el Trinity College ocupa casi 200.000 m2, donde se suceden explanadas, patios, edificios históricos y canchas de fútbol y rugby. Además de la universidad (su hijo dilecto fue y es Oscar Wilde), el predio incluye un colegio secundario, el campus donde viven principalmente los estudiantes extranjeros y una importante biblioteca con más de cuatro millones de libros.
ESPIRITU ESPIRITUOSO Seguro. Difícil pasar por Dublín y no adentrarse en un bar y pedir una pinta (casi medio litro) de Guinness, siempre cremosa y negra. Tanto es el fanatismo de locales y turistas por beber esta cerveza que muchos estudios midieron el declive económico de los últimos meses en la baja de su consumo. La pinta, alrededor de cuatro euros, ya suena cara para no pocos dublineses, principalmente cuando se repite la “pócima”, como es costumbre.
Y así como en Mendoza se pueden visitar las bodegas, en Dublín también se puede conocer la cocina de la célebre cerveza en la St. James Gate Brewery, donde don Arthur Guinness comenzó a elaborar el producto artesanalmente en 1759. Claro que la destilería del país tiene otro icono, Jameson, la principal marca de whisky irlandés (que por ser irlandés en realidad debe escribirse whiskey, y sin la aclaración de procedencia). Otra vez, el marketing tiene preparado un recorrido muy bien armado.
Dublín.
Tómela o déjela sin terminar luego de probarla. Pero antes, o después, conózcala también por los libros de sus hijos más dilectos. Son numerosos los escritores ilustres nacidos en la capital irlandesa: Jonathan Swift, William Yeats, Oscar Wilde, James Joyce, Samuel Beckett.
A propósito del Ulises de Joyce, que transcurre en Dublín, cada 16 de junio se celebra en Bloomsday en honor al personaje Leopold Bloom, con itinerarios y recreaciones del libro. Además los últimos puentes construidos recuerdan a los escritores: en 2003 se inauguró el James Joyce Bridge y en 2009, el Samuel Beckett Bridge, ambos diseñados por el arquitecto Santiago Calatravaz
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