SANTA CRUZ. PINTURAS RUPESTRES EN LA MARíA
Las cuevas y aleros de la estancia La María, cerca de la localidad santacruceña de San Julián, revelan una extraordinaria riqueza de pinturas rupestres de distintos motivos y colores. En la vastedad de la meseta patagónica, un pasaje hacia el mundo prehistórico de los primeros pobladores de la región.
› Por Graciela Cutuli
Casi 2300 kilómetros al sur de Buenos Aires, por esa Ruta 3 que dibuja la columna vertebral costera de la Patagonia argentina, San Julián es un puerto rodeado de playas con acantilados donde se respira toda la soledad y la aventura que ofrece nuestro extremo sur. Por allí pasaron las naves de Magallanes, como recuerda frente al centro de la ciudad una impecable réplica de la Nao Victoria. Por allí las aguas saben del paso de toninas, pingüinos y aves marinas que sobrevuelan los islotes desiertos frente a la costa. Por allí el Gran Bajo de San Julián se hunde hasta 105 metros por debajo del nivel del mar, entre salinas, fósiles y árboles petrificados.
Para los viajeros, la región tiene un sabor a desafío de los elementos, a trabajo de pioneros y cierta firme voluntad de establecerse en medio de la nada. Pero la naturaleza y la historia, sin duda, se encargan de compensar el esfuerzo. A 150 kilómetros de San Julián rumbo a la cordillera, por un camino que el invierno puede volver intransitable pero que durante todo el año muestra la estepa patagónica en toda su magnitud, se encuentra la estancia La María, cuyas 22.000 hectáreas revelan un tesoro insospechado para el estudio de los primeros pobladores de la Patagonia.
ROCAS DEL PASADO Estancia La María se levanta en lo que se conoce como Patagonia extra-andina: es un paisaje de mesetas extensas y anchas terrazas que van bajando lentamente hacia al mar, coronadas de una vegetación baja y leñosa, gramíneas y cactáceas capaces de resistir la dureza de un clima sin agua y con viento. Donde la tierra se abre, formando venas en forma de quebradas y cañadones, brotan los duraznillos, los molles y los amarillos arbustos de calafate, aquellos que según la leyenda hay que probar para emprender nuevamente el regreso a la Patagonia.
Es aquí donde la historia geológica de la región se puede leer, como en las páginas de un libro escrito sobre la roca. Antiguas erupciones volcánicas dejaron sobre el terreno gigantescos afloramientos rocosos, de diferentes colores y texturas, que hoy conforman sobre las tierras de La María acantilados, cavernas, abrigos y aleros. En el clima inhóspito de la región, estos lugares más protegidos fueron ideales como refugio para los primeros habitantes de la Patagonia: de ellos han quedado, en un total de 84 cuevas y aleros, pinturas rupestres que las dataciones arqueológicas estiman de unos 12.600 años de antigüedad.
Como en las famosas grutas de Altamira del norte de España, como en las espectaculares cuevas de Lascaux del sudoeste de Francia, y como en la célebre Cueva de las Manos del cañadón del río Pinturas santacruceño, también La María ofrece una riqueza arqueológica extraordinaria, que todavía está en proceso de estudio y que poco a poco va sacando a la luz las técnicas, modos de vida y evolución de los pueblos que hace miles de años ocuparon esta parte de la Patagonia. Para conocer las pinturas hay que llegar primero al casco de la estancia –se puede contactar directamente, o bien contratar excursiones desde San Julián– y luego emprender el trekking que lleva hacia los aleros y cañadones del interior de La María. En algunas de las cuevas, incluso, existen pinturas que representan los cuatro niveles culturales sucesivos que vivieron en el lugar: el último de ellos la cultura Patagoniense o Prototehuelchense, que hay que ubicar hace unos cuatro mil años.
ARTE EN LA MARIA El sitio de la estancia comenzó a ser investigado en los años ‘80 por arqueólogos de la Universidad Nacional de La Plata, los primeros en explorar su increíble riqueza y en clasificar dos grandes áreas, La María Bajo y La María Quebrada. Desde mediados de los años ‘90, se abrió también al turismo y permite una experiencia única de exploración del pasado, un pasado curiosamente tangible y tocado por la varita mágica de un arte que no conoce de tiempos ni fronteras.
La María es un sitio particular por la variedad y cantidad de pinturas rupestres, y por la gran cantidad de tipos de estudio arqueológico que permite a los especialistas, desde la zooarqueología hasta los estudios paleopaisajísticos y la estratigrafía. Salta a la vista, apenas el grupo se asoma a las cuevas y aleros, la policromía de los motivos: los tonos van del negro al ocre, amarillo, gris, blanco, violáceo, azulado... lejos de la uniformidad, aquellos artistas primitivos supieron también valerse de las salientes naturales y las oquedades de la roca para integrar el relieve en sus composiciones.
Además de los colores, las pinturas rupestres de La María muestran una notable variedad de motivos, que reflejan las instancias de la vida cotidiana hace miles de años en esta tierra tan extensa como dura: los guanacos, solos o con sus crías, corriendo o tomando agua; manos en negativo y en positivo; hombres con lanzas en la mano; círculos concéntricos realizados a partir de líneas y puntos, que recuerdan remotamente algunos motivos aborígenes australianos; dibujos de choiques y zorros. Geométricos, abstractos, representativos y representativos abstractos: así clasifican los arqueólogos los diferentes motivos representados en las pinturas.
ARTE Y AMBIENTE El ambiente mismo de la meseta favoreció la búsqueda y hallazgo de materiales utilizados en el arte rupestre: en La María se encuentran afloramientos minerales y óxidos cercanos a los sitios de las pinturas, en tanto las propias formaciones geológicas brindaban la materia prima para tallar y retocar cada obra (raspadores, cuchillos, puntas, puntas de flecha). Los especialistas aseguran que los pobladores tenían un manejo controlado del fuego, lo que les permitía mejorar el color y la calidad de los materiales empleados, así como la posterior fijación sobre las paredes de roca. El estudio detallado de las técnicas también revela cualidades de experimentación: así, una misma mano aparece pintada distintas veces, más o menos larga, más o menos ancha, y salpicada con pintura o pigmentos desde distintas direcciones. Además, en algunos casos una misma pintura es la obra de varios pintores, que trabajan en forma sucesiva reinterpretando cada uno la obra del anterior en busca de una composición final. Todas estas características hacen de las cuevas y aleros de la estancia La María un lugar único, que merece una visita especial desde San Julián, en lo posible pasando la noche, ya que las distancias y dificultades del camino hacen complicada o muy parcial una visita en el día. Junto con la Cueva de las Manos, la estancia permite completar la mirada hacia los pueblos que habitaron esta parte de la meseta patagónica hace miles de años, y cuyo arte y creencias aún siguen transmitiendo un mensaje a los visitantes de hoyz
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