Dom 15.08.2010
turismo

MINITURISMO UNA VISITA A LA CIUDAD DE QUILMES

Río, historia y sabores

Caminatas por la ribera y la manzana histórica quilmeñas, una visita al Museo del Transporte y un almuerzo en una antigua casona de campo reciclada en restaurante. Momentos placenteros en una escapada al sur, a pocos minutos de Buenos Aires.

› Por Guido Piotrkowski

El primer plano de Quilmes lo hizo Francisco Mesura, el agrimensor más relevante de la época, en el año 1818. La ciudad había sido fundada seis años antes, el 14 de agosto de 1812. El trazado del centro era igualito al que se ve hoy, con la impecable plaza San Martín en el centro y los edificios históricos circundantes.

“La manzana histórica de Quilmes tuvo, y aún tiene, de todo: primera iglesia, primera escuela, primera municipalidad, primera comisaría, primera sala de primeros auxilios, primera biblioteca, primer cementerio, primer registro civil. El registro ya no está y el cementerio tampoco, pero el resto sí. Creo que no existe una manzana así en el mundo”, dice, quizá un tanto exagerado pero sumamente orgulloso, el director de Museos de Quilmes, Rodolfo Cabral.

En esta manzana histórica, en donde se destacan la iglesia y su campanario de 1880, así como el antiguo edificio de la municipalidad devenido en una activa Casa de la Cultura, se juró la Independencia y se ejecutó a varios delincuentes. En la plaza central, que hoy se llama San Martín pero inicialmente se llamó Plaza Mayor y luego 5 de Mayo, Constitución y Carlos Pellegrini sucesivamente, hay lugar para homenajes en formatos diversos a las Madres de Plaza de Mayo, a Sarmiento, a San Martín y hasta a los bomberos. Y por supuesto, a los indios quilmes que llegaron a estas costas rioplatenses a paso lento desde su Tucumán natal, luego de ser expulsados por los colonizadores.

Este es el corazón de la ciudad, donde los pibes que salen en bicicleta del colegio Bernardino Rivadavia –otro edifico histórico– se topan con los otros estudiosos, los que acuden a la Biblioteca Municipal, y con la gente que va de compras por la peatonal Rivadavia, uno de los paseos comerciales más importantes de la zona sur.

La ribera es también uno de los lugares emblemáticos. Luego de su auge en los ’90, decayó un poco pero en los últimos tiempos se ha revitalizado nuevamente. Durante un fin de semana soleado, miles de personas se acercan a dar un paseo al lado del río. En bici, en auto, en colectivo o a pie, llegan parejas, familias, chicos y aerobistas solitarios en busca del esparcimiento que un pedazo de río bien aprovechado puede ofrecer en su costanera. Hay una buena cantidad de bares para sentarse a disfrutar de un aperitivo y la brisa fresca del aire ribereño.

Hacia un lado sobresale el bellísimo edificio del club Pejerrey, paraíso de los pescadores de otros tiempos, con una escollera que aseguran es una de las más largas de Sudamérica. Hacia el otro, se destacan las embarcaciones que descansan en el tradicional Club Náutico, fundado allá por 1921.

LA VIEJA CASONA Uno de los precursores de aquel viejo pueblo, en el que casi no quedaban aborígenes hacia 1810, fue el sacerdote Santiago Rivas, quien se afincó en un terreno considerado por entonces en las afueras del lugar. Hoy ese lugar histórico es una agradable casona restaurada y convertida en restaurante, ideal para una parada durante el recorrido quilmeño.

Luego de la muerte del sacerdote Rivas, la propiedad fue adquirida por la familia Salas del Carril, descendientes del ex vicepresidente Salvador María del Carril. Fueron ellos quienes comenzaron alrededor de 1860 la construcción del casco de estancia donde hoy es posible sentarse a disfrutar de un buen almuerzo o cena: se trata del restaurante Campos de Plata, que conserva su estilo original, tal como se puede apreciar en las aberturas, rejas y pisos. El establecimiento cuenta con tres salones, el Blanco, el Rojo y el Rosado, con ambientación de época y muebles victorianos. En el salón principal llama la atención una antiquísima fuente bautismal. Según Alfredo Ferrera, el gerente del local, el padre Luis Farinello suele bautizar aquí a algunos niños. Alfredo le agrega pimienta al almuerzo y relata que los nietos y bisnietos de los Salas, quienes frecuentan el lugar, le contaron que la actual bodega era originalmente un túnel que las familias usaban para escapar en tiempos de enfrentamientos entre unitarios y federales. “Son historias para creer a medias –advierte Alfredo–. También se dice que el lugar donde tenemos las cámaras era usado como cárcel en la época de los esclavos.”

Al lado del viejo casco hay un altillo donde se supone que vivía el sacerdote, y un garaje para carruajes que aún mantiene el piso original. El parque de dos hectáreas es un verdadero pulmón natural, con especies en su mayoría plantadas por los primeros habitantes más de un siglo atrás: tipas, laureles, moras, cedros y ombúes. “Por acá no había nada. Todo lo que vemos lo hizo el hombre, porque a lo sumo sólo encontrabas por aquí pastos altos. En 1818 había alguna pequeña aguada y campos, nada más, ni siquiera árboles. El ombú era de la zona de la costa, y hasta los pájaros vinieron luego. Quienes poblaban no sólo tenían que hacer una casa adecuada, sino modificar la naturaleza, y muchos pusieron árboles no nativos”, interviene Cabral, el director de Museos.

DON CARLOS Y SUS CARRUAJES Luego del almuerzo, llega la hora de los museos. Se cruza por la avenida La Plata, que en los viejos tiempos fue un camino real, hacia el Museo del Transporte, un antiguo establecimiento rural de fin de semana hoy convertido en un hermoso predio arbolado como para pasar una tarde de sol. El lugar fue propiedad de Carlos Hilner y Decoud. “Don Carlos”, como todos lo conocieron por aquí, había comprado estos terrenos en 1920 y bautizó el sitio como “El Dorado”, nombre de la chacra de uno de los antiguos habitantes. En 1944 donó unos 90 mil metros cuadrados al municipio. “Todo para que sea destinado a educación, museos y esparcimiento de niños”, explica Cabral.

Mientras tanto, el hombre fue adquiriendo varios carruajes que hoy forman parte de una de las colecciones más importantes de Latinoamérica, explica el responsable de los Museos de Quilmes, destacando que el edificio –cuya fachada es la de un castillo francés con roble de Eslavonia– se construyó entre 1927 y 1935, con mayoría de materiales reciclados. “Don Carlos compraba demoliciones europeas de las cocheras de carruajes que iban siendo reemplazadas por las de coches actuales.”

La nutrida colección, muy bien conservada, impresiona por la belleza de los carros, que fueron en su época de esplendor coches deportivos y de lujo. Hay un carruaje que perteneció al ex presidente Roque Sáenz Peña, y otro a Alejandro Bustillo, el arquitecto del Banco Nación y el hotel Llao Llao. Cada uno de ellos, dispuesto dentro de una vieja caballeriza que luce impecable, tiene características diferentes. Los hay especiales para mujeres, fabricados con los estribos bajos –para que pudieran subir con sus miriñaques– y sin faroles, ya que las damas no podían viajar de noche. Hay otro con capotas para sol, lluvia y nieve que usaban los médicos en Estados Unidos; uno más en el que los pasajeros de primera viajaban adentro y los de segunda arriba, al descubierto. Llamado “ómnibus”, es el antecedente del colectivo actual, Cabral enseña uno que llevaba pasajeros y carga, un carretón cervecero y otro modelo hasta para transportar perros. Hace especial énfasis en el Tandem, un lujoso modelo deportivo de época construido en Francia, con asientos de pana y llantas de goma, único en el país y de los que quedan pocos en el mundo.

En la sala-caballeriza de al lado, hay una gran colección de monturas de un cuero “que ya no se consigue”, según Cabral. También campanas y faroles que se utilizaban como elementos de seguridad, ya que en medio de la oscuridad reinante en aquellos tiempos no se veía nada salvo en noches de luna.

Por el museo anda Don Angel, el último mayordomo de Don Carlos. Conocido como “El Angel Guardián”, tiene gratos recuerdos de su patrón. “Don Carlos era muy buena persona. Venía los jueves de verano y se quedaba hasta el lunes a la mañana. Traía a las visitas a pasear en carruajes. El siempre decía: ‘La confianza cuesta mucho ganarla, pero se pierde en un minuto’”z

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