JORDANIA. CRóNICA DE UNA VISITA A PETRA
Hace tres milenios, cuando las caravanas iban y venían entre Arabia, Jerusalén y Damasco, desde la roca del desértico paisaje fue extraída una ciudad: Petra. Desde entonces, esta obra de arte cincelada en la piedra rosada es la joya favorita de Jordania.
› Por Pablo Sigismondi
¿Por qué los nabateos levantaron una ciudad en este desierto, en este lugar?”, me preguntaba asombrado, hasta que Ibrahim, un lugareño que conocía su desierto piedra por piedra, me respondió: “Porque en Petra hay agua, en Petra llueve en primavera y en invierno. Son lluvias cortas pero torrenciales”. Para contar la historia de esta ciudad cuyo nombre en griego significa literalmente “roca”, hay que empezar muy atrás. Deberíamos retroceder tres mil años, hasta la época de los nabateos, que aquí tuvieron su capital. E incluso más allá, hasta la lejanía de los tiempos del Antiguo Testamento y de Moisés, quien se paseaba por este sitio; de allí el nombre de Wadi Musa o Valle de Moisés. Según la tradición árabe, fue aquí donde Moisés hizo brotar un manantial de la piedra, al golpearla con su bastón...
Hace más de 2000 años, los pobladores del lugar lograron aprovechar hasta la última gota del precioso líquido, cavando cisternas y canalizando el agua en la roca. “Petra contaba con abundante agua para satisfacer las necesidades de una población estable estimada en 40 mil personas, a las que se debían añadir los caravaneros y sus animales –camellos, cabras y ovejas– que llegaban a sumar otros varios miles...”, continuó relatándome Ibrahim.
Desde el puerto de Aqqaba, una moderna carretera –la King Hussein Highway– comunica el sur del país con la capital, Amman, situada unos 200 kilómetros al norte, siguiendo la antigua ruta de los camellos. Mientras transitábamos por allí el silencio del vasto desierto sólo era interrumpido por el ruido del motor del moderno y confortable bus. Una especie de magnetismo me atrapaba, envolviéndome en un ambiente de paz y libertad, tal vez asociado a los amplios horizontes sin fin, totalmente despoblados, que venía observando ininterrumpidamente.
LA CIUDAD ROSADA Petra es uno de los sitios arqueológicos más impactantes y enigmáticos del planeta. Ubicada en el corazón del desierto arábigo, actualmente pertenece al Reino Hashemita de Jordania. Sin embargo, en la Antigüedad la ciudad dominaba el comercio en las rutas de las grandes caravanas de especias, seda, oro, incienso, mirra y esclavos del Medio Oriente. Su construcción, al parecer, fue iniciada en el siglo III antes de nuestra era por los nabateos, que la erigieron en la capital de su reino. En el año 106 fue anexada al Imperio Romano. Luego, cuando las rutas del comercio se trasladaron más al norte –especialmente a Palmira, actualmente Siria–, la ciudad perdió importancia y languideció, hasta llegar prácticamente a desaparecer al cabo de cinco siglos. Así permaneció olvidada durante mil años. Recién en 1812 fue “redescubierta” por el explorador suizo Johann Ludwig Burckhardt y en 1929 comenzaron las tareas de excavación. Desde entonces, lentamente aparecieron increíbles ruinas debajo de la arena... templos, palacios, tumbas e incluso un anfiteatro romano; todos construidos de idéntica manera: tallando la roca de color rosada.
Lentamente, fui ingresando a través de un desfiladero angostísimo (llamado siq, ahora en parte pavimentado), de dos kilómetros de largo. Casi podía sentir en mi piel que a medida que avanzaba desandaba las páginas de la historia. Como si hubiera entrado en un verdadero túnel del tiempo. El pasadizo rocoso, con paredes de 80 metros de altura, fue angostándose cada vez más hasta que, de repente, a través de una larga grieta vertical apareció ante mis ojos parte de la primera fachada: el Khazneh o Tesorería, el edificio más conocido de la ciudad. Protegido de la intemperie, es uno de los monumentos mundialmente célebres de Petra, casi su emblema. Tanto que su contexto fue el preferido para la filmación de parte de Indiana Jones y la última cruzada, de Steven Spielberg. Cuando llegué a la explanada situada a su frente, una masa de turistas de todo el mundo invadía el sitio.
UN PICASSO EN LA MONTAÑA Cuando el emperador Constantino se convirtió al cristianismo, el Khazneh fue trasmutado en iglesia. Sólo cuando entré a su interior comprendí mejor las palabras de Ibrahim, que había sentenciado: “La naturaleza es la coautora de la magnificencia de Petra”. Efectivamente, sus contornos equivalían para mí a un adelanto de arte abstracto, a manera de gigantesco Picasso. Las huellas de estrías en sus paredes testimonian el trabajo de las piquetas que tallaban la roca a 45 grados.
Todas las edificaciones de la antigua ciudad fueron hechas desocupando de roca las paredes rosadas de sus montañas, de arriba hacia abajo, vaciando los interiores con exactitud como si se tratara de una arquitectura al revés, que en vez de agregar iba extrayendo. Impactante, más aún si se piensa en la imposibilidad de subsanar eventuales errores.
Petra, sin embargo, no es el único testimonio de esta antigua forma arquitectónica. En Lalibela (Etiopía), Ajanta y Ellora (India) también fueron levantados monumentos utilizando técnicas semejantes. Sin embargo los tonos rosados que nacen cuando en sus interiores se refleja la luz solar hacen de la pintura surrealista de Petra algo casi insuperable.
ANOCHECER EN PETRA Antiguamente en Petra vivían los beduinos, que ahora aprovechan la masiva llegada de turistas para vender recuerdos, té y agua. Entre ellos seguí caminando por las llamadas Tumbas Reales, hasta subir los más de 800 peldaños que me llevaron al edificio más grandioso de Petra: el Monasterio, con su fachada de 53 metros de largo y 35 de altura. Entonces, por un angosto sendero –no apto para gente con vértigo– ascendí hasta la cúpula. Desde lo alto di la última mirada a la majestuosa ciudad de piedra en el atardecer y bajé a esconderme dentro de una cueva antes del ocaso. Mi mente y mi corazón habían quedados cincelados con las imágenes de Petra, como sus tesoros mismos, y quería retratar el Monasterio con estrellas, aun sabiendo que la visita había concluido y debía regresar. A escondidas, permanecí allí hasta que fui descubierto y debí regresar a Wadi Musa.
¿Qué vendrá después? Algún día, el lento pero inexorable proceso erosivo que trabaja sobre las fachadas de Petra la devolverá a aquella naturaleza de donde surgió por la mano del hombre. Pero hasta que ello ocurra, la enigmática y majestuosa maravilla seguirá hipnotizando a todos sus visitantes. Como me hipnotizó durante mi visita, revelándose infinitamente más rica y misteriosa de lo que cualquier ser humano podría fantasearz
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