Dom 26.09.2010
turismo

BUENOS AIRES PASEOS NOCTURNOS POR EL ZOO Y LA RESERVA

La otra noche porteña

Animales y plantas tienen su propia vida nocturna. Se la puede descubrir en dos visitas guiadas que recorren el Zoológico y la Reserva Ecológica a la luz de la luna, una forma de acceder al universo desconocido de ese mundo natural tan vivo dentro de la gran ciudad.

› Por Mariano Jasovich

No tan lejos de las discotecas de moda y de los modernos restó, hay otra Buenos Aires que no duerme. A pasos del asfalto, apenas se deja atrás el estribo del colectivo y con la luna llena como testigo, tanto el Zoológico porteño como la Reserva Ecológica de la Costanera Sur permiten ingresar en un mundo desconocido. Ambos paseos ofrecen visitas guiadas nocturnas para acercarse de una manera diferente al reino animal y vegetal.

Entrada a la Reserva Ecológica por el Camino de Los Lagartos.

ZOO DE NOCHE A pesar de lo que pueda pensar la mayoría de los porteños, el reino animal que vive en medio de la ciudad no descansa de noche. Todo lo contrario: bajo la luz de la luna, los distintos espacios del Zoológico mantienen gran actividad, ya que los animales se sienten más desinhibidos por la ausencia de público.

Al ingresar se dejan atrás los edificios que rodean el Zoológico, con sus miles de lucecitas casi fundidas con las estrellas. Entretanto, los árboles verde oscuro mecidos por la brisa primaveral apenas se ven iluminados por unos pocos faroles y por la luna llena, que se refleja en el lago de los cisnes y flamencos.

El grupo, de unas 30 personas, ya sabe que ingresó en el mundo animal por el cambio de olores. En el aire ya no se respira el smog porteño; ahora se pasó al clásico olor a animal que nos remonta hacia los años de la infancia y las primeras visitas al Zoológico palermitano.

La poca cantidad de gente ayuda a que los animales se muevan a piacere. De esta manera se puede ver al hipopótamo Garoto asomarse en el agua para mostrar la blancura de sus dientes reflejados en la noche porteña. Mientras tanto, el cuidador aprovecha para darle de comer zanahorias. Ya en la profundidad del Zoológico, descubrimos que la elefanta Mara cambió de hábitos y, para sorpresa de todos, estaba despierta en la noche para evitar el asedio diurno de los miles de niños que la llaman todos los días.

Es que el Zoológico, inaugurado el 30 de octubre de 1875 por el presidente Julio Argentino Roca, era visitado en sus comienzos por unas 15.000 personas al año, una cifra que parece muy pequeña frente a la actual, que llega a los tres millones de visitantes.

Entre las novedades del complejo, declarado Monumento Histórico, figura un “nocturnario”. Allí, en un ambiente casi sin luz, se puede ver a los habitantes de la noche: puercoespines, comadrejas, murciélagos y lechuzas surcan con comodidad el espacio creado especialmente para ellos.

Pero como toda selva, aunque sea en miniatura, también tiene su rey. Los que concurran a realizar la visita nocturna podrán observar a los felinos en plena actividad. Así, los leones y tigres bajo la luz de la luna corren entre los matorrales y se afilan las uñas en los troncos como si fueran simples gatos como los del vecino Botánico.

Para mejorar el estado de los animales, el Zoológico cuenta con 25 cuidadores, que mantienen el contacto diario con ellos. Además, el Departamento de Sanidad está compuesto por cinco veterinarios y también un equipo de nutricionistas trabaja para evitar el aburrimiento y el estrés de los animales. De esta manera, les colocan la comida en distintos lugares y escondida para mantener el instinto inquieto y de búsqueda, tal como si vivieran en la selva.

La mirada alerta de los lemures de cola anillada.

BAJO LA LUZ DE LA LUNA Una vez por mes, cada viernes que el calendario indica la llegada de la luna llena, la Reserva Ecológica de la ciudad abre sus puertas para una visita guiada. A diferencia del Zoológico, aquí no existe ningún tipo de iluminación eléctrica y sólo la luna y las estrellas son testigos del grupo que surca los matorrales.

En plena noche, la vegetación absorbe cualquier ruido que intente llegar desde la Costanera Sur. La luna está colgada del cielo y toda la reserva se torna de tonos blancos y grises. Unas cuarenta personas se sumergirán durante tres horas en otro mundo, a sólo cinco minutos del microcentro de la ciudad. Antes de entrar al reino vegetal, llegan los últimos consejos de los guías: ponerse repelente, incluso en invierno, y no separarse del grupo.

La gente ingresa por el Camino de Los Lagartos. Los contrastes entre la naturaleza que se adivina y la ciudad son visibles desde los primeros pasos. A los 200 metros, cuando todavía acompañan lejanos algunos bocinazos, a los lados del sendero hay ceibos y tipas. Y dos grandes lagunas: a la izquierda, la de los Coipos. A la derecha, la de los Patos.

En la primera parada, los visitantes disfrutan de las sorpresas iniciales que depara la excursión. Se trata de unas de las pocas posibilidades que da la Reserva de observar su fauna, ya que en la oscuridad se puede observar un coipo (especie de nutria) sobre unas piedras que dan al espejo de agua. Durante la visita también se pueden divisar tortugas de laguna, patos siriríes y gavilanes.

En la primera hora de caminata por el pulmón verde más grande de los porteños, el único natural con 350 hectáreas, la ciudad no termina de irse. Falta por lo menos media hora para poder acercarse más a la naturaleza. A la altura de la calle Belgrano, sobre la Costanera, queda un recuerdo del antiguo balneario de Buenos Aires, y un poco más adelante, a 100 metros, empieza el Camino del Medio que parte la reserva en dos. Es constante el sonido de los grillos y las ranas. Por consejo de los guías, la gente se concentra para oír mejor y comprobar que finalmente la ciudad no está más. El recorrido se mete hacia el Río de la Plata, que cada vez se siente más cerca. En la Laguna de las Gaviotas hay gallaretas durmiendo. Ya no hay árboles. Sólo arbustos y algunos sauces.

La caminata sigue sobre el camino central. A la izquierda se abre un sendero hacia el Bosque de los Alisos, rodeado de cortaderas que es necesario esquivar para poder avanzar. Ya dentro del bosque no se ve nada, y la única guía para seguir es la espalda del que va adelante. Algunos se detienen para tocar las plantas y descubrir su textura. Hace más calor que en el camino y el ambiente es muy húmedo. Sólo se oyen pisadas. Entre las ramas, un hueco de luz en medio de la oscuridad. El recorrido del bosque termina y un atajo lleva hacia el río. Es medianoche, en medio de la naturaleza, a pocos pasos del ruido y el smog de Buenos Airesz

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