TIERRA DEL FUEGO. AVENTURAS EN USHUAIA
Tierra del Fuego, misteriosa isla con historias fascinantes de presos y aventureros, condensa en una pequeña superficie las más variadas actividades para cada estación del año.
› Por Mariana Lafont
Gracias a los 3040 kilómetros que la separan de Buenos Aires, Ushuaia no sólo es capital de la más joven y austral de las provincias argentinas, sino también la meca turística por excelencia en el fin del mundo. Los orígenes de Ushuaia (que en idioma yagán significa “bahía que penetra hacia el poniente”) se remontan al 12 de octubre de 1884, cuando fue fundada para asegurar la soberanía argentina en estas tierras que habían sido habitadas por cazadores y nómadas del mar. Los selknam, haush, yámanas y kawésqar vivieron aquí tranquilamente hasta que llegó el hombre blanco y los erradicó. La excepción fue el anglicano Thomas Bridges, que arribó en 1860 y se convirtió en el primer blanco habitante de Tierra del Fuego. Conocía el idioma y supo convivir con los aborígenes a través de la misión evangelizadora; luego fundó, a 85 kilómetros de Ushuaia, Harberton, la primera estancia de Tierra del Fuego que introdujo el ganado vacuno y lanar. Hoy es un monumento con alto valor histórico que se puede visitar por uno o varios días para ver el Museo Acatushún (con esqueletos de aves y mamíferos marinos del sur de Sudamérica), el casco de la estancia y hacer caminatas guiadas.
Uno de los primeros paseos en Ushuaia es el cerro Martial y su glaciar, que están “pegaditos” a solo siete kilómetros de la ciudad. Si bien el glaciar está en retroceso, vale la pena ir y disfrutar la vista sobre el Canal de Beagle, el cerro Vinciguerra y las islas Navarino y Hoste mientras se sube en la aerosilla. En el cerro Martial se gestó el Club Andino Ushuaia y luego se construyó el primer refugio, a principios de la década del ’50.
La ascensión al cerro se puede hacer en auto o taxi, y luego en aerosilla o a pie. La caminata comienza en la base de la pista de esquí alpino y al llegar a la parte superior se empalma con la de esquí de fondo. Luego, por un sendero se llega a la aerosilla y se continúa por otro que va por debajo hasta llegar a la base del glaciar. Para los que no quieran caminar, en la base, al lado del refugio, se puede hacer canopy en pleno bosque de lengas, una interesante forma (desde una perspectiva segura y divertida) de involucrarse con el bosque fueguino.
El centro de Ushuaia no es muy grande y se recorre muy bien a pie a lo largo de la San Martín, la principal y larga avenida de la ciudad más austral del mundo. Corre paralela a la costa, cada vez está más concurrida y hay negocios de todo tipo. Bares, tiendas de ropa y souvenirs, chocolaterías y buenas librerías. También hay gran variedad de restaurantes donde degustar algunos de los más tradicionales platos fueguinos, como la merluza negra, la centolla y el cordero. Pero si la idea es no caminar, se puede hacer un tour en colectivo de dos pisos, un Routemaster modelo 60 traído de Inglaterra y remodelado en Buenos Aires. La excursión dura una hora y, además de ver el casco céntrico y las casas de los primeros pobladores, el pintoresco bus entra en el área restringida de la base naval, donde se encuentran los primeros edificios públicos de la ciudad. El paseo termina en un punto panorámico para sacar fotografías.
Finalmente, para cambiar el punto de vista, desde el muelle local parten barcos, catamaranes y veleros que navegan el Canal de Beagle y permiten contemplar la ciudad y su entorno desde el mar. Hay varias excursiones, pero la mayoría suelen ir a Isla de los Pájaros, Isla de los Lobos y al Faro Les Eclaireurs, muchas veces confundido con el Faro del Fin del Mundo, que se encuentra en la Isla de los Estados y que Julio Verne hizo famoso en la novela homónima. Tanto la Isla de los Pájaros como la Isla de los Lobos pertenecen al Archipiélago Bridges, y son puntos privilegiados para avistar leones marinos, cormoranes, albatros, skúas, petreles y patos.
EN EL PARQUE Y MAS ALLA Ya sea en auto, en el Tren del Fin del Mundo o a pie, el Parque Nacional Tierra del Fuego es visita obligada en la isla. Esta reserva creada en 1960 tiene 63 mil hectáreas y protege la zona más austral de los Andes y el bosque subantártico. En este clima se desarrollan bosques de Nothofagus como la lenga que, en otoño, pasa del verde al rojo intenso. También hay turbales rojizos que dan un gran colorido al verde predominante de la isla, donde habitan zorros colorados, guanacos, cauquenes y más de noventa especies de aves. También hay conejos y castores, que traen serias complicaciones cuando construyen diques en ríos y arroyos para proteger su madriguera. El problema es que los castores, oriundos de América del Norte, fueron introducidos; no tienen depredadores y para comer y hacer diques derriban cuatrocientos árboles al año, desequilibrando el ecosistema.
Para disfrutar a fondo la reserva, lo ideal es quedarse unos días, acampar y hacer trekking en los senderos habilitados. Una de las sendas va del camping Lago Roca al Hito XXIV, en el límite con Chile. El recorrido, de cinco kilómetros, permite apreciar este lago glaciario y su entorno. Un poco más lejos, a veinte minutos del camping, hay una bifurcación que va al cerro Guanaco. La picada, de cuatro kilómetros, tiene mucha pendiente pero el esfuerzo vale la pena porque desde la cima, a 970 metros de altura, se ven la cordillera, la Bahía Lapataia –donde finaliza la RN 3– y sus alrededores. Para quien no tome el ferrocarril, está la Senda del Tren del Presidio, que dura cuatro horas. Por último, uno de los más visitados e interesantes es el Sendero Costero, de seis kilómetros. El camino comienza en Bahía Ensenada, recorre la costa y luego de Bahía Lapataia culmina en el río homónimo. En el trayecto se aprecian el bosque, infinidad de aves y, con suerte, se ven lobos marinos.
Fuera del parque hay una excursión divertida y aventurera, un off road a los lagos Fagnano y Escondido. Se parte a la mañana temprano y se recorren 100 kilómetros en total pasando por el centro de esquí Cerro Castor. Sesenta kilómetros al norte de Ushuaia se encuentra el Paso Garibaldi, donde es posible detenerse a apreciar la gran panorámica del lago Escondido y la cordillera. Poco después, el asfalto desaparece y surgen antiguos caminos madereros de ripio donde comienza la aventura, matizada por troncos caídos, vadeos y travesías casi en equilibrio sobre la costa, hasta que se para en un refugio para concluir la excursión con asado y fogón. Después del almuerzo quedan 10 kilómetros hasta el lago Escondido donde, si el tiempo acompaña, se puede andar en kayak. Pero si no es así, se regresa a la ciudad a tomar chocolate caliente.
LOS CLASICOS Además de actividades deportivas y al aire libre, en Ushuaia hay dos paseos que ya son un clásico: el Museo del Antiguo Presidio y el Tren del Fin del Mundo. El antiguo penal tuvo un papel fundamental en el desarrollo de Ushuaia. Era el año 1896 cuando se habilitó una precaria cárcel a donde llegaban los peores reclusos. En 1902 se comenzó a levantar el edificio definitivo, con roca basáltica, madera de los bosques y arena de riachos cercanos. Como el traslado de los materiales era lento, el entonces director del penal solicitó comprar rieles. Mientras los esperaban utilizaron rieles de madera y armaron un xilocarril con bueyes. Ese sencillo tren de madera fue el origen del tren más austral del mundo. A partir de 1909, el pequeño tren tenía rieles Decauville y una trocha de 60 centímetros. Salía todos los días del presidio al campamento del bosque, pasando por la costanera, la actual Avenida Maipú. Así se convirtió en una herramienta clave para construir el penal y proveer leña para cocina y calefacción. En un comienzo, el tendido corría por la ladera este del Monte Susana y luego continuó por el centro del valle del río Pipo, donde hoy está el Parque Nacional Tierra del Fuego.
El presidio terminó de construirse en 1920. Tenía cinco pabellones con 380 celdas, cada una de las cuales alojaba un prisionero en sus cuatro metros cuadrados, aunque a veces la cárcel tuvo más de seiscientos penados. Se instalaron un hospital y talleres de carpintería, herrería, sastrería y panadería para dar a los presos un oficio. Así la ciudad fue creciendo de la mano de los reclusos, que construían calles, plazas y puentes. Pero en 1947 la cárcel fue clausurada por razones humanitarias y se instaló una base naval. Entre tanto, en 1949 un terremoto bloqueó gran parte de las vías. Los días del tren estaban contados: el gobierno trató de ponerlo en servicio, pero finalmente el ferrocarril de los presos dejó de andar en 1952. Sin embargo, en 1994 volvió y se convirtió en el tren turístico en funcionamiento más austral del mundo. El tramo actual es de 8 kilómetros (el original de 25) y la trocha tiene 50 en vez de 60 centímetros. Las locomotoras son dos a vapor y cuatro diésel. El recorrido es la parte final de la línea que unía el presidio con los campos de trabajo en lo que hoy es Parque Nacional.
Mientras se recuperaba el tren, una asociación civil local pidió hacer el Museo del Presidio y el Museo Marítimo en el viejo edificio. El lúgubre Pabellón Histórico no fue tocado, pero otro de los pabellones sí fue reformado. En cada celda hay objetos de época y muñecos con algunos de los presos más célebres, como Cayetano Santos Godino (el Petiso Orejudo), el primer asesino en serie en la historia policial argentina. El tren actual sale de la pintoresca Estación Fin del Mundo, cerca del valle del río Pipo. El convoy parece de juguete y los coches rojos son tan pequeños que, al entrar, hay que agacharse un poco. Una vez en marcha, desde los ventanales se aprecia el Parque Nacional, donde casi no hay árboles luego de tanta explotación. Entre tanto, una entretenida y novelada voz en off relata historias y penurias vividas por los presos del fin del mundo
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