NOROESTE. PROPUESTAS DE INVIERNO
Los paisajes cordilleranos y los valles del Noroeste argentino están entre los favoritos para las vacaciones de invierno. Copa de vino en mano o calzado de trekking en los pies, los paseos entre montañas invitan a rememorar tradiciones, descubrir sitios sorprendentes o sumarse a las fiestas populares que engalanan la región.
› Por Graciela Cutuli
Con julio recién iniciado, corren los últimos días para decidir dónde pasar las vacaciones de invierno. De punta a punta de la Argentina no faltan destinos, pero entre los más tradicionales despuntan las provincias del Noroeste, con su promesa de cielos siempre diáfanos y gigantes paisajes tallados en la piedra por la acción infinita del agua y el viento. Para ir apurando decisiones, algunas propuestas invernales en la región donde es quedarse corto hablar de sólo siete colores.
EL PONCHO ESTA DE FIESTA Del 15 al 24 de julio, Catamarca celebra la Fiesta Nacional del Poncho, nacida en 1954 como Festival del Tejido Catamarqueño, y convertida con los años en uno de los hitos culturales y turísticos de la provincia. A lo largo de nueve días, más de sesenta músicos y bailarines –este año participarán Peteco Carabajal, Los Tekis, Marcela Morelo, Los Nocheros– se encargan de difundir lo mejor del folklore nacional, mientras una feria artesanal paralela reúne a unos 700 expositores de todo el país. Además de ser un buen momento para conocer la capital provincial con una animación inusual, es un excelente punto de partida para acercarse a otros destinos cercanos, en particular la región conocida como “Catamarca Verde”. Se trata de los valles que rodean a San Fernando, un rosario de pueblitos con capillas enmarcadas en el monte y las fincas de nogales que hacen famosas a las nueces catamarqueñas. En la medida del tiempo de cada uno, es posible elegir recorridos hacia Choya, la Gruta de la Virgen del Valle y el dique El Jumeal; irse un poco más lejos, hasta los pueblitos de El Rodeo y Las Juntas, en pos de cabalgatas, trekking o pesca, o bien recorrer el circuito de capillas que pasa por La Chacarita, San Isidro, Villa Dolores y San Antonio. Otro lugar imperdible es la Cuesta del Portezuelo, una ruta panorámica considerada entre las más bellas del país, que comienza a 18 kilómetros de San Fernando, en la sierra de Ancasti (sólo para los insensibles al vértigo o los amantes de los caminos sinuosos).
PUNA CATAMARQUEÑA En esta región remota se refugian algunos de los paisajes vírgenes más espectaculares de nuestra vasta geografía. El eje tradicional para los recorridos es Antofagasta de la Sierra, un pueblo de pocas manzanas y casas de adobe iluminado por el sol brillante de la alta montaña; es viejo conocido de quienes se aventuran por las rutas de los salares a más de 4000 metros de altura. Otro punto de partida posible es El Rodeo, apenas una aldea situada al borde de sitios que es preciso recorrer con la orientación salvadora de los GPS: desde aquí se puede acceder a la Quebrada Seca y Peñas Coloradas, donde hay pinturas rupestres y otras huellas de los pueblos originarios de la región. También se llega a la cónica silueta negra del volcán Antofagasta, bañado en antiquísima lava y dueño de una vista espectacular desde la cumbre, y el imponente Campo de Piedra Pómez, al que llaman “el Perito Moreno del Noroeste”, porque sobre una superficie prácticamente equivalente a la del glaciar santacruceño la vista puede perderse sobre un auténtico mar de piedra volcánica de formas caprichosas y sugestivas. Entre un sitio y otro hay médanos de brillante arena blanca ocultos entre las montañas; vallecitos fértiles con aguadas adonde se acercan las ariscas vicuñas y numerosas apachetas donde los paseantes se acercan a cumplir un ritual de homenaje hacia la Pachamama.
CHILECITO, LA RIOJA En sinuosidad, grandiosidad y contrastes entre fertilidad y aridez Catamarca está cabeza a cabeza con La Rioja, tierra de montañas escarpadas, de humedales de altura y valles donde prosperan los viñedos, los nogales y los añejos olivares. Los destinos de la provincia son muchos –el impactante Parque Nacional Talampaya no deja de figurar entre las principales recomendaciones para quien quiera conocer paisajes aptos para extraterrestres– pero vale la pena llegar hasta Chilecito para explorar el reino del imponente Famatina. Son las aguas del deshielo de este cordón montañoso las que alimentan la fertilidad del centro de la provincia, una riqueza que va a la par de los recursos mineros de la región. Chilecito creció precisamente de la mano de las minas y la “fiebre del oro”: tanto que los numerosos obreros del país vecino terminaron por darle el nombre definitivo al pueblo. No fueron los únicos: a principios del siglo XX, los mexicanos llegados para la explotación de una mina de oro construyeron el Cablecarril La Mejicana, hoy destino de una ruta de aventura que se puede realizar en 4x4, a caballo o directamente a pie. Son unos 35 kilómetros que siguen nueve estaciones, inmersas en un paisaje espectacular acorde a la que fue la obra más costosa de la Argentina de su tiempo. La altura no es para cualquiera: en su punto más alto se tocan los 4600 metros, lo que suma desde Chilecito hasta allí un desnivel total de 3510 metros. La visita al pueblo incluye el museo dedicado a La Mejicana y también la planta de Santa Florentina, a siete kilómetros, donde se fundían los minerales bajados de la mina. El toque de historia nacional que nunca falta en el Noroeste está dado por la casona de Joaquín V. González y el disfrute presente por las visitas a las bodegas: entre ellas se destaca céntrica La Riojana, que ofrece visitas al establecimiento con degustación incluida.
LUNITA DEL TAFI Entre limones y empanadas –acaba de celebrar una fiesta para los primeros y está ya vislumbrando el homenaje nacional de la segunda, en septiembre en Famaillá– Tucumán está cada mes de julio en el centro del aniversario por la Independencia. Es uno de los mejores momentos para cumplir con el ritual de la visita a la “Casita de la Independencia”, que aunque tiene mucho de reconstrucción y nada de original ofrece un recorrido interesante y un buen viaje en el tiempo –luz y sonido mediante– hacia aquellos años de nacimiento patrio. Muy cerca de la capital se puede empezar a vislumbrar algo de la naturaleza que hace famosa a la provincia: allí se encuentra la Reserva Experimental Horco Molle, sobre la Sierra San Javier. Caminatas organizadas por guías bien conocedores del terreno permiten adentrarse en el bosque nativo, observar aves y dar los primeros pasos en la densa selva de yungas. Desde aquí los más sedientos de caminos alternativos podrían emprender una travesía de cuatro días hacia Tafí del Valle, aunque el camino más tradicional implica salir de la capital para recorrer en pocas horas la famosa y ondulante ruta que avanza entre las yungas siguiendo el trazado del río Los Sosa, previo alto en el Monumento al Indio. En Tafí del Valle se alcanzan los 2000 metros sobre el nivel del mar y se entra “espléndidamente”, como reza el nombre indígena del lugar, a un mundo de cardones, montañas, ruinas indígenas y colores tradicionales. Hay que recorrer el pueblo, pero también hay que explorar la tierra misma, y una buena manera de hacerlo es subiéndose a los caballos de El Puesto, una parte de una antigua estancia que propone internarse en los Valles del Tafí. Con luna o sin ella, también vale la pena llegar hasta la Estancia Las Carreras, un secular establecimiento jesuítico hoy famoso por la vista sobre la región y, más sabrosamente, por sus incomparables quesos.
CAFAYATE Mil seiscientos metros, pero rodeada de cerros que duplican esa altura: es el paisaje de Cafayate, la “capital” de los Valles Calchaquíes, la ciudad que junto con la más apacible Cachi forma parte ineludible del circuito salteño del vino. De hecho su nombre ya es embajador de calidad tinta y blanca apenas se imprime en etiquetas destinadas a dar la vuelta al mundo. Cafayate es accesible por la RN 40 desde Tafí del Valle (con ripio y muchas curvas) o bien desde Cachi, pero también está la opción de la ruta 68, que parte de la capital provincial y atraviesa el Embalse Cabra Corral: sin duda vale la pena, por paisaje y por atmósfera, emprender este circuito cuando se visita Salta “la linda”. Cafayate, por su parte, es tierra de bodegas y heredera de una historia que arranca en 1556, cuando llegaron las primeras vides –procedentes de Chile– destinadas a la elaboración de vinos de misa. Tres siglos más tarde se introdujo la cepa que hizo famosa a Salta, el blanco torrontés. En esos mismos años –corría la mitad del siglo XIX– fueron abriendo las primeras bodegas, ayudadas por la abundancia de agua, la nobleza del terreno y la sabiduría de manos expertas en la tradición vitivinícola. Hoy son de visita obligada los establecimientos de la muy bien señalizada Ruta del Vino cafayateña (Finca del Cielo, Etchart, Michel Torino, Vasija Secreta), pero la ciudad también vale por el acceso a los paisajes cercanos y por la riqueza de su artesanía, donde se destacan los ponchos, los objetos de paja y la alfareríaz
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