CHUBUT. BAHíA BUSTAMANTE Y LA PATAGONIA COSTERA
Bahía Bustamante fue un pueblo alguero durante el siglo pasado. Si bien sigue viviendo al ritmo de las mareas, fue reconvertido en un curioso hotel donde las habitaciones son casas y donde la playa es el “lobby”. Una experiencia inolvidable en medio del nuevo Parque Nacional Marino Patagonia Austral.
› Por Graciela Cutuli
Llegar a Bahía Bustamante es como llegar al fin del mundo, a un punto perdido en los mapas del sur de Chubut. Desde Camarones, la referencia más cercana son kilómetros y kilómetros de ripio sin muchas indicaciones. El pueblo, que tiene un nombre heredado directamente del mar que lo rodea, se parece a cualquier otro de la Patagonia: lo forman casitas bajas, modestas y espaciadas; una iglesia con una plaza de juegos rudimentarios le da sin embargo un poco de alma. Un cementerio barrido por los vientos en medio de la estepa le suma un toque de soledad... por si hacía falta. Lo que pretende ser la calle principal bordea el mar, y podría ser una prolongación de la playa de canto rodado. Algunos galpones de chapa le dan el indiscutible sello de cualquier estancia patagónica: en definitiva un pueblo como cualquier otro, recóndito en las inmensidades del sur, lamido por los incesantes vientos australes y envuelto por la increíble belleza patagónica.
Pero Bahía Bustamante no es cualquier pueblo. Fue construido a medida por una empresa alguera hace medio siglo y hoy sigue en manos de la misma familia, los Soriano. Es entonces un curioso pueblo privado, que hace unos años fue transformado en hotel: así, las casas de los antiguos obreros algueros fueron convertidas en habitaciones, o bungalows, para recibir turistas. Algunos detalles –como unos bancos de madera prolijamente pintados en rojo vivo delante de las casas– son los indicios de este cambio de actividad, ahora a cargo de Matías Soriano, nieto del fundador del pueblo, un gallego que había nacido en 1901 y llegó a la Argentina para “hacerse la América”.
GALAPAGOS ARGENTINAS La franja costera de la estancia Bahía Bustamante está desde el año 2009 dentro de los límites del Parque Nacional Costero-Marino Patagonia Austral. Este área protegida cubre una superficie de más de 130.000 hectáreas de costas, islas y mar. Se complementa con la Reserva Natural Cabo Dos Bahías, que protege todo el cabo, un paraíso natural que el New York Times comparó hace poco con “la respuesta argentina a las Galápagos”. Lo cierto es que en muy pocos lugares del continente se pueden ver tantos animales y a tan corta distancia como en esta reserva: desde la entrada y la casita del guardaparque hasta la pingüinera de Dos Bahías se tiene seguridad de ver manadas enteras de guanacos, choiques, innumerables aves y hasta maras, ya muy difíciles de avistar en buena parte de la Patagonia.
Esta “Galápagos patagónica” ganó notoriedad desde la creación del parque y la Ruta Azul, que recorre la costa atlántica entre Camarones y Puerto Santa Cruz. El nuevo circuito, lanzado oficialmente hace pocas temporadas, vincula entre sí los tres únicos parques nacionales marítimos de la Argentina: los otros dos se encuentran en la provincia de Santa Cruz, uno cerca de Puerto Deseado y el otro en la estancia Monte León.
Matías Soriano organiza circuitos en su propia porción del parque, en lo que fueron los “campos de algas” de su abuelo. Entre visitas a pingüineras y paseos en barco y a caballo, cuenta que el lugar se llamaba originalmente Bahía Podrida, a causa precisamente del aroma de la gran cantidad de algas que había en las playas y en las aguas costeras. Este hedor no desanimó a su abuelo, que venía de Buenos Aires en busca de nuevas oportunidades luego de haber sido ayudante de mago e importador de productos de belleza. Cuenta Matías que “buscando materia prima para fabricar fijador de pelo, mi abuelo Lorenzo escuchó hablar de Bahía Bustamante y llegó hasta aquí. Empezó él mismo la extracción en un primer tiempo, cuando vivía solo al borde del mar en una casita de material que aún conservamos como recuerdo de su historia”. Con el paso de los años creó una empresa que fue floreciente y exportó algas hasta a Japón. Hoy día la empresa sigue funcionando pero su centro se encuentra en el Valle del Chubut, más al norte de la provincia, y en el pueblo reconvertido al turismo apenas quedan algunos trabajadores que extraen y acondicionan las algas de la bahía. Ya no viven en las casitas al borde del mar, donde fueron reemplazados por turistas que llegan desde Suiza, España, Francia, Estados Unidos y lugares más lejanos aún. Desde otras latitudes Bahía Bustamante goza de una reputación de paraíso terrenal, mientras en la misma Argentina es todavía un destino muy poco conocido.
UNA VIDA EN EL PUEBLO María de los Angeles Olivares nació y vivió buena parte de sus 30 años en Bahía Bustamante. Cuando se concretó la reconversión del pueblo al turismo, regresó desde Trelew para participar de la aventura y trabajar en este hotel a cielo abierto, donde hay que caminar al borde de la playa para ir de una “habitación” a otra. Ocasionalmente trabaja como guía para quien quiere conocer la historia de este lugar singular y adentrarse en lo que fue la vida cotidiana de un pueblo que vivía por y de las algas. María incluso fue a la escuela en Bahía Bustamante, que tuvo durante varias décadas una primaria donde aprendían a leer y escribir hasta 20 chicos a la vez. Cuenta que “dividíamos el pueblo en dos partes: estaban las casas de la estepa y las casas del mar, que hoy día son las que reciben turistas. También había un panadero. A la iglesia venía un cura cada quince días. Me acuerdo de varios bautismos que se celebraron en el pueblo y hasta de un casamiento”. María Olivares recuerda también a Lorenzo Soriano, quien falleció en 1987 pero venía regularmente a “su” pueblo. Muestra durante el recorrido la casita donde vivió en los primeros tiempos de la empresa extractora. Cada casa, cada objeto le trae un recuerdo, un fragmento de una vida aislada y peculiar. Un poco como la de los protagonistas de la película mexicana Marea de arena, de Gustavo Montiel Pagés, filmada en Bahía Bustamante.
Durante el paseo se aprende también cómo son recolectadas las algas, separadas según sus distintas especies y secadas para ser luego enviadas a la planta de Gaiman. Pasando por los galpones se puede ver parte de este proceso, que se sigue realizando a mano como en tiempos de Lorenzo Soriano.
Además de conocer el pueblo, pasear a caballo por la playa y los alrededores, es posible participar de una excursión hasta las aguas que bañan la vecina península Graviña, a bordo de un barco tripulado por Matías Soriano, para fotografiar pequeñas colonias de lobos marinos, pingüinos de Magallanes y varias especies de aves. Si el tiempo lo permite, sobre todo en enero y febrero, se puede disfrutar de las piletas naturales formadas en la misma costa rocosa. Otra excursión que ofrece Matías a sus visitantes es una caminata en medio de un bosque petrificado, dentro de los límites de su estancia. En un paisaje dominado por una gran piedra vertical, como si fuese un menhir colocado ahí por alguna raza de gigantes, se camina literalmente sobre un bosque de varios millones de años. Los troncos, que conservaron un increíble realismo a pesar de su estado mineral, afloran por doquier y hasta se desprenden pedacitos, como astillas. Astillas que en realidad son más antiguas que los más antiguos de los homínidos.
De vuelta en el pueblo, Matías prepara un asado para los huéspedes al mismo tiempo que cuenta las andanzas del navegante italiano Alessandro Malaspina y su ayudante, José de Bustamante y Guerra, que exploraron las costas para la corona española en 1790 durante la Expedición Malaspina. Los marinos recorrieron el mundo entre 1789 y 1794 imitando los viajes de estudio de los capitanes Cook y La Pérouse. La figura de Bustamante se recuerda con el actual nombre de la bahía y del pueblo, sin duda más acorde con su reconversión al turismo que aquel que mencionaba los raros efluvios de las algas...
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