SANTA CRUZ. NATURALEZA EN LA PATAGONIA AUSTRAL
Infinitos, desde el hielo hasta la estepa, los paisajes de Santa Cruz sorprenden una y otra vez. Un paseo por la ciudad y la cercana Reserva Laguna Nimez son el punto de partida para iniciar luego el “plato fuerte”, la visita al majestuoso glaciar Perito Moreno, con un día de campo en una estancia tradicional.
› Por Pablo Donadio
Aires renovadores reciben en El Calafate, una de las bellezas patagónicas para presumirle al mundo. Estos lugares son los que despabilan al viajero y hacen tomar conciencia de la fortuna obtenida en el reparto de naturaleza: desde el avión ya sorprende el colosal lago Argentino, ese espejo inmenso que se desparrama desde los picos de la Cordillera andina austral como un verdadero mar interior. La ciudad, punto de partida, aún conserva matices de aldea sureña, y va desgranándose por senderos de estepa hacia la montaña, donde aparecen estancias que atesoran el trabajo artesanal del campo, con la cría de ganado como emblema. Hay que destacar, no tan simpáticamente, que esa tentadora oferta –que tiene como pilares al glaciar Perito Moreno, la llegada al Chaltén y la posible visita a Torres del Paine en Chile– ha calado tan hondo en el turismo internacional que a veces es más lo que se lee y escucha en inglés que en castellano. Y los precios, acorde, no son precisamente populares. Pero, dicen por aquí, lo caro bien lo vale.
LAGUNA ESCONDIDA Calafate se encuentra a 315 kilómetros de Río Gallegos, capital de Santa Cruz, y exactamente en el extremo opuesto: así, la travesía de una ciudad a otra permite pasar en pocas horas del Atlántico sur a la Cordillera. En constante crecimiento, gran parte de sus 20 mil habitantes se abocan al turismo y actividades derivadas: sin embargo la villa, a orillas del gran lago, conserva férreamente la calma mientras espera, por estas fechas, que se vaya encendiendo el colorido de flores y árboles que llega con la primavera.
El primer paseo por sus calles centrales permite contar más mochilas que personas, lo que da cuenta del “paseo golondrina” debido a los destinos incomparables que hay cerca y tienen a Calafate como la mejor base de operaciones. Así y todo, en silencio, la ciudad ofrece alternativas para estar a gusto, como una laguna semiescondida cuyo nombre real es Reserva Laguna Nimez, a sólo ocho cuadras del centro. El nombre corresponde al “Ruso” Nimez, un viejo poblador de origen checoslovaco que tenía una chacra en la zona. Hoy se muestra y protege allí la flora y fauna locales, con senderos y carteles que introducen a un circuito educativo de 2500 metros. La visita se puede realizar con guías o autoguiada, pero la primera opción vale la pena porque abre los ojos sobre lo que no se suele ver. En el ingreso se encuentra un completo herbario para identificar plantas autóctonas, y algunos miradores clave acercan el ojo a múltiples aves, como flamencos, cauquenes, macáes plateados, cisnes de cuello negro, bandurrias, teros, patos, gallaretas, gavilanes y chimangos. Son más de 80 especies que se acercan a los juncales y terrenos circundantes para alimentarse y reproducirse, o como parada durante sus migraciones, algunas desde el hemisferio norte.
Aseguran aquí que en pleno invierno el espejo de agua se convierte en una pista natural de patinaje sobre hielo, y que por las noches la visita adquiere otras características destacables, envuelta en un halo de misterio. La visita de día, que es la que pudo realizar este cronista, se destaca por la convivencia cercana y multitudinaria de aves de distintos colores, tamaños y especies, chapoteando entre las ollas que dividen circunstancialmente la laguna en parcelas. Vale destacar el gran valor de estas Reservas Naturales Urbanas, espacios silvestres donde se trata de favorecer la educación ambiental de la población, la conservación de la biodiversidad y la participación pública en temas concernientes al cuidado y protección del medio ambiente. Al finalizar el recorrido, una caminata de 500 metros conduce a las orillas del lago Argentino y a la bahía Redonda, paisajes separados de la laguna por un alambre, que conecta sus arenas por encima y, dicen, sus aguas por debajo.
AL GIGANTE DE HIELO Prácticamente en cada esquina se invita a conocer el Perito Moreno, nuestro gran glaciar. Si bien no es el más grande (lo es el Upsala), es el más destacado y el que mejor se ve, sobre todo desde las extensísimas y crecientes pasarelas construidas en su frente. La excursión habitual comienza con la travesía de los 80 kilómetros que separan la ciudad del Parque Nacional Los Glaciares, creado en 1937 para preservar un área de hielos continentales y glaciares de 2600 kilómetros cuadrados. Esta zona de hielo, una de las más grandes del planeta, tiene la particularidad de estar a una altura accesible y forma parte de un área protegida que ocupa en total 724 mil hectáreas de bosques andino–patagónicos australes y estepas.
Tras pasar por la “Curva de los Suspiros”, que anticipa las primeras vistas del gigante, se llega a la explanada ubicada frente a su bloque central. Una apuesta más aventurera suma agua y cercanía, aunque el trato de la empresa prestadora no es bueno, quizá como consecuencia de ser la única que lo ofrece: o se hace allí y a sus modos, o nada. Dado el paisaje y el contexto, decidimos realizar igualmente este “Safari náutico”, que comienza a siete kilómetros de las pasarelas y recorre el lago Rico en lancha hasta acercarse a unos 300 metros de la pared principal del glaciar. En días de sol, el Perito Moreno se azula en sus picos, ofreciendo imágenes sobrecogedoras. Se visita el extremo sur del canal de los Témpanos y, con suerte, puede verse algún pequeño desprendimiento en la hora que dura la salida, entre ida y vuelta.
La propuesta superior es la del “Mini trekking”, coordinado por la misma empresa, que invita directamente a caminar sobre el hielo y tomar el famoso whisky on the rocks, con fragmentos del glaciar. La excursión cruza el lago y se desembarca en un refugio cercano, donde arranca una caminata de 20 minutos. Ya en el glaciar se colocan grampones para pisar el hielo durante casi dos horas. En el camino se siente el poder de ese bloque, la dimensión de sus grietas, sumideros y pequeñas lagunas, mientras el guía cuenta detalles de la región, la flora y fauna, cómo se forman los glaciares y lo peligroso del calentamiento del planeta. Al final del paseo se regresa al refugio por un camino boscoso para almorzar o merendar, y luego navegar hasta el puerto.
Otra gran alternativa es conocer el Upsala, el glaciar de mayor tamaño del parque, con 50 kilómetros de largo y casi 10 de ancho. Para ello hay que tomarse un día entero y dirigirse camino de la Bahía Cristina, hacia el otro lado de Perito Moreno, sobre el brazo norte del lago Argentino. La salida invita a cruzar la Boca del Diablo, el sector más angosto del lago, hasta los témpanos desprendidos del bloque en retroceso. Al llegar al canal principal se logra una vista panorámica del Upsala, y luego se regresa hacia la Bahía Onelli, donde se desembarca y se realiza una caminata en ascenso. Esa visita incluye el paseo por el bosque precordillerano y el Valle de los Fósiles, hasta la Base Científica del Instituto del Hielo Continental Patagónico Argentino.
DIA DE CAMPO Como tercer e ineludible paseo por estas tierras, la Estancia Nibepo Aike revive lo auténtico del trabajo con la tierra, la cría de ganado vacuno y ovino. Asociada a los pioneros de la zona y al propio Parque Nacional Los Glaciares, cuenta con más de 12 mil hectáreas entre el brazo sur del lago Argentino y Chile, con un casco central que desparrama ofertas para pasar un típico día de campo: arreo de ganado, esquila de ovejas, cabalgatas y buena carne al asador. La visita puede hacerse de mañana o tarde, junto con un guía anfitrión que recibe al grupo con mate, té y pastelería casera como bienvenida.
Cuentan que estas instalaciones fueron un modelo de estancia patagónica, dedicada antiguamente a la producción ovina, y que hoy se ha transformado en la más prestigiosa cabaña Hereford de la región. Disfrutar allí de una “prueba de riendas” entre los baqueanos, y compartir anécdotas con ellos, es apenas un atisbo de lo posible para quienes hayan optado por la cabalgata. Ya en las caballerizas, se ensilla y se parte por los caminos para explorar los alrededores, mientras el resto del grupo pasea por la huerta de donde viene la verdura consumida en la estancia, y se camina hacia el brazo sur del lago Argentino. El clima natural y humano se conjuga para apreciar la abundante variedad de flora y fauna autóctonas, con caranchos, liebres, pájaros carpinteros y águilas. Así se llega al galpón de esquila, donde “el Moncho”, un correntino de pura cepa, permite conocer los detalles de la actividad, explicando el proceso desde el pelaje del animal hasta el armado del fardo de lana, con esquila incluida. Finalmente, el olorcito anuncia que el asador espera a los comensales para cerrar la visita con un crujiente cordero patagónico, de cara a los ventanales del quincho, que entregan imágenes de una Patagonia sur atávica y para saborear
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