NORUEGA. AURORAS BOREALES
La aurora boreal es uno de los más fascinantes fenómenos que ofrece el cielo del extremo norte del mundo. Esta extraña luminiscencia polar –que también tiene su equivalente austral– es motivo de expediciones invernales a los rincones más septentrionales de Escandinavia, donde desencadena auténticas “cacerías” y revela los más inesperados colores del cielo.
› Por Graciela Cutuli
Como si fuera una experta en veladuras, la naturaleza se encarga de pintar el cielo de los extremos del mundo con las más increíbles transparencias, cuyos brillos capturan todos los matices del espectro solar. El fenómeno tiene nombre y apellido: aurora boreal en el norte, austral en el sur. O genéricamente “aurora polar”, el nombre que dieron los científicos a esta luminosidad difusa –como la mítica figura homérica “de rosados dedos”– que tiñe los cielos de las largas noches en las regiones más frías y oscuras del mundo.
Algo ajenos al romanticismo que ejercen sobre los simples mortales, los científicos explican las auroras como un fenómeno que aparece cuando el viento solar interactúa con la magnetósfera que envuelve a la Tierra: el sol, en efecto, emite continuamente un flujo de electrones y protones llamado “plasma”, cuyas partículas forman el viento solar que viaja hacia la Tierra. A una distancia que oscila entre 90 y 110 kilómetros de la superficie, el choque de esas partículas con la ionosfera genera los destellos de luz que se observan en los cielos polares.
En la parte septentrional del globo se las ve a lo largo de un cinturón virtual que va de Alaska al norte de Canadá, el sur de Groenlandia, Islandia, el norte de Noruega y Suecia, y Rusia. Las auroras australes, en cambio, se ven en el Pacífico Sur y la Antártida. Pero son sus primas boreales las más accesibles a los turistas, ya que el norte de Noruega, Finlandia y Suecia, así como Alaska –a pesar de ser regiones extremas– son una expedición posible para los cazadores de fotos y luces mágicas. Más raro, pero no imposible, es tener la suerte de verlas desde un avión al surcar la noche polar.
FRIO Y LUZ La mejor época para divisar auroras boreales se extiende de octubre a marzo: es decir, los meses de apogeo de la noche polar, sobre todo enero y febrero, cuando la temperatura desciende violentamente bajo cero. Muy distintas entre sí por estructura, forma y color, las auroras también varían en duración: a veces unos pocos minutos, a veces horas o días, durante los cuales alternan sus brillos y matices en contraste con la negrura profunda del cielo. Muchas veces, sus ondulaciones dan la impresión de ser una suave cortina de tul ondeando gracias al viento, y cubriendo casi toda la extensión de la bóveda celeste.
En realidad, todo depende de las reacciones químicas entre los distintos componentes de las capas que recubren la tierra y el plasma solar, que así van generando luces rojizas, verdosas, amarillentas, azuladas o violáceas. Desde tiempos inmemoriales, por supuesto, aunque los primeros testimonios datan de tiempo relativamente cercanos: “Vimos durante la noche –escribía Plinio el Viejo– bajo el consulado de C. Caecilius y Cn. Papirius (año de Roma 641), y otras veces también, una luz que se extendía por el cielo, de modo que una suerte de luz reemplazaba las tinieblas”. Varios siglos después un astrónomo francés, Pierre Gassendi, las observó en el cielo del sur de Francia y las llamó “auroras boreales”. En el siglo XVIII Edmond Halley –el del famoso cometa– vislumbró el papel del campo magnético terrestre en la formación del fenómeno; luego hacia fines del siglo XIX Henry Cavendish pudo estimar la altura a la que se generan en torno de la Tierra. Con el siglo XX y la carrera espacial, las auroras empezaron a ser mejor conocidas, pero no por eso menos fascinantes: ni siquiera cuando, en los años ’70, un programa espacial franco-ruso consiguió crear una aurora polar artificial.
LEYENDAS Y OBSERVATORIOS Desde tiempos muy antiguos, la belleza pero también la imposibilidad de explicar las auroras las hizo eje de leyendas. Sobre todo porque, cuando presentaban un color rojizo, se las asociaba con la sangre y con los presagios de catástrofes: muchos entonces no dejaban que los niños jugaran solos afuera. Para algunos pueblos esquimales, eran además la danza de los espíritus de animales como los salmones, los renos y las focas, que se divertían jugando a la pelota con un cráneo de morsa.
El estudio del sol y las auroras boreales tienen una larga tradición en Noruega. En su extremo norte, en la isla de Andoya, existe la planta de lanzamientos de cohetes más septentrional del mundo: el primero se efectuó en 1962 y desde entonces hubo al menos 700, muchos de ellos de la NASA. Además del interés científico los trabajos que se realizan aquí y en la también boreal isla de Svalbard tienen un interés turístico, ya que a través del monitoreo de la actividad del sol y la medición de la velocidad de las partículas solares los científicos pueden predecir la ubicación y fuerza de la aurora boreal: sumando a estos datos las previsiones meteorológicas, los “cazadores de auroras” y los turistas ya saben hacia dónde dirigirse.
En Svalbard, en particular, existe un observatorio de auroras relativamente reciente: es el Kjell Henriksen Observatory, que ofrece a los interesados una aplicación gratuita para Android que predice con una aproximación casi exacta dónde y cuándo verlas. Pero, sobre todo, permite visitar el lugar e instalarse: hay que llegar por avión hasta Tromso y desde allí a la isla, mediante vuelos regulares de la aerolínea escandinava SAS. En la temporada turística, hay también vuelos directos desde Oslo a Longyearbyen, a unos 15 kilómetros de Breinosa, que es la sede precisa del observatorio. Esos 15 kilómetros se pueden recorrer en taxi, alquilando un auto o tratando de sumarse al vehículo de alguno de los empleados del observatorio, que lo realizan como parte de su rutina: por supuesto, hay que recordar que estas rutas están cubiertas de nieve casi todo el año (y quien maneje por su cuenta debería recordar que las tormentas solares pueden alterar los sistemas de navegación por GPS). En el lugar, los visitantes tienen una cocina donde prepararse la propia comida (inútil ir a buscar un restaurante por los alrededores), pero una de las mejores opciones es alojarse en las posadas y hoteles de Longyearbyen.
ACTIVIDADES CELESTES Según la NASA, el invierno boreal 2011-2012 será el de mayor actividad para las auroras boreales de los últimos 50 años... una oportunidad imperdible para viajar al norte de Noruega y descubrirlas. Sin embargo, hay que estar dispuestos a correr ciertos riesgos: aunque las condiciones ideales estén dadas, la observación de las auroras boreales nunca se puede garantizar. A veces están ocultas por malas condiciones meteorológicas; otras veces simplemente no aparecen. Pero cuando sí asoman en el cielo, el espectáculo es inolvidable y puede durar semanas. En todo caso, hay que ser pacientes: aquí se está a total merced de la naturaleza. Con una semana como mínimo, y si son dos mejor aún, debería ser casi seguro verlas.
Además del Observatorio Henriksen, se recomienda como buen lugar para descubrirlas las islas Lofoten –siempre al norte del Círculo Polar Artico– y toda la costa hasta el Cabo Norte. Muchas veces la aurora boreal que se observa es la misma en un lugar u otro: simplemente, se la está viendo desde distintos ángulos. Y si algunos prefieren las zonas más tierra adentro, por tener cielos más claros y por lo tanto presuntamente mejor, las costas pueden ser más despejadas gracias a los fuertes vientos del Este que soplan en la región.
Los expertos aconsejan evitar las noches de luna llena, y los lugares demasiado iluminados, ya que con un cielo pálido las auroras no brillan en todo su esplendor (con sentido del humor, los noruegos dicen que el fenómeno tiene una paleta de colores “ochentosa”). Y un detalle no menor es ingeniárselas para permanecer siempre muy abrigado y mejor aún si es en movimiento, por ejemplo esquiando o construyendo muñecos de nieve, para conservar temperatura a pesar del intenso frío. ¿Más opciones? Los barcos de Hurtigruten ofrecen salidas embarcadas para observar las auroras boreales en el mar, y para los más aventureros hay salidas en motos de nieve... auténticamente inolvidables. Algunos operadores las ofrecen desde el Sorrinisniva Igloo Hotel, y desde la localidad de Kirkenes; otros tientan con salidas en trineos tirados por perros en el valle Pasvik, junto a la frontera rusa.
Desde cualquier lugar que sea, el cielo boreal es mágico y regala, con su multicolor show nocturno, un espectáculo digno de las hadas
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