Dom 27.11.2011
turismo

SANTIAGO DEL ESTERO. POR EL VIEJO CAMINO REAL

Sendero de mil historias

Por allí pasaron caudillos, chasquis, ejércitos patriotas, arrieros, comerciantes, misioneros, conquistadores hispanos y hombres de pueblo, conectando nuestro actual territorio con el Alto Perú. Hoy un programa provincial rescata sus pueblitos y sus gentes, en una puesta en valor de la cultura ancestral santiagueña.

› Por Pablo Donadio

Tanto atesora Santiago, “Madre de Ciudades”, que no hay relato que alcance: la música folklórica nativa desprendida de poetas y cantores, con sus peñas jóvenes a la luz de las estrellas y las voces valiosas de los mayores; las lenguas ancestrales como el quichua en su interior profundo, donde nacen míticos personajes y leyendas; y toda una memoria cargada de recuerdos tan intangibles como valiosos, más olvidada que protegida. Hoy, por el centro de ese cuerpo marrón que huele a mistol desde siempre y carga ritmos de chacarera, un camino está emergiendo, resucitando y proyectando un futuro para su gente. El viejo Camino Real, que supo unir el Alto Perú con algunas de nuestras provincias y hasta el puerto de Buenos Aires, es la excusa para devolverle el protagonismo a una parte central del patrimonio regional.

Frutos del monte, cosechados por los lugareños, son vendidos en la feria de Upianita.

DE AYER A HOY Fue Heráclito quien dijo que nadie se baña dos veces en el mismo río. El Mishki Mayu, la cinta plateada que baja de las cumbres y es el alma de los santiagueños y sus montes, guarda la memoria de otros tiempos de esplendor, cuando un camino que corría paralelo fue testigo del nacimiento de nuestra patria.

La dependencia económica y política con el norte durante gran parte del período colonial llevó a consagrar aquella ruta como la gran vía de comunicación, cuya cabeza sur fue Santiago del Estero, declarada capital política, religiosa y militar de la antigua y extensa provincia del Tucumán. Ladeando el Dulce en todo su paso santiagueño por casi 400 kilómetros, se conjugó un enorme bagaje cultural, valioso físicamente por las capillas, monumentos y sitios arqueológicos; y en lo espiritual por las creencias religiosas, los modos de vida y esas leyendas bien santiagueñas que hablan de La Telesita, El Kakuy o La Salamanca.

“La recuperación del sentido histórico de la antigua ruta colonial pone su objetivo en los pueblos, sus costumbres y las vidas que han quedado invisibilizadas con el desarrollo y la modernidad. Hoy es tiempo de recuperar este tesoro que tenemos desde una práctica responsable y respetuosa, que promueva la interacción y comunicación, con posibilidades de mejorar la calidad de vida de su gente”, asegura Alicia Montenegro, del programa Desarrollo Turístico Estratégico Sustentable y Participativo, surgido en la Subsecretaría de Turismo para la recuperación del Camino Real.

Peregrinación en Villa Silípica, uno de los hitos del programa turístico del Camino Real.

La idea es dar “vuelo” turístico a ciertos pueblos clave para que, sin alterar su vida diaria, sean un motivo más para conocer el pago. Así, a lo largo del recorrido se conocen los “Pueblos de Indios”, anteriores a la llegada de españoles y que fueron invadidos tanto por poseer buenas cosechas como por encontrar allí la materia prima esclava que los conquistadores necesitaban. Centro de la vida cívica, social, política (cabildo, capitales, curatos religiosos) y económica de toda la región (primeros molinos harineros, grandes cultivos), se dio en torno a ellos un encuentro brutal entre la cultura hispánica y la preexistente: aún hoy es posible ver en un mismo altar las imágenes religiosas pertenecientes a los primeros indicios de la evangelización, junto a hojas de coca y cultos a la Pachamama. “En la mayoría de los pueblos, el Instituto Sanmartiniano ha señalado monumentos a las antiguas postas”, explican los responsables de la puesta en valor del itinerario.

El éxodo rural, producto de la falta de oportunidades, las no políticas de reactivación productivas y el casi nulo acceso a servicios, provocó la reducción de la población y economías domésticas de subsistencia para quienes se quedaron. La reorganización gubernamental de las localidades, cooperativas y sociedades de fomento haciendo foco en lo propio como valor fue una de las claves adonde se apuntó, siempre bajo el concepto circular de desarrollo turístico, sustentado en la mejora social, cultural, educativa, sanitaria y ambiental. Pero no fue fácil, y surgió un problema al inicio del programa, por la enorme extensión del territorio y la lejanía con ciudades base para dormir, comer y distenderse. Por eso la primera etapa del circuito involucra la recuperación de sólo cinco localidades, que van desde la capital hasta la localidad de Loreto. Se trata de San Pedro (1500 habitantes), Manogasta (1100), Tuama (173), Villa Silípica (800) y Sumamao (900), junto con parajes de influencia. En todos se destacan las capillas por su valiosísima imaginería religiosa, así como antiguos cementerios y celebraciones que unen lo popular con lo místico permanentemente. Las producciones son netamente artesanales a nivel gastronómico (quesos de cabra, arropes de tuna y preparados con harina de algarroba), mientras costumbres antiguas como los paseos en sulky envuelven los pueblos a los que llegan familias y amigos a zapatear y zarandear con la música folklórica a cuestas, hasta que la macha los sorprenda.

Zamba santiagueña. Revuelo de polleras y zapateos en la feria de Upianita.

DESANDANDO CAMINO Saliendo de Santiago capital, la primera cita es con el Museo Ashpap Rimainyn de San Pedro, Voz de la tierra en quichua. Gestado, organizado y atendido por su propia comunidad, es el portal de bienvenida del nuevo tramo turístico. Allí hay piezas valiosísimas, como puntas de flechas, viejas vasijas y una rueda de quebracho que fue parte de un carruaje de varios siglos atrás, rescatada antes de ser utilizada como leña.

Apenitas después, ya a 27 kilómetros de la capital, la Feria de Upianita es el centro de las actividades del fin de semana. Un típico patio santiagueño donde sobra tierra y alegría, y donde cada sábado los quinchos desbordan de puestos con artesanos que venden y enseñan las virtudes de productos naturales como la algarroba, el mistol, la tuna y ajíes de monte. Del otro lado, la humareda de cabritos, lechones, locros y empanadas, pasteles de charqui, chipacos y roscas calientes completan la rica gastronomía santiagueña. El punto fuerte son los espectáculos folklóricos, con personajes destacados de la cultura popular. Esa conjunción hizo que Upianita inserte en el mercado laboral a más de 60 familias, con insumos y trabajo regional, recibiendo capacitación (otro fuerte del programa) para ser guías de su lugar, con eje en la importancia del trabajo familiar, lo artesanal y la necesidad de transmitir generacionalmente las técnicas y saberes.

Manogasta, viejo pueblo precolombino, sigue la ruta de tierra con un curioso y enorme algarrobo en el centro del camino. Ese árbol es el lugar donde descansó San Martín, a quien se dedica un monumento en la puerta de la capilla Santa Bárbara. A pocos kilómetros está Tuama, centro de la vida social, económica y política en las primeras horas de la conquista, punto donde se toparon las corrientes expedicionarias de Chile y Perú. Cuentan que durante el siglo XVIII la localidad alcanzó el mayor prestigio, según consta en los documentos de la época que muestran al Curato de Tuama como uno de los más grandes de la región. Allí hoy se trabaja en la restauración de la Capilla de Inmaculada Concepción, en el sendero que conduce a Villa Silípica. Recordada como posta del “indomable cacique Chanamba”, Silípica es de las más antiguas localidades de la provincia. Su veneración a la Virgen de Monserrat habla del paso de los españoles, que dejaron marcada con sangre su presencia, apropiándose de tierras y vidas, dando un vuelco significativo a la historia y transformando la geografía física y social santiagueña. Sin embargo algunas usanzas, como la fabricación de erkes, se han conservado y son clave en cada procesión lugareña, conocidas como “Vivas” y “Corridas”, carreras de promesantes en homenaje a sus santos patronos.

Sumamao, finalmente, teje un espacio mítico que remonta a siglos pasados, cuando dejó de ser una encomienda para transformarse en administración directa del gobierno, y ya en 1816 arrendado junto con otros lugares para sufragar los gastos de representación en el Congreso nacional por el Cabildo de Santiago. Los restos del primer molino harinero aún descansan entre la naturaleza del lugar, y el campanario sostenido por horcones de quebracho colorado anuncia la llegada a la capilla de la Virgen de las Mercedes. Aquí se realiza la festividad de San Esteban, paradigmática de la moderna religiosidad santiagueña.

No muy lejos y hacia el sur, ya por fuera del actual camino, Atamisqui trae las añoranzas de una villa pacífica que se relaciona con el arte de manera cercana: cuna de prestigiosas teleras y sede de la Fundación Música Esperanza, creada por Miguel Estrella para difundir y promover la música folklórica, encuentra en Elpidio Herrera la creación de la sacha guitarra, instrumento musical único en el mundo que él mismo interpreta y posee su propio museo. En el otro extremo, Vinará (donde se firmó la paz entre las provincias de la región) resurge como botón de muestra de los nombres que poco a poco se van conociendo más, llenos de riqueza y huellas arqueológicas que aún no han sido acondicionados. Pero de a pasitos lentos, beneficiando ya a 4500 habitantes, el trabajo va sembrando las bases de una mirada realmente federal que va haciendo su nuevo camino

Fotos de Pablo Donadio y Turismo Santiago

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