Dom 04.12.2011
turismo

COSTA RICA. PARQUE NACIONAL TORTUGUERO, CARIBE NORTE

La costa de las tortugas

Aventura y exploración en uno de los Parques Nacionales más remotos de Costa Rica, donde una intrincada red de canales y jungla, de exuberante naturaleza, se mezcla con uno de los mayores puntos de anidación y desove de tortugas marinas. Un recorrido ecológico por varios ecosistemas que van desde la playa arenosa al bosque tropical muy húmedo.

› Por Lucas Iturriza

En el nordeste de Costa Rica, sobre las aguas del Caribe, descansa este prodigioso santuario de flora y fauna que muchos llaman el “Amazonas de Centroamérica” por su parecido con el colosal río sudamericano. Sus míticos canales hacen que la única forma de moverse sea por el agua, todo un atractivo para los amantes de la exploración y la aventura. Además el Parque Nacional Tortuguero es famoso porque en su playa de arena negra se produce el mayor desove de la tortuga verde (Chelonia mydas) del Atlántico. Aunque la especie no es la única, ya que además anidan la tortuga baula (Dermochelys coriacea), la carey (Eretmochelys imbricata) y la boba (Caretta caretta).

Esta área protegida, 80 kilómetros al norte de Puerto Limón y 40 kilómetros al sur de la frontera con Nicaragua, en las tierras bajas del Caribe, es una de las más aisladas del país y cuenta con una población estable de solo 700 personas. De clima muy húmedo, con 6000 mm de lluvias anuales, custodia casi 32.000 hectáreas en tierra y más de 50.000 hectáreas marinas.

Muy variados, sus ambientes van desde la vegetación costera arenosa típica del Caribe a los bosques sobre terrenos inundados o pantanosos, pasando por las áreas con aguas más profundas, donde se encuentra la vegetación flotante y las zonas con suelo no inundable donde crece el majestuoso bosque tropical muy húmedo.

En sí mismo, el pueblo de Tortuguero consiste en apenas unas calles donde todos andan caminando o en bici y no hay autos. Situado en la isla mayor, de 35 kilómetros de largo y solo 400 metros de ancho, está rodeado por el Caribe de un lado y el sistema fluvial de agua dulce del otro. Los nativos son una mezcla de “ticos” (afrocaribeños en su mayoría), nicaragüenses, indígenas y varios expatriados de todo el mundo. Y aunque es un lugar multicultural, la cultura afrocaribeña con su calypso, reggae, rondón y rice&beans es la más presente.

Una visita al Museo de la Tortuga es importante para conocer sobre la historia de este edén perdido. Pero si bien el pueblo tiene su encanto, es afuera de él donde sucede casi todo, ya que los canales y las tortugas son el plato fuerte del lugar.

La diminuta y venenosa rana Blue Jeans.

CANALES La lancha va despacio, como al acecho, por entre las marrones aguas de Tortuguero. Los canales tropicales, repletos de vida y verde, se parecen a una escena de Apocalipse Now! en Vietnam. Solo que estamos en Costa Rica, uno de los pocos países sin ejército en el mundo, y armados solo de cámaras fotográficas. El capitán frena la barca, se hace un silencio y todos seguimos la mirada del experimentado guía, que trata de “escanear” la impenetrable vegetación en busca de algún habitante vernáculo. Y de pronto señala a babor y dice: “Allá, un cocodrilo”. Todos entonces a mirar la figura casi imperceptible que se funde con el agua, y que solo un ojo experto es capaz de encontrar.

La laberíntica red de canales naturales y artificiales –creados para los antiguos aserraderos– es una maravilla donde se pueden pasar eternas horas explorando e intentando descubrir la fauna: cocodrilos, caimanes, nutrias, tortugas de agua dulce, perezosos, tres especies de monos (aullador, cariblanco y araña), enormes iguanas verdes, pizotes, tepezcuintes, mapaches y manatíes. Además, 400 especies de aves, casi la mitad de las que hay en toda Costa Rica, entre ellas tucanes, cormoranes, colibríes, ibis verdes, águilas pescadoras, gavilanes, lapas rojas y verdes, halcones peregrinos, garzas, oropéndolas y cientos más.

Hay varias propuestas para recorrer esta red fluvial: en primer lugar, se puede ir a remo en pequeñas canoas y kayaks o en botes más grandes. Y si bien es la opción más lenta, es la más silenciosa, lo cual no es un detalle menor ya que en silencio es más fácil acercarse a la fauna. La recorrida también se puede hacer en una lancha con motor. Pero más importante aún es con quién va uno, ya que los capitanes/guías tienen el ojo tan acostumbrado que ven animales donde parece imposible y son una enciclopedia andante de naturaleza.

La caminata por la selva dentro del Parque es otro imperdible. Es necesario ir con botas de goma altas provistas por los hoteles o guías, repelente, sombrero y agua. Es justo decir que la caminata lo deja a uno un poco más vulnerable que ir en lancha, y tampoco se ven tantos animales como en el canal, pero en eso mismo reside su encanto: la sensación de caminar por la rainforest es única y merece hacerse. Siempre reina la expectativa o la ilusión de que por estar en el lado “salvaje” quizá tengamos un encuentro memorable con la naturaleza y alguno de los grandes animales en peligro de extinción, como el jaguar, el tapir (el animal más grande de las selvas tropicales de América) o el manigordo, como le dicen al puma por el tamaño de sus patas.

Los árboles son gigantes, de hasta 50 metros de altura, y repletos de lianas, enredaderas, bromelias y otras “matas” parásitas que producen el efecto de que alguien apagó la luz en la selva. El sol que brilla fuerte “afuera” es reducido a casi nada y pareciera que ni siquiera toca el suelo.

La Iguana Verde macho mide más de 1,50 metro. Todo un dragoncito.

DESOVE Y TORTUGUITAS Por la tarde-noche llega el tan ansiado avistaje de tortugas desovando. Para la gran ocasión es imprescindible vestir de negro y está prohibido usar linterna, cámaras de fotos o video.

El grupo es pequeño y no tiene que interactuar con las tortugas en absoluto. El tour consiste en esperar en la playa, durante la noche, el momento de mayor desove, mientras los voluntarios de la ONG Liga para la Supervivencia de las Tortugas Marinas realizan los programas de monitoreo y marcaje de tortugas, y patrullan la costa en busca de alguna. Los conservacionistas, al igual que Laura –guía de Exploradores Outdoors y de nuestro grupo– llevan linternas de luz roja.

Después de esperar solo unos 40 minutos, Laura nos lleva hacia un voluntario que hace señas. Una gran tortuga verde está saliendo del agua. Es bueno aclarar que solamente las hembras regresan a tierra y únicamente para excavar sus nidos y desovar, ya que una vez que los machos han entrado al mar nunca más regresan a tierra firme. Corremos hacia su encuentro y mantenemos distancia. Ella, como si no estuviéramos, avanza lentamente cargando su corpachón: no es poco, ya que pesa unos 200 kilos y su caparazón mide un poco más de un metro. En este trayecto vemos su vulnerabilidad, debida sobre todo al lento crecimiento y la maduración tardía, ante el hombre y animales como el jaguar.

Pesadamente, pasa toda la playa de largo hasta llegar al límite donde empiezan a crecer arbustos y pequeños árboles. Busca donde la marea alta no llegue y así no se lleve sus huevos. Una vez allí empieza a cavar con sus aletas posteriores. Una vez hecho el pozo, lo deja como si nada y vuelve a andar, buscando otro sitio. “Es común que hagan varios huecos para engañar a los depredadores”, nos dice Laura. A los diez metros vuelve a cavar. Esta vez es el agujero definitivo, y después de un tiempo empieza el desove. Va alojando los huevos unos sobre otros, mientras se la ve lagrimear. La tortuga pone alrededor de unos 100 huevos, del tamaño de pelotitas de ping-pong, y luego los tapa con arena. Esta vez pone todo su cuerpo sobre los huevos y revolea arena para todos lados para despistar a posibles depredadores. Una vez terminada la tarea, parece tan exhausta que se queda inmóvil durante la siguiente hora, descansando. Luego vuelve lentamente al mar. Al borde del agotamiento, muestra una marcha pesada, adelantando las aletas anteriores al mismo tiempo y luego dándose impulso con las posteriores para mover el cuerpo, que deja una inconfundible huella en la arena. Cada tanto frena para descansar y finalmente llega al agua y desaparece.

Su ciclo reproductivo suele ser anual; sin embargo, en algunos casos pueden reproducirse y desovar cada dos o tres años. Una teoría dice que aquellas que viajan más lejos durante la migración se reproducen menos seguido, en tanto una tortuga que viaja menos y se encuentra en el área de anidación puede reproducirse y desovar de dos a cuatro veces en un año.

Al día siguiente nos dirigimos a la playa a ver si tenemos suerte y encontramos pequeñas tortugas que hayan roto el cascarón, tras los dos meses de incubación. Laura se detiene en la playa de arena negra; mira un hueco cavado en la arena, lo examina, no encuentra rastros de tortugas bebé y sigue. Pasamos otro, otro y otro más y finalmente se detiene. “¡Miren!”, exclama, y desde el fondo de este hueco una pequeña tortuga verde emerge con movimientos decididos y escala la empinada pendiente de medio metro. Al tiempo otra más sale de la arena, y luego otra más. En total son unas diez que, una vez que llegan arriba, se lanzan a una carrera vertiginosa para atravesar los 50 metros que las separan del mar. En eso les va la vida: van a la máxima velocidad en busca del agua, algo que nunca han visto pero que sienten con una convicción conmovedora. Dicen que las crías pueden distinguir las diferentes intensidades de luz y siempre se dirigen a la de mayor intensidad, que es la del horizonte. Una multitud de turistas se reúnen alrededor de las tortugas bebé con ganas de fotografiarlas, verlas, sentirlas y protegerlas. Pero, como todos, ellas están solas en este viaje. Solo una de mil llegará a reproducirse. Y verlas en su frenética lucha por sobrevivir es uno de los espectáculos más increíbles y enternecedores del mundo

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