Sáb 24.12.2011
turismo

CHUBUT TREKKING EN EL PARQUE NACIONAL LOS ALERCES

Sendas andinas

Los mejores senderos de trekking para recorrer el Parque Nacional Los Alerces y llegar a pie hasta sus más impactantes sitios panorámicos: el Alerzal Milenario, el glaciar Torrecillas, el cerro Cocinero y la laguna Escondida. Los precios, el alojamiento y todo lo que hay que saber para internarse en la magnífica naturaleza de esta región de la Patagonia andina.

› Por Julián Varsavsky

El Parque Nacional Los Alerces es uno de los mejores del país para ejercitar el relajado placer de las caminatas. En total tiene 28 senderos de trekking, de todo tipo y complejidad, habilitados y acondicionados por los guardaparques. Es posible optar entre la caminata más sencilla y elemental, de una hora y media, por el sendero entablado que va al Alerzal Milenario, o bien por una extenuante travesía a la cima del cerro Cocinero con una noche en carpa. Entre las opciones intermedias están los circuitos a la laguna Escondida y al glaciar Torrecillas, dos de los más completos e interesantes. El objetivo del esfuerzo –que en el contexto del parque casi no se siente– es disfrutar la contemplación de un sinfín de panorámicas con lagos, ríos, montañas, glaciares y bosques: es decir, la Patagonia andina en su máximo esplendor. Allí sería posible pasar semanas caminando en los diferentes sectores del parque, que ocupa 263.000 hectáreas y tiene campings agrestes y con servicios, hosterías, proveedurías y oficinas donde se contratan guías especializados. A continuación, un informe con los mejores circuitos de trekking para recorrer esta extensa área protegida de la cordillera chubutense.

Sobre la nieve rumbo a la cima del cerro Cocinero.

CAMINO AL GLACIAR El trekking por el sendero llamado glaciar Torrecillas es uno de los más completos e interesantes para tener una visión general de la diversidad del parque. Comienza en la pasarela del río Arrayanes, que en sí ya ofrece una de las mejores panorámicas de la zona gracias a las aguas turquesas del río, que desembocan en el lago Verde, rodeado de picos nevados. La primera parte de la caminata incluye el sendero de autointerpretación de 1500 metros, que hace la mayoría de los visitantes hasta Puerto Chucao, en el lago Menéndez, para tomar la embarcación que va al Alerzal Milenario. En el camino al puerto aparecen los lagos Futalaufquen y Verde, más el río Arrayanes con su tentador color turquesa, tan intenso que rivaliza con la mejor playa del Caribe.

En media hora de caminata se llega a Puerto Chucao, donde se toma una embarcación para quince personas que cruza el brazo este del lago Menéndez. Durante la navegación se levanta en cada orilla una muralla verde de árboles, al pie de una cadena de montañas. En pocos minutos se bordea la isla Grande –poblada por cauquenes y martines pescadores– donde el lago se divide en dos brazos. Y de repente aparece el glaciar de altura del cerro Torrecillas, que resplandece a los 2253 metros. Como éste es un sector de mucha lluvia, se levanta aquí la tupida selva valdiviana.

A los 45 minutos de navegación se llega a Puerto Nuevo, donde no hay muelle sino que se desembarca directamente en la costa. A partir de aquí comienza una caminata de complejidad entre media y baja, subiendo un desnivel de 300 metros. Primero se atraviesa una zona muy boscosa, con un bosque mixto de tineos, coíhues y algunos alerces, hasta llegar a un arroyo que nace de la laguna formada por el derretimiento del glaciar Torrecillas. La caminata bordea ese arroyo y también lo cruza usando como puente un tronco de coíhue caído.

Una imponente vista del glaciar Torrecillas.

Al ganar altura, las panorámicas son cada vez más asombrosas y en algunos lugares empinados los guías tienen instalados una escalerita y un sistema de sogas que sirven de apoyo ante algún resbalón, especialmente si hay un poco de nieve (aun en verano). Así y todo este trekking –que sólo se puede hacer con guía– lo han llevado a cabo sin problema personas de más de 70 años y niños pequeños. Eso sí: se aconseja llevar un buen calzado para el trekking y, si el día acompaña, sandalias y traje de baño para algún chapuzón desde la lancha. El punto máximo de aproximación al glaciar está a 500 metros de la masa de hielo, en una pequeña península que ingresa en la laguna glaciaria, a veces rodeada de témpanos. Y con un poco de suerte los viajeros verán alguna atronadora avalancha o un rompimiento de la pared del glaciar cayendo en la laguna desde la cima de la montaña. Los cóndores también suelen aparecer a menudo volando a corta distancia.

En la península rocosa los caminantes hacen un descanso de 40 minutos para reponer energías comiendo bizcochuelos, frutas y granolas, todo acompañado con mate y café. Mientras tanto, el guía da una pequeña clase de glaciología, explicando que el Torrecillas que se ve en las alturas es un glaciar “de circo” por estar sobre una montaña, a diferencia de los glaciares alimentados por un manto de hielo como el Perito Moreno. El Torrecillas, vale recordar, es un relicto en retirada de un antiguo campo de hielo que vivió su esplendor en la última glaciación, hace unos 24.000 años.

El regreso se hace por el mismo camino (de tres a cuatro horas de caminata en total) para tomar la embarcación y almorzar durante el regreso a Puerto Nuevo. La excursión, de todos modos, también se puede extender para visitar el Alerzal Milenario por la tarde.

El color turquesa del río Arrayanes compite con el del Caribe.

AVENTURA EN SERIO Para los montañistas que buscan aventura de verdad está la caminata que sube a la cima del cerro Cocinero, a 2300 metros de altura, así llamado porque tiene la forma de un gorro de chef. Este trekking implica dormir en un camping agreste una o dos noches y resulta muy exigente, ya que incluye una caminata sobre un glaciar. Por eso hay que llevar muy buenos abrigos, arneses, grampones de acero para colocar bajo las botas, cuerdas y una piqueta para clavar en el hielo en cientos ascensos de mayor complejidad. No hace falta ser un escalador, ya que la excursión no deja de ser una caminata, pero se necesita un buen estado físico e ir con un guía oficial habilitado. El primer día se camina entre cuatro y cinco horas, pero el día que se hace cumbre pueden ser hasta doce. La caminata a la laguna Escondida es algo así como la opuesta a la que va al cerro Cocinero, ya que es corta, sencilla y autoguiada (entre dos y tres horas). Tiene dificultad media y para buscar el punto de partida hay que ir a la Seccional Arrayanes del parque para registrarse, una obligación antes de emprender cualquier trekking. La subida hasta la laguna Escondida es por momentos empinada –son 360 metros de desnivel–, aunque si se camina sin apuro se siente muy poco. Casi siempre se avanza a la sombra de un bosque con cipreses, radales, maitenes y coíhues. A medida que se asciende se vislumbra entre la vegetación el lago Menéndez, que aparece y desaparece como fogonazos de luz.

Uno de los momentos cumbre de la caminata a la laguna Escondida es en el Mirador del Lago, en plena ladera de la montaña, donde el bosque se abre en una panorámica que abarca lo más representativo del parque: los lagos Menéndez, Rivadavia y Verde, el glaciar Torrecillas en las alturas y el río Arrayanes. Finalmente, se llega a orillas de la laguna Escondida, a 850 metros de altura.

Esta escollera flotante es uno de los tantos rincones de ensueño del parque.

RASCACIELOS DE MADERA La excursión estrella de este Parque Nacional también es un trekking –muy cómodo y sencillo– de cuatro kilómetros hasta el famoso Alerzal Milenario, cuyo cuidado es la razón de ser principal del área protegida. Todo comienza junto al lago Verde (al que se llega en auto o en colectivo desde Esquel) por un sendero de 1500 metros hasta Puerto Chucao, en el lago Menéndez, para tomar un catamarán.

Al desembarcar en Puerto Sagrario los viajeros se internan en el bosque por una pasarela de madera que atraviesa una especie de túnel de caña colihue. Y siguiendo la recomendación de los guías de permanecer en absoluto silencio es posible descubrir el repiqueteo del pájaro carpintero negro, la caída de una rama y hasta la vibración del refinado picaflor de corona rubí.

La selva se vuelve luego una compacta bóveda vegetal con el suelo alfombrado de vistosas flores, helechos y hongos. Finalmente se llega a la zona habitada por los alerces y, en cierto momento, ya todo está completamente rodeado de esos imponentes colosos.

Al pararse frente al Alerce Abuelo, en pleno bosque, impresiona pensar que se está a los pies de uno de los seres vivos más viejos del planeta. Cuando este árbol de 58 metros de alto era un retoño, el hombre todavía estaba en la Edad del Bronce. Y en el transcurso de los 2600 años entre aquel momento y el presente surgió y cayó el Imperio Romano, ardió Constantinopla, Colón llegó América, Armstrong caminó sobre la Luna, dos bombas atómicas estremecieron la tierra y cayeron las Torres Gemelas. Y mientras tanto el Alerce Abuelo siempre estuvo allí, incólume en su misma porción de tierra de tres metros de diámetro, brotándose de hojitas tersas cada año, como en una parábola de la eternidad.

Así como a las personas se les calcula la edad por las arrugas, la antigüedad de los alerces se mide contando la cantidad de anillos de su tronco. Cada año dos anillos nuevos aparecen en su corteza, uno en primavera y otro en otoño. El método de cálculo consiste en perforar el árbol hasta el centro del tronco y extraer una fina varilla de madera que sirve de muestra sin dañar al ejemplar. Cada anillo mide un promedio de un milímetro de espesor, que será mayor o menor en función de la cantidad de lluvias y el nivel de temperatura de cada año. De esta forma el árbol se convierte en un documento sobre los niveles de temperatura de la Tierra, año por año, en los últimos tres milenios. Allí están registradas tanto la “pequeña edad de hielo” que afectó la Tierra alrededor del siglo XII como el calentamiento global de fines del siglo XX.

El alerce más antiguo que se conoce alcanzó los 3624 años y estaba en la Patagonia chilena, pero ya fue talado. El nombre original de estos árboles es “lahuan”, que en lengua mapuche significa “abuelo, el que guarda toda la sabiduría”. Y es justamente el Alerce Abuelo la meta última de este viaje, en el fin del sendero del Alerzal. Al llegar al pie de su grueso tronco, los viajeros enmudecen ante un sobrio cartel que dice: “Edad: 2600 años”

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