AUSTRIA. EL AñO KLIMT
La capital austríaca celebra este año el 150º aniversario del nacimiento de Gustav Klimt con exposiciones e itinerarios especiales. El pincel del artista de El beso, uno de los cuadros más célebres del mundo, dejó un legado modernista –el Jugendstil– que cambió para siempre la cara de la antigua capital imperial y la hizo entrar en la era moderna con renovado romanticismo.
› Por Graciela Cutuli
“A cada tiempo su arte, a cada arte su libertad.” El lema de la Secesión vienesa, que a fines del siglo XIX quiso marcar una ruptura con el pasado para abrir sobre el tablero del arte una nueva era de creatividad, sigue vigente a 150 años del nacimiento de Gustav Klimt, el artista que fue el primer presidente del movimiento y emblema de la belle époque austríaca en los últimos años del Imperio. La Viena de su época fue la capital de la Mitteleuropa, el escenario de un florecimiento cultural excepcional que abarcó todas las ramas del arte –arquitectura, música, pintura, literatura–, pero también de nuevas ciencias como el psicoanálisis, de la mano de Sigmund Freud.
Cuando Klimt nació, en 1862 en Viena, el emperador Francisco José y Sissi llevaban ocho años de matrimonio y Austria estaba sumergida en la crisis por los reclamos de autonomía húngaros. La progresiva decadencia imperial fue el escenario de sus primeros años de formación en la Escuela de Artes y Oficios, de donde salió convertido en un artista reconocido por su precisión y maestría, cualidades que le valieron encargos para pintar el techo de la Kurhaus de Karlsbad y el Burgtheater de Viena. Años más tarde, sin embargo, Klimt se puso a la cabeza de un grupo de 19 artistas que, a través de la Secesión, buscaron reinterpretar los estilos del pasado a la luz de los cambios que anunciaba el naciente siglo XX: en 1898 se inauguró la primera exposición del movimiento, con obras de Rodin, Puvis de Chavannes, Böcklin y Khnopff, y tiempo después se levantó para la segunda muestra el Palacio de la Secesión, proyectado por el arquitecto Joseph Maria Olbrich, convertido desde entonces en uno de los edificios más reconocidos de Viena. Allí se lee aún el lema del movimiento, inseparable del Año Klimt que moviliza la escena artística austríaca.
UN SIGLO DESPUES Un siglo después de su célebre Beso, la obra de Klimt sigue mostrando en Austria su huella profunda. Tal vez porque una de las virtudes de la Secesión fue no haberse limitado a las galerías de exposición sino haber salido a las calles para sellar –con un nuevo significado del concepto de diseño– desde los edificios de Viena hasta los objetos de la vida cotidiana. La vida del nuevo movimiento no fue larga –comenzó a declinar con el estallido de la Primera Guerra Mundial y se apagó en 1918, con la muerte de Klimt, Otto Wagner y Egon Schiele–, pero sí intensa: y ahí están para dar testimonio la Majolikahaus y la Stadtbahn de Wagner, los proyectos de la Micchaelerplatz de Adolf Loos y los dorados inolvidables de Klimt en el Belvedere. Este año demostrará entonces en Viena, con la mayor exposición simultánea de obras de Klimt de todo el mundo (unas 800), la influencia duradera del Modernismo vienés en la vida y el arte del siglo XXI: prácticamente no hay museo de la capital austríaca que no haya preparado su reseña o muestra, comenzando ya desde fines del año pasado por el Belvedere Inferior, que centró su atención en la cooperación entre Klimt y Jose Hoffmann para la realización del Palacio Stoclet en Bruselas, con numerosos bocetos, maquetas y reconstrucción de las paredes con total fidelidad al original. Por su parte, el Belvedere Superior inaugura en julio la muestra 150 años de Gustav Klimt, que se extenderá hasta enero del año próximo y se basa en la recepción de la obra del artista.
Uno de los lugares imperdibles es el Kunsthistorisches Museum, que durante toda la primavera vienesa abre las puertas de una exposición dedicada a la fase central de la actividad artística de Klimt, entre 1886 y 1897. El eje de la muestra son las 13 pinturas que realizó para las escalinatas del museo, un encargo recibido en 1890 que reveló su desplazamiento desde un estilo inicial más conservador de los cánones clásicos hacia simbolismo del liberty. Aquí se reconocen las bases estilísticas de las obras que lo hicieron célebre algunos años más tarde, con visitas guiadas especiales centradas en la escalinata y las pinturas sobre las arcadas y columnas de ese sector del museo.
Una fase más privada de la vida del artista fue la elegida en cambio por el Museo Leopold, que en Klimt personalmente –abierta hasta agosto de este año– elige su epistolario de viaje y algunas pinturas célebres, como Muerte y vida, para mostrar una mirada más íntima y confrontar los cuadros con sus postales. Su modo de trabajo, su relación con los mecenas y coleccionistas, pero también con sus numerosos hijos, son los protagonistas de esta muestra del Leopold, que posee más de 100 dibujos de Klimt y gran parte de la herencia de su pareja, Emilie Flöge.
DESNUDOS CELEBRES La sensualidad de los estudios sobre desnudos femeninos fue también uno de los motores de la popularidad de Klimt, tal como lo recordó hace pocos años un film biográfico de Raoul Ruiz con John Malkovich en el papel del artista. En el Museo Albertina de Viena se puede recorrer este aspecto a través de 170 trabajos sobre papel, reunidos gracias a préstamos de numerosos institutos de todo el mundo. Muchos son desnudos femeninos e imágenes alegóricas, de gran sugestión pese a la economía de medios: lápiz, lápices de colores, tiza o acuarelas, a veces con los pigmentos dorados característicos de la obra del genial vienés.
Sin embargo, para ver uno de los más célebres, el retrato frontal de una mujer desnuda conocida como Nuda Veritas, hay que ir al Museo del Teatro. Esta obra de 1899, sólo ocasionalmente expuesta al público, fue legada por el dramaturgo Hermann Bahr, que la compró en 1900, poco antes de publicar en defensa del Jugendstil la recopilación de ensayos críticos Contra Klimt.
Este recorrido no estaría completo sin la visita al Museo Viena, que entre mayo y septiembre presenta enteramente por primera vez su importante colección de obras de Klimt: son 400 en total, desde simples bosquejos hasta auténticas obras maestras, de las diferentes fases de su actividad artística. Organizadas temáticamente, junto a los dibujos habrá también pinturas, y entre ellas sobresale el célebre Retrato de Emilie Flöge, el primero que el pintor realizó con su típico estilo ornamental y por eso también uno de los más célebres y reconocibles de su vasta obra creativa. Si se quiere en cambio conocer más en detalle lo que hay detrás del retrato de Emilie, su propia obra como diseñadora, hay que ir al Museo del Folklore, donde se exhibe una vasta selección de sus muestras textiles, con delicadas pasamanerías, brillantes bordados y telas ornamentadas en estilo liberty que no pueden sino recordar las pinturas de su amante. Estas muestras, compradas por el museo a fines del año ’90, se muestran ahora al público por primera vez. Mientras tanto, la exhibición del Museo de Viena merece volver para un paseo un poco más largo, ya que incluye varias curiosidades: entre ellas la camisa de pintor de Klimt, su máscara mortuoria, un calco de su mano derecha y un dibujo realizado después de su muerte por Egon Schiele.
AQUI, ALLI Y EN TODAS PARTES Más allá de la cúpula dorada de la Secesión, ese “repollo” de la arquitectura modernista –como lo apodan humorísticamente los vieneses–, la obra de Klimt y los pioneros del Jugendstil aparece aquí y allá en toda la ciudad. Así se aprecia en el Hofmobiliendepot, o Museo del Mueble, con dos salas dedicadas al diseño de mobiliario de la época (incluyendo las sillas de Joseph Marie Olbrich y los muebles de Otto Wagner para la Caja de Ahorro Postal, para llegar más tarde a los objetos creados por Adolf Loos). Pero también se podrá visitar este año, por primera vez, la Villa Klimt, donde el artista vivió desde 1911 hasta su muerte: la casa está en el Distrito XIII de Viena y aún en fase de restauración (la apertura se estima para el otoño boreal), pero permitirá apreciar una restauración cuidadosa y detallada de su atelier, basada en imágenes y descripciones.
Y si la primera forma de interactividad de la historia se hace presente en el Museo de Cera Madame Tussaud’s, donde se encuentra la estatua de Klimt para sacarse una fotografía a su lado, finalmente la interactividad actual pone su sello en la página http://klimt.wien.info/es/, que propone a los admiradores de la obra del artista subir su propio retrato para reemplazar los rostros originales en algunos de sus más célebres retratos. Una iniciativa que Klimt hubiera aprobado, en nombre del tiempo y la libertad del arte de cada unoz
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