ESCAPADAS. UN CIRCUITO POR EL INTERIOR BONAERENSE
Tandil y Olavarría invitan siempre a la escapada. Saliendo de Buenos Aires, en unas cuatro horas ya se puede estar pisando el corazón del pago provinciano, viviendo la esencia de los paisajes serranos y la mejor gastronomía. Actividades al aire libre, excelente hotelería y sitios históricos para recorrer.
› Por Pablo Donadio
Parecidas, aunque no iguales, Tandil y Olavarría reúnen atractivos de campo y sierra, una gastronomía donde se destacan quesos, embutidos y chacinados, y surtidas actividades al aire libre como para multiplicar –si se puede– los días de visita. Ubicadas en el centro-sur de la provincia, separadas de la Capital por unos 400 kilómetros, son ideales para un fin de semana largo y se pueden recorrer como postas de un viejo camino junto a las vecinas y atractivas Azul, Rauch o Ayacucho, cuya gente también derrama calidez.
ENTRE CANTERAS Si cuenta la seducción a primera vista, la imagen desde el mapa satelital no beneficia mucho a Olavarría: su tierra parece un campo arrasado por grillos topo gigantes, que apenas tuvieron la delicadeza de dejar a salvo algunos conglomerados de casitas. Pero esos huecos no son otra cosa que la razón del dinamismo productivo que liga a la ciudad con su historia, es decir, las canteras y de la mano de ellas el surgimiento de pueblos aledaños.
Claro que Olavarría es mucho más que ese discutible círculo virtuoso, y nadie que haya conocido el paño en pleno Festival de Doma y Folklore olvidará el sabor del asado con cuero, los bailes tradicionales, la sonrisa alegre de los niños en el Parque Mitre y el color de un diciembre que engalana la ciudad como pocas fiestas populares, de esas que contaban los abuelos. Olavarría, que ejerce atracción sobre los pueblos vecinos, desarrolló interesantes actividades que van desde el casco urbano a las villas cercanas nacidas de la producción cementera, así como desde el arroyo Tapalqué a las bajantes de la sierra.
Allí se da cita una amplia actividad deportiva con bicicletas de montaña, rappel, escalada y competencias outdoor como la anual XK Race, que atrae a corredores de todos los rincones del continente. Cabecera del partido homónimo, Olavarría se disgrega entre llanuras, suaves desniveles y lagunas que contienen la faena productiva local expresada en las canteras y hornos humeantes día y noche, pero también en praderas abundantes en cereales y ganado, aportando diversificación entre bienes primarios e industriales. Tal vez la descripción, sumada a sus más de 100.000 habitantes, dé la idea de una city frenética, pero nada de eso, aquí todo es calmo y sucede a ritmos de pueblo, bajo una arquitectura solemne con grandes edificios tradicionales y enormes plazas.
Además del arroyo y muchos espacios al aire libre donde se tocan guitarras y se disfruta del picnic invernal antes de que baje el solcito, surgen desde el centro circuitos turísticos hacia el Palacio Municipal San Martín (1879), el Museo Municipal de Artes plásticas Dámaso Arce y la iglesia San José, también de fines del siglo XIX. Hacia los alrededores se propone más naturaleza, con el arroyo Las Flores y la laguna Blanca Chica, a sólo 10 kilómetros, donde se dan cita la pesca y otras actividades náuticas. El Parque Zoológico La Máxima resulta también como una visita imperdible, ya que es hogar de fauna silvestre, reptilario y acuario, con reproducción de especies en regresión, vivero y jardín botánico en torno de un casco de estancia de 130 años, rodeado de un monte de 47 hectáreas.
A nivel de turismo rural, la cosa se divide en dos. Por un lado las estancias como La Magda, La Isolina y El Arrejón, que invitan al avistaje de aves, equitación y paseos en carruajes. Por el otro un puñado de localidades cercanas e históricas, directamente relacionadas al desarrollo industrial, como Villa Mónica, Hinojo, Villa La Serranía, Colonia San Miguel, Villa Arrieta, La Providencia o Villa Cochi-tue. Villa Fortabat es quizás un resumen y un emblema de ese devenir productivo. Tras el descubrimiento de un importante yacimiento de caolín y caliza en los años ‘20, se instaló allí la cementera Loma Negra, y dos años después se les ofreció a los obreros levantar allí su casa para dejar de recorrer los 15 kilómetros que la separan de Olavarría. Eso dio impulso a otros conglomerados que fueron naciendo en torno del campo y el trabajo con la piedra.
En algunos cerros cercanos, como el de Fortabat, se puede acampar, visitar la capilla Santa Elena y desandar los múltiples caminos que se internan en los campos arados. Sierras Bayas, también a 15 kilómetros de Olavarría, fue fundada en 1879 como enclave de explotación en las laderas bajas donde reina la dolomita. Convertida en un centro de producción cementera a mediados del siglo XX, sus tortuosas calles llevan los rastros y las sombras de antiguas fábricas de cal, por donde suelen pasar senderos turísticos ideales para el trekking y la bicicleta, con miradores y lagos que ocupan viejas canteras. Más localidades, algunas especializadas en fabricación de tejas, cerámicos y cal, y otras en la extracción de piedra caliza, arcilla y arenas, hacen de la zona un paisaje algo surrealista, signado cada tanto por ruidos de excavadoras, palas mecánicas y perforaciones. En otros momentos la tierra no acusa resistencia, y entonces las calles de cualquiera de estas localidades se vuelven idílicas para el paseo pueblerino, hasta que se llega a un enorme cráter donde la montaña parece un pan de manteca cortado a cuchillo caliente. Desde esos enormes pozos se mueven cintas transportadoras de cientos de metros, que llevan los trozos de piedra a una suerte de miniciudad, con casas y edificios, camiones y hasta un tren donde se las trabaja.
SABOR Y DESCANSO Un poco más de 100 kilómetros al sur, Tandil descansa en la calma y belleza de sus sierras como la gran atracción de la zona, con una oferta envidiable en lo gastronómico-hotelero y nuevos paseos. Al llegar nos recibe Carlos Centineo, guía y líder de la empresa Kumbre, la mejor parada junto con las cabalgatas de Gabriel Barletta, si de aventura se trata. Ya habíamos estado con él y su socio Marcelo Palahi unos años atrás, calzados con cuerdas y arneses, intimando con el cerro Granito y conociendo detalles del rappel, la escalada, el trekking y las bicis de montaña.
Esta vez nos iniciamos en la preparación de las carreras de aventura que la dupla está organizando, en su arduo entrenamiento y en el conocimiento de la disciplina que mundialmente gana adeptos a diario, combinando esfuerzo físico y belleza paisajística. Con un tinte más urbano conocemos con ellos las recientes sendas, circuitos y recorridos públicos gratuitos que se promocionan turísticamente en torno del lago y la inmensa obra hídrica que administra los cauces que bajan de las laderas al valle.
También recorremos otros caminos que llevan al monumento a Don Quijote, la estatua del fundidor o la piedra movediza, que supo mantenerse en equilibrio hasta 1912 y fue replicada en 2007 junto con la creación del Parque Lítico. El crecimiento de la ciudad sigue siendo ostensible, pero al menos a primera vista se respeta un cierto orden y la armonía de los espacios libres. A la par crecen las plazas de alojamiento, que van del camping a excelentes hoteles, como para que haya surtido en gustos y bolsillos. Rememorando la buena experiencia de años atrás visitamos la Hostería La Cascada, lugar que combina los lujos de un gran hotel y un casco de estancia, con buena atención, comida siempre casera y verde para gastar los zapatos. Afuera llovizna, y el día amaga con dejarnos sin actividades: un buen programa, según Walter Orsi, encargado del lugar. “Hay de todo en Tandil, pero acá la gente viene principalmente a descansar, a no hacer nada. Por eso en vez de llenar con más actividades nosotros mejoramos los servicios internos, desde las camas al estacionamiento, pasando por la renovación del mobiliario y sumando LCD en las habitaciones. Así se puede hacer una fiaca de primera”, asegura. Con ese objetivo los dueños adquirieron también La Protegida, una posada estilo campiña inglesa, que recibe las bondades del paisaje y los sonidos de la cascada que baja de las sierras a puro golpe.
El paisaje recuerda la historia del Valle del Picapedrero, el enclave minero del Sistema de Tandilia, uno de los plegamientos orográficos más antiguos del mundo, donde las ranuras en las rocas graníticas evocan épocas de pico y explosivos previas a la protección de toda la zona. Tiempo atrás esa piedra vistió en forma de adoquines gran parte de los barrios tradicionales de Buenos Aires. Claro que si de piedra se trata hay que llegar al complejo Cerro El Centinela, donde un día no es suficiente: aquí hay campeonatos de paintball, cabalgatas por el bosque (incluso de noche), rappel, tirolesa y paseos en aerosilla hasta un restaurante de altura.
Para el final dejamos la visita a Epoca de Quesos, hoy restaurante unificado con la casa original de 1860 donde la familia Inza sigue la tradición gastronómica de antaño. Allí, en la única esquina sin ochava que presenta la ciudad, se invita a degustar los mejores quesos con condimentos o sin ellos, rellenos, ahumados y estacionados, además de fiambres y embutidos de primera calidad. Bajo la parra, en las viejas sillas de hierro, la espera se hace larga. Al rato el aroma de la picada, podría decirse por primera vez, rompe el aire puro tandilense. Esta vez, sin embargo, bien que lo celebramos.
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