SUIZA. CON MIRADA ITALIANA
Cuando organiza su Festival de Cine, uno de los más importantes de Europa, la apacible ciudad tesinesa vive unos días en cámara rápida. Por la noche pantalla grande, y por el día un abanico de lugares y actividades que van de la noble historia de los Visconti a los saltos desde un puente vertiginoso.
› Por Graciela Cutuli
Hasta el 11 de agosto, la tranquila ciudad suiza de Locarno va a rugir como un leopardo, valga la rima. Podría ser como un gatopardo, fiera más acostumbrada a recibir los honores del cine, Visconti mediante, pero es en realidad un leopardo, il Pardo d’Oro, animal-premio que recompensa cada año a la película distinguida por el Festival. En estos días, Locarno entera se viste de amarillo con manchas marrones: es que la ciudad toda se enorgullece de este símbolo que, sin embargo, fue adoptado recién en 1968, cuando el certamen ya llevaba muchos años de existencia. Se lo ve estampado en las remeras que se venden de recuerdo, sobre los parasoles de las mesas en las terrazas de los bares y en muchos otros objetos. Locarno es la città del pardo, ruge su pasión durante las diez noches del Festival en la Piazza Grande, transformada cada año en la sala de cine más grande de Europa. Hubo que desarrollar un sistema de proyección y sonorización especiales para exhibir las películas en concurso en las mejores condiciones, pero sin duda la experiencia es única en el mundo: las mejores creaciones del cine de autor bajo el cielo estrellado de los Alpes.
UN CASTILLO DE LOS VISCONTI Cuesta reconocer, durante el Festival, a la habitualmente tranquila, discreta y reflexiva Locarno. El evento ocupa las primeras planas de los diarios, juega a ser una mini Cannes, mientras extiende alfombras rojas para el ghota del cine mundial, y entrega premios que muchas veces dan lugar a fuertes polémicas, Como la del año pasado, cuando el Pardo d’Oro fue para la película suizo-argentina de Milagros Mumenthaler Abrir puertas y ventanas.
Durante diez días Locarno toma el lugar de Ascona, su vecina, su hermana gemela turbulenta. Sólo un río separa los cascos de ambas urbes: el Maggia, que desemboca en el lago Maggiore entre arrozales. Ascona es italiana de espíritu: es la ciudad de moda, la de las fiestas, de la farándula y las experiencias (todavía recuerda las figuras excéntricas de la baronesa de St. Léger en las islas Brissago y a los miembros de la comunidad utópica y anarquista del Monte Verità). Locarno es todo lo contrario. Para simplificar, se podría decir que una es italiana y la otra, bien suiza. Menos durante diez días de verano, todos los años.
En general, el principal atractivo de Locarno es el castillo de los Visconti, una imponente mole de piedra del siglo XV. Es lo que queda de una fortaleza anterior que pasó a manos de los milaneses y de la familia Visconti hasta seguir al resto del Tesino y formar parte de la Confederación Suiza en 1512. El castillo es hoy día sede del Museo de Arqueología local, cuya visita permite apreciar los restos de murallas interiores y exteriores que quedaron en pie. Pero durante el Festival el castillo pasa a un segundo plano; en la primera parte de agosto el principal atractivo es la Piazza Grande. Rodeada de edificios que hacen pensar en seguida en Italia, desde los colores hasta la arquitectura y los campaniles exhiben sello itálico. El lago Maggiore está a dos pasos, pero se ve mucho mejor desde arriba, desde los barrios altos de Locarno, que brindan un amplio panorama sobre todo el centro histórico y una vista que se prolonga hasta los Alpes.
LOCARNO DESDE ARRIBA Hay varios “niveles” para tener distintas vistas y elegir la favorita. Primera parada: la iglesia de la Madonna del Sasso, un santuario del siglo XVII construido sobre una roca que domina la ciudad y el lago, a 355 metros. Una altura respetable, sobre todo comparada con los 190 metros de altura de Locarno, que dicho sea de paso es la ciudad más baja de toda Suiza. Se puede llegar en auto o en funicular. Cruzando la calle, un teleférico invita a subir hasta la Cardada, a 1350 metros: éste es un paseo muy apreciado por los vecinos, sobre todo en verano. Hay un restaurante y comodidades para pasar el día, en tanto los senderos permiten prolongar las montañas y empalmar con las redes de turismo peatonal que surcan toda Suiza. Otra opción es completar el paseo en telesilla y alcanzar la cumbre de la Cimetta, a 1672 metros, para una vista aún más impactante sobre el lago. Frente a toda la cadena de los Alpes, conviene contar con la ayuda de un guía local para saber qué parte corresponde a Suiza y cuál a Italia.
Si se puede subir en telecabina y telesilla, también se puede llegar caminando. Y es cierto que es mucho más tentador también volver bajando por esos mismos senderos, que atraviesan las distintas etapas de la vegetación alpina: pastos y arbustos bajos primero, en la cumbre de la Cimetta, y poco a poco densos bosques a medida que se desciende. A lo largo de este camino, realizable en menos de un día desde la cumbre hasta el centro de Locarno, hay varios albergues (capanne, es decir, cabañas). Una de las más entrañables es la Capanna Lo Stallone, en medio de pastizales donde pace el ganado. Un buen lugar para comer o pasar la noche en confortables habitaciones grupales. Toda una experiencia alpina, como sumergirse en el modo de vida de Heidi pero con acento italiano...
COMO JAMES BOND El contraste entre el mundo rústico de las capanne y el universo sofisticado del Festival de Cine es abismal. La excursión a las islas Brissago, en medio de las aguas del lago y a las puertas de Italia, resulta más acorde. Una de las dos islas es un jardín botánico que se considera entre los más completos del mundo: el lugar, al que se accede en barco desde los muelles de Ascona, fue habitado por excéntricos miembros del jet-set de la Belle Epoque. También se puede ver el pueblo de Ronco, adonde se llega por un camino de cornisa que sigue la ribera del lago por la ladera de montaña. Y vale la pena seguir por el Val Verzasca, donde hay que ver –y transitar– su histórico puente de piedra, el Ponte dei Salti. Tiene un aspecto tan antiguo que muchas veces se lo presenta como un puente romano, pero en realidad fue construido “sólo” en el siglo XVII. A pocos kilómetros hay otra atracción, imperdible durante los tiempos del Festival: desde la represa sobre el río (una pared de 220 metros) se puede hacer un salto bungee como el de James Bond en GoldenEye. Pierce Brosnan se tiró desde ese mismo lugar en una de las escenas de culto de la película, y desde entonces una empresa propone a los amantes de sensaciones fuertes repetir el mismo salto hasta las entrañas del valle, en un precipicio vertiginoso. Para recobrarse después de la experiencia, el valle abunda en “grottos”, el nombre de los restaurantes rurales del Ticino, que originalmente estaban situados en grutas para mantenerse frescos durante el verano.
En época de Festival es hasta posible encontrar un realizador o un actor lost in translation en medio de los Alpes y las zonas más rurales del Ticino. Mientras tanto, a medida que va cayendo la noche, la plaza empieza a llenarse de celebridades, de espectadores y de curiosos para asistir a la proyección del día. La noche recién empieza en Locarno... y prometerá hasta el 11 de agosto algunos de los mejores filmes del cine de autor del mundo. A pocos kilómetros, desde la Cimetta, las luces de la ciudad y de los astros del cine apenas rivalizan con las estrellas del cielo alpino.
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