CHUBUT PARQUE NACIONAL LOS ALERCES
Recostado sobre la Cordillera chubutense, el Parque Nacional Los Alerces es una postal digna del mejor sueño romántico. Aunque el invierno les pone un toque de nieve a los lagos, montañas y bosques cercanos a La Hoya y el célebre tren La Trochita, la mejor época para recorrerlo empieza cuando termina el frío.
Con la maestría de un artista, la naturaleza puso en algunos rincones del país paisajes donde cada pincelada parece un compendio de armonía y color. En el Parque Nacional Los Alerces, recostado sobre la zona andina de Chubut, el invierno pone un toque blanco a los extensos bosques que viran de color con el cambio de las estaciones, mientras los lagos donde desemboca una compleja red de ríos y arroyos reflejan con majestuosa quietud, en sus aguas transparentes, los picos cordilleranos. El lugar es un paraíso para los pescadores de salmónidos, un imán para los amantes de los viejos trenes que se emocionan con el traqueteo de La Trochita, una explosión de colores para quienes miran el mundo desde una lente fotográfica. Para conocerlo hay que llegar hasta el extremo oeste de Chubut, cerca de donde se instalaron colonos galeses hace más de un siglo, y donde también solían refugiarse bandidos de fama internacional que buscaban amparo en la inmensitud patagónica. En invierno, tiene el encanto adicional de estar cerca de La Hoya, una de las estaciones de esquí más familiares y accesibles de la Argentina.
Sobre alerces
y maitenes Está claro que la primera intención de
la creación del Parque Nacional, en 1937, fue la protección de
una especie típica de los bosques andino-patagónicos, el alerce,
que comparte hábitat con los coihues, cipreses y lengas. El alerce, que
forma extensos bosques en las laderas de la región –más
abundantes aquí que en otras partes de la Patagonia– estuvo a punto
de desaparecer por la intensa explotación pero consiguió salvarse
gracias, en parte, a la protección de estas 263.000 hectáreas
en la zona fronteriza con Chile, donde las abundantes lluvias del extremo oeste
perfilan ya la exuberante selva valdiviana. Se trata sin duda de una especie
excepcional, cuyos ejemplares más antiguos se estima que viven unos 3.000
años y desarrollan troncos de tres metros de diámetro y 60 de
altura.
Dejando atrás los bosques, el paisaje va evolucionando hacia la estepa
patagónica, pasando por la transición de los maitenales. Estos
árboles de altura más moderada, de ramas algo caídas que
hacen pensar en un sauce llorón, eran sagrados para los mapuches porque
conservan las hojas verdes durante todo el año. Y cuenta la tradición
que quien se sienta a su sombra está obligado a decir la verdad. Uno
de los más famosos de la región está cerca del recorrido
de La Trochita, y parece un milagro más de la naturaleza: se trata de
un maitén –el “árbol santo” para los lugareños–
que sale del corazón de una roca probablemente desprendida de las montañas
cercanas. Quién sabe si la piedra rodó llevando en su interior
la semilla del árbol, o si éste logró crecer debajo y abrirse
camino pese a la roca. En todo caso, no es raro encontrar ofrendas al pie de
este maitén que parece un símbolo de la resistencia de la vida
pese al aislamiento y las duras condiciones climáticas de la Patagonia.
Los bosques del Parque Nacional son también el hábitat soñado
de numerosas especies de fauna que corren peligro: los tímidos y huidizos
huemules y pudúes, el gato huiña, la paloma araucana, los zorzales
patagónicos. Recorriendo silenciosamente los bosques, dejando que el
único ruido sea el crujido de los pasos sobre la hojarasca, no será
raro escuchar un golpeteo continuo y ver, apenas levantando la vista, a un pájaro
carpintero empeñado en horadar un tronco. Es uno de los regalos maravillosos
que ofrece este bosque animado de nuestra cordillera.
Desde el lago
Futalaufquen A pie o por los lagos, el Parque Nacional depara
paisajes maravillosos, y hay quienes no dudan en considerarlo uno de los más
hermosos de la Argentina. Sobre la margen izquierda del Lago Futalaufquen están
la Intendencia, el Centro de Interpretaciones y demás dependencias del
Parque. Sobre la margen derecha, hay hosterías, bungalows y cabañas,
además de proveedurías donde los turistas y acampantes pueden
conseguir todo lo que necesitan. El circuito terrestre de Los Alerces lleva
a través de bosques vírgenes, rápidos, cascadas y glaciares,
que pueden visitarse eligiendo distintos senderos interpretativos. Para elegir
el propio recorrido, y disfrutarlo mejor, conviene pasar primero por el Centro
de Interpretación, en el ingreso del Parque. Hay más de 20 senderos
peatonales, varios caminos para recorrer en auto y algunas sendas especialmente
habilitadas para cabalgatas y paseos en bicicleta. Hay para todos los gustos
y dificultades: el sendero Cinco Saltos requiere dos horas y media de ascensión
de dificultad media, hasta el mirador de los saltos de agua del arroyo Los Pumas;
el sendero Cerro Alto El Dedal requiere cinco horas de ascenso hasta un mirador
en la cumbre del cerro, y es sólo para expertos; el sendero al Lago Kruger
es una caminata de día completo (12 horas), accesible para buenos caminantes,
que termina en un sector del lago donde está permitido acampar. También
se pueden elegir los itinerarios hacia el arroyo Cascada, de dificultad media-baja,
que pasa por distintos miradores, el sendero a Laguna Escondida (ascenso de
cuatro horas, dificultad media) o el camino al Cerro Alto El Petiso, bastante
difícil y de entre seis y siete horas de duración hasta llegar
a la cumbre del cerro.
También está la opción de las excursiones lacustres: una
de las más lindas empieza en Puerto Limonao, recorre el Lago Futalaufquen,
el río Arrayanes y los lagos Verde y Menéndez. En algunas ocasiones,
el bajo caudal del río Arrayanes obliga a llegar hasta allí por
vía terrestre, para luego embarcarse en lancha en el Puerto Chucao del
Lago Menéndez. Es imposible borrar de la memoria los reflejos verdeazulados
del Futalaufquen, las aguas transparentes del Arrayanes que permiten divisar
el fondo con extraordinaria claridad, la llamativa Cascada El Cisne, sobre las
aguas del Menéndez, o los ventisqueros del Cerro Torrecillas. El recorrido
termina en la cabecera norte del Lago Menéndez, donde se pueden recorrer
los bosques a través de pasarelas, sendas y escaleras que se internan
entre los alerces.
Y aunque parezca que cada uno es el primero en haberlo visto, lo cierto es que
antiguamente ya hubo, en la zona que hoy es Parque Nacional, asentamientos de
grupos cazadores-recolectores que los investigadores ubican en dos zonas en
particular: el Alero del Shamán y el Sendero de Interpretación,
ambos sobre el río Desaguadero. Aquellos grupos dejaron en los aleros
de piedra manifestaciones de arte en forma de círculos concéntricos,
cuadrados, laberintos, sencillas figuras humanas, clepsidras, tan nítidas
como hace más de 1.500 años, cuando acababan de ser dibujadas
sobre la roca.
El tren y los
galeses Además del centro de esquí La Hoya (ver
página 4), otro de los mitos de la región es la célebre
Trochita, el tren que parte desde Esquel hasta El Maitén (también
hay recorridos ida y vuelta a Nahuel Pan, que incluyen una visita a los artesanos
mapuches de la zona) por vías de apenas 75 cm de trocha, como si las
décadas que pasan no tuvieran poder para tocarlo. La Trochita, con sus
antiguos vagones de madera, es visitado por amantes de los trenes de todo el
mundo que sueñan con conocer este Viejo Expreso Patagónico (Old
Patagonian Express, su “nombre internacional”). Y quienes llegan,
volverán llevándose en los ojos y los oídos el silbido
del tren y el paisaje virgen que lo rodea, sobre la estepa nevada con la cordillera
perdiéndose, allá a lo lejos.
Si hay tiempo y medios para llegar, vale la pena visitar un museo inaugurado
hace sólo cinco años en las tierras de la estancia de la familia
Benetton, en plena estepa, a apenas 100 metros de las vías de la Trochita:
se trata del Museo de Leleque, al pie de los Andes, formado por cuatro salas
en cuya organización trabajaron expertos de toda la Patagonia. Las salas
están dedicadas a los pueblos primitivos de este rincón chubutense
(hay reproducciones de una tienda india y objetos cotidianos), a los primeros
contactos entre indios y blancos, a la acción del Estado en tierras patagónicas
y a las transformaciones sociales originadas por las llegadas de inmigrantes
de todas partes del mundo, desde los vecinos chilenos hasta los lejanos galeses.
Galeses que son los fundadores de otro de los lugares para visitar cerca de
Esquel: Trevelin (“el pueblo del molino”), situado en un hermoso
valle que alberga rosedales y casitas de aire galés, donde por supuesto
se puede degustar el clásico y abundante té que ofrecen los descendientes
de inmigrantes, acompañado por la “torta negra” que ya es
marca registrada de esta región de la Patagonia.
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