PATAGONIA. PIEDRAS, CUEVAS Y CAñADONES
De Río Negro a Santa Cruz, la vasta meseta patagónica alberga paisajes insospechados, donde reina la naturaleza con la fuerza de la piedra y el viento. Pinturas rupestres, áreas desoladas, profundos cañadones y hasta un bosque petrificado habitan esta zona desértica del sur argentino, todavía no demasiado explorada por el turismo.
› Por Mariana Lafont
Fotos de Mariana Lafont
La vasta meseta patagónica es una de las zonas desérticas más grandes de la Argentina, que alberga grandes tesoros a lo largo de las provincias de Río Negro, Chubut y Santa Cruz. Trescientos cincuenta kilómetros (de ripio y por la RN23) separan a Bariloche de Los Menucos, en plena Línea Sur, en el corazón menos poblado y más frío de Río Negro. La RN23 atraviesa la estepa paralela a las vías del Tren Patagónico que une Bariloche y Viedma. Esta ruta equivale a la mítica 40, ya que ambas fueron trazadas siguiendo antiguas sendas tehuelches. Por aquí pasaron viajeros y exploradores como el Perito Moreno y el famoso inglés George Musters, quien entre 1869 y 1870 hizo un periplo increíble de Punta Arenas a Carmen de Patagones con una tribu tehuelche. Su resultado fue el gran diario de viajes Vida entre los patagones. Los Menucos es la Capital Nacional de la Piedra Laja, atesora una gran tradición de canteristas y es la puerta de entrada a la Meseta de Somuncurá. Además hay pequeños y medianos productores de ganado ovino que buscaron alternativas económicas, formaron el grupo Meseta Infinita y hoy ofrecen alojamiento rural, paseos y cabalgatas.
Somuncurá es un vocablo mapuche que significa “piedra que suena o habla”, por el sonido que hacen las rocas y el viento. Esta vasta altiplanicie basáltica de 150.000 kilómetros cuadrados se extiende del centro-sur de Río Negro al norte de la provincia de Chubut y presenta un relieve volcánico con algunos cerros que rondan los 1900 metros, como el Corona, un antiguo volcán. Si bien es desértica, la meseta tiene lagunas temporarias y arcillosas donde viven aves. En tiempos remotos hubo ingresiones marinas de las que hoy se pueden ver restos de bivalvos y caracoles. Además, Somuncurá es una zona única en Patagonia con especies endémicas como la mojarra desnuda, la lagartija de las rocas y la rana de Somuncurá.
HORIZONTE SIN FIN Desde Los Menucos son un par de horas en camioneta hasta el rancho de Eusebio Calfuquir, un hombre curtido que nació y vivió toda su vida en la meseta hasta que se mudó a Los Menucos para que sus hijos fueran a la escuela. Una vez en la meseta, se tiene la rara sensación de no hallar punto de referencia en el horizonte, como si se estuviera en “la nada”. El rancho de Calfuquir está en un bajo protegido del viento, próximo a una laguna seca. Según Eusebio, antes estaba más cerca de la laguna pero, con una crecida, el agua se llevó la vivienda y decidieron reconstruir la actual un poco más arriba. El agua es aquí un elemento muy escaso: para obtenerla hacen un jagüel, pozo o zanja que recibe y conserva el agua de las lluvias o de alguna vertiente natural. A poco más de dos kilómetros del rancho está la Laguna Grande, donde habitan gallaretas, gaviotines, garzas, cisnes de cuello negro y algunos flamencos. Pero aquí no sólo viven personas y animales, sino también mitos de la meseta como el de la “piedra rodadora”: se trata de una piedra que rueda, deja rastro y al que la encuentra le da cosas, pero también le quita... porque es una piedra del diablo.
BOSQUE PETRIFICADO Sarmiento es un oasis en la meseta patagónica, ubicado entre los lagos Musters y Colhué Huapi. Los orígenes de esta colonia agrícola se remontan a 1885. En esa época el primer gobernador del Territorio Nacional de Chubut, Luis Jorge Fontana, pasó por aquí rumbo a la cordillera al mando de la llamada “Compañía de rifleros”, un grupo de mayoría galesa que exploraba la región en busca de valles habitables. Un par de años después comenzó la colonización del oeste chubutense. Pero el destino de esta colonia pastoril estaba en manos de un emprendedor llamado Francisco Pietrobelli, un italiano que había llegado en 1888 para trabajar en el Ferrocarril del Chubut y más tarde formó El Fénix, una sociedad con galeses para hacer expediciones y explorar la región andina. Poco a poco fue recorriendo la provincia y, en una de las travesías, conoció el amplio valle del Musters y el Colhué Huapi. Sin dudas era un lugar adecuado para vivir por su proximidad al mar, la gran cantidad de agua dulce y la fertilidad del suelo. Y a mediados del siglo XX se fue poblando con colonos de todo el mundo, que fueron formando no sólo varios establecimientos agropecuarios sino un verdadero crisol de razas.
A sólo 28 kilómetros de Sarmiento se encuentra el Area Natural Protegida Bosque Petrificado José Ormachea. El área natural (que hace muchísimo tiempo estuvo cubierta por el mar) parece un increíble valle lunar, con una llamativa paleta de colores extendida sobre los cerros. Tanta diversidad de matices es el resultado de las diferentes capas de sedimentación que quedaron expuestas por la erosión. El parque tiene 1880 hectáreas, un pasado de 90 a 120 millones de años y troncos de 65 millones de años. La mayoría son coníferas, ya que el clima predominante hace tanto tiempo era de templado a cálido tropical y ello favorecía su crecimiento. Sin embargo, el tiempo fue mutando y los bosques comenzaron a morir a principios de la Era Terciaria, cuando se elevó la Cordillera de los Andes e impidió el paso de los vientos húmedos del Pacífico. Además hubo erupciones volcánicas cuyas cenizas se esparcieron por toda la zona y cubrieron los bosques caídos: a partir de entonces empezó la petrificación. Este lentísimo proceso transformó la materia orgánica en roca, pero conservando su aspecto exterior. El resultado es increíble, ya que de lejos se ve un tronco común y corriente y, al tocarlo, no es más que una durísima roca con aspecto de madera. Los más llamativos son los troncos ahuecados: en estos casos, el proceso de petrificación fue incompleto y el centro del tronco se terminó descomponiendo, dejando sólo la corteza exterior.
CAMINO DEL MONTE ZEBALLOS Además de ser Capital Nacional de la Cereza, Los Antiguos –en el noroeste de Santa Cruz– es el punto de partida para recorrer (sólo en verano) el llamado Camino del Monte Zeballos o RP41, que es la zona más alta de la provincia. Si no tiene vehículo propio se puede contratar una excursión y ver parte del camino, pero lo ideal es realizarlo completo y llegar, por esta vía, a la pequeña localidad de Lago Posadas. En apenas 165 kilómetros el cambio de paisaje es muy sorprendente, por momentos irreal, con rocas coloridas que hablan de un pasado volcánico de más de 70 millones de años. El trayecto comienza en medio de los cañadones de los ríos Los Antiguos y Jeinimeni. En el kilómetro 22 se ve la formación de las Toscas Bayas y desde allí se divisa por última vez el lago Buenos Aires.
A partir de este punto, la estepa queda atrás y aparece un bosque de lenga y ñire con el río Jeinimeni al lado. Enseguida surge la primera vista del Zeballos, rojizo e inconfundible cerro de 2748 metros de altura que da nombre al camino. Carlos Moyano lo vio por primera vez en 1880 y lo bautizó con el nombre del fundador del Instituto Geográfico Argentino: Estanislao Zeballos. La ruta sigue ascendiendo y atraviesa campos de distintas estancias, con el solitario Zeballos como centinela. De repente y a mano izquierda surge una extraña y alargada formación que parece una gran muralla; incluso alguna mente imaginativa podría pensar que son los restos de una antigua civilización. Sin embargo, esta peculiar formación es un dique basáltico erosionado formado hace 65 millones de años, mientras la cordillera iba asomando y la Patagonia era un hervidero de volcanes en actividad. El camino sigue, la muralla queda atrás y da paso a un mágico paisaje lunar. Unos kilómetros más adelante se llega a la parte más elevada del recorrido: El Portezuelo, a 1490 msnm. Desde aquí, en un día despejado, se alcanza a ver el cerro San Lorenzo, el pico más alto de la provincia, con poco más de 3700 metros. Luego, cuando las rocas se vuelven más rojizas se llega cerca del Paso Roballos y, finalmente, en el kilómetro 128 hay una bifurcación a la RP39 que culmina en Lago Posadas.
PIEDRA PARADA Esta gigantesca roca –impresionante desde cualquier ángulo que se la mire– se encuentra en un área natural protegida en medio de una extensa pampa a orillas del río Chubut, en el noroeste chubutense. Tan rectas son sus paredes que parecen haber sido talladas por el hombre; sin embargo, su origen es natural. Para llegar hay que ir a la localidad de Gualjaina, a 85 kilómetros de Esquel, y luego hacer 42 kilómetros más por la RP12 hasta Piedra Parada. Esta gran mole rocosa tiene 260 metros de alto, una base de 100 metros de diámetro y es un gran desafío para aficionados a la escalada y el rappel que, a lo lejos, se ven como minúsculos puntos de colores. Hace millones de años, Piedra Parada fue el centro de la caldera de un volcán que un día se apagó y cuyos últimos fluidos de lava se solidificaron, dando origen a la extraña formación.
Además de Piedra Parada, es interesante visitar el cañadón de La Buitrera, un angosto sendero peatonal entre dos paredones de 50 metros con extrañas formaciones geológicas. El cañadón está a 500 metros de la piedra y para llegar hay que cruzar el puente sobre el río Chubut. Tiene tres kilómetros de largo, un pequeño arroyo en el medio y las paredes, que inicialmente sobrepasan los 150 metros, van disminuyendo gradualmente hasta desaparecer por completo. A medida que el caminante se va internando en el cañadón se pueden apreciar curiosas formaciones rocosas talladas por la naturaleza y algunas pinturas rupestres en aleros de piedra, hechas por las tribus indígenas que recorrían la zona hace unos 5000 años.
CUEVA DE LAS MANOS La famosa Cueva de las Manos, declarada por la Unesco Patrimonio Cultural de la Humanidad, alberga manifestaciones artísticas de los grupos pre tehuelches que habitaron la zona hace más de 9000 años. Pero, además de las cuevas, el entorno del Cañadón del río Pinturas es bellísimo y merece ser recorrido a pie.
Primero hay que hacer 75 kilómetros desde la localidad de Perito Moreno, en el noroeste de Santa Cruz, hasta la estancia Casa de Piedra a orillas del río Ecker. Una vez allí hay que hacer 12 kilómetros más por un camino interno hasta un punto panorámico desde donde se ven la estepa y el abrupto cañadón del río Pinturas (originado a partir de una profunda falla geológica). Por allí se desciende y se camina hasta las cuevas por un sendero que va paralelo al río, con grandes farallones a los costados. Luego de casi una hora y media de marcha, que pueden ser dos, se llega al Centro de Interpretación y la pasarela que conduce a las cuevas.
La zona del río Pinturas, con sus aleros y cuevas, es una región única dentro de la meseta patagónica porque alberga una de las más antiguas y hermosas manifestaciones artísticas de los grupos cazadores que habitaron el área. Visitar las cuevas es hacer un viaje al pasado para ver los mismos colores y formas del paisaje que veían aquellos antepasados. El alero principal tiene 10 metros de alto, 15 de ancho y 24 de profundidad. Este tipo de formaciones rocosas facilitaron la preservación de las pinturas rupestres porque las protegían de los fuertes vientos patagónicos y de otros factores climáticos.
El conjunto de pinturas está clasificado por estilos y períodos de ejecución, y cada grupo estilístico revela un nivel cultural diferente. Los tonos predominantes en la roca son rojo, negro, blanco, rojo violáceo, amarillo y, en raras ocasiones, el verde. Según estudios realizados, las pinturas eran preparadas con pigmentos minerales y mezcladas con algún fluido que facilitaba su aplicación. Varias teorías afirman que la pintura posiblemente se aplicaba con hisopos, pinceles y con los dedos. Un dato muy interesante es el supuesto método utilizado para hacer los negativos de las manos: se cree que usaban tubos de hueso (hallados en los niveles más antiguos de excavación) y que a través de este instrumento expulsaban el pigmento ya preparado en la boca sobre la mano apoyada en la roca. Después de ver todas las pinturas, se sigue, más allá de la pasarela, hasta un punto panorámico que permite apreciar el cañadón en toda su amplitud.
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