RIO NEGRO. PASEOS VERANIEGOS EN BARILOCHE
Bariloche se disfruta en plena temporada con visitas a un original bar de hielo, las clásicas excursiones lacustres por Puerto Blest e Isla Victoria, una salida en kayak por el lago Gutiérrez, canopy en el Cerro López y caminatas a un refugio de montaña. Corazón del turismo patagónico, en verano se muestra con su mejor color.
› Por Julián Varsavsky
Fotos de Sandra Cartasso.
Hace rato ya que las cenizas volcánicas son mal recuerdo y la ciudad se ha convertido otra vez en Brasiloche, rebosante de brasileños que se reconocen a la distancia por su colorida forma de vestir. Bariloche es como el clásico de los clásicos en la Patagonia, el destino adonde siempre se vuelve para repetir excursiones tradicionales como Puerto Blest e Isla Victoria, o para buscar la novedad en lugares como un bar de hielo, el vértigo del canopy y el relax de las caminatas desde un refugio de montaña. A continuación, parte de lo clásico y de lo nuevo para este verano en la gran ciudad turística de la Patagonia.
FRIO EN VERANO Ingresar al Ice Bariloche es como entrar a una caja de cristal azulada donde todas las superficies son lisas, gélidas y semitransparentes. Inaugurado el año pasado, el bar de hielo es toda una sensación entre los viajeros. Extendido sobre 380 metros cuadrados, al entrar se le entrega a cada persona una capa térmica para soportar el frío y no mojarse los pantalones. La temperatura oscila entre los cinco y ocho grados bajo cero y se ingresa en grupos de 20 personas por no más de 25 minutos, ya que el frío no se soporta más tiempo.
Las paredes son de hielo, así como el suelo, que está cubierto con una lámina de PVC para evitar los resbalones. En total son 40.000 kilos de hielo, incluyendo un iglú al que se puede entrar, sillones, la imagen de un mamut dentro de la pared de hielo y una estatua de un guerrero de terracota de Xian, todas obras del escultor José Luis Mezquida, que normalmente trabaja en madera, pero aquí ha logrado expresión en un material notablemente diferente.
POR EL ESTRATO SUPERIOR “Volar” entre los árboles de un bosque está definitivamente de moda en la Argentina. Este juego disfrazado de deporte de aventura –el esfuerzo es mínimo y el riesgo también– se llama canopy, es oriundo de Costa Rica y fue adoptado en Misiones, Mendoza, Neuquén y Río Negro. El canopy se practica en el cerro López, a 17 kilómetros del centro. Una camioneta busca a los turistas en la puerta del hotel y los lleva hasta el lugar indicado, pasando el lago Moreno. La primera plataforma de canopy está casi al ras del suelo para facilitar una práctica. El sistema tiene sus complejidades y una serie de rigurosas medidas de seguridad, ya que se debe cruzar el bosque suspendido de un arnés, uniendo pares de árboles. Para ello hay que subir a una plataforma de madera instalada en el punto más alto de un bosque andino patagónico.
Antes de dar el salto con la misma técnica de tirolesa –así llamada porque se usaba en la región europea del Tirol para unir dos barrancos– es inevitable detenerse unos momentos ante la novedosa posibilidad de contemplar desde esa altura las copas de los coihues. Una vez dado el primer salto, se cruza de un árbol a otro a toda velocidad, colgado del arnés. La adrenalina que se descarga en ese “paseo” hace lanzar a casi todos un alarido que retumba hasta en lo más recóndito del bosque. En total hay ocho plataformas en desnivel decreciente, que abarcan un recorrido de 1500 metros. En el último tramo se realiza un vertiginoso “sobrevuelo” de 250 metros de largo a 30 metros de altura entre dos coihues.
UN DIA EN LA MONTAÑA Luego de una mañana de canopy se puede ir a almorzar al refugio Extremo Encantado, también en el cerro López, una casa de madera que se utiliza tanto en invierno como en verano como base para hacer actividades al aire libre. Pertenece a la familia Almuna, que lo construyó en las tierras de sus bisabuelos, llegados desde el cantón de Valais, en Suiza, en el siglo XIX. Un refugio de montaña es un lugar adonde por lo general llegan caminantes en salidas de trekking de varios días, para pasar la noche en cuartos comunitarios y también particulares (éste tiene capacidad para 60 personas). Construido a 1300 metros de altura con madera de coihue, desde el refugio Extremo Encantado se hacen caminatas y cabalgatas por la montaña. Reposando en el deck al atardecer hay una hermosa vista del pueblito de Colonia Suiza, con el lago Gutiérrez al fondo, pero lo más impresionante es el marco para observar el majestuoso vuelo de los cóndores cuando regresan a sus nidos en la montaña.
PUERTO BLEST Desde Puerto Pañuelo, en el Parque Nacional Nahuel Huapi, zarpa una excursión embarcada por el famoso lago. El guía explica que el nombre significa “isla del puma”, puesto por los pobladores originarios inspirados en la hoy llamada Isla Victoria. Desde la cubierta los pasajeros deliran de felicidad al darles de comer en el pico a las gaviotas, que se acercan a la embarcación ya acostumbradas, y con una delicada maniobra se quedan suspendidas en el aire un segundo, como los colibríes, para recibir una galletita.
Al pasar frente a la Isla Centinela, el capitán hace sonar la sirena del barco en homenaje al Perito Moreno –el creador del sistema de Parques Nacionales– cuyos restos descansan allí.
Una taza de chocolate con medialunas le pone sabor al paseo, al tiempo que el guía anuncia la llegada a la Cascada de los Cántaros. Allí se desembarca para caminar por un sendero de 600 metros que rodea la caída de agua. El bosque es muy denso, gracias a la gran humedad del ambiente, y los árboles compiten entre sí por el espacio y la luz. Algunos caen al suelo, perdedores de la batalla. En el trayecto aparece un alerce gigante de 1500 años.
La vegetación es la típica de la selva valdiviana, con árboles de coihue, alerces y caña colihue. De regreso en la embarcación, se navega hasta Puerto Blest, donde hay una hostería y confitería para tomar algo con una vista espectacular del lago.
El siguiente destino es el lago Frías, donde cada persona elige entre caminar tres kilómetros o subirse a un micro hasta el Puerto Alegre. La caminata es por supuesto la opción recomendable, bordeando el lago Frías y sus aguas color esmeralda, que provienen del glaciar en el cerro Tronador.
EN KAYAK Los esquimales idearon los kayaks partiendo de una necesidad geográfica. En el Polo Norte las temperaturas son extremadamente frías, y por eso los kayaks están diseñados para introducir medio cuerpo –de la cintura para abajo– dentro de la embarcación. Así se está al resguardo del frío. Los kayaks que se utilizan en Bariloche son del tipo de travesía, más largos, con dos puestos (uno es para el guía) y portan dos estancos impermeables.
El lugar que más se utiliza para las excursiones es el lago Gutiérrez, rodeado por la imponencia majestuosa de los cerros Catedral, Otto, Ventana y Carbón. A sus pies y en sus laderas abundan los bosques de ciprés y coihue. Y en las aguas del lago navegan el pato crestón y las truchas, que pasan como un rayo por debajo de la embarcación.
La excursión tradicional dura unas dos horas, incluyendo una parada en alguna playita desierta para tomar una merienda con té y mate. Por lo general es muy difícil que un kayak se dé vuelta en un paseo por el lago, pero en última instancia no es un accidente de temer, ya que el kayak es muy fácil de reacomodar.
ISLA VICTORIA Al visitar la Isla Victoria, en medio de las prisas adolescentes de un viaje de egresados, lo que menos se advierte es la belleza del paisaje. Por ello la isla merece una segunda oportunidad con el correr de los años, no para ejercitar la nostalgia sino para llevarse una mirada más profunda de la imponencia de sus paisajes.
La excursión parte desde Puerto Pañuelo navegando las aguas del Nahuel Huapi. El trayecto en barco dura una hora 40 minutos, y bordea gran parte de esa isla de 20 kilómetros de largo.
Al desembarcar el guía relata la compleja historia de la isla, descubierta para el hombre blanco en 1620, cuando el capitán Juan Fernández llegó hasta aquí buscando la mítica Ciudad de los Césares. Pero estuvo deshabitada hasta 1902, cuando el terrateniente Aarón Anchorena permaneció unos días en el lugar y quedó tan deslumbrado que a su regreso solicitó su usufructo al Estado nacional. Al año siguiente Anchorena se instaló como arrendatario y comenzó a levantar edificaciones, abrió picadas en la vegetación y limpió sectores de bosque para sembrar especies exóticas como la sequoia y el pino Oregón, además de animales como jabalíes, faisanes, ciervos y hasta osos, que servían para aumentar el atractivo como coto de caza que tenía el lugar. Salvo los osos, las otras especies proliferaron hasta hoy en la isla, alcanzando en el caso de los ciervos una comunidad actual de mil ejemplares.
El romance de Anchorena con la isla duró apenas una década, hasta 1911, cuando el escritor Paul Groussac se burló de él en un diario de Buenos Aires refiriéndose a la “grandeur de pionero-colono-estanciero” que el terrateniente porteño había plasmado en la isla. Ofendido, Anchorena devolvió las tierras al Estado y abandonó sus seis confortables cabañas, el aserradero, el astillero y el coto de caza.
La segunda parte de esta excursión es el desembarco en el pequeño Parque Nacional Los Arrayanes. Ubicado en una angosta península sobre el lago, ya en la provincia de Neuquén, su fama se basa en el principal árbol que lo puebla: el arrayán. Y lo puebla con tal densidad que el bosque es el único de esta especie con estas proporciones que existe en el mundo. Ocupa 12 hectáreas, con una profusión de troncos color canela entre los cuales los rayos de sol se filtran con un fascinante juego de luces y sombras.
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