Dom 14.04.2013
turismo

LA RIOJA. PARAJES Y PUEBLOS CON MEMORIA DE CAUDILLOS

Rutas que hicieron historia

La provincia muestra sobre las rutas 38, 40, 74 y 60 un rojo intenso que domina los suelos de algunos pueblos y ciudades donde la vida enfrenta al desamparo. La historia de los caudillos, la fertilidad de su aridez y algunos emprendimientos que, más allá de la subsistencia, intentan generar nuevas formas de integración y desarrollo.

› Por Pablo Donadio

Fotos de Pablo Donadio

El dial de la FM sintoniza al fin una emisora. Después de horas de manejo sin reproductor de CD, la voz humana se valora como un vaso de agua en el desierto. “Y vamos a las noticias...”, anuncia un presentador. “Pero antes, recuerde: agua mineral de manantial, para la seguridad de sus hijos”, exalta parte de la publicidad auspiciante. Famatina se debate así, diariamente y por todos los medios posibles, con el problema del agua potable, apenas uno de los ribetes de su lucha incansable frente a la minería a cielo abierto. En esa soledad rutera se aprende a ver las cosas desde otra perspectiva, más con los ojos de esos parajes, lejanos y un tanto esquivos a la cotidianidad capitalina. Desde la RN38, pasando por la 40 y la 74, La Rioja entrega imágenes, vivencias y nuevas formas de subsistencia en ese país que poco miramos.

Plazas, monumentos y circuitos turísticos recuerdan a los caudillos riojanos.

FRONTERAS SILENCIOSAS En la intersección de las rutas nacionales 38 y 79, Chamical se establece como una referencia sureña para los riojanos, y junto con Olta (media hora al sur por la 79), Punta de los Llanos y Patquía (media hora y una hora al norte, por la 38), Tama (a la altura de Chamical, por la 29) y Malanzán (también por la 29, ya sobre los cerros) apenas son lugares de paso hacia otros grandes destinos turísticos de la provincia, como el colosal Parque Nacional Talampaya. Sin embargo, sus paisajes atesoran los recuerdos de caudillos que marcaron la región con heroicas luchas por la independencia. Desde luego aquí no hay servicios de un destino internacional, pero en el andar silencioso del pago y los relatos de su gente se imaginan las montoneras Juan Facundo Quiroga, Angel Peñaloza y Felipe Varela, envueltas en facones y utopías, dominando la región y enfrentando al gobierno centralista de Buenos Aires. “En los pueblitos que se cruzan hasta aquí –señala uno de los hermanos Vega, en la Reserva Natural Quebrada de los Cóndores– se cruzan paisanos de ojos claros como el mismo Chacho (Peñaloza). Y si se ven los alrededores llenos de nogales, que son plantas españolas. Uno se da cuenta de que por la zona pasó la corriente colonizadora generando un cruce cultural y un mestizaje impresionante.”

En ese rincón curiosamente verde, que se distancia de los llanos colorados también por altura, temperatura ideal y un río claro, funciona uno de los mejores miradores para avistar cóndores de todo el país. No muy conocido a nivel nacional, aunque sí regional, el lugar es llamado Vega Santa Cruz y recibe la visita desde todos los frentes de aves adultas y jóvenes, que toman el aire ascendente de las planicies para flotar a lo largo de los 100 kilómetros de extensión de estas sierras. Allí hay una posada del año 1800, que además de brindar hospedaje y preparar comidas bien riojanas propone salidas a caballo o caminatas (con la posibilidad de hacer camping) hasta los filos donde las grandes aves dan su show. En esa zona se armó también la Ruta de los Caudillos, denominada así por comprender departamentos con natalicios de varios símbolos riojanos, como los departamentos General Angel Vicente Peñaloza, General Facundo Quiroga o Rosario Vera Peñaloza. El comienzo de esa ruta está kilómetros arriba en Patquía, y de allí en adelante un enlace de pueblitos escénicos recuerda las aventuras de esos hombres, envueltas en la polvareda de sus tropas. En Tuizón, Chila y Tama el arte rupestre, las formaciones rocosas irregulares y la veneración a la Virgen del Rosario constituyen otras formas de entrarle al turismo. Huaja, paraje ubicado a 15 kilómetros de Malanzán, recuerda el nacimiento del propio Peñaloza, continuador de la lucha e ideales de Quiroga. Y tan ligada ha quedado esa relación que a la vera de la Ruta 29 se levanta una réplica de su casa natal, que marca el inicio del siguiente departamento, el de Juan Facundo Quiroga.

Mikaela, vecina y guía local en Los Colorados, nos cuenta la historia del pago y sus alternativas de visita.

POR LA RUTA 74 Hacia el norte, la RN38 continúa por la 74 hasta su unión con la mítica 40. Allí, hay un paraje sorprendente que se enfrenta al olvido con su historia y sus iniciativas turísticas. Ubicado entre Patquía y Chilecito, Los Colorados nació en tiempos del ferrocarril, cuando esa mole de hierro trajo nueva vida a la aridez local y, como el agua, hizo brotar en cada posta un pueblito. Allí los campesinos se aquerenciaron y construyeron una relación de mutua conveniencia con ciudades importantes, dando la posibilidad a sus habitantes de viajar y conocer, abriendo el comercio de sus productos y estableciendo un contacto más fluido con familiares lejanos. Pero desde la segunda mitad de los años ’70 comenzaron a discontinuarse los ramales argentinos, aniquilados finalmente con los ’90, y aquella fertilidad se acabó. En pleno partido de Independencia, Los Colorados es una muestra clara de esa huella del viejo General Belgrano, que supo unir Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba como grandes capitales, hasta el límite nacional en Jujuy (en algunas épocas llegó a Bolivia), y que tuvo un paso clave por este horizonte riojano rodeado de montañas y caudillos. En la ruta de acceso no se ve un alma durante largo rato, apenas una indicación de unas termas llamadas Los Mogotes que jamás encontraremos, y un santuario de la Difunta Correa. Pero sobre el kilómetro 17 aparece un curioso cartel que dice Bienvenido / Welcome Los Colorados. “No queda mucha gente ya, apenas 17 familias que no han querido abandonar sus casas. Somos unas 68 personas en total”, cuenta Mikaela Romero, de 19 años, que regreso aquí para cuidar a su madre. Por el frente de su casa pasa la antigua vía, que marca el comienzo del paraje hacia un lado, y se pierde en el infinito hacia el otro. “Para allá queda la cueva del Chacho, a unos cinco kilómetros. Nosotros ofrecemos la visita a los turistas por 20 pesos, y si quieren ir a caballo sale 45 pesos, pero nos tiene que avisar antes”, agrega. Como casi todos los pobladores, Mikaela cría chivos que luego son vendidos a los turistas o a asadores cercanos.

Cuando las visitas son flojas, se ganan la vida cuidando las haciendas vitivinícolas y oliveras de los alrededores, haciendo artesanías o remodelando sus curiosas casas hechas con los durmientes y hierros clavados de forma vertical. Eso es lo más llamativo de su pueblito. Incluso los techos están armados así, con barro y paja, reciclando lo que el tren les dejó. A unos metros está la antigua estación, la casa del capataz y jefe de guarda, y un antiguo molino de agua. Todo parece viejo allí, pero hacia el fondo un grupo de 12 viviendas más modernas se levantan con cemento y muestran antenas de televisión satelital, justo enfrente del moderno molino eólico y las pantallas solares. “Estamos tratando de formar una cooperativa para organizar el trabajo y turnarnos en las caminatas cuando llegan visitas”, cuenta Mikaela, orgullosa del progreso que poco a poco los integra a la actual sociedad.

Aimogasta, tierra de aceitunas y comino, indica el regreso hacia la capital provincial.

AL LIMITE SOBRE LA RN40 El tramo siguiente invita a la RN40 Norte, con la posibilidad de desviar el paso al oeste y llegar a Villa Unión, la base para adentrarse en el mundo fantástico de Talampaya. Pero seguimos hacia Chilecito, punto de partida para excursiones mineras, rodeado de las sierras del Velazco y el sistema de Famatina, entre verdes vides y olivares que marcan la zona hasta el límite con Catamarca. Producto del crecimiento exponencial por la actividad de La Mejicana en el siglo pasado, la ciudad se transformó en el segundo nudo urbano de la provincia, aunque sin perder los aires camperos que la destacan. Ese cablecarril construido en 1904 para bajar el oro minero a lo largo de 35 kilómetros hasta las vías es considerado una obra maestra que aún puede visitarse y pone de relieve, de alguna manera, nuevamente al ferrocarril.

Desde su plaza mayor y el Cristo de las alturas, el valle todavía recuerda sus literales tiempos de oro, los que acosan a la vecina y fuerte Famatina. Consustanciada con el férreo compromiso antiminero, Pituil es escenario de permanentes protestas que congregan a gran parte de la comunidad del departamento de Famatina. Lo sentimos en carne propia, porque llegamos justo en momentos en que buena parte de sus 1000 habitantes cortan la ruta, y casi por obligación, conocemos su urbanización triangular, que suele ser un buen punto de descanso (hay varias posibilidades de alojamiento) para largas travesías norteñas. La carretera sigue a San Blas de los Sauces y Aimogasta (ya sobre la RN60), las dos localidades que marcan el final de La Rioja. Además de grandes aceitunas, buenos vinos y excelentes aceites como los de Bodega La Puerta, aquí la realidad de un campo más austero se pone de manifiesto con producciones alternativas como la algarroba, o la del comino elaborado de modo artesanal en seis hectáreas. Ese cultivo de otoño-invierno, con siembra en mayo y cosecha a fines de octubre, era tradicionalmente realizado al voleo hasta que el INTA de Aimogasta comenzó a aplicar el método de siembra en línea, optimizando su rendimiento. Allí se compra un “comino sucio” a comerciantes que se encargan de la molienda, mientras el “comino limpio” se vende molido y a mejor precio. Es difícil para los pequeños productores entrar en un circuito comercial, por eso se está incentivando el funcionamiento de una planta deshidratadora abandonada en los años ’70, que se usaba para duraznos y pasas de uva. De este modo podrán agregar valor a la cosecha, y si se concreta la compra de un molino y una envasadora se podría dejar de vender el comino en parvas y hacer de estos rojos y áridos suelos un sitio más provechoso. Así las rutas riojanas son la cara visible de ese otro país donde nuevas formas de turismo plantean una relación más justa con el entorno.

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