BUENOS AIRES. VILLA LA ÑATA Y DIQUE LUJáN
Un pueblo o dos unidos por un puente. Un lugar con aire a otros tiempos, rodeado de río y de árboles, donde no hay prisa y sí naturaleza, donde hay espacio para disfrutar del sol paseando en bicicleta y aguas para probar el placer de navegar en kayak, para ceder luego a la tentación de las artesanías y las delicias para el paladar.
› Por Mayra Pilateris
“A 15 minutos del centro de Tigre, podés encontrar un lugar diferente, que mantiene ese aire de pueblo que en muchos lugares se perdió.” Eso me dijeron. Me intrigaba la idea de saber qué tan cerca de la gran urbe podía encontrar la desconexión total con mi rutina y la conexión con algo nuevo. Y allí fui. Villa La Ñata y Dique Luján. Algo había oído sobre este lugar, algo sobre dos pueblos divididos por un canal, unidos por un puente peatonal y recientemente un nuevo puente vehicular: de allí que se hable de Villa La Ñata y Dique Luján como un lugar y no dos. Es que en ambas márgenes del Canal Villanueva hay varias opciones que invitan a pasar todo un día en familia, con amigos o en pareja.
Tomé mi auto y fui hacia Tigre. Fui por Nordelta: allí, al seguir unos cinco minutos más, el camino empieza a convertirse en algo distinto. Un camino arbolado, que abraza como dando la bienvenida, hace que el recién llegado se sumerja automáticamente en otro lugar, y ahí mismo empiece la desconexión. También se puede acceder en lancha, desde la Estación Fluvial de Tigre o del Puerto de Frutos, con guías a bordo que van explicando las bondades de cada recoveco. Pero será para mi próxima visita.
TENTACIONES Dejé el auto para caminar bordeando el río. En Villa La Ñata, al borde del Canal Villanueva, hay una variedad de restaurantes con diferentes propuestas gastronómicas. Pero mi olfato rápidamente se dejó llevar por el aroma de la parrilla y opté por dejarme tentar. El almuerzo en la ribera, una guitarra y la voz de un chico interpretando folklore hacen que viaje con la imaginación hacia tiempos remotos, donde me figuro a este lugar con carretas, calles de tierra, un pueblo.
Después del mediodía seguí caminando hasta llegar a la Sociedad de Fomento de Villa La Ñata. Punto y aparte, dicen que el matambre a la pizza de este lugar es la especialidad y el plato más requerido por quien ya es habitué de estos pagos. Además, todos los 25 de Mayo se organiza un gran locro que reúne a todo el pueblo de La Ñata y Dique, para celebrar –junto a todos los visitantes que se sienten parte– la fecha patria que es también aniversario de la sociedad de fomento local.
“Yo remé más rápido que vos.” Escucho a un chiquito decir eso, peleando con un hermanito o amigo. Sana competencia que existió siempre y que me recuerda a mi niñez. Al levantar la mirada, veo que al final del paseo gastronómico se encuentra una formación de madera, con varios puestitos de artesanías, helados, dulces, decoración, licuados. Allí mismo, en septiembre, realizarán una feria orgánica acorde con el alma del lugar. Sobre el paseo, diviso un cartel que ofrece el alquiler de kayak. Sin dudas me subo y conozco la paz de acariciar el agua con un remo. Nunca había remado. Voy tranquila, contemplando la paz del río y de la naturaleza en una tarde memorable.
Después del momento entre el remo, el río y yo, decidí cruzar a Dique Luján. Quise hacerlo como lo hacían antes, por el puente peatonal. Antiguamente éste era el único medio de comunicación entre ambos pueblos. Desde 1953 los vecinos venían pidiendo la construcción de un puente vehicular, ya que ante una emergencia una ambulancia tenía que ir de Tigre a Dique Luján por Maschwitz, tardando así más de una hora en llegar: finalmente, hace cuatro años el puente vehicular levadizo se hizo realidad.
Pero me gustó la idea de cruzar por el otro, por el puentecito viejo, aún utilizable, y llegar hasta los artesanos que esperaban y recibían a los visitantes para mostrar sus productos. Tejidos, objetos de madera, mates, desayunadores, sahumerios, artesanías, atrapasueños, velas, jabones artesanales, centros de mesa, productos de mimbre, accesorios, ropa de diseño. Todo esto pude ver en el Paseo de Artesanos, con más de 30 puesteros. Mientras escribo, desayuno con un mate tallado que adquirí allí.
Conversando con uno de los puesteros, me comentó que a menos de un kilómetro se encontraba el camino de la vía muerta. Ya el nombre me llamó la atención: cargué el termo con agua caliente y me dirigí hacia allí. En 1970 aproximadamente, las vías del ramal ferroviario que unían Dique Luján con Ingeniero Maschwitz se levantaron definitivamente en toda su extensión, dando lugar a lo que los residentes llaman “la vía muerta”. Un camino que envuelve con sus árboles y vegetación, que me hicieron acordar a los caminitos montañosos que se encuentran en destinos patagónicos como Villa Traful.
Vi a un grupo de amigos que recorría en bicicleta el camino. No pude con mi genio y tuve que frenar para preguntarles dónde terminaba el camino. Amablemente me comentaron que estaban haciendo un circuito en bici que conectaba con el Canal Villanueva nuevamente, en un recorrido de tres kilómetros aproximadamente en total. Al llegar al canal se pueden ver las ruinas de la antigua Sociedad Anónima Formio Argentino, que se creó en 1928. El formio se procesaba para la industria textil y allí trabajaban más de quinientas personas que cruzaban en balsa. De este modo el formio se convirtió en el eje de la economía del lugar: así se lotearon quintas, se construyeron casas, comercios y se crearon el destacamento de la Prefectura Naval Argentina y la Estafeta Postal.
Y sí... enseguida supe cuál sería mi próxima actividad de regreso en este mágico lugar: alquilar una bicicleta para sentir y conocer este circuito de una forma diferente.
Llegó la hora del té y leí que sobre el río Luján en Dique, a sólo un kilómetro del Puente Vehicular Eva Perón, se encontraba una casa de té con especialidades caseras para degustar mientras se ve el sol caer sobre los diferentes botecitos y lanchas amarradas en el muelle. Tú Me Puedes, dentro del complejo La Polola. Así se llama. Y a mí me pudo. Aproveché para probar todo lo que estaba a mi alcance: galletitas caseras, dulces, tartas de manzana, cheesecake, marquise, baklava, panes saborizados, todo acompañado con una degustación de diferentes sabores de té. Un hermoso jardín a orillas del río, con mesitas y sillas de colores que le dan más alegría de la que naturalmente tiene el lugar.
Caminando por las callecitas del pueblo, me encontré con la iglesia, con el club de barrio, la escuela y el jardín Xul Solar, el gran vanguardista que vivió allí, en lo que próximamente será una casa museo para difundir mejor su historia. Canales con puentecitos peatonales, enmarcados con vegetación como las casuarinas, típicas del Delta, que hacen que uno se sienta cerca de allí sin necesidad de tomar ninguna lancha. Camalotes, repollitos de agua y otras plantas acuáticas se asoman a medida que camino despidiéndome de este rincón, que me hizo respirar paz. Dos pueblos que se unieron. Un lugar que me enamoró.
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