Dom 06.10.2013
turismo

ECUADOR UN JARDíN EN LA MITAD DEL MUNDO

El agua de la vida

Desde la frontera serrana con Perú, Ecuador muestra paisajes siempre verdes. En uno de sus valles, una joyita llamada Vilcabamba atrapa a los turistas con su “pueblo longevo”, donde obran prodigios el agua de su cascada y los paseos a caballo y a pie.

› Por Pablo Donadio

Fotos de Clara Martínez

Algunas distancias son sólo para aventureros. El avión que más se acerca a Vilcabamba lleva a Loja, la gran ciudad del sur distante 50 kilómetros de este valle siempre verde, rodeado íntegramente por los cordones orientales de los Andes. Claro que para quien se anime a atravesar la selva peruana e iniciar el ascenso desde la frontera es todo un desafío, para ir descubriendo cómo la naturaleza ha moldeado algunos pueblitos desparramados en desfiladeros y quebradas. Pero sea por el norte o por el sur, habrá argentinos esperando: desde Loja, diez minutos antes de llegar a Vilcabamba, la Re-Vuelta del Che promete en su restaurante el auténtico asado argentino; desde el sur, Alicia y Orlando Falco –biólogos de nuestros pagos que se enamoraron de esta tierra conocida también como “Jardín del Ecuador”– aguardan en la reserva Rumi-Wilco.

El río Chamba y sus aguas prodigiosas, uno de los temas presentes en la visita al pueblo.

DIVINO TESORO “Alguien dijo una vez que la canción tiene letra, tiene música y otra cosa que no se sabe bien, pero que es lo único que importa. Este valle tiene una altitud ideal, aguas limpias, subterráneas y ricas en minerales, un clima estable y amistoso, una topografía que invita a caminar y alimentos no grasos ricos en fibras. Visto así, lo longevo se explica solo. Aunque algunos dicen que hay algo más”, dice Orlando Falco, sentado en la barra de la cabaña que levantó con tablones traídos de Loja y sus propias manos. Alicia, su mujer, nos prepara un mate con mezcla de hierbas de su huerta orgánica “para recuperar fuerzas”, y nos lleva cerca. Hacemos 300 metros entre cañas de bambú gigantes, plátanos y otros árboles que desconocemos, hasta llegar a otra cabaña donde nos quedaremos. Esta también la levantó Orlando, aunque el río que se hace escuchar a unos cinco o seis metros se la llevó casi por completo hace unos años, y hubo que reconstruirla. Adentro, como en la reserva misma, hay de todo: baño, cocina con horno y heladera, comedor, cama matrimonial y dos cuchetas se ubican como en un loft agreste, a una altura donde los wilcos y las zarzamoras se animan a meterse por las ventanas. Y hay un lujito que este ambiente de buenas y estables temperaturas permite: bañarse al aire libre. Al costado de la cabaña una pirca en forma de caracol que llega a los dos metros, cuyo calefoncito eleva a 30 grados el agua del río, permite bañarse de cara al cielo, en medio del bosque.

Un pequeño alero hace de galería, y desde allí se ve el pueblo. Son unas 25 manzanas, muchas de tierra, y hacia el centro con calles de piedra hexagonal. Las casas son antiguas y muy coquetas, de la época republicana. Casi todas nacen desde el adobe, alguno crudo y otro pintado a cal, dando paso a patios interiores como en Cusco, con amplios portales e impecables jardines floridos. La plaza y la iglesia están rodeadas de restaurantes y comercios, y en los laterales se ofrecen prácticas zen, masajes y cuidado corporal con barro del valle. El resto del pueblo, quizá la mayor cantidad, se desparrama en las laderas y ondulaciones de los cerros cercanos, donde triunfan la agricultura y las salidas turísticas. Más que el silencio, la calma domina Vilcabamba. Muchos creen que el clima privilegiado, las noches despejadas y esa vegetación exuberante son las que guardan la esencia de este pequeño paraíso. Otros lo atribuyen al agua. En apariencia, hay más visitantes que residentes, con muchos europeos y estadounidenses que compraron no sólo terrenos sino aquello de la vida prolongada, de lo que no puede evitarse hablar aquí. “En esas condiciones que describimos es posible vivir 100 años o más: acá no existe el estrés. Pero también ha pasado que muchos pobladores del campo sin documentación no han sabido responder por su edad, y se les ha calculado a ojo”, trata de explicar Orlando de manera escéptica. Los mitos que ostenta el lugar retroalimentan su mística a diario, y se sustentan con algunos estudios (sobre todo extranjeros) de relativa confiabilidad. Incluso la llegada de algunos personajes como el mexicano Mario Moreno “Cantinflas” para sanar de una enfermedad cardíaca décadas atrás contribuyó a la leyenda. Que aquí están los habitantes más viejos del mundo, con 120 años o más, es uno de ellos. Pero se va más allá todavía: que la gente no envejece y ésta se “rejuvenece” en este valle, aseguran otros. “Empresarios y jubilados de España, Canadá, Estados Unidos y Alemania llegan para radicarse aquí”, señalaba un diario el año pasado como prueba.

La bella y reconfortante caída de agua del Chamba, tras una larga caminata por los cerros.

SELVA Y SIERRA Apasionados por la naturaleza, a fines de la década del 80 los Falco encontraron su hogar en una franja costera del río, sobre la cual no se puede construir por los derrumbes. Contactaron a los dueños de otro tramo y con su permiso decidieron abrirlo al público, pero sin la histeria de la masividad. Llamaron al lugar Reserva Rumi-Wilco (“Casa del Wilco”) en honor al árbol de mayor presencia y de propiedades alucinógeno-medicinales que los incas y otros pueblos consideraban mágico y sagrado. Al tiempo abrieron doce senderos autoguiados, y renombraron más de 500 plantas de esa selva. El lugar siempre está abierto. A quien llega se le cobran dos dólares y se le da un mapa que indica los caminos fáciles y cortos, así como otros difíciles que requieren un par de horas para atravesar cuestas abruptas, filos de montaña, quebradas y la planicie ribereña del río bajo desfiladeros de bambú. Como si fuera poco, hay unas 130 especies de aves que dan su concierto cada mañana, por lo que el ecolodge (así llaman a sus cabañas rústicas y el camping) es una invitación real a la naturaleza.

Todos los caminos se combinan, y muchos ascienden al filo que entrega panorámicas del pueblo distante a sólo 15 minutos. “La idea de un ecoalbergue permite proteger la biodiversidad de la zona y valorizarla, intervenirla, pero a la vez no modificar su autosustentabilidad. Los viajeros mundiales, que no son ya transeúntes desinformados, adquieren una doble satisfacción: el disfrute de la región visitada y una activa participación en el cuidado del planeta”, dicen. Su reducido espacio físico (40 hectáreas) y la proximidad con el pueblo lo hace aún más valioso ante la creciente llegada de visitantes. Entre ellos hay más argentinos, y a su cocina nos rendimos, cansados ya de las frutas, la palta y el canelazo. Y cómo no sucumbir ante el asado criollo que promete La Re-Vuelta del Che, un restaurante atendido por otra pareja de compatriotas, que recibe a pura chacarera y una humeante parrilla.

Luego seguimos camino a Izhkayluma, un mirador del valle de 360 grados transformado en hostería por los hermanos Peter y Dieter. Levantado con piedra y madera, su hospedaje apunta a combinar el entorno natural con la hotelería de alta gama con spa, piscina, parque, sala de música y juegos, y un restaurante que recupera los sabores de su Alemania natal. Salidas a caballo con sus guías camino al cerro que enfrenta al valle, al bosque nublado y las cascadas, completan la oferta.

Uno de los pobladores longevos, en plena siesta en las calles de Vilcabamba.

BENEFICIOS DEL AGUA Nunca hay que subestimar el pago ajeno. Si bien todo Vilcabamba invita a caminar, la llegada a la cascada mayor es un reto interesante, pero que demanda unas tres horas de ida y otras tantas de regreso. Lo que ocurre es que en algunos tramos no hay sendero, el suelo se torna barroso y las pendientes agotan. Y si no se parte temprano y se teme que la caída del sol oculte la visibilidad, queda poco tiempo para disfrutar la caída del agua y recuperarse. Planificado esto, todo el resto es positivo, ya que las aguas del Chamba y el Uchima, ricas en magnesio y hierro, son acaso responsables centrales de la renombrada longevidad. ¿Cómo no querer descubrir su origen? Una posibilidad es ir por la cascada mayor, siguiendo el cauce hasta el sector de Yambabura bajo, donde se inicia un recorrido por paisajes cambiantes. A la hora ya no se ve gente ni parajes, apenas alguna vaca o burro asomado en las colinas. Forestaciones y campos de maíz de algún agricultor lejano tapizan las laderas. Algo curioso es que cada tanto hay algunas puertas de hierro en el sendero. “Es para frenar a los animales, y para cuidar el lugar de visitantes no deseados”, nos cuenta un baqueano que carga su mula. Al rato, exhaustos, llegamos a la cascada, cuya trampa radica en empezar abajo y no arriba, ya que la cuesta del sendero se coloca en ese tramo por encima de la vertiente. Allí hay que escuchar su estruendo, y desviar como hacia el precipicio unos 300 metros, para descender una escalera de tierra. El esfuerzo bien lo vale: su caída es realmente mágica, y su agua, tema de conversación una vez más. “El agua del valle contiene hidrógeno activo con dos electrodos negativos en vez de uno, lo cual combate en forma natural los radicales libres. Nuestro organismo asimila estos minerales orgánicos fácilmente, produciendo un fenómeno de limpieza de la materia pesada”, explican, asegurando que es el agua la clave para el secreto de la juventud. Este argumento es utilizado por los siempre atentos amigos del negocio, que ya han encontrado la forma de envasarla y... exportar su prodigiosidad. Claro que olvidan contar que los mismos científicos aseguran que esas propiedades perduran en tanto se subsista en el ecosistema de Vilcabamba.

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