BUENOS AIRES LA AVENTURA DE VOLAR
En la localidad bonaerense de Los Cardales, un vuelo en globo invita a experimentar la primera tecnología que le permitió al hombre elevarse sobre la tierra. Rodeado de un aura romántica, el globo aerostático ofrece la sensación más perfecta de volar, en contacto directo con el aire.
› Por Julián Varsavsky
“El paseo, que duraría una hora y media, era también un viaje por aquel paraíso perdido que constituye el siglo XIX. Viajar en el globo imaginado por Montgolfier era también volver a las páginas de Poe, de Julio Verne y de Wells.”
Jorge Luis Borges
“La diferencia entre un chico y un adulto es el precio de sus juguetes”, provoca el piloto Carlos Alberto Niebuhr. De hecho, el globo aerostático siempre cumplió mejor sus funciones lúdicas que las de medio de transporte. O para decirlo con mayor crudeza: el globo tradicional casi no sirve como tecnología de viaje, ya que sólo hace trayectos cortos y una vez que remonta vuelo nadie sabe muy bien a dónde irá a parar.
El piloto elige el punto de partida pero nunca el de llegada. Estudia cuidadosamente el pronóstico del clima, aunque apenas obtiene una idea somera acerca de la dirección del viento con que comenzará el viaje. Pero no puede predecir exactamente el punto de llegada, porque sus comandos sólo le permiten dos decisiones: subir y bajar. Lo que ocurra en el trayecto es una incierta deriva. Esto lo sabía bien Julio Verne cuando escribió sobre su personaje Samuel Ferguson en la novela Cinco semanas en globo: “El intrépido descubridor se propone atravesar en globo toda el Africa, de Este a Oeste. El punto de partida de este sorprendente viaje ha de ser la isla de Zanzíbar, en la costa oriental. En cuando al punto de llegada, únicamente a la Providencia está reservado conocerlo”.
LOS PREPARATIVOS Mientras nos alistamos para jugar a los aventureros con el globo, Niebuhr arroja otra frase con mucha densidad: “El hombre camina desde hace 1.600.000 de años y navega hace pocos miles, pero vuela desde hace 230 años”. Según su hipótesis, el miedo atávico a volar de los seres humanos explicaría la fascinación que despierta la idea de elevarnos dentro de una canasta de mimbre, bajo una pera invertida del tamaño de un edificio de seis pisos. “La naturaleza del hombre no incluye despegar los pies de la tierra más que unos centímetros; por eso el miedo se convierte en un sueño inquietante, con el halo romántico que rodea a la primera tecnología de la historia que nos permitió volar”, fundamenta Niebuhr.
Antes de remontar vuelo con los primeros rayos del amanecer, el piloto con su esposa, hijo y nuera sacan el globo de un bolso para desenrollarlo sobre el pasto de una plaza en la localidad de Los Cardales. Los prolegómenos son trabajosos, con un potente ventilador que infla el globo a fogonazos producidos con dos tanques de propano líquido.
El globo se infla acostado, luego se pone oblicuo y finalmente se levanta y comienza a tirar de la barquilla con impaciencia a centímetros del suelo. Para que no se vaya como un globo fantasma lo atan a una camioneta.
EL SUEÑO DE VERNE En la novela de Verne, Samuel Ferguson rescata a un misionero francés apresado por una tribu africana, elevándose de repente una vez que el cautivo sube a la barquilla. Sus captores reaccionan arrojando flechas, pero enseguida los europeos quedan fuera de alcance.
El globo de Niebuhr sube exactamente igual que el de Ferguson: de un tirón repentino y silencioso que nos eleva 50 metros en cuestión de segundos. El despegue no está exento de emoción, porque vamos derecho hacia una altísima antena telefónica como si nos fuésemos a estrellar. Pero Niebuhr tiene todo perfectamente estudiado desde el día anterior: sabe que volaríamos en esa dirección. Por eso toma la precaución de elevarnos muy rápido, dando fogonazos que suenan a rugido de dragón.
En los primeros momentos la sensación es inquietante, porque parece que subimos mucho más alto de lo que realmente lo hacemos. Y a las personas altas la barquilla les llega por la cintura. Volar en una canasta de un material en apariencia frágil como es el mimbre da cierta idea de precariedad, pero no es más que miedo atávico, porque hace ya décadas que está muy claro que el globo es la tecnología más segura para volar (en el fondo es un gran paracaídas). En la novela, Ferguson les dice a sus acompañantes: “No es probable que me interese nunca descender de prisa, sino ascender con toda presteza para salvar los obstáculos. Los peligros están abajo, no en las alturas”.
Desde el cielo el paisaje plano de la pampa húmeda parece un mosaico de retazos cuadriculados con diversos tonos de verde, según los cultivos. Caminos de tierra, acequias, riachos y molinos forman parte del panorama. La gente de campo sale de sus aisladas casas para saludar con sincera alegría, mientras volamos 20 metros por encima de la copa de las arboledas solitarias en la inmensidad. Niebuhr decide rozar con la barquilla la copa de un árbol como parte del juego.
Lo más curioso de observar es la actitud de los animales. Las liebres salen despavoridas a los saltos al divisar a ese monstruo volador que se acerca lanzando rugidos. Los perros, desconcertados, ladran hasta el cansancio. Las vacas tardan un poco en reaccionar. Primero levantan la cabeza hacia el cielo y se quedan estupefactas sin dejar de rumiar. De repente, la más atemorizada huye y las demás la siguen formando una estampida que retumba hasta en la altura. Pero la carrera se detiene en forma abrupta y los rumiantes vuelven a levantar la cabeza, esta vez con curiosidad. Convencidas de que no hay peligro y presas de un extraño encantamiento, son ellas las que ahora nos persiguen unos metros al trotecito. Los caballos, por su parte, directamente huyen al galope.
EN LA HISTORIA El vuelo se estabiliza a unos 50 metros de altura porque la gracia está en interactuar con nuestro mundo desde una perspectiva distinta. Mientras tomamos mate, Niebuhr da fogonazos regulares para mantener la altura y nos cuenta la historia de los hermanos Jacques y Joseph Montgolfier, inventores del aeróstato en 1783. Aquellos dueños de una fábrica de papel observaron en una fogata que el humo se elevaba llevándose consigo cosas muy livianas. Entonces comenzaron a experimentar. Al principio los hermanos creían que era el humo lo que elevaba las cosas, pero se dieron cuenta de que era el aire caliente el que tendía a subir. El primer vuelo en globo tripulado de la historia lo organizaron ellos en el Palacio de Versalles el 19 de septiembre de 1783 frente a Luis XVI y María Antonieta. Al tronar de un cañonazo, un globo de papel y algodón se elevó ante una multitud eufórica de 130.000 personas transportando un gallo, una oca y una oveja. El vuelo con aire caliente producido por unas ramas ardientes duró ocho minutos y sus tripulantes sobrevivieron.
Nuestro vuelo continúa apacible, sin sobresaltos. Y Niebuhr –quien fue piloto de planeadores– reflexiona que la sensación de viajar en globo se parece más a la idea de flotar que a la de volar. Jorge Luis Borges explicó esto mismo a su manera en una celebrada crónica de un vuelo en globo que hizo en Estados Unidos: “Ciertamente el avión no nos ofrece nada que se parezca al vuelo. El hecho de sentirse encerrado en un ordenado recinto de cristal y de hierro no se asemeja al vuelo de los pájaros ni al vuelo de los ángeles. Los vaticinios terroríficos del personal de a bordo, con su ominosa enumeración de máscaras de oxígeno, de cinturones de seguridad, de puertas laterales de salida y de imposibles acrobacias aéreas no son, ni pueden ser, auspiciosos. Las nubes tapan y escamotean los continentes y los mares. Los trayectos lindan con el tedio. El globo, en cambio, nos depara la convicción del vuelo, la agitación del viento amistoso, la cercanía de los pájaros”.
Luego de 40 minutos de travesía y de recorrer seis kilómetros, Niebuhr busca algún sembradío en desuso para el descenso. Pero no hay ninguno a la vista. Así que se decide por los jardines de un barrio cerrado. El aterrizaje es un poco aparatoso. La barquilla se arrastra unos metros sobre la tierra y se voltea. Todos quedamos horizontales, bien sujetados a las sogas.
La familia de Niebuhr, con el vehículo de apoyo, tarda media hora en llegar a nosotros porque la vigilancia del barrio cerrado no los deja entrar: les exigen el seguro del auto. Así que regresan a su casa a buscarlo. Mientras tanto el piloto comienza la laboriosa tarea de desinflar y doblar su nave espacial. Y nos cuenta la reacción de la gente cuando en el jardín de la casa les aterriza un silencioso globo gigante como nunca vieron de tan cerca en su vida, con personas en una canasta.
A los aventureros de Julio Verne los aborígenes africanos solían confundirlos con dioses caídos del cielo. Otros creyeron que era la luna misma la que venía a su encuentro. Algunos reaccionaban con devoción y otros con violencia. A Niebuhr casi siempre lo reciben bien: el caso que más recuerda fue al descender en una finca de indígenas en Ecuador, donde salió a recibirlo una anciana que lo abrazaba emocionada mirándolo con el asombro con que, según él supone, ella miraría a una deidad de los cielos.
AMOR EN EL AIRE Entre los usos que Niebuhr les da a sus globos está el de participar en fiestas de casamiento. “Los novios que me contratan siempre quieren llegar en globo a la fiesta, pero en general es más sencillo partir”, cuenta el piloto... que se casó él mismo en un globo. Ofició de juez un piloto amigo, ya que, según las leyes de aeronavegación, en el aire el comandante de una nave tiene las atribuciones de los tres poderes del Estado, incluyendo el Judicial. De todas formas después “perfeccionaron” el trámite en un juzgado bien asentado en el suelo.
Muchos futuros maridos contratan el globo para comprometerse con sus amadas. Algunos sacan los anillos en el aire por sorpresa, pero el caso extremo fue el de un hombre que trajo a su novia vendada y la hizo subir a la barquilla sin saber a dónde iba. Una vez en el aire le quitó la venda y aprovechó la emoción para entregarle el anillo.
Con el globo ya convertido en una alfombra arrugada sobre el pasto, el piloto señala la barquilla acostada en el suelo y cuenta que es una Ultramagic española, una marca creada por los hermanos Josep y Carles Llado, quienes se hicieron famosos por cruzar el Africa en 1980 en una expedición que duró 11 meses, incluyendo 40 vuelos entre Zanzíbar y Zaire, como en la novela de Verne (claro que con más ventajas tecnológicas y apoyo terrestre).
Nuestro vuelo ya es una nostalgia, como un juego de la infancia que vaya a saber uno si alguna vez se repetirá. Pero la familia Niebuhr tiene otra suerte: vuela tres o cuatro veces por semana, por el mero placer de volar, de jugar. Los vuelos turísticos no les dejan ganancia, sino que les financian su juego favorito. Y el sueño de la pareja es, una vez “aterrizados” en la tercera edad, remontar vuelo y dedicarse a recorrer Europa en un globo.
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