Dom 06.10.2013
turismo

BUENOS AIRES PASEO POR LOS PARQUES DE LA CIUDAD

La clave verde porteña

Un recorrido por los principales espacios verdes porteños que son el auténtico pulmón de la ciudad y le dan a la “París de Sudamérica” un toque inconfundible de colores y aromas en plena primavera. Con aire histórico, como en Palermo, oriental como en el Jardín Japonés o afrancesado como en el Botánico.

› Por Mariana Lafont

Fotos de Mariana Lafont

“El hombre, sobre todo el que trabaja, necesita distracción y ¿acaso hay alguna cosa más sana, más noble, más verdadera, cuando se sabe apreciarla, que la contemplación de los árboles, de las hermosas flores, cuando son dispuestas con gusto?”. Así describía el valor de los espacios verdes en una ciudad el paisajista Carlos Thays, a quien Buenos Aires debe en gran parte su fisonomía actual. Setenta parques tienen su sello: Tres de Febrero, Lezama, Centenario, Plaza Francia, Plaza de Mayo y Barrancas de Belgrano son sólo algunos de ellos. Jules Charles Thays, arquitecto, naturalista, paisajista, urbanista, escritor y periodista parisino, llegó al país en 1889 con contrato por un año para hacer un parque, pero terminó quedándose y fue director de Parques y Paseos de la ciudad de Buenos Aires de 1891 a 1913. Además fue el elegido de las élites argentinas para embellecer estancias y mansiones, y encabezó excursiones científicas para conocer especies autóctonas argentinas.

El puente del Jardín Japonés, en el barrio de Palermo, representa el camino al paraíso.

DESCANSO DEL ESPIRITU Thays hacía hincapié en lo natural y lo higiénico de los espacios verdes y sostenía que en ellos “el espíritu entonces descansa, las penas se olvidan momentáneamente por lo menos, y el aspecto de lo bello, de lo puro, produce un efecto inmediato sobre el corazón”. Introdujo el estilo mixto de jardín, que combina la racionalidad geométrica francesa con el pintoresquismo inglés, acompañado por el uso del agua en esculturas, fuentes, estanques y lagos. Amante de la belleza y aprovechando la hermosa flora local, Thays dio a Buenos Aires un arbolado urbano de 150.000 ejemplares que rotan su floración a lo largo del año con lapachos, ceibos, palos borrachos, jacarandás y tipas. Y como consideraba que los parques no tenían por qué ser exclusivos de las clases altas, logró generar espacios públicos con áreas infantiles, deportivas y recreativas. Tal fue la transformación que hizo de la ciudad que la popular revista Caras y Caretas publicó en 1901 una caricatura suya llamándolo el “jardinero de la Nación”.

“Porteña de nacimiento, me crié en una ciudad que tiene a mi entender algo que todas las grandes urbes deberían tener: muchos espacios verdes.” Ya que, tal como sostenía Thays, las ciudades respiran por los pulmones que son sus parques. Como siempre me atrajeron los diseños armónicos, solía ir al Jardín Japonés en los Bosques de Palermo. Me encantaba cruzar el empinadísimo puente curvo de color rojo y, sobre todo, alimentar a las coloridas y enormes carpas que se agolpaban unas sobre otras abriendo y cerrando la boca para devorar la comida que les arrojaba. Aún hoy se vende el alimento balanceado en bolsitas de papel madera en el vivero del jardín, construido por la colectividad japonesa en 1967, con motivo de la visita del entonces príncipe heredero Akihito y su esposa Michiko, actuales emperadores de Japón. Como en la mayoría de los jardines japoneses, todos los elementos persiguen la armonía y el equilibrio y sus puentes constituyen símbolos, como el llamado Puente de Dios (el más curvo y de fuerte color rojo), que representa el camino al paraíso. También está el Puente Truncado, hecho de troncos, que conduce a la isla de los remedios milagrosos.

Muy elegido por parejas de recién casados o quinceañeras para sus fotos, la vegetación está representada por añosos árboles autóctonos como la tipa y el palo borracho, además de gran variedad de plantas japonesas como el sakura, el acer palmatun y las azaleas, que en primavera son un festival de color. En otoño vale la pena sentarse en el bar que se halla bajo la copa dorada del ginkgo biloba. Además del jardín, en el predio hay un centro para actividades culturales y talleres, biblioteca abierta al público, un excelente restaurante y casa de té y un hermoso vivero. La entrada es paga y todo lo recaudado se destina al mantenimiento del jardín, administrado por la Fundación Cultural Argentino Japonesa. Por ello aquí se celebran todas las fiestas tradicionales de ese país.

Miles de rosas ponen aroma y color al Rosedal de Palermo.

PALERMO Y ROSEDAL El tradicional Parque Tres de Febrero es el gran pulmón de Buenos Aires. Este conjunto de parques, lagos y rosedal ocupa unas 400 hectáreas del barrio de Palermo y fue diseñado por el incansable Thays. Cada fin de semana es visitado por gente que va a caminar, correr, andar en bicicleta o en rollers, aunque también hay paseos en bote en alguno de los tres lagos artificiales. Y los amantes de las aves pueden observar gran variedad de rapaces, garzas, loros y carpinteros, entre otras.

Además, este parque es el destino clásico de los estudiantes para hacer picnics y celebrar su día, que coincide con el inicio de la primavera, el 21 de septiembre. También, por allí hay una edificación muy particular, una esfera sostenida por tres arcos: el Planetario Galileo Galilei, rodeado de un estanque lleno de gansos. Aquí, además de las clásicas proyecciones sobre estrellas, planetas y galaxias, hay espectáculos y talleres de astronomía.

El origen de estos extensos terrenos se remonta a la fundación de Buenos Aires en 1580, cuando Juan de Garay repartió tierras para chacras. Mucho tiempo después pertenecieron al gobernador de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas, hasta que fue expulsado del poder en 1852 y sus propiedades pasaron a manos del Estado. Y varios años después, en 1874, los terrenos se destinaron a parque y el ex presidente Sarmiento lo bautizó Parque Tres de Febrero, conmemorando la fecha de la derrota de Rosas en la batalla de Caseros. El parque fue inaugurado con bombos y platillos en 1875 y en los años siguientes Carlos Thays trabajó en las sucesivas modificaciones, persiguiendo el sueño de convertirlo en el Bois de Boulogne porteño.

En el parque se encuentra además el Rosedal. Este idílico jardín tiene casi tres hectáreas y media y cobija unos 18.000 rosales, bustos de poetas y escritores, un puente helénico y un patio andaluz. Una de las entradas da al romántico puente blanco y basta cruzarlo para encontrarse con una postal inolvidable: miles de rosas en todo su esplendor. Fue un discípulo de Thays, Benito Carrasco, quien completó la obra en 1914. Seis años después se le anexó un jardín de estilo andaluz y en 1929 el Ayuntamiento de Sevilla obsequió una pérgola, una glorieta y una fuente de mayólicas. También hay otra extensa pérgola que sigue el contorno de la orilla del lago y otro pequeño puente que cruza a una isla que está en el centro del parque.

Un invernadero art-nouveau de hierro y vidrio, en el Botánico, premiado en París en 1900.

VERDE LABORATORIO Carlos Thays expuso la necesidad de crear un jardín botánico con objetivos científicos, recreativos y paisajísticos. El jardín abrió en 1898 con seis sectores fitogeográficos: cinco albergan especies de cada continente y uno especies autóctonas argentinas. Así se pueden ver ginkgo bilobas y bellas japónicas de Asia; acacias, eucaliptus y casuarinas de Oceanía; robles, avellanos y olmos europeos y helechos, palmeras y gomeros de Africa. También hay un sector dedicado a la yerba mate. De hecho, Thays logró develar el proceso de germinación de esta planta y facilitar su explotación productiva, que se había perdido luego de la expulsión de los jesuitas a fines del siglo XVIII.

El Botánico, un verdadero oasis citadino, se encuentra entre dos grandes avenidas: Las Heras y Santa Fe, frente a la concurrida Plaza Italia, el centro de exposiciones La Rural y el Jardín Zoológico. “Normalmente pasaba por la puerta y nunca tenía tiempo para entrar, pero un día me refugié allí buscando algo de verde. Lo cierto es que da gusto ver gente leyendo, charlando, tocando la guitarra o simplemente gozando de este tesoro porteño muchas veces ignorado”.

Desde 1937 el Botánico se llama “Carlos Thays”, en honor al gran paisajista que lo concibió. Sus casi 70.000 metros cuadrados están tapizados por una alfombra verde de más de 5000 especies que sólo es interrumpida por delicadas fuentes y esculturas. En el centro hay un llamativo edificio de estilo inglés con ladrillos rojizos con la administración, la biblioteca y el museo donde vivió Thays mientras fue director de Parques y Paseos. Muy cerca se levanta un invernadero estilo art-nouveau hecho de hierro y vidrio: es el mayor de los cinco que hay en el jardín y fue premiado en la Exposición de París de 1900. Adentro hay cientos de helechos, orquídeas y palmeras preservados como tesoros.

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