MALASIA. LA FIESTA DEL SACRIFICIO
En Malasia, como en el resto de los países islámicos, se practica un sacrificio ritual que encuentra sus raíces en las escrituras sagradas. Crónica de una celebración de ribetes bíblicos en el sudeste asiático.
› Por Guido Piotrkowski
Fotos de Guido Piotrkowski
El archipiélago de Langkawi, ubicado en Malasia –un país tropical con verano perpetuo– es un conjunto de 99 islas de ensueño. En sus playas se pueden ver turistas occidentales en diminutos trajes de baño y mujeres de Medio Oriente enfundadas en niqabs, los velos negros que sólo dejan los ojos al descubierto. Sin embargo, en Malasia, las costumbres religiosas no son tan extremas como en otros países que se rigen por la ley islámica. Es posible acercarse a charlar con las mujeres, que no caminan atrás de sus maridos y no usan velos ni túnicas negras, sino el tradicional hijab (un pañuelo de tonos pasteles que les cubre la cabeza pero que, de todas maneras, no se quitan para sumergirse en las cálidas aguas del mar de Andamán).
En estas costas también se arman partidos de fútbol en la orilla y grupos de turistas beben cerveza en los bares playeros al atardecer. Y mientras escenas como éstas ocurren a la vera del mar y frente a hoteles cinco estrellas, en el interior de la isla la vida cotidiana sigue su ritmo habitual y cansino, muy lejos del bullicio del centro turístico y bien cerca de las costumbres ancestrales, entre cultivos de arroz y mezquitas diseminadas a lo largo y ancho de este pequeño paraíso muy cerca de la frontera con Tailandia, donde las raíces de Buda calaron más hondo que las de Mahoma.
El rito Un ternero yace en el pasto de una pequeña aldea, maniatado y rodeado de hombres que tiran de una cuerda utilizada para sostener al animal por sus extremidades, mientras un grupo de mujeres observa y los niños revolotean alrededor. En instantes, ese animal será sacrificado. A un lado, más terneros esperan su turno.
La escena se repite en varios rincones del país, cuya religión oficial es el Islam y donde la mayoría musulmana convive en armonía con budistas, cristianos e hindúes. El Hari Raya Aidhi Ladha, también conocido como Hari Raya Haji o Hari Raya Qurban, que este año se festeja el 15 de octubre, se practica también en el resto de los países árabes justo después de la peregrinación a La Meca, en Arabia Saudita, el santuario más importante del mundo islámico. Hacia allí debe peregrinar, al menos una vez en la vida, todo buen musulmán que esté en condiciones económicas y físicas de hacerlo. Hay fieles que ahorran toda la vida y hasta esperan turno por muchos años para poder viajar y cumplir con este mandato.
EL RITO marca entonces el final de la peregrinación más convocante del globo, un gigantesco rezo colectivo en el que millones de personas giran alrededor del templo sagrado. Y así, cuando los peregrinos orgullosos vuelven a casa, toda la aldea los recibe y sobreviene la hora del sacrificio, los rezos, la posterior comilona y las visitas a amigos y parientes.
Un día antes de llevarnos al Festival del Sacrificio, John –un guía amable y charlatán– dudaba. No sabía si nos recibirían, si nos dejarían participar del ritual. Si charlarían con nosotros o nos dejarían sacar fotos. John es malayo, pero no es musulmán sino hindú. Tiene amigos en la aldea, aunque asegura que nunca llevó extranjeros al ritual.
Al llegar, contrariando su desconfianza y nuestros prejuicios, fuimos muy bien recibidos e invitados a observar, fotografiar y ser parte. Incluso fuimos convidados a comer una vez finalizada la ceremonia.
“Los terneros son una ofrenda para Alá”, susurra Aziz, un pintor local que vivió en Italia, mientras el sacerdote lee un tramo del Corán como antesala del sacrificio. El hombre viste una camisa blanca impecable, que en pocos instantes estará manchada de sangre, y tiene entre las manos un enorme cuchillo. Alrededor, un grupo de pobladores observa. Muchos se pusieron sus mejores atuendos para la ocasión, tal como indica la costumbre. De pronto, silencio. El sacerdote lee unas estrofas del Corán, y cuando termina empuña la faca con que el animal será degollado, dejando caer la sangre en un hoyo cavado en la tierra. Luego le quitan el cuero y lo carnean.
El origen de esta celebración se remonta a los tiempos bíblicos, y en el medio subyace una eterna disputa que se mantiene por los siglos de los siglos entre los adeptos a la Biblia judeocristiana o al Corán, las escrituras sagradas del Islam. “El ritual tiene sus raíces en tiempos de los profetas, cuando Ibrahim ofreció sacrificar a su hijo Ismael”, explica Aziz en un improvisado cocoliche. Ibrahim es Abraham en árabe y es este hombre, justamente, el padre del judaísmo y el Islam, uno de los protagonistas del equívoco religioso. La Torá y la Biblia aseguran que el hijo que Abraham iba a sacrificar era Isaac, mientras que el Corán indica que ese hijo era Ismael.
El ritual, de todas maneras, obedece al tramo bíblico en el que se relata cómo Dios impide que Abraham sacrifique a su hijo precisamente cuando iba a hacerlo en ferviente muestra de su devoción, respeto y reconocimiento como su única deidad. Según el relato bíblico, en el mismísimo instante en que el profeta iba a matar a su hijo Dios detuvo su brazo y le dijo que el sacrificio sólo se trataba de una prueba de fe. Abraham entonces le ofrendó un ternero.
Pero volvamos a nuestra pequeña aldea malaya, donde impera un clima festivo y la gente es amable por demás. Aunque casi nadie habla inglés, el lenguaje universal de las señas, los gestos y una sonrisa en el instante preciso funcionan a la perfección. John hace las veces de traductor y se lo ve tan feliz como a los pobladores, quienes a su vez sienten curiosidad por estos forasteros que llegaron de tierras maradonianas y messiánicas. Según dicen, pocos son los forasteros que se acercan hasta este rincón de Langkawi.
Los animales son divididos en tres partes iguales, una para la familia que aportó el ternero, otra para el almuerzo inminente en la mezquita y una tercera porción para los más humildes de la comunidad. Algunos cuelgan el trozo de un palo, y así lo llevan, andando y de a dos. Otros prefieren llevárselo en carretilla.
La mezquita sorprende por su simpleza. A contramano de aquellos santuarios que se acostumbra a ver en imágenes, este templo podría ser una vivienda más, si no fuera por el domo dorado que tiene sobre el techo de tejas. Por dentro, las paredes están pintadas de naranja y los espacios divididos por rejas y columnas celestes, sin ningún tipo de ornamentación. Sentadas en el piso, un montón de mujeres preparan unas extrañas gelatinas, verdes y de color crema, que son parte del banquete. Se sorprenden ante la visita extranjera, pero sonríen, aunque con timidez, e invitan a probar. Afuera, un nutrido y bullicioso grupo de hombres prepara la carne. Luego del almuerzo, y durante el resto del día, un día de recogimiento y reflexión, los creyentes visitan a familiares y amigos. En Malasia, las raíces de Mahoma calaron bien hondo, y algunos tramos del Corán se homenajean al pie de la letra. La letra sagrada.
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