Dom 10.11.2013
turismo

JUJUY LA CONMEMORACIóN DE LOS MUERTOS

El regreso de las almas

Todos los años, cada 1º y 2 de noviembre, los habitantes de Tilcara, en la Quebrada de Humahuaca, aguardan con entusiasmo la “visita” de sus difuntos, a quienes esperan con mesas repletas de ofrendas para reiterar un sagrado ritual. Crónica de un retorno anunciado.

› Por Guido Piotrkowski

Fotos de Guido Piotrkowski

Una brisa súbita que se cuela por la ventana entreabierta. Una naranja que se cae al suelo. Un rayito de luz. Una sombra. Una presencia. La presencia de las almas.

Las “almitas”, como dicen en Jujuy, vienen de visita entre el 1º y 2 de noviembre, cuando se celebra el Día de Todos los Fieles Difuntos y Todos los Santos, un culto católico con fuerte raigambre indígena, el sincretismo que caracteriza a la mayoría de las celebraciones andinas.

“En Tilcara tenemos un respeto absoluto por nuestros muertos. Ofrendamos lo que van comer los difuntos, nuestros parientes, que en paz descansen. Las ofrendas nos unen a todos, son como una fuerza magnética”, dice Jorge Rivero, un mecánico de 72 años, estudioso de la cultura local, sentado en su taller en la soleada mañana del 1º de noviembre.

Los pobladores de Tilcara, así como del resto de la Quebrada de Humahuaca y Jujuy, se preparan ese día para recibir a las almas de sus seres queridos, sobre todo a los “nuevitos”, los que fallecieron el último año. La harina escasea por estos días: es que durante las jornadas previas se consumen kilos y kilos para preparar las ofrendas, figuras simbólicas conocidas como “turcos” moldeadas en harina.

Misa y “despacho de las almas”, los momentos que cierran la conmemoración tilcareña.

OFRENDAS Y REZADORES “Esta fiesta precolombina es antiquísima”, señala Cesar “Chacho” Gallardo, docente y presidente de la comparsa carnavalera Los Caprichosos, sentado al lado de la mesa que están preparando para doña Barbarita, vieja integrante de la comparsa. Muy cerca está Severo, su marido, yendo y viniendo de la consternación a la alegría que genera este viaje de las almas para reencontrarse con los suyos. Lo solemne y lo festivo, la tristeza y la alegría se entreveran en esta celebración de tintes religiosos y paganos.

Los más tradicionalistas y católicos sostienen que las ofrendas deben hacerse en el hogar. Pero Chacho y Los Caprichosos creen que lo importante es estar, hacer la ofrenda. “Nosotros queremos hacer un homenaje a todos nuestros familiares, amigos, a los seres terrenales que se fueron. La costumbre dice que a partir de la cero hora del 2 vienen las almas nuevas. Si ahora viene una persona muy católica va a criticar esta mesa, porque nosotros adoramos al diablo del carnaval, tenemos colgada su imagen, está puesta la serpentina en la caña de la vela que ilumina el alma. Entonces, para muchos, esto puede ser una falta de respeto, porque dicen que la mesa se tiene que hacer en la casa de la familia.”

Es así entonces que en la mayoría de los hogares tilcareños se arman las mesas con ofrendas. Las familias que están de luto, donde esperan a los “nuevitos”, arman las más abundantes, y el resto mantiene la tradición preparando una más pequeña. La mesa se cubre con un lienzo negro que se extiende hasta el techo por la pared, donde se pone la foto del difunto. En el techo se pone otra tela azul que representa el cielo, con estrellas y lunas de papel. En los bordes se colocan plantas de hinojo para mantener frescas las ofrendas, que se apilan muy prolijas: la cruz, la escalera para que el alma descienda, la torre, las guaguas (los niños), las palomas de la paz que ayudan al ascenso, otras figuras que representan los intereses del difunto en vida y los platos de comida que más le gustaban al homenajeado. Abajo de la mesa van las bebidas, y delante las dos velas que iluminan el alma, las flores y el agua bendita; también hay coca y cigarrillos. “Si nosotros no hacemos las ofrendas, el almita viene y te sopla, te chupa, se enoja, porque vienen hambrientos. Ellos piden que los alimentes con lo que les gustaba: si no cumplís con eso, a la larga te enfermás y podés perder un familiar o tu vida, porque ellos se cobran el tema de la ofrenda”, asegura Juan Carlos Torrejón, director de Cultura de Tilcara, caminando bajo el sol matinal de la Quebrada.

El 1º a la noche, familiares y amigos del difunto se reúnen entonces alrededor de la mesa a esperar al “almita”. Coquean, fuman, se cuentan historias y aguardan que bajen hasta el amanecer del día 2, cuando llega la hora de ir al cementerio. Cada uno de los visitantes que llega repite un ritual que consiste en tomar una flor que hay dentro del jarro con agua bendita y bendecir la mesa, decir una oración, quemar unas hojas de coca, encender un cigarro para compartir con el almita y enterrarlo en un recipiente colocado debajo de la mesa.

Entre los visitantes están los rezadores que peregrinan por los hogares de luto, señalados con una cinta negra en la puerta. Alcira Subelsa comanda uno de esos grupos. “Soy bien del norte, con mi acento, mis tradiciones, mis olores, mi gente”, se enorgullece. “Dios va dando permiso a todas las almitas que bajan, una tras otra, a llevarse todo el zumo de las ofrendas”, explica en la puerta de su hogar, apurada por terminar con los preparativos de su mesa, e invita a acompañarla por la noche.

La encuentro a la hora pactada en la casa de doña Cecilia Sarapura. “Rezar es lo más lindo que hay, siempre estoy rezando, cantando, tratando de hacer lo que me gusta. Nada de rezar con la boca, tenés que rezar con el corazón: bonito, lento, edificadito”, comenta a paso lento por las calles de piedra en una fría noche tilcareña. Vamos por los hogares donde armaron las mesas para que vengan las almas de Alfredo Sajama, Regino Díaz, Osvaldo Zerpa y Gervasio Martínez. El “recibidor” de los Martínez, en el barrio de Pueblo Nuevo, es un sótano de piedra amplio. Hay mucha gente reunida y un cura que va dar misa. La mesa de ofrendas es enorme, abundante, parece no faltar nada. Hay fotos del difunto, están la torre, la escalera, la cruz, un montón de palomas. Hay vino, gaseosa y chicha. Hay dulces, caramelos, y dos mesas más a los lados, con carne, tamales, caldos, picantes, pizza, papas fritas, huevos fritos, empanadas y más, mucho más. Mientras tanto, como es costumbre, los huéspedes convidan con algo de comer y beber. La música también es bienvenida, y si no es un grupo que pasa con instrumentos, es algún integrante de la familia que toca, como el caso del hijo de Gervasio, que ensaya una notas con el sikus. Poco después, Alcira y su grupo hacen su rezo. Alcira dice no tener vergüenza, es histriónica, alza la voz, se conmueve, toma el rosario con fuerza y fervor, un ritual que repite en cada una de las casas hasta bien entrada la noche.

El cementerio de Tilcara, uno de los epicentros de la celebración del Día de Todos los Fieles Difuntos.

CEMENTERIO Y DESPACHO Desde muy temprano, al amanecer, los deudos comienzan a llegar al cementerio, ubicado en lo alto de Tilcara. Desde un altavoz se leen las “intenciones”, una nómina de los difuntos. El sol no despuntó aún tras los cerros y está fresco. La gente lava las tumbas, renueva las flores, deja alguna bebida, cigarrillos, coca. A las 8.00 en punto comienza la misa que todos escuchan atentamente. “No vamos a tener respuestas para la muerte, creamos o no creamos en Dios, la muerte llega a todos”, dice el cura, mientras el sol asoma y ayuda a mitigar el frío. “Frente a la muerte la mejor palabra es el silencio –continúa–. Nosotros nacemos dos veces, de la panza al mundo y del mundo a Dios. Y hay que recordar que, cuando alguien muere, es parte de este mundo. La muerte es volver a abrazar a otros seres queridos.”

En el cementerio hay muchos niños correteando, y ayudando a decorar las tumbas y cruces con coronas hechas de flores de plástico de colores. Familiares y amigos se reúnen alrededor y conversan, beben, evocan. No hay escenas dramáticas ni llantos desgarradores. Hay lindos recuerdos, sonrisas, respeto.

Luego del cementerio, se vuelve al hogar para el “despacho de las almas”. Es hora de comer y repartir la comida. Hay dos personas que se encargan de la tarea y una de fiscalizar la repartija. Todos llevan una bolsita de plástico para llevarse las ofrendas a casa. Poco después se limpia el lugar, no con una escoba sino con las plantas de hinojo con que cubrían la mesa, y entonces llega la hora de la parodia del casamiento y el bautismo, momento humorístico de la celebración. Se elige a un cura “falso” y medio picarón, que llama a los que recibieron las guaguas, quienes deben buscar un compadre y ponerle nombre y apellido de comida, como Inés Empanada de Pollo o Pastor Milanesa de Mondongo. El cura reza un Padrenuestro en tono burlón, y bautiza la guagua con preguntas cómicas. Luego, los compadres se abrazan.

Ahora es el momento del “despacho de las almas”. Los familiares eligen a un grupo de amigos sin parentesco directo para que entierren algunas de las ofrendas elegidas y acompañen al rayito de luz, a la brisa repentina, en su viaje de vuelta.

La mesa de ofrendas en homenaje a uno de los fallecidos, con alimentos y bebidas.

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