SANTA FE. PASEO URBANO Y CERVECERO
Edificios y recorridos la unen a la historia; su puente colgante y el fenomenal túnel subfluvial la llevan por debajo del ancho Paraná hacia la vecina Entre Ríos. Paisajes de una ciudad atractiva que combate el calor veraniego con una férrea tradición cervecera.
› Por Pablo Donadio
Fotos de Pablo Donadio
Amplias calles y veredas arboladas dan la bienvenida en Santa Fe. El pavimento irradia un calor sofocante, pero nos han prometido la mejor cerveza para combatirlo, debajo de los verdes y rojos chivatos que decoran su centro histórico. Ese calor genera asimismo ausencia de tráfico y gente, aunque no es de extrañar que todos anden por la costa: a estas horas, la ciudad se traslada casi por completo a las márgenes del río. Y es que el Paraná y sus “dedos”, que la separan de la vecina capital de Entre Ríos hacia el este, y el Salado, que ingresa a la provincia recibiendo distintos afluentes y de vez en cuando le da un dolor de cabeza, son el alma misma de esta ciudad fundada en 1573 por Juan de Garay. Esa condición de ciudad-puerto y capital de provincia le dio desde siempre una particular vida económica y social, en permanente diálogo con las corrientes innovadoras y las tradiciones culturales más arraigadas. Hoy mismo Santa Fe de la Vera Cruz, como es su nombre completo, ofrece un paseo que refuerza ese sentido: “El Camino de la Constitución”. Es la manera que los santafesinos encuentran para narrar su relación con la Carta Magna, por medio de un recorrido museológico que integra 18 sitios y edificios de valor simbólico y arquitectónico (la Casa de Gobierno y el viejo ferrocarril son ejemplo de ello), con el objetivo de reconstruir la huella constitucional en la trama urbana de la ciudad. Con esa mirada histórica y cultural, pero también educativa y turística, iniciamos el camino bajo el encanto de sus bares y restaurantes, y el dominio que indefectiblemente ejerce el gran Paraná.
EMBLEMAS LOCALES Casi todas las grandes urbes tienen puentes y túneles. Pero aquí no hay cualquier puente y cualquier túnel. “El puente colgante es un símbolo de la ciudad, ya que cruza las aguas de la imponente laguna Setúbal para unir las costaneras. Es un viaducto que conserva una larga e interesante historia, con un derrumbe casi total y una posterior restauración, luego de años de abandono. Hoy no sólo es un punto de referencia turístico, sino una vía de acceso para los vecinos que viven en el barrio El Pozo, y muchos estudiantes que concurren diariamente a la Ciudad Universitaria”, señalan guías oficiales. Originalmente el puente se proyectó con el objetivo de transportar agua desde el barrio de Colastiné hacia la ciudad, pero fue sucesivamente destruido por las crecientes. En 1928 se terminó de construir su versión semirrigida de tres tramos, con una estructura de hierro fabricada en Francia, que se mantuvo en pie hasta la feroz creciente del ’83. Desde algunos años antes la obra, que fuera la postal santafesina por excelencia, había convivido con un viaducto paralelo, el puente Oroño, que aliviaba y descomprimía el tránsito del colgante. Recién en abril del 2000 comenzaron los trabajos para la reconstrucción, respetando gran parte la estructura original (300 metros de largo y casi tres mil toneladas), para dos años después inaugurarlo como el nuevo puente colgante.
Cerquita, hacia la autovía que lleva a Paraná, entra en escena la otra gran obra: el túnel subfluvial Raúl Uranga-Carlos Sylvestre Begnis, que une a Santa Fe por debajo del lecho del Paraná con la capital entrerriana. Su armado en la década del 60 estuvo a cargo de una compañía alemana a la que le llevó nueve años. Si bien hay muchas versiones, dicen que se escogió un puente por la falta de colaboración del Estado nacional, a quien corresponde la jurisdicción sobre los espejos de agua. Los entonces gobernadores provinciales (el túnel lleva hoy sus nombres) resolvieron encarar la obra subfluvial, ya que la zona ubicada por debajo del lecho del río no requiere tal jurisdicción. Cuentan algunos vecinos que la obra fue épica, y al estilo de los juegos de rastis se formaron segmentos cilíndricos inmensos, acoplados y enterrados en el fondo barroso del río, dando vida a un trascendental intercambio entre provincias. “Antes se cruzaba en balsa, y se salía a la altura del parque Urquiza, después de una hora de viaje. Abajo iban autos y camiones, y arriba había un balcón para la gente. La otra forma de cruzar era en lancha, mucho más rápida pero lógicamente para pocas personas”, asegura Leonor Nogueras, quien vivió la época previa y posterior.
FRESCA Y DELICIOSA Ponemos un freno momentáneo a la historia edilicia para adentrarnos en la gastronómica y regional, que tiene además del dorado, la boga y el pacú –como particulares y frescos platos– otra placentera tradición: la cerveza. Parece ser que la radicación de fábricas cerveceras en la ciudad desde principios del siglo XX, sumada al extenuante calor capitalino, reavivó una pasión intrínseca de los inmigrantes suizos y alemanes, que decían que el agua local era similar a la de las ciudades de Munich y Pilsen. A mediados de los años ’30 la producción de cerveza ya era un producto instalado socialmente entre los santafesinos, y los recreos, precursores de las actuales choperías, fueron durante mucho tiempo el lugar de reunión de hombres y mujeres. Conocido como Cervezoducto, el patio cervecero posee una capacidad para 800 personas y ofrece una amplia variedad gastronómica para acompañar la mejor cerveza tirada. Allí se sirven los tradicionales “lisos”, extraídos directamente de los tanques de la planta, donde el producto espera a ser envasado a dos grados bajo cero. Este proceso se logró mediante una obra que comprende más de 300 metros de caño de acero inoxidable y conecta los tanques con las choperas del Patio Cervecero. La Casa de la Cervecería, en tanto, está ubicada en pleno barrio Candioti Sur, y la empresa a cargo inauguró allí el Museo de la Cerveza, donde se pueden conocer máquinas, filtros, fotografías y una detallada descripción de la historia contada por los guías locales. Cerquita de allí, el club Sarmiento tiene también su reducto cervecero, que funciona durante el verano y permite que cada persona lleve su vianda, pero no tome allí otra cerveza que no sea la natural, artesanal y exquisita sarmientina. Si bien el gobierno acompaña y fomenta esta tradición, la campaña “Regreso Seguro” hace foco desde 2010 en el “consumo responsable” en choperías de la ciudad como parte de la política de seguridad vial del municipio, otorgando a cada cliente un vale para regresar a su casa en taxi o remise.
LA VECINA PARANA Nos decidimos a cruzar el túnel y llegamos a Paraná, que junto a la ciudad de Santa Fe forman un área urbana de casi un millón de habitantes. A diferencia de ella, la entrerriana se encuentra en una especie de barranca, mirando al río que también determinó su historia, ya que los colonos eligieron sin dudar sus terrenos poco inundables y buenos para el ganado cimarrón y las pasturas de calidad. En la Plaza 1° de Mayo está el antiguo fuerte y una catedral de 1883. Frente al templo se levanta la primera escuela normal que Sarmiento fundó en el país, en 1870, y del otro lado el edificio la Municipalidad, con su impronta franco-italiana. Paraná fue tomando forma en la época de la colonia española, y sus calles empedradas e irregulares fueron poblándose con casas de estética diversa. Hay entonces mucha mezcla, incluso en el Parque Urquiza (adonde arribaba la balsa), construido en tres niveles frente al río. Su costanera alta, media y baja está conectada por calles, senderos peatonales y escalinatas hacia ese “río vivo”, como nos señala un pescador sentado en la reposera junto a su radio. Y es que nadie queda ajeno a su atracción, a su susurro lejano que trae del norte las aventuras de la selva.
Paseamos un rato más y regresamos a Santa Fe, ya que nos esperan la pesca y demás actividades. Regresamos, claro, por los tres kilómetros de túnel que se cruzan hoy en no más de cinco minutos, y que cambió la vida de estas ciudades con un paso promedio de 11.500 vehículos diarios y más de 35.000 cada fin de semana. Aseguran que en su punto más hondo el techo se encuentra a unos 32 metros bajo la superficie del río, y que su sistema de ventilación regula el flujo de aire, mientras el de iluminación se ajusta automáticamente a las condiciones exteriores. Si bien hoy sólo dispone de calzadas vehiculares, su infraestructura permitiría integrarlo a un trazado ferroviario. Es un botón de muestra de la contradictoria relación del hombre con la naturaleza: triunfal en este y otros casos, y devastadora en tantos otros.
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