TIERRA DEL FUEGO. VIAJE A LOS CONFINES ARGENTINOS
Crónica de una visita a Ushuaia, la ciudad del fin del mundo. Un recorrido por la historia a través de sus museos, y la naturaleza en el Parque Nacional Tierra del Fuego, que se puede conocer gracias a paseos en tren, excursiones embarcadas y sobrevuelos en helicópteros.
› Por Guido Piotrkowski
Fotos de Guido Piotrkowski
El sol es una bendición que hay que saber aprovechar en el fin del mundo, donde el tiempo es impredecible y Febo puede asomar cuando menos se lo espera, incluso en medio de días primaverales en los que se alternan nieve y lluvia. Parece que el viento y las nubes nunca abandonarán estas tierras australes, pero de pronto asoma un rayo de sol abriéndose paso entre un cielo más claro y así, sin previo aviso, el viajero desprevenido podrá súbitamente ver la luz en Ushuaia, la “bahía que mira al poniente”, según su nombre en lengua yámana, el idioma de los indígenas que habitaron estas tierras.
La luz, clave en los confines del planeta, se puede extender por estas épocas veraniegas incluso hasta medianoche, cuando aún se atisba en el horizonte el tardío atardecer y parece que nunca oscurecerá del todo. “Mucha gente se queja por el tiempo, pero no hay que lamentarse porque estamos en el fin del mundo, y hay que esperar cinco minutos porque todo puede cambiar. Si no son cinco minutos, será una hora”, dice Alejandro Diz, guía local, aunque oriundo de Buenos Aires. Diz, como la mayoría de los mas de 56.000 habitantes que pueblan la ciudad, viene de otra parte. Aquí, los “nics” (nacidos y criados) son los menos.
“Es así acá –continúa el guía–. Ushuaia es famosa por tener las cuatro estaciones en el mismo día, sol, viento, lluvia, nieve.” Entonces hay que saber aprovechar cada rayo de sol y venir preparado y prevenido para las inclemencias del tiempo. Aunque estemos en pleno verano no debemos olvidarnos que estamos en el sur del sur, en la ciudad mas austral del planeta, y el frío –tanto como el viento– es cosa seria. Hay que llegar preparado también para que las excursiones se ajusten a las condiciones climáticas, sobre todo las navegaciones y sobrevuelos, que pueden suspenderse. Entonces será tiempo de meterse en alguno de los tantos museos que condensa esta pequeña franja urbana contenida entre el agua y las montañas, el canal de Beagle y la cordillera, la única ciudad argentina que se encuentra a ambos lados de la cadena montañosa andina, que aquí corre de Este a Oeste y no de Norte a Sur, para hundirse lentamente en el mar.
HISTORIA Y CULTURA Tres de los museos son de visita indispensable. El Museo del Presidio (que junto con el Marítimo forman parte del mismo complejo), el del Fin del Mundo y el Yámana. El del Presidio es el más renombrado y el que sirve para comprender mejor la historia local. La cárcel fue la piedra fundamental para poblar estos pagos, porque cuando no había nadie y la idea de construir una prisión en la Isla de los Estados quedó trunca, se erigió este presidio conocido por albergar reclusos “ilustres”, como el anarquista ruso Simón Radowinsky (preso por el atentado al jefe de Policía Ramón Falcón), el asesino serial conocido como el Petiso Orejudo y el primer multihomicida del país, Mateo Banks, alias “El Místico”. También fueron enviados a estas tierras gélidas muchos presos políticos, como Ricardo Rojas.
El edificio conserva algunas de sus partes intactas, como el Pabellón Histórico, y sectores restaurados con coloridas estatuas de los reclusos dentro de sus celdas.
Resulta interesante aprovechar las muy buenas visitas guiadas, que cuentan todo el proceso histórico del presidio construido en 1923 y cerrado definitivamente en 1947, donde los presos eran castigados severamente y obligados a realizar tareas forzadas al aire libre, muchas veces en cueros, diezmando su salud y muchas veces terminando con sus vidas. En un patio externo hay una réplica del famoso Faro del Fin del Mundo, que se encuentra en la Isla de los Estados, mundialmente conocido por la novela de Julio Verne.
El Museo del Fin del Mundo fue el primero de Tierra del Fuego. Creado en 1979, resume la historia de la provincia en una sala con vitrinas dedicadas a los nativos fueguinos, los exploradores, personalidades vinculadas con la historia local, testimonios de antiguos naufragios y una impresionante colección de 96 aves embalsamadas de las 198 especies que se pueden encontrar en el territorio fueguino. El edificio, de 1903, es una de las construcciones emblemáticas de Ushuaia y perteneció al ex gobernador Manuel Fernández Valdez, hasta que en 1915 pasó a ser la sucursal del Banco Nación. El museo tiene un anexo que desde 2008 funciona en la Antigua Casa de Gobierno, donde se realizan exposiciones itinerantes. Por su parte, el Museo Yámana cuenta la historia de estos indígenas originarios de la zona a través de maquetas a escala. Nómadas, vivían temporariamente en chozas de troncos y ramas y se desplazaban en canoas dentro de las que hacían fogatas para calentarse. Cazaban lobos marinos cuya piel utilizaban para vestirse, y aprovechaban la carne y el aceite de las ballenas encalladas, con la que se embadurnaban para paliar el frío. Las mujeres se encargaban de bucear desnudas en las gélidas aguas en busca de moluscos para alimentarse. Pero ya no quedan yámanas: las epidemias que trajeron los colonos, los ejercicios de tiro de los exploradores y el envenenamiento de los loberos para explotación de esta especie acabaron con ellos. De los aproximadamente 3000 vivos cuando llegaron los colonizadores pasaron a unos 1000 en 1890, y hacia 1910 ya no superaban el centenar. Hoy apenas queda una mujer yámana en la isla Navarino, del lado chileno.
LA NATURALEZA La mejor forma de conocer el Parque Nacional Tierra del Fuego, que ocupa 63.000 hectáreas y fue creado en 1960, es combinar el paseo en el Tren del Fin del Mundo con una excursión que recorra los puntos principales si no se dispone de mucho tiempo. La vuelta completa lleva medio día. Si se dispone de tiempo, existen varios senderos para caminar y andar en bicicleta, navegaciones y campings agrestes. Los circuitos del parque tienen grados de dificultad para todos los gustos: los más simples se encuentran en la zona de la bahía Lapataia, el mirador y su vista panorámica, o la castorera, donde se ve el tremendo impacto y daño ambiental causado por esta especie introducida a principios de siglo. Entre los de dificultad media se encuentran la Senda Pampa Alta, con vista panorámica del canal de Beagle y el Valle del río Pipo, o la Senda Costera, que atraviesa bellísimos bosques de canelos y guindos. Para subir los cuatro kilómetros hasta la cima del cerro Guanaco se necesitan cuatro horas de caminata y un buen estado físico, pero a cambio se obtiene una magnífica vista de la cordillera fueguina y los turbales, un rasgo característico del paisaje local. Estas formaciones son típicas de Tierra del Fuego: aquí se encuentra la mayor parte de los turbales de Argentina y el Hemisferio Sur. Según explica Alejandro Diz, “el hielo derretido hace 30.000 años fue formando lagunas en torno de las cuales se depositaron sedimentos orgánicos: líquenes y musgos, principalmente. Las turbas son sedimentos que no se descompusieron, que están en estado orgánico. Casi el 80 por ciento es agua, como una esponja”, explica.
El simpático Tren del Fin del Mundo es un confortable convoy que parece de juguete. Son varias formaciones con locomotoras a vapor y vagones reciclados, que emulan el recorrido del tren en la época en que los presos llegaban desde el presidio hasta este paraje en busca de leña. El “invento” es de Enrique “Quique” Díaz, ex marino mercante que decidió “invertir en el proyecto de hacer un tren en 1994, cuando los ferrocarriles cerraban en Argentina”. Quique está vestido de impecable uniforme y gorra, y es quien corta los boletos de los cientos de turistas que pasan a diario por aquí. Se ve que le encanta su trabajo y lo disfruta como un niño. “Soy el jefe de estación –asegura sonriendo–. En vez de importar cosas, me traje un ingeniero de Inglaterra y construimos locomotoras de vapor y coches que repiten la historia del tren, de los presos que estuvieron aquí más de cien años atrás. Reconstruimos todo: vías, durmientes, la estación, los talleres.”
El convoy recorre una parte del parque, y en el trayecto una grabación que alterna el español con el inglés y el portugués va narrando la historia. La formación se detiene en la cascada Macarena, con tiempo para subir hasta la caída de agua, hacer unas fotos y regresar para completar el recorrido que finaliza unos 40 minutos más tarde, en la estación del Parque Nacional, donde pega la vuelta. Para aquellos que siguen el recorrido, las camionetas de las excursiones aguardan allí mismo, desde donde parten hacia el lago Fagnano y continúan por la RN3 hasta bahía Lapataia. “El Parque fue creado para proteger el bosque subantártico, es la única parte de la Argentina donde vamos a encontrar bosque, montaña y mar, todo junto”, concluye Diz.
NAVEGAR ES TAN PRECISO La excursión en catamarán hasta la histórica Estancia Harberton, propiedad de los descendientes directos de la familia de Thomas Bridges –el primer mi-sionero que llegó hasta aquí, el hombre que aprendió el idioma yámana y dejó un diccionario de la lengua autóctona– zarpa desde el puerto y está sujeta a las condiciones climáticas.
La primera parte del paseo se navega por el archipiélago Les Eclaireurs, pasando por la Isla de los Lobos y la isla Despard o de los Pájaros, donde anida el cormorán imperial. Un rato después se avista la clásica postal fueguina: el inconfundible Faro Les Eclaireurs, que indica la entrada a la bahía de Ushuaia. El recorrido continúa frente a la ciudad chilena de Puerto Navarino, y luego se detiene en la isla Martillo, donde habitan una colonia de pingüinos de Magallanes y unas pocas parejas de la exótica especie Papúa, un tanto más altos que sus primos, una rareza que vive en la región subantártica. Las embarcaciones, en general, se detienen un rato pero no se puede descender. Quien quiera caminar por la pingüinera debe tomar una excursión terrestre hasta Harberton y desde allí cruzar a la isla para andar en territorio pingüino.
La Estancia Harberton fue entregada a Bridges por el ex presidente Julio A. Roca, quien le otorgó al misionero 20.000 hectáreas en “cualquier lugar del territorio nacional”. El hombre eligió Tierra del Fuego, este sitio inhóspito y lejano, donde él se encontraba a gusto. Quería evangelizar a los nativos y enseñarles a cultivar la tierra. Harberton convirtió entonces en la primera estancia de Tierra del Fuego declarada Monumento Histórico Nacional en 1999.
Durante las visitas guiadas se relata vida y obra de los integrantes del extenso árbol genealógico del misionero más famoso del fin del mundo, mientras el visitante pasea por los rincones de este lugar que hoy en día vive del turismo, lejos de los viejos tiempos de esplendor ganadero, cuando la lana era el principal sustento.
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