SANTIAGO DEL ESTERO. ARTISTAS LOCALES QUE CRUZAN FRONTERAS
Lo que no le ha dado Dios en paisaje lo tiene en cultura, dicen los propios santiagueños cuando hablan del suelo al que tanto aman. Bajo los calores del verano, una visita que aporta aires renovadores desde la capital a la vecina ciudad de La Banda y la sureña Frías, conociendo historias de bailarines, poetas y cantores.
› Por Pablo Donadio
Fotos de Pablo Donadio
Los calores se detienen en Santiago y todo ocurre en cámara lenta, contemplativamente. Corre el río Dulce y su arena dorada se agita tímidamente; vuela un ochogo hasta encontrar reparo en los lapachos florecidos; una nube pequeña descansa en el inmenso cielo diáfano, y los murmullos de los niños y sus bombos legüeros interrumpen la siesta en las casitas ribereñas. Paisajes cargados más de historias que de belleza, y que son una inspiración diaria para muchos capitalinos y bandeños, poetas unos, cantores otros, y casi todos bailarines. Así la provincia se enriquece con nombres y obras que valen la pena conocer, sobre todo si se viene aquí para la Salamanca, los carnavales o a las termas, acaso las “citas” más convocantes.
SANTIAGO Y LITERATURA Ubicado en las entrañas del barrio Boca del Tigre, a 20 minutos de Santiago Capital y junto al canal que trae agua del río Dulce, el Patio del Indio Froilán es otro ámbito de reunión de los hombres insignia de la cultura, porque además de conocer sus obras en las universidades y bibliotecas, este patio aporta domingo tras domingo un espacio de encuentro entre visitantes y santiagueños de ley, que festejan su pertenencia también al calor de las chacareras. “Sentado bajo un algarrobo, a la hora de la siesta lloraba el niño, haciendo con el dedo índice un pocito en la tierra. Las lágrimas le dejaban huellas de cancha en el rostro mugriento. ¿Qué te pasa, Shishilo? le pregunté...”, recita Dante Cayetano Fiorentino, ingeniero forestal de la Universidad Nacional de Santiago del Estero, capitalino, flacucho y señorial, al que pocos imaginaban a sus 21 como un formidable cuentista. A esa edad empezó, aunque no recuerda bien por qué, a escribir sus primeros apuntes y a participar de concursos. Siguió el camino de grado y se doctoró en Ciencias Naturales en Alemania, pero aun en esos suelos ajenos nunca dejó de sembrar una semillita en la pasión literaria. Las enseñanzas en medio del monte de sus padres maestros, los regionalismos y leyendas del Kakuy y el toro Supay, y los rostros morenos de los changuitos se ven plasmados en sus cuentos “Shishilo” y “Cara de Nadie”. Al estilo de los célebres cafés literarios del grupo Florida o Boedo, Fiorentino comenzó a juntarse con los “viudos de María Estela Agudo” para pulir sus escritos, intercambiándolos con autores como Felipe Rojas, Alfonso Nassif, Carlos Figueroa, Betty Alba, Melsi Ocampo y Carlos Artaya. La obra de Fiorentino es otra forma de entrarle a ese monte santiagueño plagado de misterios, con el baile como emblema. “Más que un camino paralelo la literatura fue un gran energizante. Pero hubo que batallar, sobre todo al no acceder a la formación de nuestros niños. Los programas escolares del interior han estado siempre dirigidos por escritores ajenos a los pueblos. La diversidad es fundamental, no puede ser que nuestros niños no conozcan a sus vecinos y reciban libros sólo de Buenos Aires”, recordó cuando su “Shishilo” fue adoptado para todos los niveles de la enseñanza provincial. La biblioteca Pablo Trullenque, otro nombre símbolo del pago, y la casa-museo de don Andrés Chazarreta, recopilador local, son otras visitas recomendadas del rubro si se visita la capital.
VECINA Y BANDEÑA Cruzando el colosal y anaranjado puente carretero, La Banda espera. “Cuna de Poetas, Cantores y Bailarines”, como lo expresa su slogan, tiene en la casa de la abuela Carabajal uno de sus rincones imperdibles, junto a la vieja estación del tren (hoy remodelada como paseo didáctico) y la renovada Dirección de Cultura, con exposiciones itinerantes. Los encuentros musiqueros en su festival de la primera semana de febrero, junto a los carnavales, tendrán a la ciudad como protagonista de la agenda provincial. Nacido en Añatuya, los pagos de Homero Manzi (a quien dedicara la novela La piedra que habla), Lisandro Amarilla ha sido entre otras cosas presidente de la Sociedad Argentina de Escritores local, y un entusiasta profesor de novela en la Universidad Provincial. Desde allí ha promovido encuentros de lo más variados, que incluyen plumas jóvenes como las de las poetas Carola Santucho y Zaida Juárez, y trabajos que lo han trasladado a La Sorbona, donde su novela El violín de Dios –relato con gran contenido histórico de la vida de don Sixto Palavecino– aún es estudiada.
EL BAILARíN DE LOS MONTES Juan Saavedra sabe que lo bueno no necesita marketing: sin prensa, su baile ha llegado al Louvre parisiense, al Cirque du Soleil, a Nueva York, Tokio y Bagdad. Es el emblema de una familia que resignificó la danza folklórica y cuyo legado, lejos de la extinción, se replica en pueblos, ciudades y otras provincias. “Quién hubiera dicho, hermano, que este santiagueño llegaría a conocer tantos lugares. Y que el mistol y la algarroba se disfrutarían con un cafecito del Moulin Rouge, jaja”, dice bromeando. Dice que el santiagueño es sencillo, y por eso baila como es, con un fuerte concepto de lo barrial en el cuerpo. “Eso está ligado a nuestra geografía, a nuestro hábitat e historia. Algo similar pasa en otras regiones, por ejemplo con el tango en Buenos Aires. Pero lamentablemente las geografías se están perdiendo: nuestro mistol no es un mero paisaje, está lleno de memoria, de belleza, de dulzura, y el santiagueño sabe eso”, dice. Si bien sus padres transmitieron la cultura musical a sus hijos, hay que hablar de su hermano Carlos, experto bailarín y zapateador, como alguien clave. En un reportaje con Laura Falcoff, del diario Clarín, Carlos contó cómo fue fusionando las enseñanzas y bailes familiares con el Carnaval, cuando pispiaba a gauchos bien ataviados. “Había una academia que se llamaba El Rancho, y en la entrada ponían un biombo para que los que pasaban por la calle no miraran. Yo me tiraba panza al piso y lo único que veía eran los pies de los bailarines. Así aprendí”, recordaba. Poco después formaría con su hermano Juan el grupo Los Indianos, que brilló en Europa, en varios países árabes, en Nueva York y en Montecarlo, actuando para el príncipe Rainiero y su familia. Pese al éxito la nostalgia pudo más, y los trajo de regreso a compartir clases y talleres, codeándose con otros talentos como Santiago Ayala, El Chúcaro, y el propio Maximiliano Guerra, a quien invitarían a Santiago junto a su compañía El Ballet del Mercosur. “Me marcaron mucho las danzas de la India, algunas que incluyen onomatopeyas hechas con la boca y golpes de tabla, respondidas con zapateos de una belleza inexplicable. Los gestos, los ojos, las expresiones, te están diciendo historias. De Africa me ha asombrado la vitalidad y el apego a la tierra, a las creencias que llevan dentro, y de Siberia recuerdo a unas mujeres que imitan el canto de las gaviotas”, dice el santiagueño que participó del Cirque du Soleil (aún hoy la compañía hace un número con boleadoras creado por él). Además de dar clases en su casa y estar presente en varios festivales nacionales, cada dos o tres meses Saavedra organiza giras y talleres que incluyen varios rincones del país, con La Plata y Buenos Aires como fijas, y donde pueden concurrir desde expertos bailarines a principiantes.
HACIA FRIAS Al sur, la palabra bella y profunda se hace carne en la Pocha Ramos. Militante de causas sociales y poeta, con apenas 14 años recibió una invitación de la entonces primera dama María Eva Duarte de Perón, producto de sus escritos. Autora de poemas anchos como “Cimas y Simas” o “Sangre a la intemperie”, y galardonada con la Faja de Honor de la SADE, la obra de Ramos es todo un motivo para llegar a Frías. Desde el 14 de agosto de 2005, día de su fallecimiento, se conmemora el Día de la Cultura en su ciudad, con eventos musicales y lecturas, talleres de guitarra, expresión corporal, bombo y percusión, teatro, técnicas vocales, dibujo y literatura en la sala que lleva adelante su familia. Allí se realizaron, además, ciclos de charlas y debates sociales. “Si bien el lugar posee deficiencias de una estructura edilicia de 1920, de a poco nos vamos afirmando como un polo de desarrollo cultural en la región del Albigasta”, resalta Daniel Nazar, su sobrino. “Frías es y será un espejo luminoso capaz de dar la otra mirada, la otra manera de ser santiagueños. Y eso fue lo que la Pocha llevó en su palabra, en su memoria, en sus irrefutables poemas. Si hoy no-sotros cantamos de la manera que lo hacemos es porque Pocha nos enseñó el camino”, relataba emocionado Raly Barrionuevo, músico e hijo de este suelo. Ubicada en los límites de la provincia, por encima de Córdoba y limitando al Oeste con Catamarca, a Frías se la conoce también como La Ciudad de la Amistad, por la calidez inusual con que se recibe a los visitantes. En las cercanías, un conjunto de localidades invitan a recorrer paisajes serranos, disfrutar del río y de otras ricas historias donde la Pocha Ramos siempre está presente.
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