Dom 16.02.2014
turismo

SUIZA ZURICH, LA CIUDAD DEL BUEN VIVIR

A orillas del Limmat

Consagrada entre las ciudades con mejor calidad de vida del mundo, próspera y moderna pero también histórica y tradicional, Zurich es el corazón de la Suiza germánica. Atravesada por el río Limmat y a orillas del Zurichsee, tiene la calle más lujosa del mundo y un triángulo de iglesias vinculadas con la Reforma.

Texto y fotos de Graciela Cutuli ¿Cómo imaginar una bienvenida más cálida que la de la estación de trenes de Zurich? En el gigantesco hall de la Hauptbanhof –una de las estaciones ferroviarias más transitadas de Europa– sobrevuela el Angel Protector de Niki de St. Phalle, una inmensa escultura colorida de la artista francesa regalada por una compañía de seguros para celebrar los 150 años de los ferrocarriles suizos. La Estación Central es, en realidad, una suerte de ciudad en miniatura, con varios pisos de negocios, bares, restaurantes, supermercados, decenas de andenes, casas de cambio, bancos y conexiones con todos los demás medios de transporte de la ciudad. Podría ser un caos, pero... esto es Suiza, de modo que la puntualidad y el orden reinan asombrosamente y es imposible perderse a pesar de la cantidad de gente y las continuas salidas de trenes hacia todos los destinos del país y los principales de Europa. Desde aquí mismo, casi a la sombra del Angel, la Oficina de Turismo local propone paseos guiados a pie que son ideales para tener una primera aproximación a esta ciudad de historia larga y compleja, que vista a la distancia parece algo severa –tiene alma germánica y es famosa como centro financiero internacional– pero que, vista de cerca, despliega alegría de vivir, buen gusto y una notable capacidad de convivencia entre muchas culturas diferentes. Tal vez por eso Zurich figura regularmente en los primeros puestos de las ciudades con mejor calidad de vida del mundo. Puentes sobre el Limmat El primer consejo de Hannah, que reúne a su grupo en la entrada de la estación, es prestar atención al tránsito: los conductores son muy respetuosos en Zurich, pero no todos los recién llegados están acostumbrados al paso de los tranvías, que forman un laberinto de vías justo al salir de la Hauptbanhof. Con su inglés de acento alemán, Hannah se encarga de presentarnos la ciudad desde el primer puente que atraviesa el río Limmat, que la divide en dos partes de carácter bien diferente. Un poco como París, pero al revés, Zurich tiene una margen izquierda consagrada a los bancos, los negocios y el shopping de lujo, y una margen derecha más bohemia y centrada en el arte y la vida cultural. Desde nuestro punto de partida en la estación seguimos el curso del río hacia el Zurichsee o lago de Zurich, y ese hilo conductor nos permitirá descubrir los principales monumentos de la ciudad y su ubicación geográfica, rodeada de colinas que anuncian también la proximidad de los Alpes. Hacia el fin de la primavera, nos toca un día fresco pero soleado, que todos disfrutan sentándose en los bares a orillas de los muelles, para tomar un trago o una cerveza mientras se mira correr el agua y pasar las embarcaciones que hacen paseos turísticos por el río. En algunos restaurantes ya están instaladas las cazuelitas de fondue que se ofrecen para la noche: al fin y al cabo, éste es el país del queso y el chocolate, y paso a paso las vidrieras de las confiterías nos lo hacen recordar con una multitud de tentaciones. Entre ellas están los famosos luxemburgerli, los exquisitos “macarons” de la Confitería Sprüngli, los vinos del Rin, los bombones de Lindt... Si algo no falta, son opciones. Entre los lugares más célebres está el Odeon, a orillas del río, que fue durante años el punto de reunión de los intelectuales del mundo de visita o refugiados en Zurich, desde Klaus Mann a Stefan Zweig, James Joyce o Albert Einstein. Hannah tiene además otros lugares para recomendar: el Altsdadt de la Kirchgasse, en pleno centro histórico, que conquista con su música de jazz; el tentador Café Conditorei Schober con su elegante estilo del siglo XIX, y por supuesto el Dadahaus Cabaret Voltaire, que remite a todo un capítulo de la historia de Zurich. Porque aquí, en esta ciudad elegante y discreta, se fundó en 1916 el movimiento Dadá, en el Cabaret Voltaire de la Spigielgasse 1: ya entonces “se trataba de protestar contra la locura de los tiempos”. Y cabe recordar que la locura de los tiempos significaba entonces la Gran Guerra, el conflicto más cruel que hubiera conocido hasta entonces la humanidad, de unas dimensiones devastadoras para media Europa. Contra esa realidad luchaban los artistas, músicos, intelectuales y literatos del Café Voltaire, que reabrió sus puertas en 2004 y marcó el comienzo de una “nueva era dadá” en la Dadahaus, con su bar, su biblioteca y muestras de arte. La Banhofstrasse Junto con el lado más intelectual de Zurich convive su lado más fastuoso. El eje está en la Banhof-strasse, que –el nombre lo dice– nace en la estación y corre sobre la margen izquierda del Limmat. La llaman la “shopping mile”... y no hay mucho más que explicar. A lo largo de una docena de cuadras, hasta llegar al lago, Zurich despliega aquí su abanico de bancos, joyerías, relojerías, grandes tiendas de moda y hoteles. Sin embargo, difícilmente se encuentren grandes ostentaciones, porque la regla aquí es la discreción. Incluso para los grandes clientes, los jeques árabes que acompañan a sus esposas –rigurosamente veladas– y salen cargados de bolsas con prendas destinadas a ser usadas debajo de las túnicas negras que cubren la ropa de las musulmanas observantes. También ésta es una zona de confiterías y bares, más elegantes que bohemios, donde detenerse a disfrutar de la vista sobre la animación de la avenida. Sentarse a mirar es como ponerse frente a una vidriera del mundo: no sólo por los turistas internacionales que llegan a Zurich, sino porque la composición misma de los residentes es variopinta y en pocos metros se pueden escuchar todos los idiomas. Basta pensar que sólo en Suiza son cuatro las lenguas oficiales: alemán, como aquí en Zurich, francés en Ginebra y su zona de influencia, italiano en el Tesino y retorrománico en la región montañosa de los Grisones. El triángulo de iglesias Shopping aparte, Zurich es una ciudad de monumentos. Uno de los más emblemáticos se ve desde cualquiera de los puentes que cruzan el Limmat antes de llegar al Zurichsee: son las torres paralelas de la Grossmünster, una iglesia románica que conforma junto con la Fraumünster y la Peterskirche el triángulo de principales edificios religiosos de la ciudad. Levantada sobre un antiguo templo de origen carolingio, tiene casi mil años de historia y es clave para el pasado local porque desde aquí –como explica nuestra guía antes de entrar– Zwinglio empezó la Reforma suiza. Y si no sobrevivieron a la Reforma ni las imágenes religiosas ni el antiguo órgano, sujetos a la ola iconoclasta de los protestantes, sí quedaron estas dos torres del siglo XV coronadas por cúpulas barrocas que se ven desde todas partes de la ciudad. Pero hay que entrar para descubrir el otro secreto de la iglesia: sus vitrales, realizados en 1932 por Augusto Giacometti. En el paseo por el casco antiguo se pasa también por la Peterskirche, situada junto al Lindenhof, una antigua fortaleza romana donde hoy hay un gran parque, en lo más alto de una colina que domina la ciudad. La iglesia es famosa por su reloj, de casi nueve metros de diámetro. No muy lejos está otro de los emblemas de Zurich, esta vez no de la vida religiosa sino civil: su Escuela Politécnica Federal, una usina de ciencia y tecnología que pone a Suiza a la vanguardia en numerosos campos de investigación y desarrollo. Por lo menos 21 premios Nobel del mundo están relacionados con este célebre instituto. Y la tercera iglesia del triángulo que completa esta parte del paseo es la de Fraumünster, con su torre verdosa inconfundible y sus vitrales de Giacometti y Marc Chagall. El paseo termina al llegar al Zurichsee o lago de Zurich, en el sudeste de la ciudad. Aquí se ve una pequeña porción de sus 90 kilómetros cuadrados, que se pueden recorrer en barco gracias a paseos que duran alrededor de una hora y media, divisando los pueblos cercanos situados a orillas del lago. Es el broche de oro para un paseo de innegable romanticismo, que puede comenzar alimentando a los cisnes desde el embarcadero en la placita Bürkiplatz y terminar con fotos panorámicas de los pueblos, mansiones y colinas con viñedos que se asoman al Zurichsee, con el espléndido escenario de los Alpes nevados al fondo.z

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