TUCUMáN UN MES DE FIESTA POPULAR
Carnaval toda la vida
Lentejuelas, brillo, colores, plumas, batucada y ritmo se viven en Tucumán durante el Carnaval Federal de la Alegría. Un recorrido previo a los corsos en la tierra norteña, cuando todos se preparan para mostrar al público lo mejor de sí en una fiesta que, además de masiva, busca ser inclusiva.
› Por Belén Coccolo
San Miguel de Tucumán y las localidades de San Isidro de Lules y Famaillá trabajan arduamente para la llegada del Carnaval, la fiesta que les da color y brillo a las noches veraniegas. Los corsos aquí son con entrada libre y gratuita y buscan, sobre todo, generar mayor inclusión y la unión del pueblo. Desde 2011 comenzaron a formar parte de los circuitos del Carnaval Federal de la Alegría, impulsado por la Presidencia de la Nación con el objetivo de reivindicar y revalorizar estas celebraciones populares.
Alegría en cada cuadra Al caminar por Famaillá, Capital Nacional de la Empanada, los sonidos de los bombos y redoblantes se escuchan en cada esquina. Son las once de la noche y el calor ha mermado en el pueblo: es la hora en que las comparsas barriales se congregan en calles y descampados para ensayar, al ritmo de la batucada, las coreografías que lucirán frente a todo el público.
Dos meses antes las bailarinas comienzan a practicar sus pasos, mientras los músicos se perfeccionan en el sonido de los tambores y en el nuevo ritmo que imprimirán al desfile. Estos ensayos se repiten religiosamente todas las noches, desde las diez hasta las doce, cuando el clima no es tan agobiante y pueden participar quienes tienen horarios laborales.
Las caderas se mueven enérgicamente al ritmo de la batucada. Los tambores suenan de manera sincronizada. Los músicos tocan sin parar, concentrados en su tarea y sumando alegría y movimiento a la noche. Así se vive en las calles de cada barrio, mientras los vecinos aprovechan la leve brisa que refresca la velada para cenar al aire libre, sobre la vereda, con las puertas de las casas abiertas y la tranquilidad pueblerina alrededor.
Todas las comparsas parecen tener el mismo método de ensayo, con los músicos adelante, detrás de un guía que les marca el ritmo. Quienes se encargan de la percusión suelen ser los hombres, aunque no es un requisito excluyente, como no lo es la edad: van desde los cuatro años hasta los ochenta. Luego siguen las más pequeñas, que practican los pasos con una líder, y más atrás aparecen los grupos de chicas jóvenes, ya más expertas en movimiento y danza.
Una fiesta inclusiva Los organizadores del corso destacan el carácter inclusivo y solidario del Carnaval, donde no se discrimina a nadie por su orientación sexual y se busca sumar activamente a todas las personas con discapacidad, que reciben una distinción especial por participar. En esta fiesta el pueblo entero se une y hay un gran espíritu de colaboración para mostrar lo mejor del barrio. Ejemplo de esta inclusión es que los corsos no son competitivos, para no dejar de lado a aquellas comparsas que no tienen un alto poder adquisitivo y portan vestuarios más sencillos.
El Carnaval también resulta un motor importante para activar la economía, con la participación de vendedores ambulantes, bares y confiterías que montan sus mesas al aire libre para que el público pueda acompañar el desfile. Y no hay que olvidar a los vendedores de tela y elementos para hacer los vistosos trajes.
En San Miguel de Tucumán los corsos comenzaron el 7 de febrero y se realizarán todos los fines de semana, cada vez en un barrio diferente, hasta la noche del gran cierre –el sábado 8 de marzo–, cuando las comparsas desfilan alrededor de la Plaza Independencia. En la capital provincial se jactan del gran atractivo de su Carnaval, que comienza a las diez de la noche y se extiende hasta la mañana siguiente. Participan más de treinta comparsas, murgas y batucadas, que representan a cada barrio y exponen lo mejor de cada uno. El clímax es la elección de la reina provincial del Carnaval, cuando se elige a la pasista más bella y carismática del corso.
Los pueblos de Famaillá y San Isidro de Lules –lugar de nacimiento de Ramón “Palito” Ortega– recibirán esta fiesta de sonido y colores el fin de semana largo de Carnaval, que cae feriado los días 3 y 4 de marzo. Habrá plumas, lentejuelas y brillo en las calles tucumanas, por donde pasarán los grupos con sus coreografías y batucadas, mientras los más chicos y jóvenes estarán celebrando la llegada de esta fiesta pagana con tarros de espuma y agua perfumada. En ambos lugares los visitantes tendrán también la posibilidad de degustar las delicias gastronómicas típicas: las empanadas famaillenses y los limones de Lules, pueblo ganador del record Gui-nness por tener la mayor plantación de estos frutos en el mundo.
Todo a pulmón Sorprende la cantidad de gente que dedica alma y cuerpo a la tarea de preparar trajes y coreografías para brindar un show atractivo. Quienes lo hacen no reciben rédito económico pero sí la satisfacción de mostrar al público lo mejor de su barrio. Muchas comparsas que hoy tienen entre 150 y 200 integrantes comenzaron “de abajo” y se valieron del ingenio para sortear las dificultades económicas y participar del Carnaval. “Los piratas y su esmeralda”, de Famaillá, comenzó elaborando sus tambores y redoblantes con tarros de dulce de leche y dulce de batata, que conformaban la base, a los que agregaban una radiografía cosida en la parte superior. Hoy lo que más se ve en todos los grupos son bombos fabricados artesanalmente con tachos de agua.
También el taller de Roxana y Víctor Pistan, en San Isidro de Lules, se prepara todo el año para la llegada de esta fiesta popular, diseñando y confeccionando los trajes de su comparsa, y actuando también como asesores de todas los grupos que vienen a pedir consejos para su vestuario. Este año la comparsa “Los Caporales”, de la comunidad boliviana, requirió ayuda en el diseño y armado de máscaras típicas, ya que participará en el carnaval luleño con un vestuario que representa su cultura y tradición.
Los Pistan comenzaron hace 26 años con la idea de unir al pueblo y entretener a los niños durante las vacaciones. Desde abajo y a pulmón, se fueron conformando como uno de los mayores talleres de confección de trajes de toda la localidad. Sin ocultar su emoción, Víctor relata cómo fue ese primer año de Carnaval, cuando apelaron a la imaginación para poder armar los trajes con las tapitas de la parte superior e inferior de unas pilas que les donaron desde la fábrica. “Les hacíamos el agujerito y ya teníamos una lentejuela.”
Este año, el tema se basa en los cuatro elementos de la naturaleza: el fuego, la tierra, el agua y el aire. Para ello realizan un trabajo anual que comienza por el diseño en el tablero de dibujo y continúa con la selección de materiales y telas. Luego se organizan en grupos para que cada uno se ocupe de una parte de los trajes: algunos se dedican exclusivamente al bordado de perlas, lentejuelas, canutillos, y mostacillas, otros a coser las plumas, y otros al armado de espaldares. Los trajes de mujer, con sus caderines, corpiños y collares, pueden llegar a tener 6000 lentejuelas, además de los otros elementos complementarios.
Cada comparsa representa a su zona, con la participación de barrios y familias enteras. Las diferentes generaciones dedican tiempo y alma a los preparativos del Carnaval, ya que el legado del corso pasa de padres a hijos: así, las mujeres adultas que bailaron hace un tiempo ahora se dedican a coser los trajes y ayudar a sus hijas con las coreografías. Niños y hombres comparten la pasión por la percusión, pero son capaces también de ponerse a bordar lentejuelas y mostacillas en pos de llegar a tiempo con el vestuario de la comparsa. Gracias a la ayuda económica del Estado nacional, el Carnaval puede avanzar y llevar su alegría a todos los pueblos tucumanos, subrayando a través de los corsos la identidad provincialz
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