URUGUAY. COLONIA DEL SACRAMENTO
Basta cruzar el charco para llegar a la plácida Colonia del Sacramento, un destino elegido por su riqueza histórica, su tranquilidad y sus románticos atardeceres, que convierten al antiguo bastión portugués en un verdadero bálsamo sobre las costas del vasto Río de la Plata.
› Por Mariana Lafont
Fotos de Mariana Lafont
Basta subir al ferry y cruzar el gran Río de la Plata para quitar el pie del acelerador y sentir brisas de paz y tranquilidad en la Colonia del Santísimo Sacramento. Esta localidad que parece perdida en el tiempo se puede visitar en cualquier época del año y, dada su cercanía con Buenos Aires, es uno de los destinos más elegidos por los porteños para escapadas cortas. A sólo 177 kilómetros de Montevideo, sobre un cabo en la ribera norte del Río de la Plata, está custodiada por un faro blanco con cúpula roja y blanca de 1857. Colonia resguarda muy bien su gran riqueza arquitectónica en el Barrio Sur, compacto casco histórico que fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1995 por su bella fusión de estilos portugués, español y poscolonial.
El casco comprende doce hectáreas del extremo occidental de la ciudad y lo que más llama la atención es su plano de origen portugués, que contrasta con el estándar que prescribía la ley española. Sus mágicas y angostas callecitas de piedra han sido utilizadas como exteriores de varias películas de época. Cuando visite Colonia no deje de ir a la Calle de los Suspiros, una de las más típicas, además de salir a caminar y perderse en el barrio donde abundan coloridas casas portuguesas y españolas. Sus gruesos muros de roca suelen estar llenos de embriagantes jazmines, mientras en sus coquetas ventanas siempre hay malvones y geranios en flor. Y como si alguien los hubiera abandonado, hay varios autos antiguos descansando por allí. El mejor momento llega con el ocaso; los faroles coloniales se encienden, tiñen de dorado los adoquines y las parejas caminan de la mano o cenan a la luz de las velas en algún lindo rincón. Sin dudas es la hora más romántica del día y por eso vale la pena pasar al menos una noche. Para dormir hay opciones de todo tipo, desde sencillos hostales hasta prestigiosos hoteles, tanto en el casco histórico como en la parte nueva de la ciudad.
MUSEOS, PLAYAS Y TOROS Calles angulares, angostas, empedradas, con acequias en la mitad de la calle al estilo portugués, gruesos muros de roca, techos de teja a dos y tres aguas, pisos de cerámica y piedra; son sólo algunos de los ingredientes que conforman el casco antiguo de Colonia. Caminarlo es un placer, ideal para perderse en sus calles y de pronto llegar al Portón de Campo, entrada a la antigua fortaleza donde aún se ve parte de la muralla. Y por allí nomás está la Plaza Mayor, único espacio abierto de la antigua ciudad, que era utilizada como Plaza de Armas pero no era el centro de la fortaleza, según la plantificación portuguesa.
Además de recorrer sus callecitas y costanera, los curiosos pueden saciar su sed de conocimiento visitando algunos de los museos. Un posible recorrido puede comenzar en el Museo del Período Histórico Portugués donde hay muebles, armamento, reproducciones de objetos de época, mapas cartográficos y un escudo original de época. Pero lo mejor es el edificio donde se encuentra una construcción portuguesa del siglo XVIII con techos a cuatro aguas, de madera y tejas, muros exteriores de piedra y adobe. También en una antigua casa portuguesa se halla el Museo Casa Nacarello, que conserva en perfecto estado piso y paredes tal como se construían a principios del siglo XVII. Sin embargo, muchas de estas construcciones portuguesas recibieron la influencia española con la incorporación de tejas, terrazas y distintos tipos de cielo raso. Tal es el caso del Museo Municipal Dr. Bautista Rebuffo, donde hay varias salas: religiosa, paleontológica, de arqueología indígena y de ciencias naturales además de guardar elementos de la Plaza de Toros y mobiliario del siglo XIX.
Para indagadores del pasado de Colonia vale la pena el Museo y Archivo Histórico Regional, donde se guardan el archivo fundacional de la ciudad y de la región además de mucha documentación sobre Colonia.
Finalmente, dos museos pintorescos y agradables para ver son el Museo del Azulejo y el de los Naufragios y Tesoros. Con una ubicación privilegiada frente al Río de la Plata y sobre el Paseo de San Gabriel, el Museo del Azulejo funciona en una pequeña casa de piedra y techos bajos. Este museo atrae a grandes y chicos con los característicos azulejos blancos, celestes y azules que indican los nombres de las calles de Colonia. Además hay una colección donada por el fallecido artista uruguayo Jorge Páez Vilaró, en la que se destacan azulejos franceses, españoles y portugueses de los siglos XVII y XVIII. Por su parte, el Museo de los Naufragios y Tesoros es un imperdible para niños y grandes. Rubén Collado –un amante del buceo, buscador de tesoros y fanático de las historias de naufragios– es el creador del lugar, donde la idea es que el visitante viaje en el tiempo a través de réplicas y maquetas de galeones y piezas rescatadas del fondo del río, como balas, cañones y monedas de oro. Un viaje a épocas de piratas y corsarios para vislumbrar cómo eran aquellos tiempos en que los hombres vivían y morían en el mar persiguiendo leyendas de fabulosos tesoros. La ruta de navegación más corta y segura al Viejo Continente iba cerca de la costa uruguaya y llegaba hasta Montevideo, ya que la costa argentina resultaba baja y complicada, con riesgo de encallar. Galeones llenos de tesoros surcaban estas aguas rumbo a Europa esquivando el acoso de corsarios y bucaneros.
Si desea salir del casco antiguo, un buen lugar para sentarse a ver el río y tomar sol es el puerto de yates. El Puerto Viejo está en la Punta Santa Rita, del lado norte del cabo, y es un pequeño puerto para embarcaciones deportivas y de recreo que en verano se llena de barcos de bandera argentina. Además es lugar de llegada de regatas del Río de la Plata. Y un poco más lejos hay un paseo original: la Plaza de Toros, hoy abandonada al paso del tiempo y en la que es posible imaginar las corridas taurinas de antaño. La construcción de estilo moro, con arcadas de herradura en forma de circunferencia, comenzó a funcionar en 1910 y en total se realizaron ocho corridas oficiales. La plaza tiene 100 metros de diámetro y 17 metros de alto, y llama la atención en medio de un paisaje desolado. Si el tiempo acompaña se puede alquilar moto o bicicleta o caminar cuatro kilómetros paralelo a la costa hasta el Real de San Carlos, zona con casas de fin de semana para gozar de playas tranquilas con fina arena. Esta parte de Colonia era un antiguo enclave militar español, así llamado para honrar al rey Carlos III.
La plaza de toros fue una peculiar idea del empresario naviero Nicolás Mihanovich, quien quería impulsar un emprendimiento que además del ruedo taurino tuviera cancha para torneos de pelota vasca y un edificio para hospedaje de visitantes. La idea de este argentino era crear aquí una réplica de Niza, con todos sus atractivos. Pero como las corridas de toros estaban prohibidas desde fines del siglo XIX, en la plaza se debían hacer simulacros (lo cual no se cumplía). En 1912 el gobierno uruguayo prohibió definitivamente las corridas en Colonia del Sacramento y los turistas siguieron viniendo a disfrutar de la ruleta del hotel casino y de las instalaciones del frontón de pelota. Pero la caída llegó en el mejor momento de recaudación por juegos de azar, cuando el gobierno argentino dictó una ley que impedía cruzar a suelo uruguayo a apostar. Finalmente en 1943, luego de un largo litigio, todo el complejo turístico pasó a la municipalidad.
Colonia, cabe recordar, es el resultado de una tumultuosa historia colmada de luchas, intrigas y disputas durante los siglos XVII y XVIII entre dos grandes potencias navales: España y Portugal. Fue el primer asentamiento europeo y la primera y más antigua ciudad en lo que hoy es Uruguay, pero mucho antes de su fundación divisaron sus costas grandes navegantes como Américo Vespucio, Juan Díaz de Solís, Sebastián Gaboto, Juan de Garay y sir Francis Drake. Y además sus pedregosas costas fueron testigo de naufragios célebres: bien puesto tenía el Río de la Plata el apodo del “infierno de los navegantes”, por su escasa profundidad, sus aguas turbias y sus tramposos bancos de arena. Aunque hoy todo es recuerdo y no hay peligro alguno en cruzar el río en menos de una hora para descubrir el verdadero tesoro, que es su precioso centro de piedra y las calmas costas del río, ayer infierno y hoy paraíso de los visitantes.
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