CORRIENTES. PASEO POR LA CAPITAL Y ALREDEDORES
La nueva costanera, los edificios tradicionales, el chamamé arraigado en su gente y la magia del Paraná, atractivos de una ciudad moderna y a la vez histórica. Partiendo a los suburbios, se realzan los colores de pueblos y campos, mientras belleza y misterio se hacen presentes en las historias lugareñas.
› Por Pablo Donadio
“Ah, mi Corrientes porá, en donde te conocí
correntinita yvoty, de labios color rubí
mi pena se hace canción, cuando te quiero cantar.”
Chamamé de García, Bayardo y Martínez. Interpretado por Ernesto Montiel, “el señor del acordeón”.
Fotos de María Clara Martínez
“Porá” significa “linda” en guaraní, y vaya si esta ciudad está porá. Dicen que es la más antigua del noreste, pero hoy se la ve tan moderna, limpia y ordenada que esconde sus arrugas. También es una ciudad amable, y sobre la recuperada costanera que los correntinos disfrutan de punta a punta llega el vientito inconfundible del Paraná, a la vez que se alza la figura solemne del puente que la conecta con Chaco. “¿Sabes qué es lo más lindo que tiene Resistencia?”, pregunta Omar “Pity” Benítez, apoyado en las barandas que miran a la costa. “Ni idea –digo–. Corrientes enfrente, chamigo”, dice sonriendo, y nos lleva a probar la especialidad de los carritos del corredor. No son chorizos ni bondiolitas en esta costanera, sino la cocción de chipá a la brasa en cañas de tacuara, que alcanza los cánones de la maestría gourmet. Pity trabaja en el sector turístico gubernamental de la provincia, aunque no se encarga de recibir periodistas. Sin embargo, un amigo en común es el nexo para esta corta pero jugosa visita a su tierra, que gentilmente ofrece en sus vacaciones.
PAISAJE Y SABORES La primera impresión al llegar a Corrientes es la de una ciudad prolija y de muy fácil circulación. Si bien tiene más de 350.000 habitantes, su casco urbano no es caótico y se delimita bien de los barrios aledaños, a los que se llega rápido por amplias avenidas. Es además pintoresca. Hay buena cantidad de rincones antiguos convertidos en barcitos, tiendas y locales de ropa que han preservado sus fachadas. Otros edificios se exhiben como una reliquia, y atesoran tanta historia como belleza. Uno de ellos es la Catedral Nuestra Señora del Rosario, levantada hacia 1853 frente a plaza Cabral, y declarada Monumento Histórico Provincial. El Teatro Vera es otro buen ejemplo. Ubicado en la calle San Juan, en pleno casco histórico, su edificio de 1859 fue demolido más por cuestiones políticas que prácticas, y años después se levantó otro similar sobre sus cimientos, que es el que vemos. Si bien éste se mantuvo firme, fue restaurado en 2005 con la campaña “S.O.S. Vera”, cuando se cambiaron las butacas de la platea y se lo reinauguró con su acústica perfecta. Pero no se trata sólo de hierro y hormigón sin alma: hoy es el epicentro de encuentros musicales, teatrales y administrativos, bajo un frente soberbio y luminoso donde se juntan los correntinos amantes del arte.
Claro que, si hay una construcción destacada en la ciudad, ésa es el puente General Manuel Belgrano, que une Corrientes con Resistencia, la capital chaqueña. Los locales también dicen que éste fue el primer puente en sortear el río Paraná y vincular definitivamente a Corrientes y Misiones con el resto del territorio nacional. El propio puente es testigo del moderno corredor de la costanera y las largas jornadas que los capitalinos pasan allí. Familias enteras se reúnen desde la tarde hasta la medianoche, compartiendo mate y la infaltable chipá en alguna de sus 70 variedades. La que probamos envuelta en caña se llama chipá mbocá, rica en almidón de mandioca, queso y margarina, lo que permite el amasado y enrollado sobre la tacuara. A diferencia de otras, no tiene un interior esponjoso, sino que queda completamente crocante y con un toque asado especial, mientas gira “al spiedo”. La chipá, al igual que la sopa paraguaya y el tereré, son compañías que no pueden faltar en las buenas reuniones familiares y las charlas de amigos. En el restaurant Enófilos, destacado por su carta de vinos y platos con pescados frescos como el pacú, el surubí y el dorado, elaboran múltiples recetas de chipá. Además del premiado Wellington de chipá (lomo envuelto en masa de chipá con tomates disecados), ganador del Torneo Nacional de Chefs 2007, hay tres destacados: la chipá soo, rellena de carne, pimientos y cebolla, como si fuera una empanada; la chipá guazú, que suma harina de maíz a la de mandioca y una cocción que la deja similar a una humita, y la chipá quesú, elaborada con queso fresco de cabra. También la costanera es el lugar de las caminatas y el deporte, que crece como actividad amateur. Hay allí, además, varios clubes y prestadores que ofrecen las tres modalidades de pesca permitida (deportiva, trolling y spinning), la llegada a los sectores de playa y diversas salidas náuticas hacia los bañados del Paraná y la desembocadura del río Paraguay, donde es furor la disciplina del wakeboard.
EN LAS AFUERAS En el sopor de la tarde correntina, la abuelita teje cuadraditos de lana que serán destinados a una manta pensada para Mateo, su bisnieto. “Antes tejía cosas lindas, ahora ya no veo bien, me tengo que operar de cataratas”, cuenta, y alza la voz buscando a Vero, su nieta: “¿Cuántos cuadraditos hacen falta para una manta, nena..., eran unos 120, no?”. Ella le contesta que sí, y nos dice bajito: “¡Toda la casa está llena de bolsas con cuadraditos!”. Es el hogar de la familia Goth, adonde llegamos de visita en las afueras de la ciudad, un auténtico enclave correntino donde el chamamé es cosa de todos los días.
Hace 24 años que la ciudad es sede de la Fiesta Nacional del Chamamé, y hace diez sumó su ribete internacional con el agregado de países del Mercosur. Pero es en los pueblos, en los suburbios y en las casas de familias tradicionales como la de los Goth, donde se vive como la vibración de una región. Entonces aparecen gauchos ataviados con facón que se entrelazan a sus damas, y los niños –como en un juego– los imitan. Es un sentir expresado en letras y sonidos, que traspasa los límites políticos y navega de punta a punta el Litoral. Y eso ocurre desde la tradición de Los Cocomarola y Los de Imaguaré, a jóvenes de otro palo, como el “Chino” Marcos Maidana, el boxeador santafesino que pronto se medirá en Las Vegas con el invicto Maywather. Y quien confesó que sería lindo “subir al ring con un chamamé”, nada menos. Porque si bien los nuevos tiempos de celular y dispositivos móviles han propagado otros estilos más ajenos, como el reggaeton, en la mayoría de las casas de los abuelos hay un rincón donde se guarda la guitarra, tal vez un acordeón, y siempre historias que los unen a este ritmo.
Saludamos, agarramos algunas bolitas más de chipá para el viaje, y nos vamos camino de la RN12. Como pasa en muchas ciudades del interior, alejándose apenas pocos kilómetros reinan el verde, los árboles y las pequeñas lagunas. El rojo encendido de los chivatos salpica sus tonos desde la capital hacia Posadas, y las márgenes ruteras son una fiesta de colores. Casitas, chacras, puestos sobre la ruta con frutas y productos regionales, y los caballos atados a la vera del camino –como quien deja su vehículo en la puerta hasta la próxima salida– arman el cuadro regional. Es un camino para disfrutar con mate en mano y tiempo para fotografiar lagunas y esteros que se desparraman por todos lados, incluso con cascaditas sobre arroyos que cruzan la ruta. Tanto la soja como el arroz muestran su brillo y terrazas entre las casitas, y la siembra se hace fuerte, elevando los alrededores en la producción de cereales. Al sur, hacia Empedrado, el río se torna profundo y talla barrancas sobre las cuales la ciudad se asienta hasta 64 metros por encima del cauce. Esa cualidad, y su temperatura media anual de entre 20 y 21 grados, la establecen como uno de los balnearios predilectos de los actuales correntinos. Pero no es una novedad: ese clima benéfico, subtropical en verano y templado en invierno, generó atracción desde siempre, con el consecuente establecimiento de caserones residenciales y mansiones de estilo francés ligadas a los secretos de su trunca Ciudad de Invierno. Ese proyecto preveía aquí un lugar de vacaciones invernales para porteños y europeos que ya tenían en Mar del Plata su plaza veraniega. Su hotel se inauguró en 1914 con cuatro pisos, dos subsuelos y un casino unido a las habitaciones por un largo pasillo. Reinaban el esplendor y los excesos, según dicen, pero todo se frenó cuando comenzó la Primera Guerra Mundial, y el sueño quedó en la nada. “A cien años de aquello, se sigue hablando de los pocos días que funcionó, y de los lujos, placeres y misterios que permitía, albergaba y escondía”, recuerda Pity. Y sí, hay mucho más para descubrir en esta tierra amable, y bien porá.
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