ARGENTINA. PARQUES NACIONALES DEL EXTREMO SUR
Las provincias más australes de la Argentina albergan gran número de áreas protegidas a lo largo de su extenso territorio. Los parques nacionales patagónicos son áreas de interés científico y turístico, donde la belleza de los paisajes va de la mano de la necesidad de preservar fauna y flora.
› Por Mariana Lafont
Fotos de Mariana Lafont
En el extremo sur de América, entre la cordillera de los Andes y el océano Atlántico, se despliega la vasta Patagonia. Es la región más austral del mundo, prácticamente a las puertas del continente antártico, donde convergen un sinfín de lagos, ríos, montañas, valles y una estepa infinita, protegidos en diversas reservas. A veces muy visitados, a veces desoladoramente aislados, los parques nacionales de la Patagonia invitan a internarse en una región que hace soñar a los viajeros de todo el mundo.
EL CLÁSICO El primer parque nacional argentino data de 1903, cuando el Perito Moreno donó tres leguas cuadradas en el límite de Neuquén y Río Negro, sobre el lago Nahuel Huapi. Primero se llamó Parque Nacional del Sud, y desde 1934 se sancionó por ley la creación del Parque Nacional Nahuel Huapi, con un territorio mayor: así la Argentina se convirtió en el tercer país de América en tener un parque nacional. Esta área protegida conserva ecosistemas andino-norpatagónicos, altas cuencas hidrológicas y sitios arqueológicos. Sin dudas, el lago Nahuel Huapi es un clásico patagónico para navegar: de hecho los primeros colonos lo navegaban por la ausencia de caminos, pero desde 1920 fue visto como atractivo turístico, y surgieron las primeras excursiones.
El paseo tradicional va a isla Victoria y Bosque de Arrayanes, aunque también se puede ir a Puerto Blest y lago Frías desde Puerto Pañuelo, en Bariloche. Una hora de navegación lleva a la península de Quetrihué con el famoso arrayanal del Parque Nacional Los Arrayanes, cuyos ejemplares alcanzan hasta 200 años de antigüedad. También se puede ir desde Villa La Angostura, navegando 45 minutos, o bien a pie. Una vez en el bosque se recorre un sendero de tablas hasta la casa de té y luego se sigue hasta la isla Victoria, con sus playas de arena volcánica, acantilados y espléndidos puertos naturales en las bahías Anchorena y Totoras. Su nombre cambió con cada explorador: Fonck la llamó isla de Fray Menéndez y Guillermo Cox la rebautizó isla Larga, hasta que una expedición en 1883 la llamó “Victorica”. Finalmente los lugareños (y algunos errores de trascripción) definieron su nombre actual. El primer “turista” en arribar fue el excéntrico Aaron Anchorena, quien llegó con amigos en 1902 y se instaló en una bahía reparada, hoy Puerto Anchorena. El millonario obtuvo el permiso y creó una estancia modelo en 1907, con aserradero, muelle y un chalet. En sus viajes llevó plantas exóticas, faisanes y ciervos axis para cazar. Pero el transporte era complicado y muchos objetaban el otorgamiento, por lo que Anchorena finalmente devolvió la isla al Estado en 1916.
Por su parte los orígenes de Puerto Blest se remontan al 1900 y están vinculados con la empresa de carga y pasajeros Sociedad Comercial y Ganadera Chile-Argentina. El vapor El Cóndor hacía en siete días un viaje que demoraba 60 por tierra. La empresa se disolvió, pero la familia Roth continuó y creó una de las primeras agencias de viajes de la zona. La excursión actual sale de Puerto Pañuelo, navega el brazo Blest y al comienzo permite ver los cerros Capilla y Millaqueo y la isla Centinela, donde descansan los restos del Perito Moreno. Luego de una hora se llega a Puerto Blest y allí hay dos opciones: continuar en bus a Puerto Alegre en el lago Frías, en medio de un frondoso bosque con la blanca cumbre del Tronador asomando, o seguir a Puerto Cántaros –en plena selva valdiviana– y ascender hasta el lago y la cascada homónimos. Ambos planes ideales.
EL DEL FIN DEL MUNDO Ya sea en auto, en el Tren del Fin del Mundo o a pie, el Parque Nacional Tierra del Fuego es circuito obligado en la isla homónima. Esta reserva resguarda desde 1960 la parte más austral de los Andes y el bosque subantártico. En este clima se desarrollan bosques de Nothofagus como la lenga, que en otoño tiñe todo de rojo. También hay turbales que dan un gran colorido a la isla, donde habitan zorros colorados, guanacos, cauquenes y más de noventa especies de aves. También hay conejos y castores, que traen serias complicaciones cuando construyen diques en ríos y arroyos para proteger su madriguera. El problema es que los castores, originarios de América del Norte, fueron introducidos, no tienen depredadores, y para comer y hacer diques derriban cientos de árboles al año, desequilibrando el ecosistema.
Para disfrutar a fondo el Parque Nacional lo ideal es quedarse unos días, acampar y hacer trekking. La senda de cinco kilómetros del camping Lago Roca al Hito XXIV, en el límite con Chile, permite apreciar este lago glaciario y su entorno. Un poco más lejos, a veinte minutos del camping, hay una bifurcación que va al cerro Guanaco. La picada de cuatro kilómetros tiene mucha pendiente, pero desde la cima –a 970 metros– se ven la cordillera, la bahía Lapataia (donde termina la RN3) y sus alrededores. Para quien no tome el ferrocarril está la Senda del Tren del Presidio, que dura cuatro horas. Por último, uno de los más visitados e interesantes es el Sendero Costero, de seis kilómetros. El camino comienza en bahía Ensenada, recorre la costa y luego de bahía Lapataia concluye en el río homónimo. En el trayecto se aprecian el bosque, infinidad de aves y lobos marinos.
EL COSTERO Monte León debe su nombre a un cerro de 350 metros que tiene la forma del gran felino. Pero si hay algo llamativo de Monte León es el contraste de ocres y amarillos de la estepa, que chocan con el azul del mar. A ello se suma un sinfín de formas y figuras talladas en los acantilados. Esta franja costera fue, hace millones de años, el fondo marino donde habitaban antiquísimas formas de vida que hoy son fósiles. Y el plato fuerte está en bajamar, cuando surgen grutas esculpidas por el viento y el océano (la más famosa era la Olla, bella formación que se derrumbó en 2006). El Centro de Visitantes está en las viejas instalaciones de la ex estancia Monte León, una de las estancias ovejeras más grandes de Patagonia, de las primeras décadas del siglo XX. La antigua casa del administrador (de estilo y construcción inglesa) fue transformada en una elegante hostería. Se puede acceder al parque desde la localidad de Puerto Santa Cruz, con escaso movimiento pero con una bella ría.
Esta franja costera santacruceña es, desde 2004, el primer parque nacional costero de la Argentina. Además de biodiversidad, aquí se preservan sitios de valor paleontológico y arqueológico, ya que es un área que albergó grupos humanos hace 8000 años. La visita al parque brinda la posibilidad de llegar al mirador de la lobería, donde hay un apostadero reproductivo permanente de lobo marino de un pelo. Otro sendero va al mirador isla Monte León y la antigua guanera. También hay una senda que lleva a la cuarta colonia de pingüinos de Magallanes más importante del país, con 60.000 ejemplares. Y desde la zona de acampe, en bajamar se puede ir por la playa hasta la isla Monte León. Sin dudas es un paraíso de aves: tres tipos de cormorán (roquero, imperial y gris), gaviotín sudamericano, gaviota austral, gaviota cocinera, ostrero negro, bandurria, cauquén, halcón peregrino, flamenco y choique. Y en el mar habitan la ballena franca, el cachalote, la orca, la ballena piloto, el delfín austral y la tonina overa.
EL DE HIELOS MILENARIOS Este parque, ubicado en el sudoeste de Santa Cruz, es uno de los más visitados, ya que alberga el glaciar Perito Moreno, bellísima masa de hielo originada en los hielos continentales patagónicos. En su descenso alcanza el brazo sur del lago Argentino, con un frente de cinco kilómetros, aflorando sobre el agua con una altura de 60 metros. Su ubicación es privilegiada y de fácil acceso (a 80 kilómetros de El Calafate) y miles de visitantes son testigos de impresionantes desprendimientos de hielo. El parque se creó en 1937 para preservar hielos continentales, montañas, bosques fríos y grandes lagos de origen glaciar. Además del Perito Moreno está el Upsala, el glaciar más grande, al que sólo se llega en una excursión lacustre por el lago Argentino desde Punta Bandera, y donde además se ve la idílica bahía Onelli.
Por su parte, en el sector norte del parque está el Fitz Roy, de 3405 metros y escarpadas laderas por las que bajan glaciares, todo un reto para andinistas apasionados. Y quienes disfrutan de caminar van a El Chaltén, capital nacional del trekking, adonde llegan montañistas de todo el mundo para conocer bellas sendas en este bucólico entorno. La laguna de los Tres es la más famosa de las caminatas y lleva al punto más cercano al monte Fitz Roy. Al ser autoguiada y estar bien marcada, se puede ir solo. La primera hora la pendiente es pronunciada y el bosque de ñires es cada vez más tupido. A las dos horas se llega al borde del campamento que anuncia la laguna Capri, luego se bordea el río Blanco y un bosque de lengas, y se ve el glaciar Piedras Blancas. Por allí están los campamentos base Poincenot y Río Blanco. Para quienes sólo van a la laguna de Los Tres el camino sigue bordeando el río y unas cuantas lagunas. Aquí comienza una pendiente muy escarpada. La laguna de los Tres, que con sol y en verano brilla con su turquesa furioso, se ve congelada en otras épocas del año y custodiada por los cerros Fitz Roy, Poincenot y Torre. Y para quienes se animan a más, a unos metros está la laguna Sucia, turquesa e impresionante vista desde arriba.
EL IDÍLICO Arboles milenarios, lagos y ríos cristalinos ubicados en el noroeste de Chubut, a 38 kilómetros de Esquel, conforman Los Alerces. Este parque nacional se creó en 1937 para resguardar el alerce patagónico o lahuán, antiquísimo árbol de madera dura y resistente que crece un milímetro por año. El parque resguarda paradisíacos lagos, ríos y arroyos como el Menéndez, Rivadavia, Futalaufquen, Verde y Krüger. Y en temporada se ven pescadores probando pique de salmónidos en sitios famosos como la boca del río Rivadavia. El parque ofrece todo tipo de actividades al aire libre. Lo ideal es ir a Villa Futalaufquen, donde hay un centro de informes y un museo para obtener información y permisos de pesca.
Entre los frondosos bosques hay más de veinte senderos y caminos vehiculares para ver, además, circuitos largos como el sendero Cerro Alto El Dedal, que culmina en un bello mirador. Desde allí se contemplan parte del lago Futalaufquen, el Cordón Situación y el valle del río Desaguadero. También hay un sendero que sale frente a la seccional Arrayanes –el río turquesa que une los lagos Futalaufquen y Verde– y finaliza en la laguna Escondida. Otra opción es subir al Cerro Alto El Petiso, comenzando en Puerto Mermoud, en lago Verde, y llegando a la cumbre, cuyos casi 1800 metros ofrecen una excelente vista de toda la geografía. Además de trekking, hay kayaks y gomones o excursiones lacustres. Desde Puerto Chucao se toma una embarcación que recorre el lago Menéndez contemplando el glaciar Torrecillas hasta Puerto Sagrario, y por un circuito de hora y media se llega al Alerzal. Allí se yergue “El Abuelo”, gran ejemplar de más de 2700 años y 57 metros que requiere el abrazo de ocho personas para rodear su gran tronco.
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