BUENOS AIRES. PASEOS LITERARIOS PORTEñOS
Jorge Luis Borges y Julio Cortázar son eje de un paseo por esa Buenos Aires de ficción “más eterna que el agua y el aire”. Pero en las calles porteñas también resuena la herencia literaria judía y la voz de muchos otros poetas y narradores.
› Por Graciela Cutuli
“Esto nació como un proyecto para turistas, pero también para el que se quiera sentir turista. Quisiera que se transforme en un proyecto grande, y aunque vamos avanzando de a poco también vamos creciendo sin pausa”, dice Lara, sentada en un banco del Jardín Botánico donde dio cita al grupo que hoy se decidió a seguir los pasos de Borges en Palermo. El proyecto del que habla es una serie de caminatas literarias con las que Lara Mirkin –licenciada en Letras y ahora responsable de Literary Experience– se propone desentrañar algunos secretos que Buenos Aires revela al agitar las páginas de los libros.
Su público, cuenta, es bien heterogéneo: hay estudiantes de colegios secundarios, turistas de paso, alumnos de sus clases de español para extranjeros. Para todos ellos hay un rincón porteño donde se impone la verdad literaria, algún sitio –tal vez muy transitado, muy mirado, pero sin ver– donde de pronto obra el milagro de la palabra. Lo cierto es que la ciudad, que para Borges era “como un plano de mis humillaciones y fracasos”, es también un enorme laberinto literario, donde haría falta una gran lupa para descubrir referencias, autores, citas: en ese laberinto, Lara quiere actuar a lo Virgilio –o mejor dicho, a lo Beatriz– para llevar a sus viajeros a la puerta del paraíso de los palabras. Y lo logra con lo que por ahora son tres propuestas de paseos: uno consagrado a Jorge Luis Borges, uno a Julio Cortázar, y un tercero a la Buenos Aires judía, que en verdad abarca bastante más que lo literario.
FUNDACIÓN MÍTICA Mucho antes de Palermo Hollywood, de Palermo SoHo y de Palermo “algo”, estaba el sencillo Palermo Viejo, barrio que allá por principios del siglo XX era una frontera remota de esa Buenos Aires que salía de la Gran Aldea para convertirse en una de las grandes capitales sudamericanas. ¿Qué había donde hoy se levantan bares de moda, locales con firmas de diseño y negocios de objetos originales, todos cortados con la misma tijera? No mucho, a primera vista. La documentación disponible vincula el nombre del barrio con Juan Domínguez Palermo, el primer dueño de estas tierras, heredadas de un reparto realizado por Juan de Garay en tiempos de la fundación de Buenos Aires. Mucho tiempo más tarde, a mediados del siglo XIX, otro propietario ilustre dejó su sello en estas tierras: Juan Manuel de Rosas, cuya quinta sería transformada en el actual Parque Tres de Febrero.
A principios del siglo XX, un Borges niño se mudó a Palermo y empezó a transitar estas calles de parques y arrabales cercanas al Zoológico y a la Avenida del Libertador, no muy lejos de donde hoy es una figura siempre presente en ese evento anual que, según Pedro Luis Barcia, es “un espectáculo total” del calendario cultural porteño: la Feria del Libro de Buenos Aires que en 2014 cumple su edición número 40 y convoca a cientos de miles de ¿lectores, turistas, curiosos? hasta el 12 de mayo.
Volviendo a Borges, el Jardín Botánico donde hoy empieza su caminata fue para él un “astillero silencioso de árboles, patria de todos los paseos de la capital”. Aunque en tiempos de su niñez a Palermo se lo conocía como Tierra del Fuego. Y no por su atractivo turístico, sino por lo remoto y peligroso de este suburbio alejado, “en los márgenes de una ciudad donde se manejaban duelos, apuestas, juegos de azar y la silueta ominosa de la no muy lejana cárcel de Las Heras”. Quien busque el rastro de la casa donde vivió Borges tendrá que inclinarse ante la evidencia: Buenos Aires destruye, con prisa y sin pausa. No quedan ni Serrano 2135, primera vivienda de los Borges en Palermo, ni Serrano 2147, adonde se mudaron poco después, siempre para estar cerca de la abuela inglesa del escritor. No quedan, en realidad, ni los números ni los nombres: lo más aproximado es Jorge Luis Borges (ex Serrano) 2129, donde se levanta la peluquería Maldito Frizz. La ironía borgiana probablemente se hubiera reído de la incongruencia. Y aunque los padres temían enviar a la escuela al niño solitario y enfermizo que fue el escritor, a los diez años lo inscribieron en la actual escuela República de Cuba, en la calle Thames, donde padeció bastante por la peregrina idea de enviarlo vestido de adulto en pequeño, lanzado al entorno hostil de la infancia común y corriente.
Lo cierto es que Borges intuyó en esta manzana de Palermo su propia “fundación mítica de Buenos Aires”: Guatemala, Serrano, Paraguay, Gurruchaga. Y siguió con “un almacén rosado como revés de naipe / brilló y en la trastienda conversaron un truco; / el almacén rosado floreció en un compadre, / ya patrón de la esquina, ya resentido y duro”. ¿Coincidencia o destino? En la esquina de Borges y Guatemala el “almacén rosado” existe y se llama El Preferido: es un viejo bar-restaurante-almacén fundado en 1952, que conserva su despacho de bebidas y un salón para comer. Un buen lugar para hacer un alto en el paseo, disfrutar del “Palermo viejo” más tradicional –anterior a las denominaciones neoyorquinas que invadieron la zona– y luego caminar unas cuadras más, hacia el pasaje Russel, donde Lara hace un alto y se para con su grupo en una esquina para leer “Juan Muraña”, un cuento de Borges publicado en 1970. Curiosos, algunos transeúntes miran o se detienen a escuchar un ratito. Otros más atentos no tardan en captar la coincidencia: el negocio que ocupa esa esquina se llama Florentina Muraña.
El paseo Borges, por supuesto, podría ramificarse por muchos otros lugares de Buenos Aires. Desde la biblioteca Miguel Cané, en el barrio de Boedo, hasta la antigua Biblioteca Nacional de la calle México. Desde el Museo Xul Solar, también en Palermo, a La Perla de Once, donde el escritor se juntaba con Macedonio Fernández. Sin olvidar Maipú 994, donde Borges vivió más de 40 años, el punto de partida de sus paseos por Florida y la plaza San Martín. Pero esta caminata en particular termina en la plaza Cortázar, ex Serrano, como dando paso a la segunda “experiencia literaria” ideada por Lara Mirkin. Aunque para explorar el universo del autor de Rayuela en realidad hay que dejar Palermo y tomarse un ómnibus hasta el barrio de Agronomía.
BUENOS AIRES CORTÁZAR Nació en Bruselas, y murió en París. Pero vivió en Buenos Aires, y éste es su año, que conmemora los 30 años de su muerte con jornadas, seminarios, exposiciones, ediciones especiales. Y caminatas, por qué no, para tratar de recuperar aquel Buenos Aires que supo transitar antes de fijar residencia definitiva en París, en los años ’50. Esta vez, el recorrido literario lleva hasta el barrio de Agronomía y tiene eje en el cuento “Omnibus”, cuyas primeras líneas dicen así: “A las dos, cuando la ola de los empleados termina de romper en los umbrales de tanta casa, Villa del Parque se pone desierta y luminosa. Por Tinogasta y Zamudio bajó Clara taconeando distintamente, saboreando un sol de noviembre roto por islas de sombra que le tiraban a su paso los árboles de Agronomía. En la esquina de avenida San Martín y Nogoyá, mientras esperaba el ómnibus 168, oyó una batalla de gorriones sobre su cabeza, y la torre florentina de San Juan María Vianney le pareció más roja contra el cielo sin nubes, alto hasta dar vértigo”.
La torre de San Juan María Vianney sigue estando, roja como siempre. Pero el 168 ya no para allí, en esa esquina que Cortázar conocía tan bien porque había vivido muy cerca, en el corazón de este barrio porteño excentrado que gira en torno del parque de Agronomía, antiguamente conocido como Parque del Oeste (es decir, al oeste de la Avenida de Mayo). Zamudio y Tinogasta (por donde parece que pasan los cronopios), las calles del cuento, forman un triángulo con avenida San Martín, donde se levanta el Barrio Rawson, bautizado así en homenaje al médico higienista que luchó contra la epidemia de fiebre amarilla en 1870. El conjunto de viviendas –en parte casas individuales, en parte edificios de departamentos– fue planificado por la Comisión Nacional de Casas Baratas, un organismo creado en 1915, y se inauguró en 1934. Basta verlas para darse cuenta de que hoy de baratas no tienen nada.
Hasta aquí “peregrinan” los lectores de Julio Cortázar: “Me encontré una vez –cuenta Lara– con dos adolescentes que se declararon fanáticos de Rayuela, y se pusieron a llorar en la puerta de su casa”. Esa casa, que no se puede visitar porque es una vivienda particular, está en Artigas 3246, frente a la plazoleta Carlos de la Púa, así bautizada en homenaje al maestro del lunfardo. Una placa recuerda que allí vivió Cortázar (no se recuerda en cambio a César Tiempo, también vecino del barrio). Algunos graffiti dispersos también suelen evocar al creador de Bestiario: van y vienen, y se verán o no según cuándo se caminen estas cuadras.
Durante el paseo se hace un alto para leer “Omnibus” a la sombra de los árboles del parque. Y observa nuestra guía que “la huella de Cortázar se puede rastrear en muchos otros lugares, empezando por Banfield, pero la verdad es que mamó y descubrió este barrio durante por lo menos 15 años”. Los muchos otros lugares fueron evocados por el propio Cortázar, muchos años después, y van desde la Plaza Italia de “las rabonas”, con “un sol caliente de libertad y pocas monedas”, a “la penumbra alucinatoria del Pasaje Güemes”, “el aprendizaje del billar” en los cafes del Once, “las vueltas por San Telmo”, “los paredones de la Chacarita”, el Luna Park. Después vendría París, otra vida, y otros tiempos. Pero Cortázar, como Borges, también estaba siempre, y estará en Buenos Aires.
LA CIUDAD JUDÍA “Sorpresivamente, porque creí que no le iba a interesar a nadie, el de los escritores judíos es el paseo más pedido. Suele pedirlo gente intrigada por esta cultura. El perfil es muy variado, pero siempre se trata de gente que quiere ver Buenos Aires desde una perspectiva más cultural, menos concurrida. Muchos alemanes, ingleses, mexicanos, norteamericanos, israelíes, y también argentinos de colegios secundarios, de embajadas, abuelas con sus amigas, gente que recibe familia de afuera y quiere ofrecerles un paseo original”, cuenta Lara, esta vez en el punto de partida del paseo dedicado a la cultura y literatura judía.
El punto en cuestión es la confitería Taam Tov, en Corrientes 2922, donde comienza una caminata jalonada de menorás, vidrieras rebosantes de delicias para la mesa de Pésaj, librerías con libros de chistes sobre la idishe mame y mezuzás, esa cajita con versículos de la Torá que funciona como contraseña en la entrada de las casas judías. Muchas están discretamente pegadas en la entrada de los típicos negocios textiles, que ahora se disputan el espacio codo a codo con los chinos. De Medio Oriente a Oriente, lo cierto es que Once no perdió nada de su caótica diversidad. Nuestra guía muestra un mapa de la Ciudad de Buenos Aires que sigue ubicando a Once como el barrio más judío, junto con Villa Crespo y Belgrano: allí están para probarlo las sinagogas, los restaurantes y tiendas kosher, algunos transeúntes con vestimenta tradicional y las fachadas que se hicieron cine en El abrazo partido. Sin olvidar el cartel en hebreo de la comisaría local. Y la AMIA, el torturado edificio que renació de sus cenizas, sobre la calle Pasteur, donde hoy un monumento de arte kinético de Yaacob Agam homenajea los lazos judeoargentinos. Muy cerca, siempre en el patio de la AMIA, una escultura evoca a los 1900 judíos desaparecidos en la última dictadura.
Pero quien habla de judaísmo en Buenos Aires, en la Argentina, habla también de literatura. Lara parte de Alberto Gerchunoff y sus “gauchos judíos” para recorrer nombres tan diversos en carácter, estilo y época como Marcelo Birmajer, Jorge Cohen, Ana María Shua, Bernardo Verbitsky, César Tiempo, Jacobo Fijman: todos ellos forman parte de la memoria y el presente porteño, que late lleno de vida en este laberinto de calles que invitan a recorrerlas libro en mano. Porque hay un mundo de invisibles letras que corre por toda Buenos Aires, aquella “tan eterna como el agua y el aire”.
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