SANTA FE. PASEOS TRADICIONALES ROSARINOS
La Isla de los Inventos, el remozado complejo astronómico del parque Urquiza y los encuentros itinerantes de música callejera en pleno centro, buenas noticias de una ciudad que apuesta al arte como reparador social. Y como siempre, la visita al gran río y el Monumento a la Bandera.
› Por Pablo Donadio
Fotos de Pablo Donadio
“La mejor manera de combatir las desgracias sociales es la inclusión”, afirma Daniela Gropo, subdirectora de las Isla de los Inventos, un emprendimiento que dio nueva vida no sólo a los viejos galpones del puerto rosarino, sino a muchos chicos que han encontrado allí un espacio de recreación. No muy lejos, también sobre la costanera pero más al sur, el parque Urquiza se eleva sobre la barranca que da al Paraná y hace de su plaza el centro de atracción dominguera. Cada fin de semana los espacios verdes se llenan de parejitas y familias con mate, deportistas amateur que andan por allí al trote, y grupos de chicos que arman un potrero improvisado. Pero también hay lugar para la ciencia. Y es que en una de sus áreas funciona el Complejo Astronómico Galileo Galilei, con su planetario, el observatorio y el museo de ciencias recientemente remodelados. Ya en el centro, entre los bulevares, distintas muestras de arte callejero decoran la ciudad a diario. De estilo bien rioplatense, la banda de murgacanción Bien Igual se presenta cada fin de semana en la peatonal Córdoba, y hay también folklore, aunque por estos días el tango parece dominarlo todo.
DE LA LLUVIA AL PUERTO Llegamos a “la isla” de casualidad, gracias a una llovizna que se ha tornado feroz. En segundos cubre la costanera y el Paraná, mientras los edificios más altos de la ciudad desaparecen tras su cortina grisácea. No hay dónde escapar. O sí: “¡Ah, ese galpón!”, grita una chica que lleva dos niños flameando de los brazos. Al entrar nos encontramos con una linda sorpresa: detrás de los vitrales de la vieja estación, distintos grupos de niños y adultos –completamente indiferentes a la lluvia y al exterior– pasan de espacio en espacio aprendiendo, jugando, compartiendo. “La Isla de los Inventos forma parte de un triple abordaje al que llamamos Tríptico de la Infancia, y que incluye también el Jardín de los Niños, ubicado en el Parque de la Independencia, y la Granja de la Infancia, ya en la salida de la ciudad, al oeste. Todos compartimos los mismos objetivos, aunque cada lugar tiene su particularidad”, cuenta Gropo.
Más allá de su temática individual, los tres espacios son lugares públicos de confluencia y convivencia ciudadana. El lugar está abierto a las ciencias, artes y tecnologías a través de lenguajes, diseños, medios y formatos, dando un “nuevo paisaje de la ciudadanía”. Allí se crea e inventa a partir de dispositivos lúdicos, que ponen en movimiento el pensamiento y el cuerpo. Pero nada de eso sirve si no se comparte. Así la antigua estación de ferrocarril Rosario Central concreta un doble proyecto, el arquitectónico y el social. Espectáculos, presentaciones y propuestas para la investigación completan el crecimiento de una isla que tiende puentes a vecinos y visitantes, niños y adultos.
DE LAS CALLES AL ESPACIO “El tango es nuestro ADN musical, y llevarlo por las calles de Rosario y el mundo es una misión que nos enorgullece. Pero ojo: siempre mostrando su actualidad, porque cualquier género que no presenta un hoy termina muriendo”, dice Mariano Sayago, contrabajista y parte de la Asociación Civil Músicos Tangueros Rosarinos (Mutar), mientras afina su gigante de cuerdas sobre la peatonal Córdoba. “Estamos en movimiento, que es lo fundamental. Y recibiendo amigos y grandes colegas de otros lugares, como cantarazos de la talla de Hernán Cucuza Castiello, o la agrupación porteña Astilleros, y Alfredo Tape Rubin y las guitarras de Puente Alsina, renovadoras del género”, amplía. Además el grupo de Sayago se encarga de autogestionar todo lo requerido para el show, desde la autorización del espacio público al sonido y la comunicación del evento. Esta juntada es también la previa de lo que sucede ahora mismo y hasta el 20 de mayo, cuando el Festival Metropolitano desparrama por milongas, centros culturales, salas de conciertos y la propia calle la danza y la música en vivo.
Seguimos por la avenida Belgrano hacia el sur de la ciudad, elevándonos en las barrancas e imaginariamente hasta a las estrellas. Vamos a conocer el remozado complejo astronómico del Urquiza, que es sólo un eje de una idea mayor que piensa a Rosario como una “metrópolis moderna, territorialmente integrada y socialmente inclusiva, sustentada en la cultura”, como afirma el plan estratégico pensado hasta 2018. Así los tres espacios triangulares del parque se tornan una ventana al conocimiento y los misterios del espacio, con un planetario parecido a la cabeza del emblemático “Arturito” (R2D2) como punto de encuentro. Remodelado, equipado y ampliado también, el edificio integra además el observatorio y el museo de ciencias, así como distintas áreas de conocimiento e interesantes materiales audiovisuales y bibliográficos de divulgación, junto a las siempre espectaculares proyecciones del lejano cosmos, que pueden verse en varios turnos cada fin de semana.
DEL CENTRO A LAS AFUERAS Claro que el eje central sigue siendo el río.
Parte indispensable de la calidad de vida del rosarino, es para los visitantes también el sitio perfecto para improvisar la pesca, cruzar a la isla, disfrutar de la navegación o simplemente arrimarse a las playas del norte, donde las arenas doradas son protagonistas también de boliches pesqueros que sirven fresco el dorado, pacú y surubí. Clásica pero no por ello despreciable, la visita infaltable al Monumento a la Bandera permite cobrar real dimensión de la ciudad. Y es que sobre la calle Santa Fe la obra de 140 metros de altura genera orgullo en propios y ajenos. Por medio de un ascensor se llega al balcón para divisar el Paraná, la urbe casi completa y los campos cercanos. El parque donde se emplaza es parte de una ribera recuperada en la última década del siglo XX, que hoy constituye junto a los parques Urquiza, España, Sunchales, Alem y Colectividades el pulmón verde de la ciudad.
Un cafecito en El Cairo, el bar histórico de Fontanarrosa, o la degustación de la carta regional del restaurante del Plaza Real Suites son lujos posibles cuando se va dejando el centro, camino a los atractivos de suburbanos.
Para quien cuente con movilidad, pero sobre todo con valentía, hay una experiencia en las afueras de Rosario que bien vale la llegada. Se trata del paracaidismo y los vuelos de bautismo, que dan una experiencia única de flotación en las alturas y permiten fotografiar paisajes desde el cielo, como el puente interprovincial y la propia ciudad. Para llegar hay que ir hasta Cañada Gómez (Ruta 9, kilómetro 375) donde se encuentra el aeroclub local, y animarse a despegar. La salida se realiza con guías que acompañan tanto en los saltos en paracaídas como en los vuelos de inicio, y con un precio más que accesible. También hay cursos de paracaidismo y prácticas regulares. De este modo es posible cerrar una suerte de círculo que va del río, sus playas e islas al disfrute del cielo, ese del más acá.
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