BRASIL. RíO DE JANEIRO Y LA COPA DEL MUNDO
La Argentina enfrentará a Bosnia en la cidade maravilhosa, y si los astros confluyen el Maracaná sería escenario de una gran final sudamericana contra los dueños de casa. Renovada para el Mundial y los Juegos Olímpicos 2016, un adelanto del ambiente de una de las ciudades más hermosas y vitales de la Tierra.
› Por Julián Varsavsky
Cuando Roberto Arlt viajó a Río, en la década del ’30, le llamó la atención su ambiente de amistad colectiva entre desconocidos, ese espíritu carioca “donde usted se encuentra cómodo. En la calle, en el café, en las oficinas, entre blancos, entre negros”. Y esa atmósfera lo hizo reflexionar: “Cuando usted sale de su casa está en la calle, ¿no es así? Bueno, aquí, cuando usted sale a la calle, está en su casa”.
Arlt se manifestó conmovido por “un ritmo de amabilidad que rige la vida en esta ciudad... ese respeto espontáneo hacia el prójimo, sin distinción de sexo ni de razas; esa linda indiferencia por los asuntos ajenos”.
Hoy más que nunca en su historia, la sede de la final del Mundial de Fútbol 2014 y de las Olimpíadas 2016 es una ciudad cosmopolita y globalizada como pocas. Sin embargo también es dueña de una cultura local única en el mundo, resultado de la idiosincrasia carioca.
ESPIRITU CARIOCA Salgo del aeropuerto Tom Jobim a las tres de la mañana y al rato el taxi atraviesa el barrio de Botafogo con su bahía de Guanabara. Tras la ventanilla veo un complejo de diez canchitas de fútbol iluminadas con grupos de amigos haciendo cola para jugar el deporte nacional a semejante hora.
Ya en mi cuarto no concilio el sueño y salgo al balcón a observar el disco perfecto del sol emergiendo del mar. Son las seis de la mañana y miles de cariocas trotan, caminan con poca ropa y andan en rollers, bicicletas y skates por la “orla” de la playa. Algunos incluso surfean y uno vuela en aladelta. Más tarde se darán una ducha rápida e irán a trabajar.
A las once bajo a palpar las arenas legendarias de Copacabana y muchos cariocas están ya sentados en los bares junto al mar, disfrutando de una “cerveja bem gelada”. Camino, corro un rato y me recuesto en la arena, pensando que sobre estos mismos granitos dorados transcurrieron millones de historias de todo tipo a lo largo de dos efusivos siglos.
Cruzo la Avenida Atlántica para ver la fachada del Copacabana Palace Hotel y me atraen los brillos de una tienda H Stern donde un collar de oro y rubíes cuesta 600.000 reales (US$ 257.000). No llevo “cambio chico” encima así que sigo de largo y me subo a un bus hasta las playas de Barra de Tijuca, que es por donde crece hoy la ciudad. Allí se están terminando de construir 18 hoteles y hay una docena de shopping malls, entre ellos el Barra Shopping, el más grande de Sudamérica.
¿De dónde nace el espíritu carioca? Nadie lo sabe bien y no es tarea nuestra desentramarlo. Pero algo tiene que ver en esto la naturaleza: los morros, el verde tropical y sus 37 playas. Todo el frente oriental de la ciudad termina en la playa, un modelo urbano casi pensado para el placer y el culto exacerbado del cuerpo de los cariocas.
Sobre la arena de las playas hay gimnasios públicos donde cada carioca cincela sus propios músculos y curvas, con el mismo amor con que Miguel Angel le daba forma a su David florentino (miles de hombres y mujeres logran esas formas). Mientras cae el sol, comandos de metrosexuales de ambos sexos se enfrentan sobre la arena en partidos de beach voley, fútbol voley y fútbol (a secas).
La vida en Río gira en función del mar, orientada hacia las olas. Desde el centro hasta las playas de Barra hay 132 kilómetros de ciclovías. En la hora del almuerzo muchos oficinistas se quitan el traje para recostarse en la arena frente al mar. Un lunes por la tarde, los amigos se juntan y se van a reposar al sol (frente al mar, claro). Miles salen a trotar todos los días (junto al mar). Cae el sol y comienza el fútbol sobre la arena. Llega el sábado y otra vez al mar... un día en Copacabana, otro en Ipanema y el fin de semana en Leblón.
Pero los cariocas también saben del lado oscuro de la vida. Hay algo que los entristece profundamente: la lluvia. Cuando el agua cae del cielo y no pueden ir a la playa, quedan descolocados y les aflora el sentimiento de “saudade”.
A PURA SAMBA El centro nocturno del samba carioca es el barrio de Lapa, que tiene como punto de reunión los alrededores de los Arcos da Lapa, un acueducto estilo romano del siglo XVIII. En sus alrededores circulan unas 10.000 personas por noche en medio de gran bullicio donde proliferan puestitos de comida al paso. Entre la multitud se forman grupos de samba da roda tocando por placer, integrados por un cavaquinho (minúscula guitarra), un pandeiro y tambores. La multitud forma una rueda y bailarines espontáneos con destreza electrificada se van turnando para dar su show individual en plena calle Joaquín Silva.
En las calles de Lapa las músicas se superponen, brotando de los bares y discotecas donde se escucha axé, forró, bossa nova, jazz, funk carioca y hasta salsa cubana, entre edificios coloniales. Pero el mejor lugar es Río Scenarium, a donde hay que reservar mesa con anticipación. Se trata en una gafieira, uno de esos antiguos salones de baile en pareja donde suena samba tradicional surgida en la década del ’40 (no la de Carnaval). Río Scenarium, Pavilhao de Cultura, Bar e Restaurante con Musica ao Vivo es una casona de tres pisos del siglo XIX con un lujoso mobiliario y objetos antiguos que reproducen el ambiente del Río glamoroso de los años ’40. Las mesas y el escenario están alrededor de una lustrosa pista de baile, donde dos bandas por noche alternan géneros como “samba de raiz”, chorinho, bossa nova con algo de jazz y clásicos de Tom Jobim y Chico Buarque.
DIOSAS DE EBANO Vuelvo a la playa y diviso a lo lejos la silueta de tres mulatas con curvas de chocolate, bikini roja y andar de pavo real, que se alejan sobre esa línea irregular que separa la playa del mar. Las olas desfallecientes acarician la planta de los pies de las mulatas y se escurren burbujeando bajo las arenas, que bullen con hervores subterráneos a cada paso de las diosas de ébano.
Más tarde camino por la coqueta Av. Barata Riveiro –equivalente a nuestra avenida Santa Fe– y me cruzo con dos hombres descalzos que visten apenas una ceñida zunga, ese ínfimo traje de baño que es una muestra de la extrema informalidad de la cultura carioca.
En alguna medida Río me recuerda a la India porque todo el tiempo aparece gente y más gente por todos lados. Pero son personas que siempre están disfrutando de algo, en movimiento permanente mañana, tarde y noche. Ellos bailan, corren, juegan y se ejercitan inmersos en una especie de metrópolis narcisista y hedonista.
En la ciudad hay 1250 favelas y muchos problemas (algunas se visitan con un tour). Pero a simple vista es como si los cariocas carecieran de preocupaciones. Las casas se usan para dormir: el resto del día –de sol a sol y parte de la luna– ellos se lo pasan en la calle, trabajando primero y luego entregados a los placeres citadinos.
Hace calor en Copacabana así que me paro frente a una máquina callejera donde aprieto un botón y un rocío fresco me baña la piel, acariciándome de pies a cabeza. Luego me tomo un helado energético de la fruta açaí –descubrimiento aborigen– y corro hacia las aguas para arrojarme de cabeza contra una ola.
Desde el agua miro todo el ancho de la playa y pienso en esos dos millones de personas que se comprimieron aquí para escuchar a Mick Jagger hace unos años, una cifra común para los parámetros cariocas, ya que lo mismo pasa cada 31 de diciembre para la fiesta del Réveillon, sin necesidad de ninguna estrella de rock.
Río es una ciudad con virtudes tan simples como un mar azul, montañas cubiertas de verde y ciudadanos amistosos que viven de fiesta: todo lo que en el resto del mundo le falta a cualquier gran ciudad. Al mismo tiempo, es una urbe extravagante, multifacética y tolerante en su diversidad, donde se vive para gozar la vida a lo carioca. Ya lo dijo Roberto Arlt hace 85 años: “La vida, así, es muy linda”. A nosotros –los desafortunados habitantes del resto del mundo– nos queda el consuelo de tomar un avión, tras la utopía de ser cariocas por unos días. Y quien lo haga durante el Mundial podría llegar a ser testigo de un histórico nuevo Maracanazo. Pero eso sí: Río sería lo opuesto a la de esta crónica.
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