Dom 25.05.2014
turismo

ENTRE RIOS. MATE Y TEATRO EN GUALEGUAYCHú

Sabor y arte del Litoral

El mate está en el ADN nacional, sea caliente o frío, amargo o dulce. Y en Gualeguaychú, un espacio lo celebra como ningún otro. Además, la historia local que dio vida al ya centenario teatro y otros lugares para conocer más allá del río y las termas.

› Por Pablo Donadio

Fotos de Pablo Donadio

Si la cordobesa Villa General Belgrano tiene su patio cervecero y en todo Santiago del Estero se invita a los patios folklóricos, Entre Ríos dice presente con su Patio del Mate en Gualeguaychú. Y es que más allá de ser un estimulante para las largas noches de estudio, un elemento a compartir entre amigos o familiares, o una compañía irreemplazable en instancias de soledad (esta nota no sería escrita del mismo modo sin un buen amargo), el mate es tradición que poco se explica y mucho se siente, pese a sus múltiples versiones: con agua hervida en las sierras de Córdoba y quizás acompañado de burro y peperina; de fuerte amargor campo adentro, o a lo sumo con un puñadito de azúcar para arrancarlo; y bien fresco para el tereré, cuando el sol castiga en las tardes del noreste. Apenas algunos ejemplos de esos tantos usos que atraviesan la Argentina, mate en mano. “Y es que es mucho más que un símbolo de amistad... Me animo a decir que es lo mejor que hay para comunicarse, sobre todo en el Mercosur, donde se torna otro motivo y razón de identidad para nuestros pueblos”, explica Mario Boari, creador del patio. Mateando de punta a punta, recorremos el lugar y de-sandamos los caminos que nos llevan al teatro local, próximo a su cumpleaños número 100, junto a otros edificios históricos que realzan el valor de la ciudad y proponen una visita por fuera de las siempre atractivas aguas termales, actividades en el río y el Carnaval.

DE LA TIERRA A LA MESA Hace algunos años, la familia Boari comenzó una empresa, en sentido amplio. El primer acierto fue encontrar una antigua casa a escasos metros de la costanera de la ciudad, alejada de ruido pero a la vez céntrica. Su gran patio terminó resumiendo el nombre del emprendimiento, que aprovechó el crecimiento turístico del destino, apoyado principalmente en el Carnaval, pero haciendo foco en la tradición, en la idea de ofrecer algo bien nuestro a quien regresa a casa y quiere quedar bien. Pero la historia comienza en el norte, donde miles de calabazas que se producen en Salta, Santiago, Formosa y Chaco llegan hasta los húmedos verdes de Gualeguaychú. Es que si bien la planta crece en todos lados, necesita mucho calor pero poquísima lluvia, cosa de que el fruto no se apelmace y se pudra. “Es como nosotros, si sufre un poco crece y se hace mejor”, bromea Mario Boari, que dejó el diván para dedicarse al trabajo manual, aunque siempre encuentra correlaciones entre su antigua y su actual profesión. Según él todo está ligado, y apenas cambió “un trabajo con el mate por otro trabajo con el mate”. El proceso continúa en una chacra donde comienza la clasificación por tamaño, calidad y forma. “Allí vemos qué calabazas traemos según cada necesidad, apuntando a su pequeñez o gran tamaño, abriendo más o menos su boca y colocando virola o tientos de forro. También las teñimos, las lustramos y cocinamos algunas para que den un sabor ahumado. La idea, al fin de cuentas, es transformarlas en un objeto agradable, porque el mate se agarra, se mira y se comparte. Es muy delicado, aunque sea rústico y poco ostentoso”, dice. Los salones están alumbrados como en las películas coloniales, y el piso de ladrillo es de 1890. Lo recorremos, mirando con atención los adornos y paredes que dan la impresión de una típica casa campera. Si bien aquí se dedican especialmente al trabajo con calabazas por ser el más tradicional, hay varios exhibidores con mates distintos, algunos hechos con madera y torno, los de algarrobo o quebracho colorado, los de cuerno de vaca, aluminio, porcelana o vidrio. En un mueble se destacan unos con aplicaciones en alpaca, plata y oro. Bombillas, portamates y demás complementos cuelgan de los rincones y se apilan aquí y allá. Allí logramos entender un poco más eso de lo mecánico y lo manual, dupla que si bien es necesaria, Boari diferencia claramente. “Hacemos otros mates de madera, por ejemplo, pero creemos que el de calabaza es mejor. No son todos artesanales, porque algunos casi no tienen despliegue encima, pero sí cada mate requiere cierta manualidad, y el trabajo manual es siempre saludable: se toca, se ve, está ahí, guste o no guste”, afirma.

FRONTERAS Poética gauchesca, libros de cocina que explican “el arte de cebar” y hasta investigaciones médicas que revelan aportes para el cuerpo son parte del estatuto cultural que rodea al mate. Según cuenta Boari, proveedor de calabazas a distintos artesanos, empresas y mercados, hay varios textos relevantes que señalan una enorme cantidad de beneficios presentes en la yerba, como una investigación del Instituto Pasteur de París, que la indica como buen reemplazo de frutas y verduras. “Además la cosa oral tiene mucho que ver con la evolución del hombre –explica–, producto de la exploración que hemos hecho desde niños por ese medio. Parece una pavada, pero fijate qué importancia tiene entre nosotros que antes de dar un mate flojo, si no está recién armado, lo avisamos: ‘Ojo che, que lo descuidé y está medio trajinado’, decimos.”

La hidratación, la estimulación y la compañía son tres razones fundamentales en su estatuto, pero hay dos cosas más. “Primero que el mate no discrimina, porque lo usa el linyera y el magnate; y tampoco contagia enfermedades, algo que el extranjero ve con prejuicio. Bueno, en realidad veía, porque desde que la Presidenta le regaló un mate al Papa no sabés cómo impactó en nuestra industria: hace poco me pidieron una partida de boca ancha porque parece que así les gusta tomar a los alemanes. Diría entonces, ya en mi condición de psicólogo, que el mate contagia afecto, buena onda y salud, porque predispone mejor, como todo vínculo”, dice al despedirnos. Me voy sorprendido, y con la novedad del Matencuentro, un evento que comenzó allá por el 2001 y parece que es un éxito que se ha transformado en una de las fiestas populares más destacadas del Litoral.

EN ESCENA Camino por la costanera hacia el teatro Gualeguaychú y, al llegar, un alboroto más emocional que visual domina la Sala Mayor. Son los preparativos del cumpleaños número 100, nada menos, del “teatro del pueblo”. Y es que dicen que cuando Tomás de Rocamora plantificó San José de Gualeguaychú, en 1783, indicó en el plano los solares destinados a la iglesia, el cabildo, la comandancia, la escuela, el cementerio y la plaza mayor. Pero nada de teatros ni espacios culturales. Su aparición fue fruto de numerosos vecinos, que desarrollaron y alentaron diversas propuestas, lo que une históricamente a la comunidad con este edificio declarado Monumento Histórico Nacional en 1997. Los registros dicen que fue inaugurado el 12 de junio de 1914 con la ópera Aída de Verdi, apenas uno de los espectáculos que le darían prestigio. Infinidad de detalles también lo visten desde el escenario a las gradas superiores, que vieron llegar óperas, zarzuelas, biografías y cine entre otras manifestaciones artísticas. Cuentan también que una fecha clave fue 1919, cuando llegó el dúo Gardel-Razzano, entonces “reyes del fonógrafo”, junto al guitarrista José Ricardo y su escenario estalló, al igual que con las actuaciones de Enrique Muiño, Blanca y María Esther Podestá, Niní Marshall, Juan Carlos Thorry y Luis Sandrini. De 2008 a 2011 estuvo cerrado por trabajos de restauración, pero hoy está “impecable”, esperando un festejo de antología. “No es para menos, porque el teatro es el fruto del esfuerzo de vecinos que dotaron a la localidad de un sello identificable y valioso”, comentaron desde el Consejo Mixto Gualeguaychú Turismo. No muy lejos, el edificio del Instituto Magnasco, fundado por dos mujeres de 20 años en 1898, es otro tesoro arquitectónico que revela la historia de la ciudad. Su interior resguarda la primera biblioteca que existió en el país, con valiosas colecciones bibliográficas y museológicas, y copiosos archivos de hemeroteca.

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