GRAN BRETAÑA LOS ESTUDIOS DE HARRY POTTER EN LONDRES
El gran comedor de Hogwarts. La casa de los Weasley. La cabaña de Hagrid. Diagon Alley. Todos los escenarios de la saga de ocho películas inspiradas en Harry Potter están intactos en las afueras de Londres y se pueden visitar para sumergirse de nuevo en las aventuras del niño mago.
› Por Graciela Cutuli
El gran hall de la estación de Kings Cross en Londres es como un panal por donde van y vienen miles de personas cada día. En ese vaivén constante, ya nadie se sorprende por la pequeña fila de turistas que, cámara en mano, esperan pacientemente de cara a una de las gruesas paredes de la estación. Lo que esperan es su turno para sacarse una foto con el carrito de Harry Potter, hundido en medio de los ladrillos, como a punto de traspasarlos para ir a otro mundo: es el famoso andén 9 y 3/4, la plataforma mágica que permite subirse al Hogwarts Express. Un mundo de fantasía escrito por J. K. Rowling y recreado en ocho películas que hicieron del niño con el rayo en la frente el aprendiz de mago más famoso de la historia literaria. Hay quienes se conforman con ver las películas, mientras otros prefieren cerrar los ojos e imaginar su propio Hogwarts. Pero también están quienes se toman un tren –un prosaico tren que no sale de Kings Cross sino de Euston– para sumergirse en ese lugar de los suburbios de Londres donde una magia auténtica –la del cine– revive hasta en sus más mínimos detalles la saga de Harry.
MUTACION INDUSTRIAL El universo creado por J. K. Rowling fue la piedra filosofal que transmutó en un mundo de fantasía todo Leavesden, la gris localidad de las afueras de Londres que fuera un predio industrial de producción de aviones durante la Segunda Guerra Mundial, y luego una fábrica de motores Rolls-Royce para la industria aeronáutica. Tras la crisis de los años ’70 que causó el cierre del lugar, los grandes galpones y las pistas de aterrizaje se convirtieron en el escenario ideal para la producción y filmación de películas. Aquí, por ejemplo, se rodó parte de Golden Eye, uno de las capítulos de la serie James Bond. Hasta que fue el turno de Warner, que trajo consigo a Harry Potter. Gracias a la varita del personaje, el centro metalmecánico de Leavesden se convirtió en el centro productivo más singular de Europa: no sólo se crearon nuevas profesiones, sino que se rescataron viejos oficios. Entre muchos otros, hubo ebanistas para tallar varitas mágicas, armadores de sombreros góticos, carpinteros para levantar puentes medievales.
Lo que las películas no se llevaron es lo que hoy se ve durante la visita: decorados, trajes, objetos y los escenarios más emblemáticos de la serie, desde la casa de la familia Weasley hasta el despacho de Albus Dumbledore o la choza de Hagrid. No hay que esperar, en cambio, ninguna montaña rusa ni juegos de vértigo o 3D como en el parque Universal dedicado al mundo de Harry Potter en la Florida.
Aunque las películas ya tienen varios años, los libros de Harry se convirtieron en clásicos juveniles. Y, en consecuencia, el éxito de los estudios es tan grande que se hace imprescindible reservar y comprar la entrada previamente por Internet (no sólo el día; también se reserva la franja horaria). Por las dudas, a la hora de hacer la reserva también hay que asesorarse sobre cómo llegar hasta Leavesden, que está bastante lejos del centro de Londres, y no cuenta (¿todavía?) con los servicios de un Ford Anglia volador. Los muggles tienen que conformarse, simplemente, con una combinación de tren desde Euston hacia la estación Watford Junction, donde un bus del complejo llega para buscar a los viajeros.
BIENVENIDOS A HOGWARTS Esta suerte de museo-parque de atracciones pudo abrirse porque, a diferencia de otras producciones, no se tiró nada de lo usado para las filmaciones. Muchos decorados, de hecho, se utilizaron a lo largo de las ocho películas (como la gigantesca maqueta a escala de Hogwarts o la habitación de los varones de Gryffindor en el castillo). Lo mismo pasó con una multitud de objetos y de trajes que son obras de artesanía en sí mismas: frente a la ingente cantidad de material, y la devoción de los lectores-espectadores, Warner decidió reacomodar los sets y abrirlos al público.
La visita empieza apenas se baja del bus que va y viene desde Watford Junction cada media hora. Pasadas las puertas, el ticket en una mano y la cámara en la otra, está el primer lugar para una selfie: la habitación bajo el hueco de la escalera donde Harry niño vivía con los Dursley y su primo Dudley, todo un ejemplo de bullying familiar. No muy lejos están Diagon Alley, el callejón mágico, y los múltiples frascos del aula de la clase de pociones... Pero hay que empezar por el principio, y el principio es el gran comedor de Hogwarts, el lugar al que un Harry desconcertado llegó por primera vez para pasar el ritual de selección con el sombrero mágico. La sala está preparada para una cena, con las decoraciones especiales que van cambiando para diferentes momentos del año como Navidad o Halloween. La impresión del visitante es que, en cualquier momento, podrían llegar los grupos bulliciosos de estudiantes de las cuatro casas, Gryffindor, Ravenclaw, Slytherine y Hufflepuff... En uno de los extremos del gran comedor, los profesores están parados sobre el estrado: son, por supuesto, maniquíes vestidos con los trajes originales usados para el rodaje de las películas.
El set del comedor de Hogwarts fue recurrente en toda la serie, e impacta comprobar el minucioso cuidado puesto en las efectos especiales. Los objetos que se ven por doquier en la pantalla grande no son meras reconstrucciones digitales: están allí, tangibles, desde la chimenea de piedra tallada hasta las ventanas góticas de madera y cristal, y desde las gárgolas que vigilan atentamente sobre las paredes hasta el púlpito de Dumbledore. Muchas de estas cosas ni siquiera se aprecian en las imágenes globales del cine, pero allí estuvieron para hacer más creíble la materialización del mundo mágico de Harry Potter: como las velas flotantes, que derraman su hechizo sobre el gran recinto. A un costado, se explica cómo hicieron los técnicos para lograr este efecto; lo mismo ocurre en varias partes de la visita, cuando se revelan trucos, maquillajes y máscaras de ciertos personajes.
LUGARES MáGICOS Para los románticos, Leavesden es una fiesta. La gran pagoda de cristal y los trajes del baile de gala durante el cual Hermione tuvo un romance con Viktor Krum (en Harry Potter y el Cáliz de Fuego) son uno de los escenarios favoritos para una nueva selfie. Los chicos, frente al traje de Harry, una suerte de smoking de mago; las chicas frente al de Hermione, con sus volados de seda rosa.
Muchos otros lugares familiares van surgiendo a medida que se avanza por los estudios. Como la habitación de Harry y Ron en los aposentos de Gryffindor, con las valijas guardadas bajo la cama y algunas prendas tiradas sobre las mantas. Si en el set del baile se admira el trabajo de las modistas, aquí se aprecia el de los carpinteros que tallaron los baldaquinos de las camas y le dieron una pátina de varios siglos a muebles y sillones. También sobresale la habilidad de los tapiceros y artistas plásticos: las paredes están cubiertas de cuadros y de telas, como el que muestra a una joven profesora McGonnagal, directora de la Casa Gryffindor.
Para todos los lectores-espectadores, el despacho de Dumbledore es uno de los lugares más intrigantes, un ámbito gótico enmarcado por columnas de piedra, con un escritorio repleto de objetos misteriosos. El propio director de Hogwarts está allí, expectante... Como en el resto de los escenarios, no se puede ingresar sino que hay que permanecer detrás de los cordones para admirar un mueble de madera dorada, tallado como el campanario de una catedral gótica, que llama la atención: es el gabinete de la memoria, donde Dumbledore guarda sus recuerdos en frascos de vidrio. Hay unos 800 frascos, todos hechos y etiquetados a mano, tal vez por la misma mano que rotuló los cientos de envases de la cercana sala de pociones, donde dictaba sus clases el ambiguo Snape. Aquí también cada frasco tiene un ingrediente (en su mayoría plantas secas) o minerales diferentes, listos para ser combinados según antiguas recetas alquímicas. En la película casi no se ven, de hecho casi no se ven frente a frente, en el propio set: pero allí están, cuidando cada detalle del mundo mágico de J. K. Rowling.
Un poco más lejos se levanta la rústica casa de Hagrid, llena de cachivaches, jaulas y trampas que recuerdan la afición de su dueño por los animales más peligrosos del mundo mágico. También se puede ver el comedor de la Madriguera, la casa de la familia Weasley, y las oficinas del Ministerio de la Magia con el despacho de Dolores Umbridge (donde todo es esperablemente rosa). En camino hay más para ver: la moto de Hagrid, la puerta de la Cámara de los Secretos y las instalaciones para quidditch.
AFUERA Y ADENTRO La visita llega luego al Backlot, un sector en exteriores donde está el bus de tres pisos que recorre Londres por la noche (aparece por primera vez en Harry Potter y el Prisionero de Azkaban) y Privet Drive, con el chalet de los Dursley. Al bus se puede subir, pero no se puede entrar en la casa.
La visita no termina ahí, porque todavía queda una de las locaciones más esperadas: Diagon Alley, el callejón diagonal, y la maqueta del castillo. Antes de verlos se pasa por la sala de las máscaras, que explica cómo se modelaron las fantásticas caras de los empleados del Banco Gringotts o de Voldemort, y dónde se crearon los autómatas del elfo Dobbie, la araña Aragog, las raíces de mandrágora o las cabezas de dragones.
Finalmente se llega a Diagon Alley, una maravilla de la escenografía que invita a sumergirse de lleno en el mundo mágico. No se puede entrar en los negocios pero sí espiar por las ventanas y las puertas, como en el negocio de varitas mágicas de Ollivander. También se encuentra aquí la tienda de chascos de los mellizos Weasley, cuyo negocio es el más llamativo del callejón, pintado de rojo y con la efigie de los bromistas sobresaliendo del conjunto.
Finalmente, el último set es tal vez la gran joya de los estudios. Y aunque no es fácil rivalizar con lo ya visto, esto es una auténtica obra maestra. Se trata de la maqueta del castillo completo de Hogwarts, con todos sus detalles a escala: torreones, puentes, promontorios rocosos, patios centrales, ventanas iluminadas, caminos y hasta vitrales.
Ochenta y seis artistas realizaron la maqueta, que sirvió desde la primera hasta la última película. Algunos ángulos son reproducciones del castillo de Alnwick (la residencia de los Percy –¿un guiño a los Weasley?– en Northumberland) y de la Catedral de Durham (en el noreste de Inglaterra), sendas locaciones de la saga.
Es una obra de muggles, pero parece realmente hecha por magos, lo mismo que la última antesala antes de la salida: la réplica del depósito de Ollivander, con miles de cajas de varitas mágicas tapizando íntegramente las paredes en torno de los visitantes. Otra vez, impresiona comprobar que cada caja fue rotulada a mano... Y finalmente, no queda más que volver a la verdadera Londres, atravesando el negocio de souvenirs, pero sobre todo construyendo los propios recuerdos, poblados de magia y monstruos, de villanos y castillos, de velas flotantes y, como en la vida real, de sentimientos y esperanzasz
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