ECUADOR DE QUITO A GUAYAQUIL EN TREN
Un viaje sobre cuatro vagones refaccionados que parte de la sierra ecuatoriana, cruza llanuras y finaliza en la costa, con paradas y excursiones en lugares que permiten intimar con la cultura y las tradiciones del país. De las rosas a los volcanes, cómo ver Ecuador desde la ventanilla.
› Por Ignacio López
Suena el tercer pitido del señor inspector y el andén de la estación de trenes de Chimbacalle, en Quito, termina de separar a pasajeros de espectadores. El viaje está a punto de comenzar, la aventura por montañas y llanos ecuatorianos también.
La vieja locomotora de comienzos del siglo XX que arrastra el Tren Crucero vuelve a moverse justo a las ocho de la mañana, la hora señalada para poner rumbo al interior ecuatoriano, a sus perfiles volcánicos, sus rosas y, al final del recorrido, las costas del Pacífico. Los viajeros se estremecen, a esta hora todo es expectativa.
Mientras tanto arriba del vagón bar-cafetería sus 54 pasajeros disfrutan de la gastronomía típica del sector por donde se está pasando, mientras aquellos sentados en sus característicos salones con ventanales gozan de una experiencia por tramos. Según el paquete que se haya adquirido, la experiencia en cuestión podrá ir desde unas cuantas horas saliendo de la capital ecuatoriana hasta cuatro días, cuando el tren crucero arriba a Guayaquil. Todo dependerá de tiempos y presupuestos, pero para quien disponga de los cuatro días, la travesía resultará inolvidable por su increíble diversidad en distancias relativamente cortas.
ESTACIONES Y TRADICIONES El trayecto suma en total 448 kilómetros, deteniéndose en añosas estaciones, donde buses esperan al convoy para llevar a sus comensales a visitar lugares reveladores de la diversidad cultural y gastronómica que tiene Ecuador. Las comidas ofrecidas son elaboradas por comunidades situadas alrededor de la vía férrea, con ingredientes tradicionales de cada región, mientras los viajeros esperan excursiones por las cercanías.
Terminando cada día se accede a alojamientos seleccionados. La idea es que el viajero no abandone la experiencia, reposando en glamorosas haciendas-hosterías, disfrutando de una cena memorable y un sueño reparador, mientras espera que asome la siguiente mañana, cuando el tren crucero vuelva a encontrarse con los disímiles paisajes de Ecuador.
CONVOY ENTRE VOLCANES Aunque el itinerario también puede ser a la inversa –es decir, de Guayaquil a Quito– la mayoría de los viajeros prefieren tomar cada dos semanas el tren que sale de la capital ecuatoriana y tener contacto con la sierra como impresión inicial del recorrido. Tal vez porque conforma uno de los paisajes más emblemáticos del país andino.
Son los dos primeros días en que los rieles del Tren Crucero, tirado por una locomotora eléctrica, enfilan por los Andes en medio de un cordón volcánico con cráteres que superan vertiginosamente los cinco mil metros.
Los volcanes Chimborazo (6310 metros) y Cotopaxi (5897) son amos y señores de un paisaje andino preservado por muchas áreas protegidas. Una de las más importantes es el Parque Nacional Cotopaxi, reserva ecológica que se caracteriza por variedad de paisajes, aves y mamíferos andinos, adonde el grupo de pasajeros llega luego de tomar un bus en la estación de Boliche.
Luego el bus se dirige con sus pasajeros hasta la estación de Lasso, donde miembros de la localidad reciben al visitante con una fiesta que muestra tradiciones indígenas del sector. Es hora entonces del almuerzo en La Ciénega, una antigua y señorial hacienda del siglo XVII convertida en hostería en 1982.
El tren de época sigue recorriendo el segundo día la sierra ecuatoriana. El lugar de salida es el pueblo de Latacunga. Los paisajes andinos se toman pronto los ventanales del tren a medida que se suceden los pintorescos pueblos de Yambo y Ambato, donde los pasajeros conocen cómo se desenvuelve una finca florícola con prácticas de comercio justo, donde se distinguen las rosas. Las famosas rosas ecuatorianas: las hay de todos los colores, cultivadas en enormes invernaderos antes de salir al mundo como uno de los productos más conocidos del país. Son una artesanía y una industria que crecen al cuidado de manos sorprendentemente hábiles.
Antes de volver al tren, el grupo se detiene, a 2754 metros sobre el nivel del mar, para almorzar en la hacienda Abraspungo, una casa patrimonial muy particular, pues combina arquitectura y detalles tanto españoles como indígenas.
El tercer pueblito es Urbina, donde se visita el insólito Centro de Interpretación de los últimos hieleros del Chimborazo. Se trata de un grupo indígena a punto de extinguirse, cuyos integrantes cuentan su historia, explicando por qué son considerados patrimonio vivo de Ecuador. Cayendo la tarde se vuelve a la cálida hacienda-hostería Abraspungo, que acoge al visitante esta segunda noche bajo un manto de estrellas, a los pies del volcán Carihuayrazo.
VAPORES A LA COSTA La mañana del tercer día de viaje despierta a los pasajeros con una agradable sorpresa. El tramo Riobamba-Colta se hace tirado por una antigua locomotora a vapor. El viaje es breve, pero la experiencia es el inicio de un día marcado por grandes eventos.
El segundo de ellos es la parada en la iglesia de Balbanera, la primera iglesia católica del país, donde se muestra una arquitectura característica de los tiempos de la colonia mezclada con el arte de las culturas prehispánicas.
El tren crucero se detiene en Guamote, una pequeña localidad que da que hablar por acoger a la población indígena más grande de Ecuador. La visita al mercado del lugar da la oportunidad de presenciar el hábito de compra e intercambio de los nativos de la zona.
El viaje continúa descendiendo por la sierra, pasando por pueblos autóctonos como Alausí y Sibambe, rodeados de imponentes montañas, entre las cuales sobresale la Nariz del Diablo, un cerro con perfecta forma de cono.
Finalmente se llega a Bucay, donde la hostería Eterna Primavera recibe al grupo en un ambiente colonial, rústico y natural.
El cuarto y último día comienza despidiéndose de las montañas para dar paso a llanuras. Un paisaje de transición, que cae abruptamente de una altitud de 1225 metros a los 250 metros sobre el mar, en 88 kilómetros, pasando de una zona muy fría a una zona tropical, lo que también se evidencia en la vegetación característica de esta zona donde se encuentran diferentes cultivos como la caña de azúcar, cacao, banano y arroz. Entre estos cultivos también hay espacio para el denominado Bosque Nublado, donde la tupida selva tropical toma el protagonismo por unos kilómetros antes de pasar al clima costero.
En esta selva viven los shuar, un grupo indígena del Amazonas ecuatoriano que hace 70 años se trasladó al bosque de transición y aún mantiene sus tradiciones ligadas a la selva. Para conocerlas es posible visitar la comunidad.
Llegando a Yaguachi, la locomotora a vapor vuelve a sorprender a viajeros y personajes de las planicies, donde campesinos y llaneros han ido desplazando a las comunidades indígenas.
La locomotora mancha de humo la costa ecuatoriana hasta llegar a Durán, a pocos kilómetros de Guayaquil, puerto principal ecuatoriano al que se accede en bus. Es el fin del viaje, pero tal vez sólo el comienzo de una nueva experiencia por tierra ecuatorianaz
Informe: Julián Varsavsky.
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