URUGUAY. LA CAPITAL DE LA OTRA ORILLA
Un paseo por los barrios y las ramblas de la ciudad con mejor calidad de vida de América latina. De la Ciudad Vieja a la Costanera, también las callecitas orientales tienen ese “no sé qué” que las hermana con la gran ciudad del otro lado del Río de la Plata.
› Por Graciela Cutuli
Fotos de Graciela Cutuli
Una vieja leyenda arraigada en la orilla occidental del Río de la Plata asegura que del otro lado del estuario el tiempo no pasa. Pero sí pasa, tan inexorablemente como la Tierra gira, sólo que sin el ritmo vertiginoso que caracteriza en la orilla porteña a la ciudad de la furia. “Mucho no nos gusta que los porteños vengan a decirnos que Montevideo está detenida en el tiempo –me advierte, medio en serio medio en broma, Pedro, oriental de pura cepa que se presta a hacer de guía por un fin de semana– pero siempre que volvemos de unos días en Buenos Aires entendemos mejor por qué Montevideo se asocia con otro ritmo.” “Para mí –agrega– Montevideo es un poco el ‘tatuaje’ de los porteños.” Y sin pestañear, explica: “En un mundo que cambia todo el tiempo, hay pocas cosas permanentes a las que aferrarse. No lo digo yo, lo dicen los sociólogos. La moda de los tatuajes tiene que ver con eso: con llevar en la propia piel algo duradero, algo que no cambia. Y un poco lo mismo es mi ciudad en relación con la tuya. En Buenos Aires todo cambia, Montevideo está para recordarnos lo que permanece”. Rara teoría, pero no imposible. En todo caso, es una linda excusa para dejarse llevar por esta Montevideo que crece y evoluciona a veces imperceptiblemente, como esos chicos que parecen siempre iguales hasta que, de un día para otro, sorprenden al más desprevenido con un gran estirón.
CASCO VIEJO La Ciudad Vieja es un icono de la Montevideo de siempre, el corazón de su historia y el lugar donde aún late su bohemia. También es la parada número uno del ómnibus hop on hop off, que desde hace un par de años recorre en seis paradas los principales barrios y lugares turísticos montevideanos, partiendo del puerto y su famoso Mercado.
Antiguamente, aquí estuvo el origen de las fortificaciones militares en tiempos de la colonia española. Montevideo era una ciudad amurallada y custodiada por una fortaleza, llamada la Ciudadela, que como un castillo medieval tenía su foso y su puente levadizo: la estructura de soporte del ingreso a aquella fortaleza aún existe, justo entre la plaza Independencia y la peatonal Sarandí, y como me recuerda Pedro, “todavía es el límite que marca visualmente la división entre el Centro y la Ciudad Vieja”. En otros lugares –en la rambla del puerto, en alguna calle– todavía quedan otros restos de la muralla, pero en realidad nada muy imponente: Montevideo es una ciudad que elige, sobre todo, el presente.
Sobre la peatonal, que en fin de semana se llena de vendedores de artesanía y recuerdos, dan la Plaza Matriz, la Iglesia Matriz y el Cabildo. Afuera hay mucha animación: además de una obra de teatro para chicos, unos ritmos de candombe acá y allá hacen vibrar la mañana. Adentro del Cabildo, en cambio, es todo paz. El edificio, que alguna vez fue el más alto de la ciudad, ahora es la sede del Museo Histórico Municipal: pero a Paula, que tiene apenas ocho años y también viene de visita desde Buenos Aires, lo que le parece más increíble es que haya otro Cabildo que no se parece en nada al que dibuja en sus cuadernos para las fiestas patrias de la otra orilla, con sus recovas y su estilo colonial. De ahí, se irá con sus padres a conocer la Iglesia Matriz y, si hay tiempo, alguno de los muchos museos del viejo Montevideo: nosotros, en cambio, nos vamos a cumplir con la religión rioplatense del café en el Café Brasilero de Ituzaingó y 25 de Mayo, el más antiguo de la ciudad. Este café fue fundado en 1877, y aunque la decoración no es tan antigua sí refleja sus tiempos de oro y el paso de numerosas personalidades, desde Carlos Gardel (hay que hacer una impasse en materia de polémicas sobre su nacionalidad) hasta el poeta Mario Benedetti, el ensayista Eduardo Galeano o el cantautor Daniel Viglietti. Más allá de su pátina art-nouveau, el Brasilero bien vale también por una carta extensa que va desde los clásicos criollos hasta “clásicos modernos” como el frapuccino. “Y después que no me digan que las cosas no cambian”, reflexiona Pedro, mientras revuelve su café Galeano, con crema, dulce de leche y amaretto. Y ya que estamos en tren literario, antes de dejar la Ciudad Vieja y sus preciosos edificios –entre los que sobresale el palacio Salvo– nos damos una vuelta por el Teatro Solís, uno de los iconos de Montevideo, donde hasta el 2 de noviembre se puede visitar la muestra Federico 18 días, que a modo de un vía crucis profano evoca los días que el poeta estuvo en Uruguay. Fue hace 80 años, en enero de 1934, cuando García Lorca cruzó de Buenos Aires a Montevideo en el célebre Vapor de la Carrera. Pedro también me recuerda que todos los sábados, a las 11 de la mañana, sale del espacio Cultural
Al Pie de la Muralla –a sólo un par de cuadras del Café Brasilero– una visita guiada que invita a reconocer la importancia de la ciudad colonial en la vida colonial, resignificando a través de los sentidos el legado de las piedras.
HACIA EL RíO Septiembre es un mes tranquilo en Montevideo –se podría decir que todo el año lo es, exceptuando tal vez los días más desatados del Carnaval–, pero con una agenda que busca sostener el interés turístico. Y no solamente: el 18 se organiza la IV Conferencia Internacional de Turismo LGBT, y el 27 una multitudinaria marcha que cierra el Mes de la Diversidad. Muy pocos días después, el primer fin de semana de octubre, se celebra en todo Uruguay el Día del Patrimonio, una fiesta nacional durante la cual abren al público gratuitamente todos los edificios históricos, monumentos, museos, iglesias, edificios e incluso casas particulares con interés histórico o arquitectónico. Por lo tanto, es uno de los mejores momentos del año para darse una vuelta por la vecina capital. Del 17 al 19 de octubre es el turno del Festival Contrapedal, un “festival boutique” con música, diseño, arte y tecnología. Y en el mismo mes es el Festival de Tango que se realiza con decenas de intérpretes uruguayos y extranjeros. Luego será el turno del concurso Murga Joven, y así sucesivamente... tanta calma montevideana, al fin y al cabo, era sólo aparente. Y también está por comenzar la temporada de cruceros, con el desembarco constante de nuevos grupos que llegan en grandes barcos al puerto de Montevideo y aprovechan sus horas en tierra para recorrer la ciudad: ya son una postal habitual y esperada de todos los años.
Pero quien dice Montevideo dice, también, Río de la Plata. “Esa cercanía con el río que nosotros tenemos –me cuenta Pedro mientras caminamos por las ramblas, sin un rumbo fijo, dejándonos llevar por la línea del agua– es lo que ustedes nos envidian. Así me dicen mis amigos porteños.” “¿Es cierto?”, remata, con la certeza del que sabe la respuesta de antemano. Porque no es para menos, sobre todo un día como el que nos toca: cálido sin ser abrasador, las aguas del río están tranquilas y se vuelcan casi transparentes sobre la orilla de arena. No es “día de playa” todavía, pero cuando lo es las ramblas se llenan y los balnearios también. Sobre todo Pocitos, “la” playa, la más emblemática aunque no la única, la razón de ser de cada verano para la gran cantidad de montevideanos que prefieren veranear en su propia ciudad: más de la mitad, aseguran los números, y las fotos veraniegas parecen darles la razón. Además de Pocitos, están Ingleses, Carrasco, Puertito del Buceo, las más lejanas Punta Espinillo, La Colorada, Punta Yeguas... hay para todos los gustos.
BARRIOS Y MERCADOS Montevideo tiene su Barrio Sur, cuna del candombe, y tiene su propio Palermo, como para confirmar la vocación rioplatense de llamar Palermo a la mitad de su geografía. Pero el Palermo montevideano no busca ser fashion: prefiere la tranquilidad que le regalan sus vecinos, el Parque Rodó y la Rambla, y además de sus raíces peninsulares subraya las africanas, porque es aquí –junto con el Barrio Sur– donde los descendientes de la población negra se preparan con sus tamboriles para el Desfile de Llamadas.
Si desde aquí se camina en dirección contraria al río, se llegará a la Avenida 18 de Julio –la columna vertebral de Montevideo– más o menos a la altura del lugar donde se encuentra la Fuente de los Candados: en poco tiempo esta fuente situada en el cruce de 18 de Julio y Paseo Yi, que fue traída del balneario mexicano de Puerto Vallarta por los dueños del restaurante vecino, se hizo popular entre los enamorados, que cuelgan candados en su enrejado tal como se suele hacer en los puentes de otras ciudades del mundo. El restaurante, por lo tanto, puede ser un buen alto para un mediodía de fin de semana; el otro clásico es el Mercado del Puerto, volviendo a la Ciudad Vieja, para almorzar con un chivito y un postre chajá de pura cepa. Acompañado, claro, por el “medio y medio”, ineludible copa de vino que mezcla espumante dulce y vino blanco seco (el blanco es el más tradicional, pero también hay medio y medio tinto y rosado).
Pero lo mejor, si se quiere conocer algo más nuevo y a la vez con una gran historia, es irse a comer al renovado Mercado Agrícola de Montevideo, repleto de negocios de frutas, verduras, productos orgánicos y gourmet. Sobre el lugar que a mediados del siglo XIX se conocía como Plaza de las Carretas, cerca del Palacio Legislativo, nació a principios del siglo XX el primer Mercado Agrícola mayorista, que se habilitó en 1913. Antes de terminar el siglo, el mercado –que se consideraba el más vasto y arquitectónicamente destacado de América latina– ya era Monumento Histórico Nacional, con su imponente estructura de hierro de casi 6000 metros cuadrados importada de Europa, donde había servido para una exposición ganadera en Bruselas. Hace pocos años el Mercado fue totalmente renovado, transformado en un sitio de venta minorista y dotado de numerosos servicios que incluyen plaza de comidas.
FINAL CON FúTBOL Si se quiere ir al Montevideo más comercial, después de la 18 de Julio hay que poner rumbo para el otro lado: en Punta Carretas, Tres Cruces y Carrasco están los principales centros comerciales montevideanos. A mi guía mucho no lo convencen: su corazón está en otro lado, así que su propuesta pasa por otra de las pasiones rioplatenses: el fútbol. Una agencia especializada exclusivamente en los fanáticos futboleros propone visitas que incluyen el Estadio Centenario, el Museo del Fútbol, el Parque Central del Club Nacional y el Museo Peñarol: la flor y nata del uruguayismo deportivo. La mayoría de los que se suman a los tours son conocedores, pero no tanto como los organizadores, que desbordan pasión y conocimiento. Hay que decir que el tour es sólo para verdaderos aficionados, pero igual contagian entusiasmo. Aunque hay quien exagera, al dejar una recomendación, asegurando que “ir a Montevideo y no hacer el tour es como ir a París y no ver la Torre Eiffel”. Y es así, entre río y Ciudad Vieja, entre mercados y fútbol, como termina un fin de semana montevideano, de pura cepa.
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