Dom 05.10.2014
turismo

BUENOS AIRES. ESTANCIAS Y CASAS DE CAMPO

Tan verdes como cercanas

En una isla de Tigre y en los campos de Mercedes y Baradero, cuatro opciones de alojamiento rural para entregarse al reposo primaveral en la provincia de Buenos Aires, no muy lejos de casa y pensando en el feriado del 12 de Octubre.

› Por Julián Varsavsky

Con la primavera reviven los verdes más intensos de la pampa y las salidas al campo bonaerense son el escape más práctico y sencillo al encierro en la gran ciudad. En la planicie pampeana los horizontes liberan la mirada y para ello hay que elegir entre centenares de opciones de turismo rural. A continuación elegimos cuatro con un perfil intimista y apartado, donde entregarse al descanso a la sombra de los árboles o junto al azul de una piscina.

El reflejo inmóvil de las líneas coloniales de Tierra Chaná, en las cercanías de Colonia Suiza.

CAMPO ADENTRO Antes de llegar a la ciudad bonaerense de Baradero, la ruta 41 hace una larga “S” y va hasta Colonia Suiza, una aldea creada por inmigrantes en 1856. En los bordes del pueblo surgen caminos de tierra que se pierden sinuosos entre los campos sembrados. Uno con bifurcaciones lleva hasta la estancia Tierra Chaná, tan aislada de todo que de noche se necesita GPS para encontrar la tranquera.

En Tierra Chaná hay seis habitaciones, un símil de pulpería antigua que oficia de comedor, una piscina y la casa de los dueños, todo de refinado estilo colonial criollo con galerías en el frente. El parque junto a la piscina tiene hermosos tinajones, un living natural debajo de una cina cina y postes con lámparas antiguas, todo sutilmente combinado por el diseño de un paisajista.

En total el complejo mide 11,5 hectáreas y tiene un tupido monte arbolado con un arroyito. Los huéspedes lo cruzan por un sendero a la sombra de acacias, paraísos, higuerillas y hiedras. Y frente al bosque hay un lago artificial sembrado de peces.

Tanto en los cuartos como en la pulpería hay mobiliario antiguo y elementos decorativos comprados en chatarrerías de demolición: espaldares de un convento salteño, bañeras realizadas con azulejos, lámparas galponeras y de estaciones de ferrocarril, rejas y coloridos vitrales.

A Tierra Chaná se va a descansar pero también hay actividades: jugar al ping pong, andar en bicicleta y salir a caballo para recorrer los campos de alrededor, incluyendo un exótico y discutible zoológico privado de un vecino –se lo ve desde afuera– que tiene ñandúes, carpinchos, llamas, guanacos, pavos reales y faisanes, además de un avión DC9 sin motor estacionado en el parque donde se simula un aeropuerto.

Algunos visitantes van a almorzar a Colonia Suiza y cenan en Tierra Chaná, donde los platos emblemáticos son pollo al disco, asado dominguero y pescados como la boga y el dorado a la parrilla.

Puro campo: la galería con cenefa de chapa recortada de la Estancia Las Glicinas.

ESTANCIA FLORIDA En las afueras del pueblo bonaerense de Alsina la estancia Las Glicinas fue creada en 1854 por el inmigrante vasco-francés Juan Pedro Gastellú. De las 3000 hectáreas originales hoy quedan 250, resultado de las herencias, pero el casco sigue en manos de la octava generación de la misma familia. El anfitrión y dueño actual es Jorge Moya Trasande o –como lo llama todo el mundo– El Negro Moya.

Las Glicinas tiene plantaciones y ganado, pero funciona para el turismo de una manera muy singular. Su casco principal tiene tres grandes cuartos donde se pueden acomodar hasta nueve personas. Aunque vaya una pareja sola, se le entrega la casa con sus tres cuartos, así tiene la estancia completa. Para muchos la gracia está en ir en familia numerosa, ya que el precio en esos casos resulta muy económico (hay un solo baño).

Las instalaciones incluyen cocina, heladera, vajilla, microondas y quincho con parrilla. La modalidad es entonces que el huésped alquila la estancia y se prepara su propia comida instalando las mesas en el jardín. Hay una piscina de 25 metros y una cancha de fútbol dentro de un gran parque arbolado, que incluye el rebrote de una glicina que vivió 160 años.

Frente a un aljibe, Moya cuenta una impresionante historia familiar: “Cuando se creó la estancia, cierto día vino desde el otro lado del río un grupo de indios charrúas que eran bastante violentos. Los antepasados de mi esposa, al verlos venir, escondieron a su bebé de cinco meses dentro de este aljibe, atado al balde, como prevención de lo que pudiera ocurrir. Finalmente los indios dieron unas vueltas y partieron sin atacar”.

Junto al Delta, un camastro marroquí al aire libre en la posada Isla Escondida de Tigre.

UN VERDE DELTA A 40 minutos de navegación desde la Estación Fluvial de Tigre hay una casona isleña de 1892 con líneas inglesas, elevada sobre pilotes: la posada Isla Escondida. En su momento fue una casa de avanzada para el Delta, con sistema de agua caliente mediante serpentina y generador eléctrico. Aún hoy se respira en ella un aire a viejos esplendores, como en el baño de algunas habitaciones donde las bañeras tienen señoriales patas de león. Pisos, techos y paredes de las espaciosas habitaciones son de madera.

Las comidas pueden ser en el comedor o en una mesa al aire libre colocada a pedido del huésped, donde más le guste. Para ello están las cuatro hectáreas de parques y bosques arbolados de Isla Escondida. Hay quienes comen sobre un muellecito solitario viendo el agua fluir al alcance de la mano; otros eligen almorzar bajo un nogal o una casuarina, y están los que van a la sombra de las palmeras o las araucarias junto a la piscina. En la noche, los jardines se alumbran con antorchas.

Un lugar muy valorado en el jardín es un camastro marroquí de madera labrada con piso, paredes y lonas de gasa transparente cubriendo techos y ventanas. En total hay nueve cuartos, repartidos entre la casona principal y dos cabañas. Una es la cabaña flotante con cama matrimonial, que está semioculta entre la vegetación selvática del otro lado del arroyo –se cruza en canoa– y bordeada por tambores también flotantes que la elevan cuando sube el nivel del río. La otra es la cabaña tailandesa, que tiene dos cuartos, un balconcito y decoración con tallas budistas.

Entre los servicios del spa están los masajes, desde uno en los pies directamente en la cama a la hora del desayuno hasta otros con piedras calientes o un simple descontracturante de media hora. En el spa hay sauna seco, jacuzzi, clases de yoga los domingos, sesiones de masaje y sala de relax.

Una tarde de relax en el campo El Tizón, para descansar en las afueras de Mercedes.

CAMPO MERCEDINO En las afueras de la ciudad de Mercedes, semioculta entre unas arboledas, la casa de campo El Tizón tiene una hermosa piscina junto al molino que proporciona el agua del lugar. Las seis habitaciones tienen techo alto y son muy espaciosas, con camas de dos metros por dos y grandes ventanas. Y están a la sombra de un denso bosque de cuatro hectáreas con tres ombúes –uno de tres siglos–, eucaliptos también centenarios, cipreses y acacias blancas. En El Tizón uno se siente como de visita en la quinta de unos amigos. Después del asado de almuerzo llega un momento cumbre: una siesta larga con las ventanas abiertas, respirando un profundo aroma a verde. Cuando el sol y la comida empiezan a bajar llega el momento de salir a reposar junto a la pileta.

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