CANADá. AVISTAJE DE CETáCEOS EN QUEBEC
En el estuario del río San Lorenzo, en Canadá, el avistaje de ballenas es una excursión popular entre los turistas. Las aguas siempre frías de la región son el hogar de varias especies de cetáceos, como el impresionante rorcual azul, mientras en las costas hay pequeñas colonias de focas.
› Por Graciela Cutuli y Pierre Dumas
Baie-Sainte-Catherine es un poblado de apenas 200 habitantes, que viven en prolijas casas bien pintadas a lo largo de la costa del río San Lorenzo. El otoño todavía no estrenó su show anual de colores, aunque algunos arces ya salpican de rojo el verde intenso de los bosques. Baie-SainteCatherine está justo en el encuentro del río con el Saguenay, el único fiordo “fluvial” del mundo. De hecho, el Atlántico está bastante lejos todavía, a unos 1000 kilómetros, pero el San Lorenzo es aquí tan ancho que tiene oleaje y mareas.
Incluso al salir el sol del été indien (el “verano indio”, como se llama localmente a los últimos días de buen tiempo antes del largo y crudo invierno) no hace mucho calor. Bajo un inmenso cartel que despliega las letras WHALES, varias personas se están poniendo un pantalón y una campera de color rojo vivo, como para lanzarse a alguna expedición polar. Agathe Poitras, guía en los barcos de Croisières AML, advierte: “En un ratito esta ropa no estará de más. El San Lorenzo nunca supera los cuatro grados de temperatura, y después de comenzar la navegación se va a sentir”.
BIENVENIDOS A BORDO Mientras ronronea el motor del Zodiac, el capitán Nicolas ya tiene todo listo: “Lindo día para navegar, seguro que vamos a ver muchas ballenas esta tarde”, augura Agathe, una rubia treintañera que trabaja en los barcos de avistaje desde hace varios años.
Baie-Sainte-Catherine y la pequeña ciudad de Tadoussac (del otro lado del fiordo, al que se accede por barco porque no hay puente) no son los únicos lugares para avistar ballenas en el este de Canadá, pero sí los más concurridos porque se puede llegar en el día desde la ciudad de Quebec. Tadoussac también es el punto de partida para visitar la región del Saguenay, su fiordo y el lago Saint-Jean, una región muy turística tierra adentro, entre inmensos bosques.
Nicolás tiene un acento muy pronunciado, complicado incluso para oídos duchos en francés. Antes de apartarse del muelle, distribuye los lugares a los pasajeros sobre su pequeña embarcación, y todavía con un sol tibio, con tanta ropa encima, nos preguntamos si no habrán exagerado sobre el clima. No por mucho tiempo: después de unos minutos se empieza a sentir un poco de fresco, el aire se hace más espeso y frío, y los gorros, sombreros y capuchas empiezan a salir de las mochilas. Agathe advierte en inglés y en francés que hay que sacar las cámaras y mantenerse listos: a Nicolas le avisaron por radio que hace muy poco se vieron ballenas en el sector del Zodiac, cerca de un faro que se yergue en medio de las aguas para guiar los grandes buques portacontenedores que van y vienen desde el Atlántico hasta Quebec, Montreal y Estados Unidos. El San Lorenzo es una suerte de autopista fluvial, pero es tan grande que esto no parece afectar a las ballenas.
Trece especies de cetáceos –cuenta Agathe– se pueden ver y todas vienen en busca de la comida abundante y variada de este lugar donde se unen el agua salada que remonta el río desde el Atlántico, las aguas de deshielo y de los lagos del centro de la provincia, que bajan del fiordo, y las aguas dulces del río procedente de los grandes lagos.
LA MAS GRANDE En las oscuras aguas del San Lorenzo no se ve a las ballenas hasta que están cerca o asoman el lomo: aquí no es posible, como en la Patagonia, un avistaje costero. Pero sí se trata de salidas “garantizadas”: es muy raro –asegura Agathe– que no se llegue a ver aunque sea una o dos especies en cada salida.
La más buscada es la famosa ballena azul, el animal más grande del mundo, que puede medir unos 30 metros y superar las 150 toneladas. Sólo quedan en el mundo pequeñas poblaciones de este gigante: de pronto Nicolás avisa que está en zona y pide a todos que se concentren mirando las aguas del río. “Ahí está”, indica Agathe. “Busquen el chorro de vapor de agua que tira al aire cuando respira, así la encuentran. Y luego preparen las cámaras, porque si va a sumergirse en busca de comida veremos su pequeña aleta dorsal”. Debajo del Zodiac hay una profundidad superior a los 50 metros de aguas oscuras y gélidas. Río abajo, dentro de unos meses, el San Lorenzo estará totalmente congelado y será necesario el paso incesante de rompehielos para abrir una vía navegable a los grandes buques. A la altura del fiordo y del pequeño pueblo de Baie-Sainte-Catherine, el río no se congela, precisa la guía: es demasiado ancho y ya demasiado salino, como si fuese el Atlántico: “Por eso vemos ballenas aquí, aunque a veces se meten en la desembocadura del fiordo, que es de agua dulce”.
Mientras sigue el espectáculo del rorcual azul, que asoma la gigantesca curva de su espalda, aparecen de pronto algunas manchas blancas fugaces delante de la proa del Zodiac. “Aquí tienen un grupo de belugas”, avisa Nicolás. ¡Belugas! Parientes de los delfines, tienen el cuerpo totalmente blanco y una frente curiosa, como inflada: pero esto se ve sobre todo en los acuarios, porque en el río saltan tan ágilmente que para verlas hay que dejar de lado las fotos y concentrarse en su rápido movimiento. A las belugas se las llama a veces “ballenas blancas”, pero no son ballenas sino cetáceos dentados que forman un grupo específico junto al narval.
En una salida habitual desde Baie-Sainte-Catherine o Tadoussac se ven casi siempre grupos de belugas entre las ballenas. Además del rorcual azul, en esta porción del San Lorenzo están el rorcual común, el pequeño rorcual (o ballena de Minke), la ballena jorobada (la más fotogénica porque suele dar grandes saltos fuera del agua durante la época de cortejo), marsopas y delfines.
FOCAS EN EL FIORDO Durante toda la navegación, el Zodiac se queda en la parte izquierda del río: es que para cruzarlo en esta porción de su cauce habría que navegar más de 25 kilómetros. Por suerte, las ballenas no suelen estar tan alejadas y en general la navegación dura entre dos y tres horas. “Depende del cronograma que tengamos: en verano –julio y agosto– tenemos más salidas y todo está más comprimido. En otoño podemos extendernos, y si no hemos tenido suerte con los avistajes nos quedamos un tiempo más buscando las ballenas”, precisa Agathe.
Larga o corta, la navegación suele terminar con una pequeña vuelta por el fiordo. Como los de Noruega o de Chile, es un brazo de agua salada que avanza entre altos acantilados y se alimenta del río que viene del lago Saint-Jean abriéndose paso entre paredes de roca de hasta 500 metros. La mayor parte de sus costas y sus aguas están protegidas por un parque natural, el Parc Marin du Saguenay-Saint-Laurent, ideal para ver aves, algunas ballenas y focas sobre las grandes rocas de las riberas. Se trata de focas comunes, que se avistan por lo general en las costas de todo el Atlántico Norte. Para no asustarlas, la embarcación no se acerca demasiado a sus apostaderos. En otoño se ven pequeños grupos de cuatro a cinco individuos que descansan entre dos salidas de pesca mientras en el parque –ya lejos de la costa– se ven castores sobre los arroyos. Para esto habrá que cambiar de barco, cruzar a Tadoussac del otro lado del fiordo y subir por tierra hacia la región del lago.
Otra opción es seguir la Ruta de las Ballenas, también a partir de Tadoussac, para bordear el San Lorenzo por su orilla izquierda hacia el norte, hacia el Atlántico. Son 900 kilómetros con puntos panorámicos donde se pueden divisar ballenas desde la costa, aunque no con tanta cercanía ni claridad como en el Golfo Nuevo.
Mientras tanto, la salida ya ha terminado. El Zodiac regresa al muelle de Baie-Sainte-Catherine cuando el atardecer empieza a poner colores en el cielo, pero ajeno al vaivén turístico, el pueblo sigue en calma total. Los que no van a tomar el transbordador para cruzar a Tadoussac regresan hacia La Malbaie y Baie-Saint-Paul, los pueblos más cercanos, o directamente a Quebec, un viaje de unas horas por una ruta que cruza grandes bosques, donde con suerte se podrá tener un encuentro cercano con los imponentes alces.
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