PERú. LIMA Y CUSCO CON ESTILO
Cusco y el Valle Sagrado, pero también Lima, se pueden visitar con reminiscencias de los viajes organizados con estilo inglés a principios del siglo XX. Aires de la Belle Epoque soplan al pie de las ruinas de Machu Picchu y en la renovada capital que concentra la atención gastronómica de América.
› Por Graciela Cutuli
Por Graciela Cutuli
En un solo destino, Perú reúne varios. Su imagen emblemática, Machu Picchu, es la embajadora histórica de la herencia incaica en el continente, que abarcó los Andes como una gran columna vertebral del norte al sur de Sudamérica. A la gran ciudadela en ruinas se suman los pueblitos del Valle Sagrado, que concentran la quintaesencia de la tradición andina y confirman –con apenas alejarse unos pasos de los sitios más turísticos– la presencia ancestral y perdurable de la cultura local. Al mismo tiempo, Lima se volvió una capital en rápida transformación, que a partir de la atención despertada por su viva gastronomía logró renovar con nuevos aires su imagen de ciudad colonial. “Perú fue durante mucho tiempo un destino con imagen ‘sólo para mochileros’. Y esa forma de visitarnos va a estar vigente siempre, porque nuestras montañas y nuestra riqueza arqueológica invitan al viajero que quiere caminar cada rincón de los Andes. Pero paralelamente hay otras formas de viajar, eligiendo cierto glamour de otros tiempos, cuando el turismo era un lujo y Perú una tierra aún incógnita”, comenta Jimmy Vázquez Calderón, uno de nuestros guías en territorio andino. Esa experiencia se puede vivir tanto en Cusco como en el Valle Sagrado y en Lima gracias al ex Orient-Express –hoy Belmond–, que revive el espíritu de los tiempos decimonónicos y la Belle Epoque en sus hoteles y transportes. El célebre Phileas Fogg no pasó por aquí en su vuelta al mundo en 80 días –el periplo sudamericano de Verne se reserva a Los hijos del capitán Grant–, pero sin duda el caballero británico se habría sentido a sus anchas.
EXPERIENCIA EN LIMA Un guía nos espera en el aeropuerto Jorge Chávez de Lima, bautizado en homenaje al pionero peruano de la aviación, que se mató en 1910, cuando llevó a cabo la hazaña de cruzar los Alpes en aeroplano, entre Suiza e Italia. Chávez hizo historia por ser el primero en cruzar en avión el paso alpino del Simplon: un nombre que remite también a la línea Simplon/Orient-Express, sinónimo de los románticos tiempos en que Europa se cruzaba en tren. Los entrecruzamientos de la historia hicieron que el grupo que lleva ese nombre hoy haya pasado a manos inglesas y cambiado su denominación, mientras la sociedad nacional de ferrocarriles de Francia sigue siendo la dueña de la marca Orient-Express para el glamoroso tren que va de París al este de Europa.
Entre tantos cambios, la elegancia del Miraflores Park permanece intacta en el corazón del distrito más elegante de la capital peruana. Desde la terraza hay vista hacia la costanera y los acantilados que se zambullen en las aguas del Pacífico, extendiéndose hasta el distrito sureño de Chorrillos –cuyas playas frecuentaban algunos personajes de Vargas Llosa– y la enorme cruz que lo domina. La vista es más romántica por la noche, cuando la costa se ilumina con una larga hilera de puntos de luz, porque durante el día Lima suele estar bajo el abrazo de la bruma durante gran parte del año.
Diana y María son las guías que proponen los paseos limeños a los pasajeros del hotel. Lo único difícil es elegir por dónde empezar: el barrio bohemio de Barranco con sus casas antiguas y los recuerdos de Chabuca Granda flotando entre el puente y la alameda; el nuevo museo del fotógrafo Mario Testino con grandes fotografías que van desde las modelos más famosas del mundo hasta los trajes tradicionales peruanos; un recorrido por las excelentes mesas de la ciudad (empezando por la de Tragaluz, el restaurante del propio Miraflores Park) o una visita por el renovado centro de Lima, que ahora cuenta con una Casa de la Gastronomía Peruana y un museo dedicado a sus grandes escritores. En cualquiera de sus principales puntos la ciudad impacta por el cambio de los últimos años y su renovado empuje urbano, pero también invita al ensueño de los puntos panorámicos que, desde el acantilado, dan sobre el Pacífico.
Lima, sin embargo, es una suerte de antesala del viaje hacia el corazón de los Andes peruanos, donde aguardan el Valle Sagrado de los incas, la monumentalidad colonial de Cusco y las milenarias piedras de Machu Picchu.
ETAPA EN CUSCO El viaje hacia el corazón del antiguo Tahuantinsuyo lleva apenas una hora y media de vuelo, que empequeñece a la distancia las grandes extensiones de sierra cuyas cumbres ganan en altura a medida que nos acercamos hasta la parte más alta de la cordillera. Cusco se impone como una gran ciudad que desbordó los límites de su valle y salió a conquistar los cerros vecinos: sobre aquella grandeza que le dieron los incas, los españoles asentaron también sus propios monumentos, haciendo de los templos originarios iglesias y monasterios. Así ocurre con el emblemático Qoricancha, el templo inca cuyos cimientos soportan el Convento de Santo Domingo. Pero lo mismo sucede en muchos otros edificios, como dos hoteles de Belmond en la ciudad –el Monasterio y el Nazarenas–, que merecen una visita por su valor patrimonial.
Pasar la noche aquí es como sumergirse en las páginas de un libro de historia, rodeados de muebles y obras de arte de los siglos XVI y XVII. El Monasterio fue construido en 1595 sobre el palacio del inca Amaru Qhala, y durante siglos funcionó como seminario hasta ser transformado en hotel en 1965. Las habitaciones son las celdas que ocupaban los monjes, en tanto las obras de arte en las paredes convierten la experiencia de alojarse aquí en una suerte de estadía en un museo privado. El Monasterio es monumento nacional, y está protegido como tal, lo mismo que el cercano Nazarenas, que fue una escuela jesuita hasta ser transformado en convento de monjas en 1715. Cumplió esa función hasta los años ‘60, cuando entró en un plan de restauración del Estado y reabrió sus puertas –ya como hotel– en 2012. Lo más notable es su iglesia, que está dentro del predio pero abierta al público por una puerta que da a la calle, y el antiguo portón de entrada, por donde las monjas vendían los productos que fabricaban y recibían sus pagos. Gracias a un sistema de plataforma giratoria, nunca veían a sus compradores ni tenían ningún tipo de contacto con ellos.
Jimmy Vázquez es el encargado de mostrar estos detalles y de armar el recorrido para conocer la ciudad: la Plaza de Armas y su monumento al Inca Pachacuteq; la fortaleza del Qoricancha; los museos (donde sobresalen el del Inca y el Histórico, aunque haya algunos más insólitos, como el dedicado a la coca), la Catedral y su impresionante colección de arte religioso de la escuela cusqueña; la iglesia de la Compañía de Jesús; la muy fotografiada Piedra de los Doce Angulos (en una callecita justo detrás del Monasterio) y el Barrio San Blas, en lo alto del centro histórico. Con tiempo, hay mucho más para ver, sobre todo los fines de semana, cuando hay ceremonias oficiales por la mañana y bandas de música por la noche sobre la Plaza de Armas.
EL VALLE SAGRADO La experiencia que Jimmy planeó cuidadosamente sale luego de la ciudad para atravesar el Valle Sagrado, volver a la estación de Poroy –en las afueras de Cusco– y abordar el tren Hiram Bingham, la verdadera estrella del viaje.
Saliendo de Cusco, la primera parada es en Saqsayhuaman, un vasto templo fortificado sobre una montaña que dominaba la ciudad incaica. Se sigue en el centro artesanal de Pisaq, un pueblo famoso por su mercado y su centro comercial, desbordante de tienditas que ofrecen desde tejidos de alpaca hasta joyas con piedras semipreciosas. Pisaq tiene uno de los complejos de ruinas más importante de la región: cuatro núcleos de habitaciones repartidas sobre sendos sitios de una misma montaña, modelada con terrazas de cultivo.
Al llegar al Valle Sagrado, por el que corre el río Urubamba, la gran atracción es el sitio militar de Ollantaytambo, donde Manco Inca agrupó a sus tropas para resistir a los conquistadores tras la toma de Cusco. Es un conjunto impresionante de habitaciones, murallas y terrazas levantadas sobre la ladera de una montaña, que no pierde imponencia a pesar de las ruinas. El alto nocturno será en el hotel Río Sagrado, a sólo 50 kilómetros de la ciudad y al borde del Urubamba: un oasis de lujo armonioso que revela su sello inglés y resulta un alivio para quienes han padecido la altura cusqueña: porque si Cusco está a 3400 metros, el Río Sagrado está a “sólo” 2700, una diferencia suficiente para combatir el apunamiento. Desde aquí, en la estación de Ollantaytambo, se pueden tomar los trenes de Perú Rail –el Expedition y el Vistadome– o el Inca Trail. Pero si el elegido es el Hiram Bingham, el ferrocarril más espléndido del ramal, no hay que acortar el tiempo del viaje: conviene volver a las afueras de Cusco y abordarlo en la estación de Poroy, para extender la inolvidable experiencia.
El tren es un lujo en todo el sentido de la palabra. Construido sobre el modelo de los Pullman ingleses de la Belle Epoque, el viaje dura tres horas entre las sierras y el valle de vegetación tropical donde se encuentra Aguas Calientes, la estación de cabecera del ramal. Ventanillas adentro, el servicio hace honor a las promesas de exclusividad de la línea, bautizada en homenaje al explorador que redescubrió hace más de un siglo la imponente ciudadela incaica de Machu Picchu. Y ése es precisamente nuestro destino: tras dejar el tren, que llega a la estación de Aguas Calientes, se toma el ómnibus especial para los pasajeros de Belmond que nos deja en el Machu Picchu Sanctuary Lodge, a las puertas mismas de las ruinas. Las instalaciones tienen vista a la ciudadela, incluso desde el jacuzzi exterior escondido de las miradas indiscretas por la vegetación tropical: ofrecen así el primer vistazo vespertino hacia esta maravilla que visitaremos a la mañana siguiente, en esa hora mágica en que las montañas y las terrazas talladas en sus laderas salen poco a poco de su manto de niebla. La ciudad perdida de los incas revelará entonces su majestuosa e intacta grandiosidad y el fuerte simbolismo de las piedras que atravesaron el pasado, transmitiendo un mensaje perdurable, tan vigente en el presente como para las generaciones del futuro.
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