CHILE RECUERDOS EN VALPARAíSO
Una visita a la casa de Pablo Neruda en Valparaíso, la ciudad de las colinas y los ascensores. Entre frases, poemas y objetos fetiche que le sirvieron de inspiración, un recorrido por uno de los tres hogares donde vivió el poeta en Chile.
› Por Guido Piotrkowski
“En mi casa he reunido juguetes, pequeños y grandes, sin los cuales no podría vivir. El niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió para siempre el niño que vivía en él, y que le hará mucha falta. He edificado mi casa como un juguete y juego con ella de la mañana a la noche”, escribió Pablo Neruda en un tramo de sus memorias, publicadas bajo el título Confieso que he vivido, en 1974.
Eso es lo que hacía Neruda con sus casas, jugar. Le gustaba ocuparse de ellas, decorarlas, llenarlas de objetos diversos. Algunos los buscaba pacientemente y otros llegaban solos, como presentes de amigos y admiradores de su obra. Su pasión por construir y su imaginación se conjugaban a la hora de armar sus casas, que estaban en movimiento permanente. Sus hogares iban cambiando a medida que aquellos objetos iban llegando, y de acuerdo con sus necesidades personales.
Porque Neruda, además de eximio poeta, activista político, referente del Partido Comunista y senador, fue diplomático y recorrió varias latitudes. Fue embajador en Francia durante el gobierno de Salvador Allende, y antes pasó por destinos tan disímiles como Sri Lanka, Singapur, Buenos Aires, Barcelona o Madrid.
Pero el ganador del Premio Nobel de Literatura de 1971 siempre volvía a su tierra natal, y fue allí donde tuvo sus tres casas: la morada de Isla Negra, donde está sepultado; La Chascona en Santiago; y La Sebastiana en Valparaíso.
UNA CASA EN LOS CERROS “Siento el cansancio de Santiago. Quiero hallar en Valparaíso una casita para vivir y escribir tranquilo. Tiene que poseer algunas condiciones. No puede estar ni muy arriba ni muy abajo. Debe ser solitaria, pero no en exceso. Vecinos, ojalá invisibles. No deben verse ni escucharse. Original, pero no incómoda. Muy alada, pero firme. Ni muy grande ni muy chica. Lejos de todo pero cerca de la movilización. Independiente, pero con comercio cerca. Además tiene que ser muy barata. ¿Creen que podré encontrar una casa así en Valparaíso?” Este fue el pedido que hizo Pablo Neruda a sus amigas Sara Vial y Marie Martner en 1959. Y ellas, luego de mucho buscar, encontraron este caserón ubicado en el cerro Florida, que había comenzado a construir el arquitecto español Sebastián Collado, quien murió en 1949 dejando la obra inconclusa.
Neruda fue a verla y, cuentan por aquí, quedó sorprendido, sobre todo por la extraña forma de la casa. Y la vista al océano Pacífico, claro. Sin embargo, la extraña construcción, que se distingue claramente del resto de las casas de la ciudad y se eleva como en un espiral sobre el cerro, era muy grande. Entonces la compró a medias con una pareja de amigos: la escultora Marie Martner y su marido, el doctor Francisco Velasco, quienes se quedaron con el subsuelo, el patio y los primeros dos pisos, mientras el poeta se quedó con el tercer y cuarto piso de esta rara y angosta torre caracolada. Y con la vista privilegiada al Pacífico, fuente de inspiración a sus versos del amor y del mar.
MANOS A LA OBRA “Mi verdadera profesión es constructor, no hay nada más hermoso que algo que va naciendo, haciéndose delante de nosotros”, dijo en una entrevista en 1965.
Tres años le llevaría terminar la obra, en la que el poeta –afecto a los objetos y el mar– le puso su impronta. Eligió cada uno de los rincones donde poner las cosas que iba coleccionando a medida que llegaban, siempre atento a los detalles, pero ajeno a toda lógica.
La casa, en forma de semicírculo, está llena de ventanas y claraboyas que el propio Neruda mandó hacer. Al entrar en las habitaciones, la sensación es la de observar una panorámica en 360 grados, en la que no sólo se ve la bahía sino también los cerros de esta bucólica ciudad. El mar, las montañas y los sonidos de Valparaíso se cuelan por las paredes, que prescinden de líneas rectas. “El océano Pacífico se salía del mapa, no había dónde ponerlo, era tan grande, desordenado y azul, que no cabía en ninguna parte, por eso lo dejaron frente a mi ventana”, escribió en un verso de su libro Una casa en la arena.
El poeta le agregó un altillo, en donde instaló su escritorio, y en una de las terrazas que ya existían hizo el comedor. Una escalera muy angosta, en forma de caracol y en la que no caben dos personas juntas, comunica los diferentes niveles del hogar, barroco y repleto de objetos. Declarada Museo Histórico Nacional, atesora buena parte de la colección personal del poeta. Hay mapas antiguos y pinturas varias. Hay reliquias del puerto y varias cajas musicales, una de sus debilidades. Un viejo caballo tallado en madera y colecciones de platos con globos aerostáticos. Hay vitrales y un pájaro embalsamado traído de Venezuela. Una sopera italiana con forma de vaca, que se usaba para los cocteles, y un viejo sillón que él llamó la Nube y convirtió en su lugar favorito para descansar y contemplar el mar. Sentado en la Nube podía ver casi todo Valparaíso. Neruda quería tanto a ese sillón que sus amigos recuerdan que lo extrañaba. “... Cuánto mejor es sentarse en la Nube y mirar las luces de la costa”, le escribió en una carta a su amigo Francisco Velasco, cuando estaba trabajando como embajador en Francia.
La casona se inauguró el 18 de septiembre de 1961, en el Día de la Independencia chilena. Y, por supuesto, con una gran fiesta, como le gustaba al escritor, quien cuidaba celosamente de su bar. El espacio era sagrado y él era el único que podía pasar detrás de la barra. Aunque prefería el whisky y el vino, disfrutaba preparando cocteles para animar las reuniones. Le gustaba hacer un trago llamado gran “coquetelon”, cuya preparación era todo un ritual. Mientras iba mezclando, enumeraba sus virtudes: “Primero actúa el champagne, es la avanzada, detrás vienen el coñac y el contreau, que son los encargados de reforzar el ataque y mantener la euforia de los convidados en su alto y justo nivel. El jugo de naranja sólo actúa en movimientos de distracción y camuflaje”.
Desde su muerte, en septiembre de 1973, la casa estuvo abandonada durante 18 años, hasta que comenzó su restauración en 1990, para finalmente abrir al público en 1992. El cuidado, igual que su obra, están a cargo de la Fundación Pablo Neruda.
Neruda le dedicó a su querido hogar porteño unos versos que fueron incluidos posteriormente en su libro Plenos Poderes. El poema se llama, como no podía ser de otra manera, “A La Sebastiana”, “Yo construí la casa. La hice primero de aire. Luego subí en el aire la bandera y la dejé colgada del firmamento, de la estrella, de la claridad y de la oscuridad...”
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