SUECIA LA FIESTA DE SANTA LUCíA
La fiesta de Santa Lucía se celebra cada año el 13 de diciembre con conciertos, desfiles y mercados, como festejo previo a la Navidad. Una tradición antigua que ilumina el invierno nórdico, con procesiones en el Djurgården de Estocolmo y en otras ciudades.
› Por María Zacco
La Navidad crea una atmósfera mágica que atrapa hasta al corazón más duro. La nieve, las velas chispeantes, las mesas generosas, los villancicos y las calles decoradas hacen de esa celebración una experiencia inolvidable en Europa. Especialmente en Suecia y no sólo por tratarse del país de los icónicos renos, que tiran el trineo de Santa. Como en muchos otros sitios del Viejo Continente, el país comienza los festejos navideños varias semanas antes, con la apertura de mercados, parques de diversiones, conciertos y ritos particulares, como el Día de Santa Lucía, que se celebra el 13 de diciembre.
En esa fecha, miles de niñas de todo el país vestidas de blanco iluminan el crudo invierno sueco con la corona de velas que adorna sus cabezas. Mientras desfilan en la oscuridad entonan la célebre balada napolitana dedicada a la santa y reparten galletas dulces especiadas. Las mismas que se encuentran en los distintos mercados de Estocolmo y que –con forma de corazón, abeto o reno– reconfortan el alma mientras se recorre la ciudad.
Cristianos y paganos Cada familia sueca elige el abeto que adornará la sala de su casa desde los primeros días de noviembre. También comienzan a preparar las adventljusen, velas rojas que iluminarán las ventanas durante todo el mes de diciembre, el más oscuro del año. Quienes viven en zonas rurales también se suman al festejo: disponen en el patio el julspira, que consta de tres árboles entrelazados sobre cuyas cimas se colocan manojos de grano seco y, más abajo, un bebedero para los pájaros. Es una costumbre muy difundida en Suecia que anticipa los fervientes preparativos para la gran fiesta anterior a la Navidad, la de Santa Lucía.
Cada escuela, hospital y lugar de trabajo elige a su propia Lucía –rigurosamente rubia y de ojos azules, lo cual no es una rareza en Suecia–, quien el 13 de diciembre integrará una de las diversas procesiones de jóvenes (Luciatag), iluminadas sólo por la tenue luz de las velas que llevan en la mano y en la corona que lucen sobre el cabello. Cada elegida encabeza el desfile seguida por damiselas y “chicos estrella”, también ataviados con túnicas blancas y capiroles adornados con estrellas doradas. Cerrando la caravana van los niños disfrazados de duendecillos.
Es realmente impactante la procesión que tiene lugar en el museo al aire libre de Skansen, en la isla de Djurgården, en Estocolmo. En ese sitio, fundado en 1891 con el fin de mostrar el modo de vida en Suecia antes de la avalancha de la industrialización, es imposible no sentirse transportado en el tiempo. En completa oscuridad se escucha a las niñas cantar villancicos tradicionales y paulatinamente se van encendiendo las luces de las velas. Lucía y sus doncellas reparten a su paso galletas de jengibre y cardamomo y bollos de azafrán (conocidos como pepparkakor y lussekatter respectivamente), siempre bien recibidos por la muchedumbre que se congrega para ver el espectáculo.
Sin esta tradición la Navidad no sería lo mismo en Suecia. Santa Lucía es una figura muy popular, fruto de la fusión de ritos cristianos y paganos: a pesar de ser originaria de la ciudad italiana de Siracusa, es venerada en el país nórdico –existen distintas versiones de cómo la tradición llegó allí–, en particular entre los niños, quienes el día de los festejos, el más corto y oscuro del año, reciben regalos.
La celebración tiene sus orígenes a principios del siglo XIV en el día del martirio de la santa, el 13 de diciembre, que coincidía con el solsticio de invierno según el calendario Juliano, entonces en vigor.
Lucía nació en el año 283, en una familia noble y cristiana de Siracusa. Desde niña hizo un voto de castidad para entregar su vida a Dios. Años más tarde, al rechazar a un pretendiente, éste la denunció por cristiana y fue decapitada en el año 304 d. C.
Se estima que la tradición ligada a la santa proviene de Alemania, donde, con la reforma luterana y la prohibición del culto a los santos, la distribución de regalos a los niños pasaba de las manos de San Nicolás, el 6 de diciembre, a las de una joven vestida de blanco con una corona de velas sobre la cabeza, el 25 del mismo mes.
Cuando ese rito llegó a Suecia, la fecha se trasladó al 13, el día de Santa Lucía, y para obviar la rígida norma de la penitencia durante el Adviento –período de preparación para celebrar la Navidad– se decidió que el ayuno debía comenzar en la mañana del 13 de diciembre al amanecer, pero no sin haber consumido antes un desayuno abundante junto a la familia.
Más allá de las distintas versiones sobre el origen de este festejo sueco, la tradición actual de la mañana del día de Santa Lucía comenzó en el lago Vänern, en el siglo XVIII, y se fue extendiendo a otras zonas del país durante el siglo XIX: el 13 de diciembre la hija mayor de cada familia sirve el de-sayuno a sus padres en la cama, vestida de blanco, con un listón rojo en la cintura, como Santa Lucía.
Es la variante sueca de los trajes blancos de ángeles con que las familias protestantes alemanas vestían a los niños para la entrega de regalos. Se trata del Kinken Jes (Niño Cristo), que aparece a partir del siglo XVIII en las familias acomodadas en la Nochebuena y se complementa con una corona de velas en la cabeza.
En el desayuno, las Lucías servían –como lo hacen hoy después de tres siglos– galletas dulces especiadas y bullar, una brioche esponjosa en forma de bollo. Con sabor a canela y clavo de olor inicia un día de festejos que contagia el espíritu navideño hasta al más escéptico e invita a visitar distintos puntos de la capital sueca que pueden descubrirse a partir del recorrido de las procesiones.
Procesión por Estocolmo Quienes no vivan en Suecia pero estén de visita en estas fechas podrán degustar las delicias de la cocina tradicional no sólo durante las procesiones sino en los distintos mercados a cielo abierto y casas de artesanías de Estocolmo.
Mientras se camina por las calles de la capital sueca celebrando el Día de La Luz, como lo llaman los lugareños –mejor si es con un vaso de glögg (vino caliente con especias) en la mano y una bolsita con pasas de uva y almendras–, es posible toparse con los mercados, monumentos y museos más interesantes. En la ciudad medieval de Gamla Stan, el casco antiguo de Estocolmo, se encuentra el célebre mercado de la plaza Stortorget, que se abre cada noviembre desde 1914. Allí se encuentra una imperdible selección de juguetes hechos a mano, artesanías de Laponia, accesorios de cuero y hierro forjado y las típicas delicias navideñas. Hacia la noche el mercado, que surge frente al museo dedicado a los premios Nobel y a su inventor, cobra un resplandor mágico con las luces que colorean los edificios antiguos y el aroma a comida y dulces que llega desde las vidrieras.
El mercado de Navidad de Skansen, ubicado en el parque de Djurgården, es el más antiguo de la ciudad (se creó en 1903) y el más grande de Suecia. Allí no hay puestos al aire libre sino 150 negocios en los que se pueden comprar bordados y decoraciones navideños, especias, juguetes artesanales, las finas y coloreadas figuras de vidrio soplado –el objeto más típico del país– y hasta exquisiteces como mermeladas y mostazas caseras. Dentro del museo de Skansen está el restaurante Solliden, que hasta el 21 de diciembre ofrece a los comensales el clásico buffet de Navidad sueco, que también puede degustarse sobre los barcos Strömma. Estos barcos navegan entre las 14 islas de Estocolmo, unidas por veinte puentes entre los lagos Mälaren y Salstsjön, zarpando desde el muelle de Strömkajen.
El menú, que se degusta desde la fiesta de Santa Lucía, incluye una entrada a base de salmón, arenque crudo con mostaza enriquecida, cebolla y salsa de tomate, pequeñas albóndigas de carne y merluza macerada en crema. Por supuesto no falta el vörtbröd, pan dulce preparado con malta. De postre, se sirven galletas especiadas y el delicioso risgryngröt, un budín de arroz con leche y canela, que esconde una “almendra de la suerte”.
Cerca de Gamla Stan vale la pena pasar por la catedral de Storkyrkan y visitar el bellísimo pesebre ubicado cerca de los púlpitos barrocos. Allí también se puede disfrutar de los deliciosos coros navideños, y los fanáticos del diseño no pueden perderse la visita al barrio que rodea la plaza Östermalmstorg, repleta de boutiques y anticuarios. Los diseñadores de moda están, además, en un circuito en el centro de Estocolmo y el barrio bohemio de Södermalm –donde fue ambientada en gran parte la célebre trilogía Mille-nnium, de Stieg Larsson–, rico en galerías de arte, ateliers y cafés de diseño. Antes de dejar la ciudad hay que visitar el famoso Icebar, un bar de hielo ubicado en el Nordic Sea Hotel, en el número 4 de la calle Vasaplan. Allí todo, desde los vasos hasta la barra, las butacas, mesas y sillas es de hielo: es necesario llevar abrigos pesados, guantes y gorro porque la temperatura está siempre en -5ºC. La experiencia, que no dura más de 40 minutos, es inolvidable. Y la foto mientras se brinda, rodeado de hielo, ineludiblez
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