Dom 04.01.2015
turismo

BRASIL. LA CIUDAD DE BELO HORIZONTE

Arte y bohemia futbolera

En el ambiente bohemio de la cuarta metrópolis brasileña sobresale el Centro de Arte Contemporáneo Inhotim, una exposición artística a cielo abierto. Un partido en el Mineirão y visita a la iglesia de San Francisco de Asís, con la que Niemeyer comenzó su extraño vuelo arquitectónico.

› Por Julián Varsavsky

Fotos de Julián Varsavsky

Esta noche juegan Cruzeiro y Botafogo en el estadio Mineirão ¿vamos?

–Dale nomás.

Llegamos al barrio de Pampulha y aparece el imponente Mineirão, donde la Argentina derrotó a Irán en el Mundial de Fútbol del año pasado. El moderno estacionamiento está justo debajo de la gradas y todo está reluciente, recién pintado por la Copa del Mundo. Afuera hay miles de hinchas uniformados de azul con una prolijidad sorprendente, que toman cerveza lo más tranquilos al rayo del sol, muchos acompañados por sus novias en un ambiente como de playa.

El sector de prensa del estadio está separado de la hinchada por unas placas de vidrio de un metro y medio de alto. Y por lo visto a nadie se le ocurriría romperlas ni pasarles por encima, lo cual sería muy fácil. Lo extraño es que entre los asientos y la cancha no hay siquiera un alambrado –igual que en Europa– y el foso tiene un metro y medio de ancho, es decir que cualquiera lo puede sortear con un saltito y entrar en la cancha. El contraste con un estadio argentino es notable.

Cruzeiro lidera la tabla y Botafogo va último, con riesgo de descenso, así que cada equipo se juega mucho en la cancha. En dos pantallas de 98 metros cuadrados vemos el partido en primer plano. Los locales del Cruzeiro dominan desde el comienzo y ganan por dos goles a cero, aunque podrían haber sido muchos más. La salida de la masa azul resulta ser silenciosa y muy ordenada. En lugar de haber asistido a un partido de fútbol, la sensación fue más bien la de ir al teatro.

EL ARTE DE NIEMEYER Aprovechando que estamos en Pampulha, vamos directo a ver iluminada en la noche la ondulada Iglesia de San Francisco de Asís, diseñada por Oscar Niemeyer en 1943. En general los edificios de Niemeyer lucen mejor con luz artificial a partir del atardecer, cuando su extraño mundo de hormigón armado alcanza la mayor sugestión.

La iglesia carece de líneas rectas. Tampoco tiene columnas, cúpula ni simetría alguna. Como era de esperar, el diseño fue rechazado por las autoridades eclesiásticas: hasta ese momento –y tampoco ahora– nadie había hecho una iglesia siquiera parecida. Para el obispado eso no era una iglesia, ya que su forma escapaba a los cánones de lo que suele ser un templo.

Claro que el diseño y la decoración no estaban exentos de sutiles provocaciones. Tanto Niemeyer como Cándido Portinari –artista decorador de los exteriores e interiores– eran comunistas y ateos declarados, y parece ser que hicieron algunas “travesuras”.

La iglesia fue vista como herética porque en la imagen de San Francisco Portinari no puso a sus pies al tradicional lobo sino a un perro de la calle, que no era un animal “noble”. Para colmo el baptisterio de la entrada se ve desde arriba con la forma de un signo de interrogación, lo cual supondría una puesta en duda de la existencia misma de Dios.

Con esta iglesia Niemeyer hizo un quiebre, inaugurando el modernismo de su época: “Mi objetivo fue ignorar de manera deliberada el ángulo recto y la arquitectura racionalista dibujada con regla y escuadra, para penetrar audazmente en el mundo de las líneas curvas que ofrece el hormigón armado”, declaró una vez.

El diseño es una sucesión asimétrica de cuatro “olas” de diferentes tamaños, conformando una bóveda parabólica recubierta por dentro y por fuera con piedra ónix, azulejos, madera y murales de Cándido Portinari. En el frente hay un campanario que parece invertido porque decrece desde arriba hacia abajo. La iglesia fue considerada de inmediato una obra maestra: sin embargo, estuvo cerrada durante 17 años, ya que el obispado se negaba a consagrarla. Hasta que un buen día llegó un obispo que dijo: “Al fin y al cabo, no deja de ser una iglesia”. Y comenzó la actividad religiosa.

Hoy, avanzado el siglo XXI, los “starchitects” más famosos del mundo toman partido por esa búsqueda de diseños originales y sorprendentes iniciada por Niemeyer en aquella iglesia, para imprimirles a los edificios la forma “bella” del arte moderno.

El barrio levantado alrededor del lago de Pampulha surgió por iniciativa del entonces intendente Juscelino Kubitschek, quien también le encargó a Niemeyer la Casa do Baile, el Museo de Arte y la llamada Casa Kubitschek. El proyecto urbanístico de Pampulha fue un ensayo inicial y el comienzo de la relación entre Niemeyer y Kubitschek, quien al llegar a la presidencia de Brasil le encargó al arquitecto los principales edificios de la futura Brasilia, otro hito en la historia de la arquitectura universal.

DE COMPRAS Al día siguiente vamos a curiosear por el Mercado Central de Belo Horizonte, levantado en 1926, que ocupa una cuadra completa techada con infinidad de pequeñas tiendas. El colorido tropical de las fruterías y negocios de especias se lleva casi todas las miradas.

Compro un agua de coco y recorro entre la multitud los laberínticos pasillos del mercado hasta desembocar en el área de aves vivas. Allí se venden gallinas, loros de los colores más extraños, palomas mensajeras y pajaritos multicolores por millares.

En el sector para los fazendeiros –gente de campo– hay mates y yerba, monturas, sombreros y rebenques. En el área de especias hay negocios que solamente venden pimienta en infinitas variedades, entre ellas una pregonada como “a máis ardida do mundo”. La pimienta se vende en botellitas con el fruto adentro en aceite de oliva y también en polvo. En las tiendas de hierbas medicinales hay productos para el hígado, para adelgazar y para la energía sexual, como guaraná en polvo.

El “agua que arde” de la cachaça –derivada de la caña de azúcar– tiene su propio sector con centenares de marcas, incluso unas con langostas y cangrejos adentro.

ARTE Y NATURALEZA La nueva jornada la dedicamos al arte, con una visita al Centro de Arte Contemporáneo y Jardín Botánico Inhotim, a 60 kilómetros de Belo Horizonte, en el pueblo de Brumadinho. Se considera la exposición artística a cielo abierto más grande del mundo, sobre 110 hectáreas, y tiene también 21 pabellones con obras de vanguardia. La recorrida se puede hacer en carritos de golf y lleva varias horas, así que lo recomendable es quedarse a almorzar.

Los jardines fueron diseñados por el célebre paisajista Burle Marx, que trabajó con Niemeyer, con una exuberante profusión de palmeras, grandes helechos, bromelias, orquídeas y árboles de todo tipo. Por todos lados hay senderos y bancos para sentarse a contemplar las obras y los lagos con cisnes, que crean un ambiente de surrealismo tropical.

Al aire libre y en las galerías hay medio millar de pinturas y esculturas creadas por un centenar de artistas de treinta países. Además hay instalaciones musicales con decenas de columnas con un parlante arriba, donde se camina entre las fuentes de sonido que producen un efecto envolvente.

El arte de Inhotim es de vanguardia, con grandes obras plásticas al aire libre del movimiento neoconcreto nacido en Brasil hacia 1959. Este movimiento deriva del concretismo europeo, que dejó de retratar a las personas en la pintura para crear nuevas realidades a partir de la forma. El neoconcretismo brasileño –ligado al tropicalismo en la música– se inspiró en lo anterior pero sacando las imágenes de los lienzos para convertirlas en coloridas esculturas.

Con 2,3 millones de habitantes, la capital mineira es lo opuesto al estereotipo de ciudad brasileña con sol y palmeras: en un ambiente de serranías, la playa más cercana está a 300 kilómetros. Y acaso eso se refleje en el carácter de los mineiros que, a diferencia de cariocas y nordestinos, se muestran más bien introvertidos. Pero brasileños al fin, tienen un carácter bohemio que se explicita en los millares de botecos de la ciudad, las fondas tradicionales donde la gente se encuentra a comer y beber.

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