Dom 25.01.2015
turismo

CROACIA. NAVEGACIóN POR LAS COSTAS DEL ADRIáTICO

Azul, pintado de azul

Seis mil kilómetros de costa, 1500 islas y cientos de playas hacen del Adriático croata un paraíso para navegar a vela. Un destino por conocer, que resplandece entre el azul cobalto del mar, los pinares, las ruinas romanas y la antigua arquitectura veneciana.

› Por Dora Salas

Fotos: Oficina de Turismo de Croacia

Seis mil kilómetros de costa, vientos constantes, islas e islotes que ofrecen reparo frente a eventuales tormentas y una administración local eficaz convierten al Adriático croata en un paraíso para los amantes de la navegación a vela. Pero el placer de navegar no excluye el disfrute de playas solitarias o concurridas, de arena o canto rodado, escarpadas o de suave pendiente, para las familias o para nudistas, para alejar tensiones o practicar deportes acuáticos.

La naturaleza y sus posibilidades están enmarcadas por vestigios de antiguas civilizaciones, muchos de ellos declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Además las ciudades, sus negocios y su intensa vida nocturna ofrecen una alternativa para quienes, en especial los jóvenes, desean algo más que la lejanía “del mundanal ruido” y la historia.

Split, bella ciudad histórica donde se visitan las huellas romanas y venecianas.

DE ITALIA A CROACIA “En 1987 llegué a Venecia para comprar un velero, navegar quince días en aguas de la entonces Yugoslavia, pasar después del Adriático al Tirreno por el sur de Sicilia y, siempre a vela, regresar a Roma, donde vivía”, cuenta Alfredo, un periodista italiano que desde hace 28 años pasa sus vacaciones en las islas croatas a bordo de la misma embarcación, la “Kairos”, que tiene casi igual edad que sus hijos.

Se entusiasma al relatar aquella primera experiencia y, en la víspera de zarpar desde Pescara, en el sudeste de Italia, hacia la isla de Vis, en Croacia, explica cómo nació su amor por estos viajes.

“Aquel primer plan duró poco... Al empezar a navegar a lo largo de las costas orientales del Adriático todo era tan hermoso, infundía tanto entusiasmo, que cambié mi proyecto inicial y los quince días se transformaron en treinta. Entonces decidí anclar el velero en Pescara para facilitar mis escapadas a Croacia”, recuerda.

Esta vez, durante el último verano europeo, zarpamos antes del amanecer, con el mar en calma y un viento suave, agradable y adecuado para navegar. Cuando ya estábamos lejos de la costa italiana, el horizonte comenzó a teñirse de rojo y el sol surgió transformando el paisaje.

“Necesito del mar porque me enseña/ no sé si aprendo música o conciencia/ no sé si es ola sola o ser profundo”, escribió Pablo Neruda, y esa sensación nos invade durante la travesía hacia Vis, trece horas de olores y colores cambiantes, con el rumor del agua y de la brisa por compañía. Más práctica para la navegación es la explicación de Alfredo sobre el régimen de vientos en el Adriático, de nordeste a sudeste y viceversa, el mistral y el siroco. “Por la tarde, de 13 a 19, el mistral es de unos 20 nudos, es decir, de unos 37 kilómetros por hora”, dice para ejemplificar una de las razones por las cuales vale la pena elegir recorrer Croacia en velero. Las otras –opina– son “más de 1500 islas, islotes y peñascos con lugares reparados para anclar fuera de puerto, un mar cristalino y con buena profundidad y una enorme flotilla de barcas para alquilar a precio conveniente”. Además de un detalle no menor, “la seguridad”. “Los robos son prácticamente inexistentes”, subraya Alfredo y, en efecto, durante el viaje no vemos rejas en puertas ni ventanas. En las ciudades “todos caminan tranquilos de noche, también las mujeres solas”, agrega.

En una de nuestras paradas encontramos a una familia que ancló su velero, como nosotros, fuera de puerto. Los chicos, de siete y cinco años, se zambullen y nadan hasta la costa, a unos 25 metros de distancia, donde juegan solos, sin que nadie los moleste. En otra bahía pequeña, unos alemanes disfrutan del sol desnudos en la cubierta de su barco, cuando la lancha de la policía marítima llega a controlar la documentación. Los alemanes no se inmutan ni se visten. Amables saludos, presentación de los documentos y hasta la vista.

Y LA NAVE VA Desde la Prehistoria hasta su reciente ingreso a la Unión Europea en 2013, el actual territorio croata es un muestrario de invasiones, luchas de resistencia, masacres, guerras de independencia y cambios de poderes hegemónicos. La costa continental dálmata y las islas dan cuenta de esa complejidad con vestigios de diferentes períodos y culturas.

Vis, una isla pequeña y nuestro primer puerto de arribo, es un compendio de naturaleza e historia en sus 90 kilómetros cuadrados. Su ubicación en el Adriático (la más cercana a la costa italiana a la altura de Ancona y, viceversa, la más lejana de la margen continental croata) determinó que, después de la Segunda Guerra Mundial, se instalara en ella una base militar que permaneció hasta fines de la Guerra de Independencia de Croacia (1991-1995). En ese período estuvo prácticamente deshabitada y cerrada a los extranjeros y al turismo, manteniéndose agreste y poco comercial, con sus bosques de pinos, bahías, calas de piedra blanca como Srebrena y acogedoras playas. Con tradición pesquera, sus aguas invitan a bucear, practicar snorkel y nadar. Y a la hora de comer, pescado al asador y vino de la isla, en especial el tinto “plavac”.

Visitamos las ruinas de un cementerio griego con lápidas de los siglos III y II a. C., los baños romanos (los romanos conquistaron suelo croata en el 168 a. C.) y la fortaleza británica de St. George, del siglo XIX. No nos quedó tiempo para llegar a la “Cueva de Tito”, en el monte Hum, que durante la Segunda Guerra Mundial fue refugio de Josip Broz “Tito”, quien allí estableció su centro de operaciones partisanas contra los nazis.

Hvar, llamada la “Capri croata” no sólo por las playas sino por su animación y vida nocturna.

LA CAPRI CROATA En la ciudad de Hvar, capital de la isla homónima, anclamos fuera de puerto para evitar la agitación de “la Capri croata”, como algunos la llaman por su belleza, sus comercios y su vida nocturna. De todos modos, para la primera cena decidimos ir al centro. Alfredo baja el bote de goma a motor y en el corto trayecto nos cuenta que esta isla es la más larga del Adriático, con sus 68 kilómetros de longitud, y que por año goza de una media de 16 grados centígrados y 2700 horas de sol.

Cenamos en la terraza de un restaurante entre la ciudad baja –donde están la gran plaza central del siglo XV, la catedral de San Esteban con su yuxtaposición de estilos, el Palacio Episcopal y la costanera con sus bares y sombrillas– y la ciudad alta, coronada por la Fortaleza Española, construida por los ingleses con la colaboración de ingenieros españoles. De los ilirios a los griegos y romanos, de la República de Venecia y su sello inconfundible a la destrucción a manos de los turcos en 1571, todo se conjuga en Hvar, donde las colinas huelen a lavanda y romero. Lo comprobamos al día siguiente, cuando subimos hasta la Fortaleza Española y al Fuerte de Napoleón, construido bajo dominio francés en el siglo XIX, para disfrutar de una panorámica de la bahía y del archipiélago Plakeni, admirando una espectacular puesta de sol.

Para cenar elegimos guiso de camarones, mientras el encargado del restaurante nos comenta que la carne y los pescados son excelentes en Croacia, donde el “príncipe” culinario es la “peka”: una olla con tapa semicircular que se cubre de cenizas calientes para cocinar por tres o cuatro horas carne, pescados o pulpo.

Cuando dejamos la más veneciana de las ciudades que conocimos, rodeamos la isla hasta alcanzar, en su costa norte, el municipio de Stari Grad, que los griegos denominaron Pharos (384 a. C.) y que fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

BIENES CULTURALES El velero se balancea suavemente mientras nos dirigimos a Trogir, desde donde tenemos previsto tomar un autobús hacia Split, dos joyas urbanas que concentran milenios de historia. En la primera nos deslumbran la catedral románica de San Lorenzo y las esculturas en piedra de la portada oeste, que datan del siglo XIII, así como la Loggia de los Viajeros y La Puerta del Mar.

Caminamos por los muelles y las callecitas estrechas hasta despedirnos de Alfredo, que navegará hasta las islas Coronadas. A noso-tros nos esperan Split y su Palacio de Diocleciano, el emperador romano que pasó los últimos años de su vida (murió en 311) en el palacio que había hecho construir un tiempo antes y que ahora domina el centro de la ciudad, en medio de la vida local y del vaivén turístico. Porque Split tiene de todo y mezcla lo viejo y lo nuevo de manera asombrosa. Impactan las salas subterráneas del palacio, sus fachadas, el peristilo. Pero también la torre de un castillo veneciano erigida como defensa frente a los turcos, la Plaza de la Fruta o de los Hermanos Radic, la Plaza de la República hecha a semejanza de la veneciana San Marco, el estilo liberty de algunos edificios, los barrios que alojaron a pescadores y gente humilde, la gran avenida costanera –donde nos sorprendió una feria popular con desfile de niñas y adolescentes que, acompañadas por una banda barrial, hacían maravillas con sus bastones–, el Museo Etnográfico y la Colina de Marjan.

El viaje finaliza, y al zarpar el ferry hacia Italia pensamos en lo mucho que nos queda por saber y visitar en Croacia, empezando por Dubrovnik. Un destino para otro viaje.

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